「✦」Mano de Santo
「Crowley ha cogido un resfriado y no es capaz de quitárselo con un milagro así que sólo queda recuperarse a la vieja usanza, para lo que, por suerte, cuenta con la ayuda de su compañero angelical de hace más de 6000 años; ¿quién diría que tener sus manos encima haría todo el malestar mucho más liviano?」
( n/a: Se dice que algo es "Mano de Santo" cuando tiene un efecto casi milagroso a la hora de curar una dolencia o solucionar algún problema. El título es un juego de palabras con esa expresión)
[Contenidos: eventos despues de s.1, los inefables y sus panics; Crowley borracho por la fiebre y Aziraphale cuestionándose skdhjal, fluff, confort, smut]
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"Mano de Santo"
Durante la quema de la librería, Crowley estaba demasiado acongojado por el disgusto como para darle importancia a su ropa y cabello empapados. El peso que le sumaba el agua sólo reforzó la amarga sensación de derrota que le aplastaba al abandonar el edificio con las manos vacías, a excepción de ese libro que llevó consigo.
Sintiéndose miserable y desconsolado tras lo que creyó la muerte de su querido amigo, el demonio desatendió las gotas que caían de su flequillo al conducir el Bentley, también porque, en ocasiones, las confundió con lágrimas. Permaneció bajo la lluvia más de lo que le gustaría admitir jamás, perdido como un niño; y, una semana después del Armagedón, se encontraba sufriendo las consecuencias de su negligencia sobre aquel cuerpo que habitaba.
Las plantas de Crowley temblaron cuando otro atronador estornudo retumbó por el apartamento. Su dueño estaba resfriado, y, para colmo, eso había desorbitado sus milagros lo suficiente como para que hicieran efecto cuando les venía en gana. Estaba enfurecido, adolorido y atrapado en ese frustrante estado de enfermo para el que no tenía paciencia alguna y aquellas pobres temían ser la víctima injusta de sus gritos.
— ¿Quién demonios llama ahora? — gruñó al sorberse la nariz y salió al pasillo para atender la puerta. Reconocía el aroma tras ella y también el tintineo risueño al llamar— ¡Mi timbre no hace ese maldito sonido, nunca lo ha hecho! Azzsiraphale; puedes simplemente forzar la puerta con un milagro sin necesidad de tanto puto protocolo.
Crowley volvió a sorber su nariz enrojecida al girar el pomo para abrirle al ángel, que aguardaba educadamente en el umbral, y pareció sorprenderse al encontrarle enfundado en un pijama.
Los ojos del ángel se abrían con una sorpresa que trataba de ocultar. Crowley en pijama era una imagen que nunca pensó en ver, ni siquiera había sido capaz de colocarse los pijamas que tantas veces le había ofrecido en su hogar. Aziraphale había ido a ver al demonio tras sentir pesada su ausencia entre tanto libro que trataba de reparar.
— Era para que me reconocieras, querido, como un tono de llamada como dicen los humanos. — Aziraphale pasó con una sonrisa al interior, sin dejar de mirar a Crowley. — Me gusta más cuando vienes a recibirme al umbral, es encantador. Pero... Crowley, ¿te encuentras bien?
El demonio se adentró en el salón tras haber cerrado la puerta con un murmullo gruñón apenas audible. La sensación de malestar e incómodo cansancio físico al despertar esa mañana le habían obligado a permanecer entre las sábanas en busca de cierto confort; pero ahora que tenía visita y, concretamente, la visita de su individuo favorito, regresar a la cama de la que había salido estaba descartado.
— Perfectamente, angelito— respondió con su tono neutral, alargando la mano hasta uno de sus pulverizadores para distraerse regando. Sin embargo, se sacudió con un estrepitoso estornudo más y el objeto en sus dedos pasó a ser una blanda esponja completamente inútil, que no dudó en arrojar contra el suelo en un arrebato. — ¡Maldita sea! ¡Al cuerno con esto!
Aziraphale se había quedado en aquel saloncito, pero al oír el grito de Crowley tardó un segundo en ir a ver qué había sucedido. Al ángel se le hacía extraño aquellos ataques de rabia que parecía estar padeciendo el demonio, y más acompañado de esos estornudos que parecían el estruendo de la propia tormenta.
— ¿Estás seguro? — el ángel se acercó a él con calma, tomando sus manos con cuidado. Aquel gesto ya le daba más información de la que Crowley le querría decir.
Sus manos ardían y Aziraphale bajó su mirada hasta la unión de estas y luego al rostro de Crowley. Soltó una de sus manos y la llevó a su frente.
— Por todos los ángeles del cielo, Crowley. Estás ardiendo. — Aziraphale por momentos le observó con miedo. — Hay que bajar esa temperatura, no se si es posible descorporizarte si este cuerpo no soporta esas temperaturas.
Crowley balbuceó algo más cercano a la lingua diaboli que a cualquier construcción coherente antes de desistir, con la lengua echa un lío, mientras esas manos reposaban en su piel tan tranquilamente.
— Creo que he pescado algo. Me mojé y me enfrié— habló con la boca pequeña, el nerviosismo abatiendo fácilmente todo rastro de cólera en sus venas— Sin ningún motivo. Sólo lo hice.
— Es lo que suele suceder con estos cuerpos, pasamos muchas de las mismas cosas que los humanos, querido.
Con un siseo, el rubor que comenzaba a extenderse por el rostro del demonio profundizó su color, y se acompañó del sutil trazo de humo emanando de su cabeza y hombros. Ciertamente, comenzaba a sentirse algo mareado a efectos de la desafortunada combinación del tacto del ángel y la fiebre.
— S-Si no te importa, voy a sentarme...— Crowley suspiró, dejando sus caderas reposar en uno de los sofás del salón, e hizo un gesto con su mano para que aquel pudiese hacerlo también tranquilamente.
— ¿No preferirías ir a la cama? — preguntó Aziraphale sin apartar la mirada de él, tomando asiento a su lado. — A mi no me importa quedarme aquí hasta que te mejores, Crowley. Puedo prepararte algo para comer, puedo arroparte si quieres, pero lo mejor sería es que te tumbaras, podrías marearte estando sentado.
El demonio frunció el ceño de manera pronunciada, arrugando el rostro como era común en él cuando se sentía más tierno de lo propio.
— ¿Arroparme? ¡Ángel! —masculló entre dientes, aún más ruborizado por la vergüenza— No soy un bebé.
Crowley dió un pequeño toque acusador con su índice en el pecho de Aziraphale, tratando de lanzar una mirada estrecha y amenazadora. No obstante, era complejo mantener el tipo con tan poca energía, así que cedió ligeramente, dejando salir un gruñido doliente.
— Pero creo que sí regresaré a la cama por ahora...— y se incorporó con cuidado para dar un primer paso con la lentitud de un metal oxidado— Tú como si estuvieras en tu casa, ya lo sabes. Hay bolsas de té en la despensa y yo no bebo esa bazofia.
Aziraphale trataba de mantener el rostro sereno, a pesar de una sonrisa incontrolable que amenazaba con salir. Mordía su labio inferior mientras asentía con la cabeza a sus palabras, pero nada más verle levantase, Aziraphale hizo lo mismo tomandole con cuidado de los brazos para acompañarle al dormitorio.
— Si te dejo solo te vas a hacer daño. Ahora me prepararé un té y veré que te falta en casa o en que puedo ayudar, ¿te parece bien?
— Ngk— convino Crowley, en un sonido estrangulado; y sus piernas arrastraron aquellas zapatillas al compás del ángel a su costado, rumbo al dormitorio.
Aquellas manos firmes alrededor de su cuerpo le estabilizaban agradablemente incluso a efectos del tenue temblor de la fiebre, por lo que omitió las objeciones.
— Este estúpido cuerpo está defectuoso...— gimió una vez llegaron, descansando sobre el mullido colchón y los almohadones. Reptó hasta estar parcialmente bajo las sábanas y la sensación adolorida en su piel le hizo suspirar— Puedes marcharte si estás ocupado con la librería. No me voy a mover de aquí.
— Creo que se llama resfriado, querido. — Aziraphale sonrió en respuesta mientras tapaba al demonio con cuidado. — No me pienso marchar hasta que no mejores, Crowley. La librería está a salvo, y tú lo estarás si me quedo aquí contigo. Vuelvo en un rato, ¿de acuerdo?
Crowley asintió tenuemente bajo la manta y esperó que sus pupilas dilatadas no fuesen demasiado evidentes, seña de la extraña calidez que se arremolinaba en sus entrañas, al recibir aquellas exorbitantes cantidades de cuidado y afecto a las que no habituaba; pero que no le eran tan desagradables como hubiese pensado en un primer lugar.
El ángel volvió a palpar la frente del demonio, antes de echarle una ultima mirada y cerciorarse de que estaba bien tapado. Le dedicó una sonrisa más antes de salir del dormitorio, observando las paredes conforme avanzaba por su hogar.
Era la primera vez que iba a verle, y apenas había contemplado como aquel lugar se parecía tanto a él mismo. Entró a aquel jardín y contempló aquella esponja en mitad de la estancia. Aziraphale chasqueó sus dedos, y retornó a su verdadero aspecto, un pulverizador de agua. El ángel lo tomó en sus manos y su vista se movió hacia las plantas con una sonrisa tierna.
— Os aprecia mucho si os cuida de esta manera, ¿estais contentas? — empezó a murmurar mientras comenzaba a mojarlas con cuidado.
Las hojas de aquellas vibraron en un temblor instintivo, creyendo que sería el pelirrojo el portador del pulverizador; sin embargo, cuando reconocieron la dulce voz cariñosa del ex-principado, sus matas se tranquilizaron, cediendo felizmente a su cuidado. La casa de Crowley acogió a Aziraphale de buena gana, tal y como llegaba a hacerlo en ocasiones su Bentley, desprendiendo un aroma más gentil y resultando menos afilada, como si de una extensión de su dueño se tratase.
El ángel mimó a aquellas plantas, hablándoles con mimo mientras limpiaba y refrescaba sus hojas. Cuando terminó, Aziraphale fue directo a buscar unos paños y algún balde pequeño; la casa parecía responder casi al momento, ayudándole a encontrarlo con facilidad.
Llenó aquel pequeño balde de agua fresca y fue al dormitorio donde Crowley llevaba ya un rato descansando. Se sentó sobre el colchón, a su lado de la cama mientras dejaba todo sobre la mesita de noche, y le contempló. La mirada del ángel se dirigió a su rostro durmiente; tenía sus labios entreabiertos, seguramente a causa de la fiebre.
El ángel humedeció y escurrió el paño para luego acariciar suavemente su rostro con la tela, tratando de no despertarle mientras intentaba refrescarle.
Crowley suspiró ligeramente, aliviado por aquel frío contraste tan agradable y relamió sus labios secos. Tarareó desde el fondo de su garganta y una de sus comisuras se alzó un poco por la reconfortante sensación. El demonio quiso dar una lenta inspiración, para que sus fosas nasales se inundaran con el aroma de Aziraphale, que ya conocía a la perfección y siempre lograba infundirle cierta calma acogedora; motivo por el que también gustaba de pasar tanto tiempo en su local.
— Qué maravilla— musitó cálidamente con una tenue tos, alzando las pestañas lo suficiente para poder mirarle desde su lugar— Gracias, angelito ¿Esta es tu buena acción del día?
— Creo que mi buena acción ha sido cuidar a tus plantas. Crowley, están atemorizadas. — el ángel encaró suavemente una ceja mientras negaba con la cabeza. — ¿Te sientes muy sudado?
Aziraphale preguntó, dejando suavemente el paño sobre su frente que aun ardía, tomando otro de los que había traído mientras esperaba su respuesta.
El demonio emitió un extraño sonido como para restar importancia a la cuestión, volviendo a cerrar los ojos y removiéndose un poco en el almohadón.
— Sólo así permanecen perfectas. Y no seas amable con ellas— recalcó la última parte y recordó clavarle la mirada mientras tanto— No quiero que se relajen.
Alzar la voz por muy pequeño que fuese el cambio, enfatizaba el zumbido en su cabeza, así que Crowley relajó el cuello de nuevo donde debía descansar, resoplando con exasperación. Sabía que dijese lo que dijese, el ángel haría lo que le diese la gana y él tampoco estaba en condiciones para impedirlo.
— Estoy asquerosamente pegajoso— rodó los ojos con una expresión desagradable al hablar— Cuando te marches tal vez me dé una buena ducha de agua fría.
Aziraphale rodó los ojos al oirle, pero cuando enfatizó con volver a estar solo, ceño se frunció. Enderezó su postura antes de levantarse y buscar un cambio de pijama, que dejó a los pies de la cama, volviéndose a sentar.
Con cuidado había abierto la cama, observando como el sudor recorría su piel y se obligó a carraspear y alzar la mirada al rostro del demonio.
— Dejate de tonterias, voy a ayudarte a refrescarte ahora, o no podrás salir de aqui en un mes, sino es que acabas en el infierno antes, idiota.
Se quejó el ángel llevando sus manos con cuidado a los botones de la camisa, desabrochandola.
Crowley se agitó, tensándose con un profundo rubor y llevando una de sus manos a la muñeca de Aziraphale para frenar su obstinado avance.
— ¿Te has vuelto loco? — tartajeó y se vió obligado a tragar saliva— Ni hablar.
Los evidentes nervios se derramaron en su voz al pronunciarse, superado por la naturalidad del ángel aquella tarde, que le estaba jugando malas pasadas a su pobre corazón. Si el resfriado ya ennublaba su juicio e inyectaba calor en su rostro, la cercanía del rubio no colaboraba al respecto; sino que le atolondraba aún más.
Sus orbes amarillos descendieron con cautela a esos dedos que trajinaban con su ropa y, después, se alzaron a la firme mirada de Aziraphale sobre él, que casi parecían regañarle.
— P-Puedo quitarlo sólo— terminó por suspirar, bajando el mentón para llevar sus manos a los botones.
— ¿Desde hace cuánto nos conocemos para que me digas eso? Por... Dios, te he visto desnudo durante siglos en las termas. Tanto en Grecia como en Roma.
Aziraphale se giró conforme se abría la camisa, tomando el paño para comenzar a humedecerlo dentro del balde de agua. De reojo, la mirada del ángel veía como Crowley comenzaba a deshacerse de aquella camisa, mostrando su pecho; el ángel rogó a Dios las fuerzas que necesitaba.
— Quitatela entera, para darte también en la espalda. Empezamos por donde prefieras.
Crowley refunfuñó mientras sus dedos desabotonaban la camisa de su pijama con dificultades por el temblor en sus manos. Encontraba obvio que para Aziraphale aquello pareciese una tontería, porque no conocía los sentimientos que albergaba en su interior y que bullían cada vez que le rozaba. El efecto de la fiebre alteraba los procedimientos en su cerebro de manera extraña: sentía la lengua suelta, y los límites siempre tan remarcados por su propia vergüenza cada vez más ridículos y lejanos.
Su mirada serpenteó sutilmente hacia el ángel mientras deslizaba aquella prenda por su espalda para acabar de retirarla, con cierta curiosidad; sin embargo, tragó saliva cuando le descubrió contemplándole de reojo y enmudeció durante unos instantes.
— Uh —musitó, girando el rostro— Puedes... empezar por la espalda. No alcanzo a hacerlo sólo.
— De acuerdo. Incorporate con cuidado. —Aziraphale le ayudó a incorporarse. El ambiente lo sentía cargado, y diferente a minutos atrás; desconocía si era por las miradas de Crowley, o por aquellos sentimientos que había tratado de mantener a un lado durante siglos.
Aziraphale mordió su labio inferior cuando estuvo observando la espalda del demonio, dandose unos segundos para observar aquella piel pecosa que siempre estaba oculta.
« Son como estrellas...» , pensó para si mismo antes de llevar el paño frio a su cuello; lentamente, Aziraphale pasaba aquel paño con cuidado, arrastrando todo el sudor. Cuando terminó con la zona, volvió a mojar el paño para limpiarlo y lo escurre, volviendo una vez más a su tarea en su espalda.
La piel de Crowley se estremeció bajo el surco de la tela fría en contraste con su temperatura corporal. El demonio bajó la cabeza entre sus hombros y trató de relajarse en los cuidados de Aziraphale; aunque aquel ambiente extrañamente íntimo y tenso, alimentaba el latido que le zumbaba en los oídos. Distrajo las yemas de sus dedos traqueteando su propio muslo y enfocó la poca concentración que le quedaba en disimular los temblores de su columna cosquilleando por las caricias.
— Eso... se siente muy bien— admitió con cautela, suspirando de alivio; aún sin atreverse a girar a mirarle— Te agradezco que hagas esto por mí, Aziraphale.
— No tienes que agradecer nada... Harías lo mismo por mi. — su voz salió en un susurro. Esperaba que esas palabras pronunciadas fueran real, quería creer que él lo haría sinceramente, y más, después de los acontecimientos previos al Armaggedon.
El dedo de su meñique, rozó suavemente la piel de Crowley por error, apartando la mano como si se quemase al llegar a la parte baja de su espalda.
— Ya está, vamos por delante.
El demonio se sobresaltó ligeramente en respuesta a aquel roce, dejando salir un tenue suspiro. La incomodidad física del resfriado parecía amortiguarse alegremente con los toques fantasmales de Aziraphale cerca de su espina dorsal y Crowley tragó saliva sutilmente, antes de obedecer con un asentimiento.
Se giró para estar frente al ángel y enderezó su cuerpo lo más apropiadamente posible, mirando atentamente cuál sería el próximo movimiento de aquel trapo entre sus manos. Su propia piel parecía estar llamándole a gritos y ese confuso ambiente le embriagaba con facilidad por su patética fortaleza psíquica en aquellos instantes. Crowley comenzaba a sentirse audaz y sus ojos amarillos ascendieron en busca de los de Aziraphale, silenciosamente.
— Ahora puedes apoyarte si quieres sobre el cabecero. — Aziraphale trató de sonar amable con el temblor de su voz azotandole por momentos.
Nuevamente, repitió el movimiento, mojando y escurriendo el paño antes de girarse y observar a Crowley. El demonio le contemplaba y él simplemente suspiró en silencio ante aquella mirada.
Apretó su mandíbula y alzó su brazo hasta rozar el paño sobre su cuello, bajando lentamente por su pecho. Su mirada bajó hasta sus movimientos, viendo como el sudor relucía y simplemente desaparecían aquellas gotas bajo su toque. Su cuerpo reaccionaba, y el de Aziraphale tambien cuando su mirada se fijaba en aquellos puntos que no debía; en como su piel se encendía, en como su pecho ascendía irregular, o como reaccionaban sus pezones al pasar el paño encima de estos.
Crowley no retiró sus orbes del sendero que fueron tomando sus gentiles manos en la tarea, atrapado en la bruma cálida que parecía rodearles, tal vez por su propia temperatura corporal o, tal vez por el efecto que aquellas caricias tenían en sus organismos. Podía atisbar las sutiles reacciones también en el sistema de Aziraphale. Su trazo se había vuelto más lento, como si se deleitase con el recorrido; también su respiración parecía más pesada y su nuez subió y bajó deliciosamente cuando tragó saliva.
El demonio descansó la espalda en el cabecero, tal y como su querido cuidador le había instruido y jadeó al roce áspero del trapo húmedo y frío sobre sus pezones. Mordió su labio inferior con fuerza para contener los suspiros que algo así podría arrancarle y su primera idea habría sido desviar la mirada y esperar a que aquello terminase. No obstante, cuando comenzó a aprender que aquellos orbes celestes seguían los contornos de su anatomía con más atención de la debida, Crowley se atrevió a ser más desvergonzado y a entreabrir la boca para dejar salir su voz, mientras una de sus manos ascendía cautelosamente al puño de la manga de Aziraphale, aferrándose a ella en un delicado pellizco.
Aziraphale no se atrevió a alzar la mirada hacia Crowley cuando escuchó su voz, ni siquiera cuando se aferró al puño de su camisa. Tragó con fuerza y apretó su mandíbula mientras el movimiento se centró en su pecho. Su mano se movió lentamente y la tela seguía rozando sus pezones para ser luego su pulgar el que terminaba por rozar su piel; sentía su tacto y su dureza, haciendo remover en su interior demasiadas cosas.
— Voy... Voy a bajar... — Aziraphale alzó la mirada unos segundos para luego ver cómo su mano trazaba un camino hacia su vientre.
La húmeda sensación de aquel trapo fue sustituido por el cauteloso roce de las yemas de sus dedos y Crowley echó la cabeza hacia atrás, siseando entre dientes en respuesta a la descarga eléctrica que eso enviaba por todo su cuerpo.
— Hace cosquillas— el demonio suspiró con el espectro de una sonrisa, mientras sus orbes comprobaban el lento descenso por su abdomen, que le revolvía con un hormigueo que conocía perfectamente.
El pequeño agarre en el puño de la camisa de Aziraphale se transformó en un toque superficial hasta la mano que se ocupaba de dirigir el paño, ahora sobre su esternón; y Crowley la abordó con sus dedos lentamente, acariciándole los nudillos al ángel en el proceso, hasta asentarse sobre ella. Buscó su mirada celeste inclinándose más cerca, a la espera de poder atisbar su respuesta a aquel movimiento delator.
— ¿Prefieres que continúe yo?
— N-No... — su mano tembló unos segundos al sentir su calidez sobre su piel y alzó la mirada hacia Crowley. Sus ojos azules estaban abiertos, tenían miedo de hacer algo que él no quisiera, dudaba de sus propias emociones y deseaba continuar con su trabajo. — Déjate cuidar, Crowley.
Aziraphale cambió el paño de mano, girando su mano para unir sus palmas y enlazar sus dedos. Su otra mano, humedeció el paño una vez más, estrujandolo con un poco de dificultad mientras sus orbes no se despegaban de él y de su cuerpo.
El ángel ladeó su rostro descendiendo a su vientre bajo y limpiando sus costados mientras rozaba la gomilla de su pantalón.
— Tendré... Tendré que limpiar aquí tambien...
El aliento de Crowley revoloteó en sus labios por la anticipación y su mirada se enterneció con un brillo de necesidad, contemplando a aquella mano que cuidaba su cuerpo en tal situación de vulnerabilidad. Mantuvo sus dedos entrelazados con la otra y una sonrisa leve se posó en su boca.
— Seré tu paciente por hoy— bromeó en un suspiro. El descenso audaz de aquel trazo húmedo en su piel hasta aquella zona le coloreó las mejillas y el demonio no pudo disimular la sorpresa en sus facciones— Estoy en tus manos, ángel. Puedes... puedes hacer lo que quieras, lo que veas conveniente.
Dirigió sus propias manos a su pantalón, comenzando a retirarlo obedientemente por sus caderas, tal y como había hecho con la parte superior de su pijama. Lo cierto es que no tenía muchas fuerzas pero, al menos, quería colaborar mínimamente con aquel esfuerzo que Aziraphale estaba haciendo por asearle y cuidarle.
El ángel le ayudó a retirar su ropa suspirando al sentir en el tacto la humedad del propio sudor.
— Te ibas a constipar y bien, Crowley. Esto está realmente húmedo. — murmuró volviendo la vista a él con preocupación.
Tenía su visto bueno, asique al haber soltado su mano para ayudarle, tomó con su derecha nuevamente el paño comenzando a pasarlo por su bajo vientre hace su muslo. Aziraphale contuvo el aliento, y trató de no poner atención en su miembro.
Crowley estaba enfermo, no se encontraba bien y sin embargo, él tenía que estar prestando atención a eso. « Soy un idiota... Un maldito ángel estupido...», gruñó para si mismo en su mente. Sus mejillas estaban encendidas, tratando de concentrarse en su trabajo.
Por su parte, el demonio optó por cerrar los ojos durante unos instantes, con la expresión arrugada. El avance fresco del paño por su piel ardiendo, desde sus caderas hasta el inicio de su muslo, rodeando su ingle con cautela, le hacía estremecer con fuerza. Enfocó toda su difusa concentración en no pensar demasiado en la manera en que su carne reaccionaba, anhelando más caricias de Aziraphale.
Estando desnudo frente a él, la erección que amenazaba con presentarse en su miembro sería delatora y tremendamente vergonzosa, cuanto menos. Asustaría al ángel o perdería su confianza si se permitía mostrase así, por lo que, en parte, agradeció que su cuerpo no estuviese en todos sus cabales por la fiebre.
— Es que hace mucho calor — musitó como excusa, bajando el mentón cuando la calidez en su propio rostro comenzó a ser insoportable. Dió una profunda inspiración de aire para aplacar su nerviosismo con otros pensamientos; no obstante, cuando el contacto de Aziraphale se deslizó por su muslo interno, dejó salir un débil jadeo y su entrepierna empezó a despertar lentamente.
—Estás ardiendo ahora mismo, Crowley. — afirmó el ángel, y aunque hablaba de su fiebre, él mismo podria asegurar que ardía de tan solo ver al demonio retorcerse de aquella manera.
Su vista no pudo más, y observó de reojo su miembro, que se endurecía bajo su roce; aquel jadeo tampoco le ayudaba. Aziraphale mantuvo su mano sobre la tela cercana a su entrepierna, con los labios entreabiertos, tratando de humedecerlos con su lengua. Sentía su boca seca, y sus pensamientos habían divagado hasta tal punto de imaginar que se sentiría al tenerlo en su boca; que si ante el sudor, su sabor sería diferente, o incluso si le lograría llenar y no tomarle por completo.
Su propio cuerpo reaccionó y avergonzado, Aziraphale apartó la mirada.
— Voy... Voy a cogerte un cambio de ropa interior, no tomé ninguno. — una excusa barata, pero ni siquiera era capaz de levantarse de su lado.
Crowley alcanzó su antebrazo con cautela, a pesar del temblor de sus dedos. La temperatura y la difusa neblina en su mente eran sofocantes, por lo que mantuvo los labios entreabiertos para poder ejecutar apropiadamente su pesada respiración.
— Espera, Aziraphale— supo que al nombrarle había escapado un seseo a causa de su lengua perezosa. Osado como si estuviese ebrio del efecto del ángel en su cuerpo, tiró un poco de su agarre— Quédate aquí.
El demonio buscó sus ojos tras susurrar la petición, temiendo su rechazo; pero no queriendo acabar con la magnética proximidad entre ellos, o que su contacto le abandonase. Sus mejillas se calentaron ante el cosquilleo entre sus piernas, ocasionado por su entrepierna, que se endurecía más y más si se regodeaba en lo mucho que deseaba que Aziraphale continuase explorando. Rezó porque aquel no bajase la mirada para averiguarlo, y se atrevió a acercarle más a sí, tirando de su brazo con la fuerza que tenía en los músculos.
Claro que se quedaría, por supuesto que lo haría.
Aziraphale contuvo un jadeó cuando sintió su cuerpo tan cerca del suyo. A pesar de él si llevar ropa, podía sentir su roce y calidez. Tragó lentamente y buscó su mirada, culpable de los sentimientos que tenía.
— Crowley, esto es... Es difícil. — murmuró en voz baja. — No estás en condiciones y, ni siquiera sé si eres consciente del todo de... Esto. Y estoy... Estoy teniendo millones de pensamientos impuros... Deja que te vista de nuevo, y... — Aziraphale se trababa mientras hablaba, nervioso.
Crowley frunció las cejas, esforzándose por seguir todo lo que tartajeaba. No obstante, le era casi imposible centrarse en algo más que su desnudez presionando contra el cuerpo aún vestido del ángel, en la pesadez de su respiración y en el anhelo que le aturdía la mente.
— Por favor, Aziraphale. No puedes marcharte— pidió, rodeándole con uno de sus brazos al encorvarse más cerca él, y descansando su frente en el hueco de su cuello— Debe haberme subido la fiebre..., haces que tenga demasiado calor. Es una sensación muy extraña...
Las protestas del demonio se tornaron suaves balbuceos, mientras su cuerpo buscaba pegarse aún más al ex-principado. Sus caderas temblaron cuando el roce de su erección contra alguna tela envió una oleada de placer a lo largo de su columna, arrancándole un gemido estrangulado y haciéndole querer mecerse más contra él.
— ¿Puedes ayudarme? —susurró cerca de su oído, llevando las manos a su torso para palpar sobre el chaleco.
Aziraphale sintió como sus oidos pitaban por momentos cuando el calor se concentró en sus mejillas. Crowley gimió, y el ángel sabía que aquello era su perdición.
Sus ojos se entrecerraron mientras oía su voz, dejándose tocar mientras sentía que se mareaba de aquel abrupto placer que comenzaba a rodearle.
—Perdoname mañana... — susurró en su oido cuando su mano se acercó a su miembro semierecto, se encontraba húmedo y él lo tomó con una fingida seguridad, moviendo su mano lentamente, a la espera de provocarle placer.— Mi dulce Crowley... No pienses que me quiero aprovechar de ti ahora...
Las caderas del demonio tartamudearon en las primeras estocadas, y todo su cuerpo se estremeció al oír a Aziraphale hablarle cerca del oído con su habitual melosidad.
— No digas tonterías— construyó entre algún gemido, dejando su rostro caliente protegido en el hueco del cuello del ángel— ¿No crees que... soy yo el que se ha aprovechado de ti, en todo caso? Reaccionando como un depravado a tus manos amables.
Sus dedos bajaron por la suave tela del chaleco que abrazaba su torso elegantemente y continuaron su descenso, con un trazo aturdido; mientras su propio cuerpo se calentaba con la maravillosa atención recibida.
— Déjame compensarte— añadió, en busca de su cinturón.
— N-No es necesario, Crowley, estas... — Aziraphale gimió cuando sus manos le tocaron por encima del pantalón a conciencia, mientras deshacía su cinturón. — No quiero que empeores si te sobresfuerzas...
El ángel se acomodó en la cama, protegiendole con su cuerpo para mantener su temperatura a raya; estaba completamente desnudo, erecto y su mano no dejaba de mecerse, de masturbarle con cierta intensidad a cada que reaccionaba a su toque. Aziraphale besaba su cabello, cerrando sus ojos mientras trataba de recordar en su mente la forma que creaba en su mano.
Crowley dejó que su nuca descansase en la almohada y se relajó a merced de aquellos roces. Sentía los párpados pesados por el candor en su rostro; pero la vista a la altura de sus caderas era demasiado fascinante como para cerrar los ojos. La manera en que aquellos dedos se envolvían alrededor de su miembro y taimaban su delicioso vaivén, le secaba la boca. Juraría que podría descorporizarse si pensaba demasiado en que era aquel por el que había aflorado intensos sentimientos durante tanto tiempo, quien se encontraba entonces acariciándole.
Suspiró su nombre y dudó si obedecer, para finalmente decantarse por seguir tanteando la entrepierna de Aziraphale con su mano, descendiendo para palparle por encima de la tela, y buscando el contorno de la erección que comenzaba a ser más evidente.
— Por todos los angeles... — gimió Aziraphale cuando su mano alcanzó la erección que trataba de ignorar en su cuerpo.
Era un hecho de que Crowley le excitaba, le volvía loco y haría cualquier cosa por él. Pero las circunstancias sabía que no acompañaban, sin embargo, aquel demonio tentador hacia una vez más de las suyas.
Su mano subía y bajaba, pero una vez al ascender, sus dedos estimulaban su glande, sintiendo la humedad en él. Provocó que Crowley se retorciese sobre las sábanas, dejando escapar sus gemidos de necesidad con mayor libertad. Su respiración era cada vez más irregular, como indicador de la construcción de placer cada vez más intensa.
Aún así, el demonio se las apañó para desabrochar su cinturón y poder colarse bajo la protección del pantalón claro de Aziraphale, acariciándole entonces sobre la tela de su ropa interior. Identificar la evidente excitación del ángel en su tacto le hizo jadear, acrecentando aquel anhelo en su cuerpo, que burbujeaba como una furiosa caldera.
— ¿Quién lo diría? — Crowley habló con una risa débil, buscando su oído. No ocultó los lascivos sonidos que se infiltraban entre sus palabras, disfrutando con suspirárselos desvergonzadamente— Con lo comedido que parecías ser, Aziraphale...
— Es solo que hay cosas que no conoces de mi, como esto... — gruñó suavemente entre jadeos. Las caderas del ángel buscaron un ansiado contacto cuando su mano le sostuvo. — Deja que me lo quite, no quiero que se manche...
Aziraphale gimió bajo su toque, apoyando su cabeza sobre la de Crowley. Sus mejillas poco a poco subían de tonalidad, a la misma vez que sus jadeos se hacían mucho más evidentes.
— ¿Hm? —preguntó aquel con picardía, con sus dedos aferrándose a su forma más insistentemente, intensificando sus caricias sobre la tela— Oh, pero no tengo planes de parar...
El demonio se abstuvo de deslizar su lengua por el contorno de su mandíbula, apetitoso y cercano a él, para evitar contagiarle de aquel molesto resfriado; sin embargo, no quiso perder detalle de las reacciones del rostro de Aziraphale o del movimiento de su mano entre sus piernas desnudas.
— ¿Qué harás al respecto? — Jadeó contra su piel. Crowley sabía que cuando su mente atolondrada volviese a la normalidad, condenaría aquella lengua suelta y descarada; pero, en esos momentos, la situación era demasiado impúdica como para ser tímido.
Aziraphale trataba de mantener la calma, trataba de masturbarle, pero que Dios bajara y le viese que cuando comenzó a mover aquel demonio su mano para estimularle, el ángel perdió por completo el oremus.
Gemía con voz profunda, tratando de seguir con su movimiento, pero Aziraphale se estaba perdiendo en aquel placer tan ansiado que le estaba regalando Crowley.
— Recuerda esto mañana, por favor...
El demonio sonrió tenuemente y trató de concentrarse en seguir complaciéndole, sintiendo cómo sus entrañas reaccionaban a los sonidos que abandonaban aquellos labios. Simuló estocadas alrededor del miembro del ángel y alzó la mirada hasta las facciones de aquel ligeramente más incorporado. Las mejillas de Aziraphale estaban enrojecidas y sus ojos tenían un brillo que jamás había visto en ellos y no sabría identificar, pero resultaban el más enigmático de los espectáculos.
Crowley movió sus caderas para conseguir alguna fricción aunque fuese contra su piel y suspiró acaloradamente cuando su miembro tembloroso se encontró con la aspereza del pantalón.
— C-Crowley, pa- — Aziraphale trataba de hablar entre gemidos, a tal punto que apenas podía acabar sus frases. Su mano buscaba de nuevo su miembro para tocarle lentamente. Su mirada buscó la suya afilada, que ahora le contemplaba aturdido por la fiebre.
El ángel se humedeció los labios, para luego juntas suavemente su piel contra los labios hinchados del demonio, un beso casto que le hizo suspirar unos segundos. Le contempló, suspirando sobre sus labios.
— Se dice... Se dice que si le pasas el resfriado a alguien más, te mejorarás...
Una de las manos de Crowley subió hasta la nuca del rubio, acariciando algunos de los rizos al inicio de su cabello.
— Ángel— suspiró en un tenue regaño contra su boca— Idiota, te vas a contagiar.
A pesar de todo, el rojo propagándose por sus mejillas delataba el innegable efecto que había tenido en su cuerpo aquel contacto, con el que tanto había fantaseado a lo largo de aquellos siglos. Por ello, no pudo resistirse a besarle de nuevo, rozando sus labios más lentamente, para disfrutar apropiadamente de la sensación; por si se trataba de un delirio febril que se habría esfumado a la mañana siguiente.
— No pares...— Crowley continuó masturbándole; y la mano que mimaba su nuca bajó a tomarle la muñeca para guiarle cuidadosamente hasta la enrojecida erección entre sus piernas— Por favor.
Aziraphale asintió, cerrando sus ojos unos segundos cuando volvió a unir sus labios en un delicado beso, separándose unos segundos para respirar, y volviendolos a apresar una y otra vez. La mano que el demonio depositó en su miembro se movió con rapidez, sintiendo como la excitación había logrado que creciera y se endureciera lo suficiente como él mismo.
El ángel gemía su nombre en susurros, sabiendo que culminaría en su ropa interior si seguía así, o que incluso, Crowley mancharía su ropa; pero en aquel momento, le daba todo igual, solo quería ahogar su voz y disfrutar de sus sonidos.
Las caderas del demonio se sacudieron con algunos espasmos cuando la estimulación contundente regresó y la poca cordura que preservaba la voz en su garganta desapareció, liberando sus gemidos de manera más desesperada.
Volvían a estar cubiertos de sudor y el ambiente en la habitación se había cargado de aquella acalorada libídine. Si Crowley ya estaba ligeramente mareado por los síntomas, la alta temperatura en su cuerpo y la cálida bruma de sus alientos mezclados le aturdían al punto de creerse cerca del desmayo y; sin embargo, el placer invadiéndole se sentía incluso más enloquecedor en aquellas difusas circunstancias.
Se apiadó del ángel y finalmente coló la mano bajo su ropa interior para poder brindarle un toque más áspero y efectivo, con el que pudiera llevarle al orgasmo, del mismo modo que Aziraphale lo estaba consiguiendo para él con un éxito casi tortuoso.
El movimiento de su mano se hacia más intenso a la vez que sus gemidos se perdían en su garganta, disfrutando de la calidez que le envolvió esta vez contra su piel. Aziraphale se contrajo sin poder aguantarlo más, gimiendo el nombre de su demonio cuando alcanzó el orgasmo. Su mano acariciaba y estimulaba una vez más su glande para luego tomar su largura hasta que culminase su placer.
Cuando Crowley sintió que su abdomen se manchaba con los cálidos fluidos del ángel, aquello fue la gota que colmó el vaso y llegó a su propio clímax enseguida, estirando el cuello para echar la cabeza hacia atrás ligeramente y descansarla sobre la almohada, con los dientes apretados. Su organismo tembló en pequeños espasmos en consecuencia durante los primeros segundos y, en cuanto su mente se esclareció, buscó el rostro de Aziraphale con la mirada.
— Debo admitir que me siento mucho mejor... —susurró con una sonrisa tomándole la boca, a la par que estiraba su mano limpia para acariciar la tierna mejilla del ángel, cálida por el rubor— Aunque estoy un poco mareado.
A pesar de que el sudor hacía que su cuerpo caliente se estremeciese con algunos escalofríos; parecía mucho más ligero después de aquella liberación, como si flotase en una nube o tuviese la cabeza llena de aire.
— Procura que no te ponga las manos encima cuando esté bien— el tono de la advertencia fue divertido y Crowley cerró los ojos con un suspiro.
— Esperaba que lo hicieras... — murmuró para sí mismo el ángel, acariciando el rostro de Crowley con su mano limpia.
Aziraphale contempló el rostro que ahora trataba de descansar, junto con el desastre que era su cuerpo y su ropa, y volvió a ruborizarse. En un movimiento de manos, obró un milagro pequeño; dejó la cama recogida, su cuerpo limpio y seco y lo arropó.
Volvió a tomar asiento a su lado, abriéndose la chaquetilla y dejandola a un lado. Abrió los primeros botones de su camisa, y se apoyó sobre su brazo, observando a Crowley.
— Podía haber hecho esto antes... Pero quería tocarte, al menos... Tener una excusa para hacerlo, perdóname...
El demonio alzó las pestañas para mirarle con una sonrisa algo cansada y se le coloreó la nariz tras oír su confesión.
—Qué ángel más astuto— su mano buscó de nuevo su mejilla para acariciarla con delicadeza y después, deslizó los dedos bajo el mentón de Aziraphale, acunando su barbilla suavemente— Sólo tenías que pedir lo que sea que quisieras... No podría haberte negado nada...
Crowley trató de alzar un poco su propia cabeza y arrimarle para acoger sus labios en un beso superficial y casto, que duró unas décimas de segundo antes de que volviese a descansar la espalda.
— Gracias por ordenar todo esto— añadió con una risa, a la vista de la desaparición del caos en la cama con el milagro del ángel.
— Es lo minimo. — Aziraphale sonrió, aun sintiendo los besos en su boca. Se inclinó y besó su frente, cerrando los ojos. — Descansa, querido... Quiero que te recuperes.
Abrió sus orbes celestes y contempló de cerca el perfil de Crowley, sin ser capaz de borrar su sonrisa de su rostro.
— Ire a seguir ordenando y a prepararte algo para que comas, no me iré a ningún lado hasta que me grites a todo pulmón por ello.
Crowley mantuvo su expresión relajada con una pequeña sonrisa cómoda tras aquel atento cuidado al que definitivamente podría acostumbrarse; pocas veces se había dejado ver tan apaciguado y en aquellos momentos, juraría que si fuese un animal doméstico, se encontraría ronroneando felizmente. Era incapaz de borrar aquella boba sonrisa de su boca mientras observaba al ángel con su cómodo atuendo, encargándose de él con tal cariño.
— No sé si quiero recuperarme— bufó con cierta sorna, tapándose bien bajo aquellas sábanas recién milagreadas— De hecho, creo que tendría que enfermar más a menudo.
A Crowley no le importó que Aziraphale no le hubiese oído, pues había desaparecido rápidamente por el marco de la puerta para ponerse manos a la obra con aquella labor. Sólo cerró los ojos con cautela, y se acurrucó un poco más, hundiendo la nariz en aquellas telas a la altura de sus labios para poder inspirar bien el aroma que habían adquirido, un perfume que conocía a la perfección y siempre lograba hacerle sentir mejor.
Oyendo de lejos el sutil tintineo de los utensilios que el ángel removía a su antojo, terminó de relajar su cuerpo y de sumergirse en el plácido sueño que tanto necesitaba.
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