「✦」Primera tormenta (Edén)
「 Serie de encuentros entre Aziraphale y Crowley durante los tiempos antiguos bíblicos, en los que se descubren disfrutando de su peculiar amistad y experimentando los primeros de sus acercamientos físicos a lo largo del tiempo」
(NOTA: Las canciones están elegidas según el ambiente para cada fic y también la letra, así que os recomiendo muchísimo que les déis una oportunidad durante vuestra lectura. Esta en concreto, es preciosa y creo que construye el escenario del jardín a la perfección... Sin más que decir ¡Disfrutad!)
[Contenidos: Referencias a la s.1; fluff, romance a fuego lento, primer beso]
_____________________
"Primera tormenta: Jardín del Edén"
Transcurrían los primeros tiempos, los más inmediatos al comienzo; y el día parecía maravilloso, como siempre había sido hasta entonces. Así era cuando Crawley acabó con su labor de influjo y se dispuso a reptar muro arriba. Eva había aceptado su tentación y, tras ella, Adán. La serpiente sabía que el exilio de la mano de la Todopoderosa era inminente, por lo que pensó en contemplarlo en primera fila, desde las murallas limítrofes del Edén.
Cuando arribó allí, sucedió que se encontró con el emisario de Dios encargado de la vigía de una de sus puertas. Fue la primera vez que él y Aziraphale, el Guardián de la Puerta del Este, coincidieron y compartieron una conversación. A pesar de que su intención inicial no había sido otra que burlarse o contemplar en silencio cómo el curso de la historia humana comenzaba desobedeciendo las leyes divinas; pronto se encandiló del peculiar carácter de este ángel.
Crawley admiró en silencio cómo aquel seguía sus principios de bondad incluso si ello rompía con su misión de guardián, cómo había regalado su preciada espada llameante a los dos traidores para que efectuaran su huída con éxito y lograran sobrevivir. Además de aquello, se atrevería a decir que había sido su primera conversación interesante en mucho tiempo.
Le contempló de reojo cuando atisbó que estaba inmerso en el espectáculo frente a ellos, en el avance de los fugitivos por la arena; y deslizó sus orbes amarillos por el contorno de su perfil. Era atractivo, hermoso como debía serlo uno de los de su índole; pero lo que captó su atención verdaderamente era que era diferente a cualquier otro ángel que hubiese visto. Fue bondadoso, incluso con él, alzando su ala nívea sobre su cuerpo para protegerle de la lluvia que se había arremolinado encima del jardín, como resultado de la ira de Dios.
—Tranquilo— le dijo cuando se movió más cerca, para que sus alas oscuras no quedaran a la intemperie. Aziraphale parecía realmente preocupado ante la posibilidad de haber obrado mal, y Crawley sabía que sus bromas tampoco le servían de consuelo— Estoy seguro de que actuaste como es debido, está en tu naturaleza.
El demonio se estremeció por la humedad del agua, poco acostumbrado al frío principalmente porque aquella era la primera tormenta en la Tierra. Con su cabello rojizo partido sobre sus hombros, su nuca desnuda se recorrió por un escalofrío y, por instinto, se encorvó un poco más cerca del otro cuerpo junto a él, en busca de su calor, así como del de sus tiernas plumas.
— Bueno, estaba en tu naturaleza también, y... — Aziraphale contempló al demonio a su lado. Su rostro estaba golpeado por ligeras gotas de lluvia, mojado, cabello caía húmedo sobre su rostro. Un rostro demasiado angelical para una criatura de los infiernos. — Cada uno recoge lo que siembra, suele decir la Todopoderosa.
El ángel volvió su vista al frente y alzó su brazo, rodeando por sus hombros al demonio para atraerle contra su cuerpo. Alzó su mirada y suspiró contemplando la ira de Dios caer sobre ellos; a sabiendas de que no pararía en mucho tiempo.
— ¿Tienes que volver pronto? Me permitieron quedarme un tiempo, para vigilar todo esto. Iba a quedarme en el hogar de ellos hasta que fuese el momento de verificar que todo ha seguido el transcurso marcado.
A Crawley le invadió una oleada extraña cuando aquella noble criatura le abrazó por los hombros, y su estómago se arremolinó cuando la calidez que sentía surgir se disparó hasta sus húmedas mejillas. Carraspeó y tensó la espalda sutilmente al distraer su propia mirada afilada con la visión que era aquella lluvia inusual en su especie.
— ¿Estás sugiriendo que te haga compañía? —sonrió de manera ladina al oirle, a sabiendas de que probablemente sus palabras no eran más que una selección inocente o, tal vez, producto de la cortesía; pues ningún ser celestial desearía en realidad estar cerca de su demoníaca presencia más de lo estrictamente necesario— Puedo quedarme el tiempo que quiera, este era el lugar designado para mi misión. Aunque ya esté hecha, esos incompetentes no lo comprobarán enseguida.
— Esto... Esto es algo solitario, pensé que te parecería una buena idea. —se excusó el ángel ante la réplica del demonio. — Mis jefes sí lo comprobarían... De todos modos, estoy tambien aquí destinado hasta nueva orden. Podríamos llevarnos bien... C.. Crawley.
Aziraphale había fruncido su ceño ligeramente mientras trataba de recordar su nombre. Las pequeñas gotas de lluvia lograban atravesar alguna de sus plumas, sintiendo en su rostro como comenzaba a apretar aquella tormenta.
— Tendremos que agradecer que a la Todopoderosa aún no se le ocurrió implementar las enfermedades, no se cómo afectarían a estos cuerpos. — Giró su rostro para contemplar una vez más el del demonio. — Entonces... ¿Quieres?
— Esas vienen en la siguiente actualización. Cuando esos dos engendren demasiada descendencia, habrá que remediar la sobrepoblación— respondió Crawley, en parte en broma y en parte no.
El demonio giró su rostro del mismo modo para enfrentar la mirada de aquel principado, como evaluando si le hablaba en serio durante unos instantes, antes de alzar una de sus comisuras con curiosidad y ofrecerle un asentimiento con un ruido extraño como afirmativa a la propuesta.
— Te acompañaré, pobre angelito. No es que tenga nada mejor que hacer y este lugar es un espectáculo.
La vegetación a sus espaldas y protegida por aquellos muros era una preciosa obra digna de admirar que fundía perfectamente todo tono de verde y el color de las flores y frutas. Crawley no tenía ganas de regresar al miserable agujero que era el Infierno después de visitar la Tierra aún con la excusa de su misión; así que perder un poco más de tiempo allí sonaba fabuloso.
— Lo cierto es que nos lucimos haciendo esto.
Aziraphale echó un último vistazo fuera del muro, para luego desplegar las alas y bajar al interior del Edén. Los pies descalzos del ángel tocaron la tierra, la hierba húmeda y suspiró de gozo mientras esperaba al demonio. Aquello era precioso, pero no lo cambiaba por las vistas del cielo a aquellos universos. Todavía no había logrado encontrar un lugar así en la Tierra.
— Los árboles y la maleza nos van a proteger. No llueve tanto aquí abajo, quizás amaine en un rato.
Crawley gruñó ligeramente cuando las extremidades de sus alas recogidas se estiraron con libertad, aunque fuese durante unos breves instantes antes de emprender el vuelo. Se dejó caer con gracia desde el alto muro y sus plumas le ayudaron a planear hasta el lugar correspondiente junto al ángel.
— Este clima me pone los pelos de punta— murmuró para sí y se abrazó con los dientes apretados, frotando la túnica que cubría sus brazos— Oh, sangre fría, ya sabes.
El demonio seseó cortamente para argumentar su afirmación, con una mueca ocurrente que pretendía ofrecer algo de ligereza a la conversación. Los cambios de temperatura eran mucho más problemáticos cuando no le protegían sus escamas.
Habría preguntado si aquellos no poseían algún techo; pero era ridículo plantearlo cuando nunca antes habían tenido lluvia u otra complicación climática. Por ello, Crawley optó por acercarse al tronco del árbol más cercano, donde la humedad sería menor, y encorvarse para escurrirse los cabellos, deslizándolos por su cuello.
Aziraphale observaba con curiosidad al demonio conforme hablaba, siguiendo sus pasos hasta aquel tronco. Alzó su mirada, observando el cielo, pues parecía que bajo los muros, el clima era diferente al exterior. Quizás cuando la Todopoderosa lo pensara, aquellos muros de piedra caerían; y el ángel se preguntaba si eso podría ser cierto en algún momento.
— Una pena aun no tener los milagros para poder ayudarte, Crawley. No... No suena agradable. — Aziraphale se estremeció, tomando asiento al lado suyo. — Lo cierto es que era agradable sentir las gotas chocar en mi piel, pero ahora si que hace frío si...
— Es un incordio— gruñó aquel, apretando sus mechones para retirarles algo de humedad.
Se rindió con el cometido al cabo de algunos intentos más, recogiendo sus rodillas en aquel asiento natural para al menos resguardar un poco su pies y tobillos descalzos, frescos por el césped.
— ¿Y tenías que estar aquí sólo? —Crawley alzó una ceja con el traqueteo de sus dientes, protegiendo parte de su cuerpo con las alas que prefería no ocultar en dichas circunstancias porque resguardaban su temperatura— Qué tarea más tediosa. Ni siquiera pasa nada interesante aquí.
Aprovechó la cercanía para estirar aunque fuese de manera ligera una de sus alas y ahuecar parcialmente el contorno del ángel, a modo de devolver parte del favor, ofreciéndole más calor.
Aziraphale bajó la mirada, ocultando una sonrisa al sentir como cubría con sus alas parte de su cuerpo, y sin pedir permiso, se acercó al cuerpo del demonio. Encogió sus piernas, tratando de guardar la calidez y mantenerse así.
— Supongo que me hubieran mandado algún trabajo, sino... Bueno, hubiera cuidado el jardín, supongo.
Su mirada buscó el rostro de Crawley, observando mucho más cerca sus facciones. Parpadeó varias veces al darse cuenta que se había mantenido mirándolo fijamente más tiempo del que hubiese querido. Su cuerpo tembló, y apoyó su cabeza contra el brazo del demonio.
—¿Te ofreciste para venir? Yo estaba destinado a ello, no era sorpresa...
— Hmm— respondió Crawley, como supuesta respuesta— Me enviaron sin instrucciones muy exactas. Yo sólo improvisé un poco.
El demonio mostró sus dientes sutilmente en una sonrisa sagaz, no pasando por alto lo atentos que parecían aquellos orbes zafiro a sus facciones, probablemente por la peculiaridad de sus ojos de reptil.
Sintió su cuerpo estremecer vergonzosamente cuando aquel se apoyó con tanta confianza y se removió en su lugar, algo rígido. No negaría el calor en su rostro o de la temperatura ajena invadiéndole lentamente, ni lo agradables y beneficiosos que resultaron entonces que tiritaba de frío. Su cuerpo se encorvó también en esa dirección y sus propios cabellos ofrecieron a su mejilla una cubierta a la brisa cuando se apoyó contra la cabeza de Aziraphale.
Aziraphale cerró sus ojos unos segundos, y respiró con calma. Era extraño, sobre todo sentirla con la persona que estaba a su lado. El jardín estaba en silencio, y solo reinaba una extraña paz que perturbaba su propia tranquilidad.
— Cuando se seque tu cabello, podría ayudar a arreglarlo, como compensación. — habló con calma, relajándose a su lado y sintiéndose cansado por primera vez en mucho tiempo. — Te... ¿Te importa si..?
Crawley se movió ligeramente, lo más probable debido a que negó con la cabeza sin retirarse de su posición.
— Si crees que puedes domarlo— suspiró, alzando la mirada a las hojas de aquellos árboles tropicales hermosamente combinados unos metros más adelante.
Comenzaba a entrar en calor de nuevo y su cuerpo buscó enroscarse cerca de Aziraphale, deseando más de esa curiosa comodidad que le ofrecía. Emitió un débil bostezo por lo acogedor de la posición y dejó caer sus párpados; no obstante, arrugó la nariz cuando volvió a pronunciarse, en un susurro gentil pero que no disimulaba lo ofendido que estaba en su interior.
—Aunque, oye, ¿cómo que "arreglarlo"?
— Arreglarlo... Dejarlo bonito, ya sabes, los ángeles suelen hacer esas cosas...
Aziraphale baja su tono conforme hablaba, quedándose dormido junto al demonio en un abrir y cerrar de ojos.
Cuando Aziraphale se removió en el suelo y se despertó lentamente. No recordaba que había pasado, pero se había quedado dormido. En el tiempo que llevaba en la Tierra, y ya de antes, jamás había echado una "siesta".
Bostezó mientras se desperezaba, tratando de ubicar donde estaba. Su brazo estaba colocado sobre el pecho del demonio y su cabeza apoyada junto a este, sobre él. Un rubor se agolpó en sus mejillas, paralizandole y siendo incapaz de moverse de su posición; aunque en el fondo, no quería hacerlo.
Sus suaves movimientos perturbaron ligeramente el semblante relajado de Crawley, que se removió sobre la hierba con un sonido perezoso. Al notar que el principado había caído en un plácido sueño, temió despertarle con algún gesto así que permaneció a su lado, dejándole su cuerpo para descansar. No obstante, eventualmente la pereza había comenzado a apoderarse de él mismo y se tomó las libertades de recostarse sobre el césped, tendiendo a aquel a su lado para que no se viera obligado a abandonar el acogedor calor que le había hecho dormir en primer lugar.
— ¿Ya estás de vuelta, angelito? —murmuró, algo ronco por el reciente despertar y abrió los ojos lo suficiente para poder identificar su silueta, con una sonrisa de complicidad creciéndole en los labios— No es la vigilancia más efectiva que he visto, la tuya... Por suerte para ti, como ya te podrás imaginar, por aquí no ha habido novedades. Sólo que ha parado de llover.
— Lo lamento. — Aziraphale se apartó con reticencia, sintiendo como los vellos de su nuca se erizaban al oir el tono ronco en la voz del demonio. — Al menos no había mucho que vigilar hoy, gracias... Y de veras que lamento haberte usado para dormir encima tuyo...
Aziraphale se sentó a su vera, recolocando su túnica como debía antes de sonreir con nerviosismo.
— Ya que yo ya pude relajarme, deja que me encargue ahora. — palmeó sus piernas cuando se acomodó por completo. — Descansa, mientras veré que hago con ese cabello tuyo.
Crawley enarcó una ceja, contemplándole con curiosidad. Toda aquella bondad y dulzura le ponía un poco nervioso, podría decir que incluso le daba escalofríos. No obstante, entre los estremecimientos incómodos habituales había algo que no sabía describir, como una insoportable emoción ansiosa por sentir aquellas caricias en su cuero cabelludo. Omitiría el detalle de que había dejado que las hojas de algunas plantas se agujerearan con las mordidas de ciertos bichitos sólo porque el césped junto a Aziraphale era demasiado cómodo. Aquello le daría acceso directo a sus manos y, además, el resultado no era desagradable, parecía una costilla, ¿quién sabría que no era así el proyecto original?
— Venga, charlatán— el demonio gruñó en respuesta a aquello último, ubicando su cabeza en el lugar que le había indicado— Eres valiente para burlarte de mi apariencia. Más vale que tus manos sean habilidosas.
— Hablas con un ángel, querido. ¿Dudas de mis habilidades? — Aziraphale sonrió a medio lado, tratando de contener una risa.
Respiró profundamente viendo como se acomodaba entre sus piernas, controlando unas desconocidas emociones que comenzaban a hacer palpitar su corazón. Sus dedos comenzaron a acariciar su cabello, masajeó su cuero cabelludo antes de que sus dedos comenzaran a peinar lentamente aquellas hebras pelirrojas.
La sonrisa del ángel se amplió al sentir suave aquel cabello entre sus dedos, y cuando menos lo esperó, sus manos habían comenzando a entrelazar unos mechones, creando una trenza en el lateral de su cabeza.
Crawley emitió un suspiro de comodidad cuando aquel removió su cabello, dejando caer los párpados para relajarse sobre su regazo por completo. Antes de que lo notase, una ligera sonrisa estaba en su boca al identificar el tono bromista de aquel.
— Es posible— hizo una ligera mueca con los labios al contestar— ¿Estás trenzándolo?
El demonio dejó entreabrir uno de sus ojos vagamente con cierta curiosidad en cuanto a lo que estuviese sucediendo allí atrás. Había algo en aquel tacto cauteloso que le brindaba una sensación extraña. Nunca nadie le había tratado con tal mimo en general; pero definitivamente, tampoco habían tratado de peinarle. Al menos, no desde su caída. En el Infierno, las cosas funcionaban distintamente. Ni siquiera peor o mejor que en El Cielo, ahora lo sabía, sólo distintamente.
— ¿Te molesta? La puedo deshacer si no te gusta, aunque creo que se ve bien en ti, tienes el pelo precioso. Diría que envidiable si pudiéramos sentir esas cosas los ángeles.
Aziraphale habló con total sinceridad, admirando su obra cuando terminó de trenzar, haciendo un suave nudo en su cabello para que no se soltara. El brillo de la luna, y las tenues estrellas se reflejaba en su cabello, y el ángel entreabrió sus labios mientras sus orbes se quedaban fijos en él, admirando la belleza que desprendía.
Aquel era una criatura de Dios, abandonada a su suerte a los infiernos, y sin embargo, si quisiera, podría hacerse pasar de nuevo como por uno de ellos. Era al primer demonio que conocía, y se preguntaba si todos serían igual que él.
—N-No. Está bien, déjala— Crawley arrastró sus palabras cuando quedó inmerso en el cauce que aquellos ojos azules parecían seguir por sus facciones.
El demonio enderezó el tronco lo suficiente para apoyarse en sus codos, como llamado a quedar más cerca de su mirada en una atracción magnética; y giró el rostro con cautela al hacerlo, de manera que no debiera abandonar la hermosa vista silenciosa de los orbes de Aziraphale.
Se movía lentamente, dudando cada uno de aquellos centímetros consumidos por su avance; y, no obstante, negándose a romper esa cercanía, con el corazón dándole un vuelco.
— ¿Crees... que algo en mí pueda ser hermoso... aún? —musitó, al igual que si temiese destruir esa intimidad si hablaba demasiado fuerte. Crawley detestaba caer por ello, pero una semilla de esperanza se había implantado en su pecho después aquel trato, la esperanza de que alguien pudiese verle como algo más que un pérfido demonio, y posar su atención en él con tal deleite.
Aziraphale no apartó su mirada de Crawley, y mucho menos cuando le hizo aquella pregunta. Frunció ligeramente su ceño y se enderezó, escrutando su rostro con sus orbes azules. Una sonrisa sincera afloró en su rostro y volvió a acomodarse a su vera, brazo contra brazo.
— Debes de gustarle mucho a la Todopoderosa. No he conocido a nadie más como tú, pero puedo decir con toda certeza que si no fuera por esa tela oscura, serías un ángel, Crawley. — su mirada pasó entonces al frente, encogiéndose de hombros. —Es... Bueno, impone bastante que puedas ser así, engañarías a cualquiera si te lo propusieras.
A pesar de que la atención de Aziraphale se desvió; el rostro de Crawley no se movió un ápice, contemplando entonces su perfil con cierto embeleso. La forma en que una criatura tan detestablemente hermosa podía darse la libertad de compararle con uno de los de su índole, como si no hubiese una inmensa diferencia entre ellos, era inconcebible, a la par que fascinante.
Los halagos de aquel ángel removían confusas emociones en él; pero el latido acelerado de su corazón era remotamente disfrutable, y le hacía querer más de esa energía que se le inyectaba en el cuerpo.
— ¿A cualquiera? —repitió a conciencia y sus vestimentas friccionaron cuando se acercó.
— Me haces dudar hasta a mi. — una risa nerviosa escapó de entre sus labios cuando sintió la fricción de sus ropas y su mirada buscó la dorada de Crawley, conteniendo el aliento unos segundos. — Tus ojos intimidan... Me hace sentir escalofríos.
Pero no era una sensación negativa, sino desconocida para el ángel, que no dudaría en perderse en aquella mirada mientras el universo siguiese en pie.
Crawley se decoró con una sutil sonrisa satisfecha e incluso fatua en respuesta a su honestidad. En ocasiones se olvidaba de que poseía aquella mirada de reptil, amarillenta y afilada como era poco habitual en un individuo de carne y hueso.
— ¿Te doy miedo? —Ladeó la cabeza al inclinarse hacia delante, convencido de que si terminaba con la distancia, la forma de su nariz encajaría en el contorno de la mejilla del ángel como un puzle medido al milímetro.
Los párpados del demonio se relajaron sobre sus orbes cuando echó un vistazo rápido a los labios de Aziraphale, curvados nerviosamente; pero pronto se encontró queriendo retornar a sus ojos y seguir perdido en ellos, a la espera de sus palabras.
— No. No me das miedo. — respondió el ángel con seguridad, enfrentando sus orbes azules a sus ojos dorados.
Aziraphale siguió con su mirada el movimiento de los ojos del demonio, humedeciendo sus labios con la punta de la lengua de manera inconsciente para luego alzar la mirada mientras tragaba con fuerza.
— Yo tenía una espada llameante y no te provocaba temor.
— No sé si pude verte antes de que la perdieras— se mofó, con la garganta vibrándole en una risa— Pero, ¿temerte a ti?
Crawley pausó unos instantes con un pequeño suspiro nasal, siguiendo rápidamente el trazo de la lengua ajena con la mirada. El silencio ajeno durante aquellos segundos le hizo saber que el ángel no hablaba en broma y chistó lentamente a modo de negación, alzando las comisuras, mientras sus ojos volvían a buscar los suyos.
— De ninguna manera— sonrió, en un tarareo— Temor es lo último que logras infundirme, ingenuo guardián.
— ¿Entonces que te infundo, Crawley? — sus ojos le enfocaron, y su ceño se frunció ligeramente en busca de respuestas.
El demonio torció los labios con gracia y su mano ascendió hacia la mejilla de Aziraphale con cuidado.
— ¿Por qué no te acercas y lo averiguas? —el dorso de su índice trazó sobre su piel, cuando se inclinó un poco más.
Aziraphale jadeó cuando sintió aquella caricia sobre su piel y se acercó al rostro del demonio lentamente. Sus labios se mantenían separados, observandole sin poder apartar su mirada; al único sitio al que viajaban era a sus labios y volvía a subir.
— ¿Qué harás...?
La sonrisa de Crawley se disipó según le percibía más próximo a su rostro y sus pestañas acabaron su viaje hasta que cerró los ojos, respondiendo con un roce en los labios del ángel, como el espectro de un beso.
El patrón con el que se distraía su nudillo sobre la mejilla suave de Aziraphale culminó con el resto de sus dedos buscando el contorno de su rostro para acunarlo y acercarle a su boca con el empuje de una pluma, porque no necesitó más para que sus labios se presionaran juntos una segunda vez, en esta ocasión con más calma.
El aire escapaba de entre sus labios con un suspiro, y Aziraphale cerró sus ojos cunado sus labios volvieron a presionar los suyos. Sentía como su corazón galopaba sin freno alguno y sus mejillas se teñían del mismo tono rojizo que el cabello del demonio.
Aziraphale colocó su mano, sobre la clavícula del contrario haciendo una suave presión para así separarse. Sus ojos se abrieron y bajó su mirada a los labios de Crawley; la curiosidad comenzaba a embaucar al ángel, que con un toque, acarició la piel del demonio hasta su cuello, atrayendo y besando de nuevo sus labios.
El cuerpo de Crawley respondió lentamente a sus titubeos; giró el tronco en su dirección y se removió sobre el césped para incorporarse un poco mejor a alcanzar sus besos, recogiendo las piernas en aquella fresca hierba. Rodeó al ángel con el brazo, dejando que una de sus manos descansase en su espalda, en la región entre sus escápulas, deseoso por que permaneciera cerca.
Apenas movió los labios en el contacto, austero pero lo suficientemente intenso como para que se quedase quieto asimilándolo, pues parecía inverosímil que Aziraphale le estuviese correspondiendo; y llevó la mano que le acunaba el rostro hasta el cabello tras su oído.
Aziraphale reaccionó y un escalofrío recorrió su cuerpo cuando pasó sus dedos cerca de su oído; de su boca escapó un sonido casi irreconocible en él, y se separó de sus labios con los nervios a flor de piel.
— L-Lo siento, no... — el ángel contempló el rostro del demonio entre suaves jadeos, llevando su pulgar a acariciar su labio. Lentamente recorría su labio inferior, separandolo con cuidado. — ¿Qué fue esto, Crawley...?
La serpiente mantuvo sus ojos igualmente abiertos, casi tan sorprendida como él por cómo había culminado la situación. El rosa comenzó a tomar su rostro en respuesta a aquel tacto y separó los dientes, para permitir que le acariciase de aquel modo.
Crawley intercaló una mirada rápida a aquellos dedos con el ascenso a los ojos del ángel frente a él, aún con las manos en las regiones de su cuerpo en que las había descansado. Lo cierto es que ni él mismo comprendía por qué lo había hecho, algo así entre individuos de índoles tan diferentes como lo eran ellos, nunca lo había preguntado, pero estaba seguro de que no era lo apropiado. Tampoco es como si a Crawley le importase lo que era apropiado y lo que no; no obstante, temía cómo aquello podría importunar a Aziraphale.
— Yo- Sólo... Tenía... tenía ganas de besarte desde que me acercaste a ti en el muro— El demonio tragó saliva y quiso ser egoísta y acercarse a acariciar aquella nariz con la suya una vez más— Será nuestro secreto.
Aziraphale contuvo el aliento una vez más, sintiendo la voz de Crawley resonar en su mente sin dejar de apartar su mirada de la suya. Aquel roce le devolvió a la realidad, y ambas manos la depositó sobre su rostro, separando su labio inferior una vez más.
— Nuestro secreto...— susurró con un hilo de voz, para luego tomar finalmente su boca de nuevo.
Crawley rodeó a Aziraphale con sus brazos y le acercó con gusto, ladeando el rostro para disfrutar del beso.
Sería justo decir que aquella fue su segunda Caída, no a los Infiernos; sino bajo los efectos del desafortunado enamoramiento que comenzó tras los pocos besos que compartieron aquel día en los jardines. Tras su primer encuentro con Aziraphale, el guardián de la Puerta del Este; ya fue consciente del arduo trabajo que sería liberar a su mente del recuerdo de aquel insólito ángel y a su corazón de la predilección que había desarrollado por él tan fácilmente.
Saboreó cada instante de la velada que pasaron juntos, rodeados de hermosa naturaleza, hasta que llegó a su final y cada uno debió regresar a su labor predilecta; convencido de que jamás volverían a alinearse circunstancias semejantes, en las que pudiera toparse con Aziraphale de nuevo. El evento se difuminaría como si de un breve amor de verano se tratase y, con el tiempo, Crawley podría rehabituarse a su insípida existencia bajo tierra.
Aquel pensamiento le consoló mientras su anatomía mutaba lentamente en su forro bruno de escamas, reduciéndose en el esbelto contorno de la serpiente que era. Seguramente sería lo mejor para ambos, todo era demasiado complicado de otro modo. Sin embargo, mientras reptaba lejos por el césped también se apesadumbró. Después de haber conocido a alguien como él, no tenía certeza de superar lo mediocre que parecía ser todo lo que le aguardaba en el Infierno; como cuando un pájaro debe regresar a su jaula después de probar el apasionante exterior, incomparable a los límites de metal.
Sólo pudo desear volver a verle, sin importar cuánto tuviese que esperar. Y removió la cabeza para enterrarse en el húmedo suelo y descender por donde había venido.
--
Escrito por Yuukivic y No_giving_up
¡Muchas gracias por su lectura! Nos encanta leer sus opiniones en comentarios y, por supuesto, no duden proponer ideas, incluso si es por mensaje privado.
Saluditos.
-Givin.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top