「✦」Huye. Quédate [Serial Killer Husbands]


Cale Erendreich y Martin Whitly han sido una pareja de socios en el mundo del crimen por un tiempo, hasta componer una extraña amistad. Cuando Whitly es detenido y Erendreich mueve sus hilos para sacarle de allí, deciden buscar un paradero más remoto y comenzar su vida juntos en la cabaña de Cale en los bosques nevados de Sandy.  En aquel ambiente, su relación pasa a una fase mucho más compleja. Martin ha tenido mucho tiempo para pensar durante el encierro, y entre ellos afloran sentimientos nuevos; sin embargo, ninguno tiene planes de ceder al completo

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Universo alternativo con dinámica de Cómplices criminales, en la que ambos son asesinos perseguidos por la ley, de la mano de

◆══Martin Whitly (Michael Sheen en Prodigal Son) ══◆

 Médico de renombre y gran carisma. Es un asesino en serie motivado por su interés en la disección, al que conocen como "El Cirujano" e inculpan de 23 asesinatos. 


◆══Cale Erendreich (David Tennant en Bad Samaritan) ══◆

Asesino en serie, multimillonario. Tiene gusto por "amaestrar" a sus víctimas antes de matarlas, por una obsesión con el control que arrastra a raíz de traumas infantiles. 

(En definitiva, un matrimonio muy sano 🥰🥰)


[Contenidos- TW! : smut, dinámicas de dominancia,  son versátiles, porque ambos roles funcionan; Martin es padre y Cale tiene daddy issues akcxhjsk y bueno ya sabéis son personajes turbios e intentamos ser fieles ... xd]


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" Huye. Quédate"

Las ruedas derraparon ligeramente al dar la curva, por la velocidad que había tomado el Maserati, aún con el volante bajo una de sus manos autoritarias. Con la otra mano, Cale pulsó algunos ajustes en la pantalla del vehículo, para cerciorarse de estar siguiendo la dirección apropiadamente.

— Me importa una mierda, Mitchell— gruñó al teléfono que retenía entre la mejilla y el hombro— Soluciónalo. Estoy a dos minutos.

Y colgó, antes de dejar caer el dispositivo en el sillón del copiloto con un resoplo de amargura. Por entonces, estaba seguro de que el Hospital Psiquiátrico de Claremont estaría recibiendo una convincente llamada con el soborno correspondiente (o alguna extorsión que él mismo se había encargado de gestionar como segunda alternativa); para contribuir con sus planes. Tendría luz verde para sacar de allí a su socio, cómplice, o simplemente individuo que le era útil, no importaba la etiqueta exacta. La categoría de su relación no era lo más relevante en aquellos momentos.

Erendreich frenó contundentemente cuando llegó frente a la garita de vigilancia en la puerta y bajó la ventanilla.

— Vengo a recoger a Whitley. Martin Whitley— informó sólo por protocolo.

Ya sabían que venía y también quién era. Lo notó por atisbar de reojo la silueta del individuo que buscaba, saliendo por la puerta trasera, escoltado por un guardia hasta la verja que habría de abrirse para que pudiera subir al coche, tal y como debía suceder. Le retiraron las esposas y aquel no tardó en dirigirse al vehículo y entrar por la puerta del copiloto, de modo que Cale pudiera arrancar de nuevo.

— Qué puta vergüenza— El castaño le dedicó una mirada asesina de reojo, conduciendo a algún callejón en el que pudiera detenerse para conversar. Le había guardado esas palabras aquellos meses que había estado recluido. Lo cierto es que podría haber ido a buscarle y liberarle el mismo día, pero Cale consideró que debía ser aleccionado por bajar la guardia— Vendido por tu propio hijo como un imbécil ¿no te lo veías venir?

— Por supuesto que no lo vi venir. Sonaba muy convencido esta vez, y por un momento pensé que se vendría a este lado. — Martin suspiró mientras masajeaba sus muñecas, manteniendo su mandíbula apretada aún por la rabia. — Me dijo que trabajaría conmigo, que éramos iguales. Es el sueño de todo padre, vamos.

Cale resopló después de terminar de poner el freno de mano, y mantuvo su ceño fruncido al frente. Negó ligeramente con la cabeza y presionó el interior de su mejilla con la lengua, guardando silencio durante unos segundos. "No de todos los padres" pensó, pero no lo pronunció.

— Esas ataduras emocionales no harán nada por ti— chistó con el labio en una mueca—Sólo conducirte a más trampas de la puta policía.

Deslizó su mirada castaña hasta la pantalla del vehículo y toqueteó algunos ajustes, en busca de aquella nueva ruta que seguirían.

— Caerán, está en su sangre. —suspiró profundamente, sonriendo a medio lado mientras contemplaba como Cale tocaba aquella maldita pantalla.— Mi hija debía de verse preciosa cuando lo hizo. Una pena que solo lo pueda saber de otro. ¿A dónde demonios vamos a ir?

El castaño enarcó una ceja y giró el rostro a mirarle con altanería.

— ¿Te gusta la nieve? — una de sus comisuras se alzó cortamente al seleccionar la ruta y retomar su atención a los mandos.

Arrancó el vehículo de nuevo y pisó el acelerador. A pesar de que les esperaba un trayecto largo; una vez estuvieran en su cómoda cabaña en Sandy, a kilómetros y kilómetros de allí, rodeados de bonito bosque y paisaje blanco, lo agradecerían.

Martin observaba las vistas desde la ventanilla, Cale no había sido muy especifico, pero sabía que aquello iba a ser bueno para los dos; pasar desapercibidos un tiempo hasta poder volver a atacar. Necesitaban espacio, un plan y un nuevo lugar donde nadie les conocieran.

— Supongo que estaremos un tiempo sin movernos, ¿no?

— Al menos hasta que nos recuperemos del susto— le respondió, lanzándole una mirada de reojo cargada de ácido— Estás muy callado, Whitly ¿Todos tus chistes de mierda se han quedado en ese hospital?

No es que a Erendreich le gustasen, sobre todo al principio, le había encontrado específicamente fastidioso; pero había llegado a acostumbrarse a su forma de ser de alguna manera remota. Si algo sabía es que aquel era el más charlatán de los dos y muchas veces a él le bastaba con escuchar.

— La decepción supongo. Eso ha pasado. — Martin suspiró hastiado, resoplando antes de girar el rostro hacia él. — Sinceramente, me apetece hablar de la anatomía y en cómo podría separar tan delicadamente la carne del hueso hasta que quedase tan limpio como si fuera un trozo de carne de res. Pero no, tenemos que estar aquí, en un maldito coche conduciendo a la maldita nada. No voy a poder hacer mis estudios, Cale.

El castaño arrugó la cara y aprovechó el trecho recto para acelerar algo más.

— Venga ya, sabes que puedes tener todas las comodidades que quieras— bufó, poniendo un poco los ojos en blanco— Podría meterte en un hospital a trabajar si quisiese, incluso.

Tenía dinero suficiente para ello, al igual que para ejecutar todos los trucos que hiciese falta. Él mismo había adoptado varias identidades falsas desde que estaba en busca y captura, sin titubear; tal y como había hecho hace tantos años para abandonar su primer apellido por aquel con el que Martin le conoció.

— Pero antes de eso, una ducha, o no me acercaré a ti a menos de cinco metros

— Eres tan agradable cuando no quieres, no quepo de gozo en mi al oirte.

Aquel día en carretera fue tranquilo y el viaje fluido, más allá de algunas paradas cada 200 km. Aunque seguían resguardados por la calidez del coche, cuando se aproximaron a su destino, las bajas temperaturas se hicieron evidentes en el exterior. Algunos débiles copos de nieve aterrizaron en el parabrisas mientras se adentraban en los primeros tramos de carretera rodeados de bosque y, para cuando estuvieron aparcando frente a aquella moderna cabaña, la gruesa capa blanca cubría todo lo que tenían alrededor.

Cale tomó el abrigo que había dejado en los asientos de atrás y se lo colocó, indicando con un gesto del mentón que también había traído uno para su compañero; antes de salir del vehículo.

Martin se colocó el abrigo y salió del coche, colocándose incluso el gorro que este incluía. Observó la cabaña con cierta fascinación, el lugar era bonito, era apartado, y sus mayores fantasías se agolpaban en su retorcida mente, pero aunque Erendreich lo jurase, no podrían actuar sin levantar sospechas de ningún tipo.

Con la nariz ya rojiza, Whitly caminó hacia la cabaña, sintiendo un escalofrío cuando se quedó al lado de la puerta a la espera de que abriese.

— Me voy a convertir yo en un cadáver, mueve el culo.

El más esbelto gruñó y acercó el sensor de su llave para desbloquear la cerradura, activando las luces y calefacción del interior de la casa automáticamente. Suspiró cómodamente al entrar finalmente a su hogar y se dejó descansar sobre el sofá, frente al televisor. Tenía el cuerpo agarrotado por las horas de conducción y, aunque nunca lo fuese a admitir; tener a su compañero de vuelta finalmente le permitió liberar la tensión en sus músculos desde que había iniciado la operación de rescate, temprano en la mañana.

— Baño. Ya. Tienes un pijama en la habitación de la izquierda— Cale estiró el brazo en dirección a uno de los pasillos, mientras su otra mano deslizaba la cremallera del abrigo— Después de este fastidio, lo mínimo que merezco es que huelas a putas rosas.

— Eres un gruñón, no se como te aguanto. — Martin le dedicó una peineta conforme se quitaba el chaquetón. — A lo mejor me la casco, ni se te ocurra entrar.

Su rostro se giró en dirección al pasillo, comenzando a desnudarse mientras caminaba y entraba en el baño; a esas alturas, solo quedaba su ropa interior que no tardó demasiado en abandonar su cuerpo.

El de pelo grisáceo abrió el grifo del agua caliente, dejando atemperar la temperatura para pasar por la mampara transparente. Un gemido de placer abandonó sus labios cuando el agua golpeó su fría piel, cerrando los ojos para disfrutar de aquella sensación.

Desde el salón, Cale suspiró con fuerza y arrugó el ceño más ante el silencio posterior. Terminó de deslizar el chaquetón por sus brazos y lo arrojó a cualquier parte con su mirada aburrida posada en el televisor apagado durante un breve instante, antes de que llegara a sus curiosos oídos el sonido del agua en el baño.

Su mirada castaña surcó los elementos de la habitación cautelosamente mientras una diabólica ocurrencia se atrevía a aflorar en sus pensamientos y, después de algunos momentos de reticencia, Cale volvió a incorporarse y a dirigir sus pasos al pasillo.

Siempre había sido sigiloso, por lo que no fue difícil entrar en la habitación sin hacer ruido. Contempló que su compañero estaba entonces de espaldas a la puerta y alzó ligeramente una de sus comisuras, mientras sus dedos remangaban su camisa oscura. Al retirar la mampara, se inclinó suavemente más cerca de aquel cuerpo y alargó su brazo al pequeño estante frente a aquellos ojos azules, en el que rezaba su champú favorito, elegido exquisitamente.

— Permíteme— susurró sobre el oído del mayor, disfrutando de cómo sus músculos se tensaban bajo su otra mano, sobre la carne de aquel hombro húmedo, probablemente por el exalto— Te lavaré el cabello como más me gusta ¿hm?

Un jadeo escapó de entre los labios del peligris, abriendo los ojos sobresaltado. Sentía caliente la palma de Cale sobre su cuerpo y buscó su mirada de reojo.

— ¿Tendría que haber sido más directo para decirte que no entrases...? Pero... No te negaré que agradeceré ese detalle si lo haces. — murmuró en un tono más bajo, quedando bajo las manos del azabache.

Aquel sonrió en una sutil mueca, mientras sus esbeltos dedos se cubrían con el producto y buscaban los rizos mojados de Martin, acariciando su cuero cabelludo.

— Qué bueno eres— le congratuló, concentrándose entonces en la tarea— Tal vez si no me lo hubieses prohibido, no estaría aquí.

Cale suspiró por la nariz una pequeña risa, pues siempre disfrutaba de jugar con el peligris. Aún así, le estimulaba ver a Whitly aceptar sus pequeñas manías sólo porque conocía lo mucho que le reconfortaba el control a causa de su pasado; o quizá, porque ello le infundase cierta paz también a él.

Martin cerró sus ojos una vez más, tratando de apartar aquellas palabras reconfortables que murmuraba Erendreich, palabras que le hacían sentir vulnerable. Sus labios se entreabrieron, suspirando cuando el movimiento de sus dedos en su cabeza era tan placentero que podría dejarle allí mismo durmiendo, y tuvo que moverse para apoyar sus manos sobre las losas de la ducha.

— Se me olvidaba lo bueno que eres con esto...

El azabache arrastró sus manos suavemente, tarareando en respuesta mientras la espuma inundaba sus fosas nasales de aquel agradable aroma. De alguna manera u otra, había extrañado tener a alguien más por los alrededores, ahora que se había habituado a su peculiar cómplice.

— ¿Cómo fue? —Cale murmuró con cierta curiosidad, aunque después se reformuló para hacerse entender mejor— Estar allí, ¿qué te hicieron?

Tras limpiarle con el primer lavado, esclareció el producto de sus mechones rizados y le colocó también acondicionador, que más tarde retiró igualmente.

— Estuve... Retenido. Tenía mi libertad para caminar pero me sujetaron los tobillos, las muñecas, e incluso tenía una distancia de seguridad colocada a mi cintura. Por el resto, parecían seres humanos. — giró su rostro para contemplarle unos segundos. — Quiero decir, antes no solían ser tan... Benevolentes en los centros psiquiátricos.

Cale hizo una mueca de disgusto, como si un falso escalofrío le recorriese al pensar en esa vida vulgar y aburrida de animalillo en cautiverio. La misma que le gustaba para las mujeres que secuestraba, aunque mucho menos atenta.

— A veces me sorprende que tú y "El Cirujano" seáis el mismo— comentó con cierta sorna, que le cuestionaba en silencio— Tú eres el que parece demasiado benevolente.

Revisó haber limpiado correctamente sus cabellos y torció la boca con satisfacción ante su obra, dejando algunos centímetros más entre ellos.

— Te recuerdo que soy un buen médico. Mis aficiones son... Más controversiales, por eso nos hicimos amigos. — Martin se giró en la ducha, enfrentando aquella mirada y negó con la cabeza. — Sabes cómo trabajo, nunca te pareció un problema. Gritan más cuando están contigo, es irritante.

— Sólo me parece curioso, ¿no creerás acaso que están agusto bajo tus manos estudiándoles?— el azabache no retiró la mirada de sus orbes, sino que ladeó la cabeza; engrandecido por lo que oía para aguijonear su lado más clemente— Me gusta más de esa forma, pero es una preferencia personal.

— Al menos tengo la decencia de que estén dormidas antes de comenzar. — gruñó entre dientes.

Alargó su brazo para dejar el tarro entre sus dedos en la repisa de la que había partido y volvió a deslizar la mirada hasta el mayor.

—Ya he acabado.

Martín empujó el cuerpo de Cale con su brazo, mojando su torso ante aquel movimiento, tratando de conseguir nuevamente aquella intimidad en la ducha que le había arrebatado cuando entró para lavar su cabello.

— Entonces déjame a solas de una vez.

El azabache hinchó su pecho con una lenta inspiración, con la que trataba de aplacar la rabia que comenzaba a burbujearle dentro, mientras sus ojos bajaban a contemplar el trazo empapado de su ropa.

— Eres un puto desgraciado— protestó con la nariz arrugada en disgusto, abandonando la zona para tomar una de aquellas toallas y tratar de enmendar la mancha— Me gustas más cuando te portas bien.

— Por Dios, ¡es agua, Cale! No aceite. — reclamó desde el interior.

Cale le dió aquello que pedía, también para poder descansar por fin en su cómodo sofá, que tanto había extrañado durante el condenado trayecto de casi día completo. Llegó al salón y se dejó caer con un bufido de placer, perdiendo la noción del tiempo en esa sorprendentemente acogedora posición estirada y echando una cabezada mientras aquel se tomaba su tiempo.

Tras terminar de ducharse, y sintiéndose más relajado, Martin se colocó la ropa limpia, yendo hacia el salón. Su ceño se contrajo al no encontrar a Cale, hasta que al acercarse al sofá le contempló allí estirado, descansando.

Se acomodó en el respaldo y observó el rostro del menor, apretando su mandíbula suavemente. Como médico, se había dado cuenta de aquellas manías que Cale tenía, y había cedido a ellas en lo que su paciencia podía soportar; había que hacerlo todo a su forma, sino.... Cualquiera le aguantaba.

Cuando el sofá se emblandeció ligeramente bajo el nuevo peso, el azabache arrugó un poco el ceño, pero no fue suficiente perturbación para que abandonase el reposo. Sin importar cuán breve fuese su período de sueño, aquellas oscuras pesadillas y recuerdos siempre le arrastraban con profunda efectividad al cabo de pocos minutos, a algún rincón de su mente. Se removió y flexionó sobre su propio cuerpo; balbuceando algunas palabras ininteligibles.

El mayor suspiró, caminando hacia la parte interna del sofá. Tomó la mesita de madera y la acercó para usarla de asiento cuando quedó cerca del rostro de Cale. Acarició su cabello lentamente, para luego suavizar su ceño cuando se contrajo mientras murmuraba.

— Hay que tratarte como un bebé, ¿lo sabías? — preguntó casi para sí mismo en un susurro, dedicando su tiempo a apaciguar las pesadillas de su compañero.

Cale se destensó bajo aquella caricia en su cabeza, que buscó más por instinto al removerse. Cuando la voz de aquel llegó hasta sus oídos, alzó los párpados lentamente y abandonó el sueño, arrugando un poco el ceño después de abandonar la oscuridad absoluta.

Aún adormilado por el efecto, no rechazó el contacto; sino que se descubrió deslizando la mirada hasta el rostro de Martin con cierta curiosidad. No recordaba la última vez que alguien había acariciado así su cabello; tal vez porque nunca antes había sucedido. Su padre jamás había sido un hombre cariñoso.

— ¿Más calmado?

Preguntó Martin en un tono suave, sin dejar de acariciar su cabello con suavidad. Sus caricias abandonaban la zona para acariciar su mejilla, y volver al punto de inicio, observando la expresión en su rostro.

Erendreich cerró los ojos con cautela y dió un tenue asentimiento, antes de llevarse una mano a frotarse los ojos. Había algo apacible en aquella cercanía a lo que no estaba acostumbrado; pero a lo que podría habituarse.

— Siempre vuelven— gruñó con sueño, a sabiendas de que aquel podría comprenderlo mejor que nadie; y se incorporó para permanecer sentado, mientras sus orbes estudiaron apropiadamente la figura que tenía delante, ya esclarecido— ¿Qué tal la ducha?

El movimiento de su mano cedió cuando Cale se incorporó, dejando apoyado sus brazos sobre sus piernas.

— Reconfortante. Al menos estarás contento de saber que ya huelo como alguien decente. — su mirada seguía fija en él, pensativo. — ¿Nunca te hicieron estudios de eso?

— Muy contento— se mofó en respuesta, apoyando su cabeza en el mullido respaldo pero no retirando la mirada de él— Todo el mundo tiene pesadillas, es corriente.

Los orbes castaños de Cale se arrastraron por sus facciones, más interesado en ellas que en las palabras que le respondía; como inmerso en sus pensamientos. El hombre que tenía frente a él nada tenía que ver con el que había abandonado aquel hospital hace unas horas. Parecía el Martin que siempre veía por los pasillos o en su despacho de nuevo, con sus cabellos húmedos peinados fuera del rostro.

— Son corrientes hasta que tienen un patrón psicológico. — su respuesta era más que suficiente. Nadie se había interesado en saber si esa cabecita suya, estaba bien. Y Martin, sabía que no lo estaba. — No es mi rama, y hace mucho que lo estudié... Pero descansarías mejor si eso lo hubieras hablado con alguien profesional.

— Tú eres el médico— alzó las manos al responder, en un falso gesto de confianza— Debes saber de lo que hablas.

— Si, pero no con seguridad. No domino la materia. — respondió el peligris mientras giraba suavemente su rostro mirandole.

Cale suspiró una risa por la nariz que se disipó deprisa, y alzó una ceja al sentirse ligeramente analizado por aquella insistente mirada azulada. Sabía que el peligris se movía sobre todo por su curiosidad y afán por el conocimiento; y encontrarle queriendo examinar a cualquier individuo a su alrededor no era sorpresa alguna. No obstante, jamás había sido él mismo el objetivo directo de sus preguntas, y la sensación de exposición no era agradable.

— Deja de mirarme así, no soy una de tus mujeres— murmuró, deslizando la mirada a otro lugar.

— Es solo... Que acabo de darme cuenta de algo. — dijo aun absorto en sus pensamientos. — Veintitrés mujeres de estudio, pero... Ningún hombre.

El azabache tragó saliva y se removió en el sofá, como si presionarse más contra el respaldo fuese a resguardarle de sus ojos metódicos.

— Mañana saldremos a buscar alguno— musitó, sintiendo que, de repente, parecía la nueva presa de aquel.

Martin le contempló y comenzó a reirse mientras se levantaba de la mesita, negando con la cabeza. Acababa de presenciar el terror en los ojos del joven, el cual había aterrorizado a sus víctimas hasta ser completamente sumisas.

— No se si servirá cualquiera... ¿Qué quieres cenar? — giró su rostro cuando abandonó el salón, dirigiéndose a la cocina.

Cale volvió a inspirar oxígeno cuando Martin desapareció, relajando su anatomía. Tenía el pulso acelerado bajo la piel y la humillación le zumbaba en los oídos. A pesar de que aquel solía ser el que le encontraba el gusto a ese tipo de tareas; aquella noche no confiaría en algo así. No, conociendo sus métodos de trabajo y después de sus palabras.

— No tengo hambre— cruzó el umbral del salón y encontró la ruta de su espalda por el pasillo, con ideas a mil por hora— Puedes pedir lo que quieras, no tendrás que manchar.

Whitly había comenzando a prestar atención a Cale, queriendo saber sus reacciones desde el mismo momento en el que había dejado caer una pequeña trampa; un divertimento para su propia mente. Y estaba funcionando.

El peligris se giró, apoyandose en la encimera para mirarle.

— Pensé que te apetecería que hiciera algo de pasta. — rodó sus ojos y mordió su labio, conteniendo la risa. — Cale, estamos en mitad de la nada, nevando hasta las rodillas. ¿Qué cojones dices de pedir? Déjate de tonterías, lo que quieras cenar, eso haré.

El azabache le miró de arriba a abajo, con una mueca de transparente desconfianza que dejó ver a propósito.

— Después de haberme mirado como a una puta rata de laboratorio, no pienso comer nada que hayas tocado— fue un poco más contundente, restaurando sus barreras habituales— No es personal.

Cale estrechó los ojos al añadir aquello, como si eso lo suavizase y se dió la vuelta para abandonar la cocina, haciendo un gesto rápido con la mano antes de perderse por el pasillo.

— Pero tú puedes hacerte lo que quieras. No quemes nada y estará bien.

— Cale. — alzó la voz para luego gruñir una maldición, caminando detrás de él. — Cale, joder. ¿De verdad estás pensando que voy a drogarte?

— Y tanto que lo pienso— el azabache bufó desde su lugar.

Martin logró alcanzarle, y le arrinconó contra la pared del pasillo, colocando los brazos a cada lado del cuerpo del más alto.

— Se supone que somos amigos, ¿no?

Cale se sobresaltó en un primer instante y su pulso se volvió a acelerar de la misma manera en que había ocurrido en el salón. Contempló al mayor reticentemente, con los sentidos alerta.

— Precisamente porque te conozco bien, no me arriesgaré— le dió como respuesta; aunque no pudo evitar presionar su espalda contra la pared en busca de algo más de distancia, para tratar de contrarrestar el estremecimiento que le recorría al tenerle tan cerca.

— Que te quiera estudiar, Cale, no significa que quiera abrirte en canal. — Martin le contempló, manteniendo la distancia. Tragó lentamente y se humedeció los labios. — Aunque si abrirte de otra manera.

La expresión de Erendreich al asimilar sus palabras fue un auténtico poema, con el rostro y ceño arrugados como quien trata de desentrañar algo imposible, a la par que se le agolpaba la sangre en la cara.

— ¿Qué cojones... estás diciendo? — logró elaborar, mientras sus manos ascendían al ancho pecho de su compañero, con intención de reflejar cierta resistencia y poderse presionar más lejos.

— Supongo que nada... — murmuró por lo bajo, dedicando una mirada más antes de separarse, cediendo a sus manos. — Te dejaré apartado algo de la cena.

Martin volvió a la cocina sin mencionar nada más, parecía que las señales que había estado viendo por semanas, por meses, había sido algo solo de su subconsciente.

Por su parte, el azabache se quedó como un pasmarote en el lugar en que le había dejado. Detestaba cuando algo lograba desencajarle de manera semejante y dejarle sin la última palabra; y, aún así, no supo qué abordar a continuación.

— ¿Whitly? —llamó, siguiéndole hasta la cocina y apoyó su cuerpo en el marco con cautela. Estaba distinto desde que había regresado de su encierro— ¿Todo en orden?

Cale deslizó sus orbes hasta aquellas manos ocupadas con los utensilios, desde su ubicación. Lo cierto es que el pensamiento intrusivo de esas mismas manos investigando su cuerpo en busca de reacciones le calentó las orejas y envió una descarga directa a su entrepierna.

— Todo en orden, Cale. No le des más vueltas.

Martin dejó de cortar, apartando el cuchillo a un lado mientras suspiraba. Se sentía rechazado, dolido, y sin embargo todo debía de ser como siempre.Miró a Cale de reojo, y al verle allí a la distancia, le hizo tragar con nervio.

— Olvidalo, en serio.

El azabache no parecía convencido por su respuesta; pero igualmente prefirió no presionar. No sabía cómo decirle que tal vez se había hecho malinterpretar. Lo último que esperaba es que Whitly fuese a jugar con él de aquella forma, rompía con los registros que solían utilizar. Por no mencionar lo consternado que parecía después de su reacción, demasiado para que no hubiese verdad en sus proposiciones.

— Si no me duermes, no me importa ayudarte con tus investigaciones. Parece algo importante para ti. — Cale habló con una ceja enarcada y torció igualmente los labios, con el fantasma de alguna gracia— Pero no quiero amanecer hecho trocitos, ¿es eso un peligro real?

— Sin duda no dejaría que amanecieras a trozos, pero si sintiéndote destrozado, Erendreich. — Martin enfrentó su mirada, frunciendo suavemente su ceño. — ¿Aceptas cualquier cosa sin saber qué es exactamente?

El de rizos oscuros bufó una risa corta.

— No, si debería preocuparme— dió algunos pasos dentro de la cocina hasta llegar a su lado y apoyó una de sus manos en la encimera, contemplándole desde un costado. Se inclinó más cerca de su oído y derramó las palabras lastimosamente, disfrutando de los nervios que atisbaba en el mayor— Pero usted nunca me haría daño, ¿verdad, Dr. Whitly?

— De esa manera nunca... — susurró y apartó su rostro para poder buscar su mirada. Su mano subió a su rostro y acarició su mejilla. — Pero deseo hacer que ese rostro sereno tuyo se envuelva en llanto, y en súplicas... Temblar y rogar por más, Cale.

Al oirle hablar de aquella forma, sintió la boca seca y su nuez bailó cuando tragó disimuladamente. El tacto reconfortante del peligris sobre su rostro suavizó el asfixiante efecto del pulso acelerado que ahora vibraba bajo su piel; pero el candor subiendo a sus pómulos le delató.

Cale se inclinó más cerca del toque ajeno por unos instantes, antes de rodear la muñeca de Martin con sus esbeltos dedos fríos y mantenerla firme en su agarre.

— ¿Desde cuándo tienes esos bochornosos deseos? —le sonrió con complicidad.

— He tenido tiempo para pensar. — su mirada viajó a sus dedos en su muñeca y nuevamente a sus ojos. — Llegué a pensar que podrías sentir lo mismo cuando me mirabas tras.... Nuestros trabajos.

El azabache deslizó su mirada por los alrededores, como buscando en sus recuerdos a qué se refería. Es posible que tras la excitación excesiva de algún nuevo adiestramiento, hubiese permitido una tensión inusual entre ellos; en la que reparó gracias a sus palabras.

— Tendrás que convencerme,— Cale tiró un poco de su agarre para que el cuerpo del mayor se apegase al suyo y le arrinconase contra la encimera. Algo se había despertado en él después de que lo hiciese en el pasillo— arrastrarme a tus... extraños caprichos nuevos.

Martin le acorraló contra la encimera, disfrutando del tono suave que había tomado su voz aceptando aquello que llamó capricho. El peligris asintió y movió su cabeza hacia el pasillo.

— Quiero que te desnudes, y me esperes en la cama de tu dormitorio, Cale.- murmuró con voz grave, sin apartar su mirada de la suya.

La mirada del azabache brilló con cierta curiosidad y pareció resistirse durante unos breves segundos antes de ceder a la petición. Sus orbes castaños recorrieron el cuerpo del médico obscenamente y se giró a encaminarse en la dirección indicada. Después de llegar frente a su ancho colchón, sus dedos desabrocharon la camisa que cubría su torso. Retiró toda prenda de su cuerpo, a excepción de los bóxers y tomó asiento en la blanda superficie mientras aguardaba, atisbando de reojo la nieve que caía tras la ventana. La tormenta parecía haber empeorado.

Martin limpió sus manos en el grifo de la cocina, y tomó aliento para calmarse antes de caminar hacia el dormitorio, dejandole el tiempo suficiente para que se preparara, o por si se arrepentía finalmente.

El peligris llamó a la puerta antes de pasar y se quedó sin aliento al contemplar el cuerpo de Cale, a medio desvestir y esperando allí sentado.

Cerró la puertas detrás de si, sabía que no haría falta, que incluso podrían hacer todo el ruido que quisieran que nadie aparecería por aquella puerta. Se acercó a él, abriendo sus piernas con su pie y quedando entre ambas, para sostener su rostro mientras acariciaba su cabello con su otra mano libre.

— Te dije desnudo... Sigues llevando ropa...

Cale alzó el mentón para mirarle, neutralizado una vez más por el tacto sorprendentemente gentil que las manos del mayor podían tener sobre su piel. Cerró los ojos para inspirar con suavidad cuando las caricias llegaron a su cuero cabelludo, antes de volver a contemplarle.

Llevó los dedos a la goma de su ropa interior y se recostó ligeramente sobre el colchón para retirarla, alzando las caderas. Una vez la prenda se deslizó por sus muslos y su impaciente erección estuvo al aire, se dió un rápido vistazo antes de regresar la mirada a aquellos orbes azules.

— ¿Satisfecho? — le ladeó la cabeza, subiendo su pierna para acariciarle los muslos, hasta posar su planta sobre el bulto vestido de Martin, que retorció con algunas fricciones.

— Totalmente. — Martin suspiró al sentir su pie sobre su erección, tomando su tobillo para apartarle de ahí.

Negó mientras chistaba, cerniendo su cuerpo sobre el de Cale, recostandole sobre el colchón. Sus manos acariciaban su torso desnudo, arañando su piel hasta su vientre bajo.

— ¿Estás preparado? — murmuró dejando que su mano bajase hasta tomar su erección con la palma de su mano, rozandola lentamente sin sostenerla.

Cale silbó un gruñido de frustración entre dientes y sus caderas buscaron más, con el rojo subiendo a su rostro por la impaciencia.

— No juegues conmigo— jadeó, frunciendo el ceño en busca de su querido control que, temía, se deslizaría entre sus dedos por haber dado a aquel su consentimiento.

El azabache se recostó sobre sus codos para enderezar el torso y sus ojos hambrientos contemplaron el impasible trazo de aquellas manos por su miembro, para en breves intervalos, viajar hasta las facciones del peligris.

— Tú... ¿has hecho esto antes? —inquirió.

— Nunca... Vamos a experimentar juntos. — dijo con una sonrisa en su rostro.

Martin se apartó, retirando su camisa para luego buscar en los cajones de la cómoda. Suspiró mientras su mano levantaba objetos del interior, para mirar a Cale de reojo.

— ¿No guardas nada que pueda servir para amarrarte?

— ¿Amarrarme?— El azabache abrió más los ojos, no solía ser el que estuviese atado, e imaginarse amordazado como una de sus propias víctimas detonaba extrañas emociones — ¿Para qué quieres amarrarme?

Cale se resistió a la idea; pero por instinto su mirada se dirigió al amplio armario oscuro al fondo de la habitación, donde sabía que descansaban algunos cinturones y otras cosas que podrían funcionar para suplir esa tarea, entre otras algo más oscuras.

— Te dije que quiero ver tu rostro lleno de lágrimas. Si te ves inmovil puede que pase.

Comenzó a decir mientras se encaminaba al armario que le señaló. Martín tarareaba suavemente, inmerso en las ideas que su mente comenzaban a crear; las fantasías que quería que Cale realizara para su propio disfrute.

Abrió el armario y tomó del interior un cinturón, no fue hasta que se giró y miró a Cale, que lo tensó, haciendo resonar el cuero en aquella habitación. Mordió su labio inferior y se acercó a la cama de nuevo, tomando las muñecas del azabache entre el cuero de este, haciéndole alzar los brazos para dejarle tumbado y amarrado al cabecero.

— Te sienta bien esto.

El pecho de Cale subió y bajó, inflamado lentamente por sus pesadas inspiraciones, que pretendían apaciguar la ácida ira que se le arremolinaba en el estómago. El hombre sobre él era más fuerte y ahora no tenía manos con las que manejarse, así que gruñó con impotencia y tironeó del agarre de cuero.

— Martin— le advirtió, con la mirada oscurecida— Quítame esta mierda antes de que te tire abajo los putos dientes.

Dejó detonar su voz con mayor volumen y removió las piernas para dejar un golpe en su abdomen, no demasiado fuerte pero ásperamente correctivo.

Whitly se llevó una mano al golpe, dejando escapar un suave quejido de dolor. Tomó sus muslos, apretando sus dedos sobre su blanca piel y chistó lentamente.

— ¿Antes de hacerte gritar? Jamás se me ocurriría. Aceptaste, querido. Ahora disfruta.

Martin ascendió sus manos a sus caderas, haciendole girar hasta que quedó bocabajo sobre el colchón. El peligris se inclinó sobre él, besando lentamente la piel de su cuello, descendiendo lentamente hasta su espalda.

Cale rugió cuando su rostro aterrizó en el colchón tras aquella nueva posición impuesta sobre su cuerpo; y sus rodillas rasparon contra las sábanas. Le dedicó todo tipo de maldiciones y gritos, hasta que se le atrapó un tembloroso aliento en la boca, por la suave presión de los labios de Martin en su piel, demasiado evidente como para ser ignorada.

El color en su semblante por el enfado se atenuó también de algún rubor cuando aquel trazo a lo largo de su médula envió estremecimientos placenteros, que le distrajeron del forcejeo. Dejó la mejilla amortiguada en la blanda superficie y el tenue quejido que derramaron sus labios murió contra la tela.

Martin sonrió con orgullo cuando comenzó a oir aquellos suaves quejidos. Se separó de su cuerpo y sus manos trazaron en suaves caricias las formas que marcaba su espalda, delimitando por lineas imaginarias donde se formaban aquellos músculos, donde finalizaban... Por donde trazaría suaves lineas si fuese una de sus víctimas.

En cierta parte lo era. Una víctima que le estaba causando el mayor de los placeres. Martin se movió sobre el colchón, sentándose entre las piernas de Cale y sus manos se apoyaron en sus nalgas. Masajeó su piel y la separó para deleitarse de aquella imagen frente a él.

— ¿Dedos o boca? Que prefieres, Cale.

Los orbes castaños de aquel le fulminaron por encima de su hombro y el rojo en sus orejas se intensificó. De primeras, que las manos de Whitly maleasen sus entrañas no era lo más tranquilizador. Dentro de lo malo, Cale se consoló pensando en que estaba en compañía de un médico.

— Usa la boca— respiró, aún inquieto, entre dientes; antes de enterrar sus facciones en el colchón por la frustración de ceder a sus demandas— Si me haces daño, te meteré otra puta patada.

Martin mordió la piel de su nalga cuando se inclinó, respondiendo a su amenaza.

Sus manos le separaron una vez más conforme se inclinaba sobre él, y enterraba su rostro entre su piel. Extendió su lengua y lamió la zona de un movimiento, sintiendo como se retorcía bajo sus manos, volviendo a repetir aquello una y otra vez.

Cale se arqueó ligeramente cuando aquella novedosa estimulación crispó sus terminaciones nerviosas. Trató de articular alguna palabra pero sólo emitió un estrangulado gemido que se resistió a abandonar su garganta, a la par que sus nudillos se emblanquecían contra la correa.

Su organismo jamás se había sensibilizado de manera semejante y el alboroto en sus pensamientos sólo magnificaba los efectos abrumadores del placer que aquella boca le brindaba.

— Buen chico... — murmuró Martin al separarase unos centimetros. Su barba rozaba aquella sensible piel conforme hundía su rostro una y otra vez para lamerle. Estimulaba lentamente con su lengua, moviendola en circulos hasta que se separó lentamente, dejando que su mano pasara y un dedo trazara ahora con la yema aquellos movimientos, presionando suavemente mientras le tentaba.

Los recovecos más oscuros de la mente de Erendreich cosquillearon cuando el mayor derramó sus palabras sobre él y su cuerpo se obligó a retorcerse, incompatible con la situación.

— ¡No me hables así! — se enardeció con el calor zumbándole en los oídos y pataleó— No soy tu puto perro amaestrado, Whitly.

Cale no pudo mantener la fuerza en aquellos reclamos, porque sus caderas tartamudearon en un honesto estremecimiento y su cabeza cayó hacia adelante. A pesar de que sus ojos se cristalizaron; su carne parecía excitarse repugnantemente con aquel sometimiento.

— ¿Sabes? Me pone que hables de esa manera, Cale. — la voz de Martin se volvió más grave conforme le respondía y uno de sus dedos se adentró con dificultad en su interior.

Su mano libre, palpó la erección que goteaba sobre la cama, rodeandola con sus dedos antes de empezar a masturbarle. El aliento pesado de Cale eran las señales que necesitaba para continuar, aquel llanto ahogado que ansiaba oir seguía profundo en su ser.

La mandíbula del azabache cedió unos instantes y su boca quedó abierta para proferir un quejido de dolor, sofocado rápidamente por el primer gemido estrangulado que le arrancó ese ansiado contacto sobre su erección.

— De... ¿de 'esa' manera...? — jadeó, no tan desencajado por la confusión como por el placer.

Si bien Cale no sabía cómo lograr ahuyentarle; había algo en la insistencia de Martin que le arrebataba lentamente la cordura, y se sorprendía a sí mismo anhelando oír más de sus sucias palabras. Presionó la frente contra el colchón e intentó tragarse el nudo que se formaba en su garganta, con el semblante teñido de rojo.

— Ajá... De hablarme completamente ido por la rabia y el placer. ¿Sabes por qué, Cale? Tu deseo patológico de ser querido y cuidado está frente a ti y solo quieres lanzarlo a un lado por miedo. — su mano se cerró sobre su erección, en la base de esta, frenando todo el placer que estaba sintiendo hasta el momento. Su dedo dio paso a otro, moviendolos en su interior y rozando con la yema de sus dedos su punto de placer.

— Cállate, cállate...—Erendreich estaba sin aliento y le dolía la garganta por forzar el volumen en aquellas quejas— No es cierto.

Las punzadas de placer le hicieron boquear en busca de aire y la intensa estimulación provocó que su voz apenas pudiese salir, reduciéndole a un manojo de jadeos y balbuceos sin sentido alguno. De la mano de aquellas enloquecedoras palabras y sensaciones que le nublaban los sesos, era cuestión de tiempo que Martin le rompiese por completo.

— Eres tan bueno, Cale... — dejó que su nombre se deslizara lentamente por su lengua, saboreandolo lentamente. — Tan responsable, tan entregado... Puedo recompensarte si lo quieres, solo tienes que seguir siendo así.

Su mano no dejaba de estimular su interior por completo, endureciendo las embestidas con sus dedos, pero reteniendo el placer aun en su miembro.

Cale enrojeció por la humillación, pero su estómago se arremolinó gustosamente ante la aprobación del mayor, ansioso por algo que jamás había tenido. Clavó los dientes en su labio inferior hasta saborear la sangre, para detener el reguero de quejidos que le arrancaban aquellos ávidos dedos, destrozando su arrogancia con cada estocada.

Mientras el placer en su cuerpo afloraba hacia el clímax, la presión en su miembro le impedía la liberación y sentenciaba a un apogeo interminable.

— Lo quiero— musitó contra el colchón en un hilo, para contener el sollozo que amenazaba con abandonarle y aquellas furiosas lágrimas.

— Quieres... ¿Quieres qué, querido? — preguntó con un suave tono en su voz, moviendose sin dejar de mover su mano para contemplar el rostro que trataba de ocultar, junto con su voz. — Si me lo dices bien, lo tendrás.

Las caderas de Cale se retorcieron, tratando de rehuir la estimulación a aquellas alturas, y tal vez obtener roce en su erección con las sábanas. Apretó la mandíbula y exhaló con fuerza, mientras esas palabras invadían su mente, derramándose dulcemente sobre su oído; y la primera lágrima rodó por su rostro.

— Quiero correrme— siseó, girando el semblante para clavarle su mirada, cristalizada por el arrebato de rabia. Al separar los labios para jadear, su voz se entremezcló con un ahogado sollozo, que la hizo temblar— Haz que me corra.

— Encantador... Lo has hecho muy bien. — murmuró y sonrió. Su mano liberó su erección, masturbandole con intensidad en ambas zonas, visualizando como su rostro se contraía para poder disfrutar de aquel primer orgasmo liberador..

El azabache dejó salir su voz en desesperados gemidos y tembló en sus manos, derramándose sobre aquellas sábanas, cuando el orgasmo le azotó y nubló la mente. Clavó las uñas en el cinturón que apresaba sus muñecas y se deshizo en trémulos sollozos.

Martin besó la espalda del azabache, calmando su llanto cuando alcanzó el orgasmo. Ligeramente, mordió su piel volviendo a mover de manera insistente sus dedos en su interior.

— Tenemos que seguir, Cale... La noche va a ser larga.

— Espera— le pidió entrecortadamente, antes de retorcerse por la sobreestimulación. Trató de encontrar sus ojos al ladear el semblante, dudando la manera de formular sus palabras— Quiero verte.

La sorpresa invadió el rostro de Martin, sacando sus dedos lentamente. Con cuidado sostuvo a Cale y complació su deseo, girandole y quedando a la vista de él. Sus dedos le atacaron de nuevo, moviéndose y sobreestimulandole, mientras que su mano libre, la limpió y subió hacia su rostro, limpiando las lágrimas que quedaban sobre él.

Cale echó la cabeza hacia atrás con un gruñido ligeramente adolorido. A pesar de que sus caricias seguían provocándole placer, abrumaban su cuerpo aún débil a causa del orgasmo reciente y lo azotaban de espasmos.

Había dejado de forcejear para concentrarse en regular su respiración, dejando que el peculiar efecto del gentil tacto en su pómulo aplacase las emociones enardecidas en su mente. El rostro de Whitly tenía algo que conseguía que sus orbes castaños no quisieran abandonarle y que le infundía incluso cierta calma. Tal vez era su mirada atenta, hambrienta; pero también sorprendentemente suave sobre él, como si cada uno de sus estremecimientos fuese algo fascinante de contemplar.

— ¿Ves algo que te guste? — preguntó divertido, pellizcando con suavidad la piel de su mejilla.

El azabache dió un sutil asentimiento; aunque pronto gruñó con una mueca para retirarse.

Martin suspiró, sintiéndose apretado en su propia ropa conforme le acariciaba. Sus gemidos, su rostro, todo él mandaba descargas por todo su cuerpo hasta su miembro aun oculto en sus pantalones.

— ¿Me dejarás tener todo de ti, Cale?

— ¿Ahora te importa lo que tenga que decir, cabrón de mierda? — el alegado protestó, pero una sonrisa amenazó con tirar de sus comisuras.

Sabía qué respuesta quería darle; aunque no si sería capaz de verbalizarla; así que su mirada reposó en los labios del mayor y se relamió con reticencia. Cale alzó el mentón para que sus rostros se aproximasen y su nariz estuvo a punto de acariciar la de Martin. Los movimientos de su cuerpo seguían limitados por aquella correa en sus muñecas y gruñó, ansioso por acabar con la distancia.

— Bésame — le ordenó, mientras seguían peligrosamente cerca.

Martin ni siquiera contestó y unió con necesidad sus labios a los de Cale. Le besó lentamente, disfrutando de su toque hasta que fue incapaz de esperar más; una de sus manos sujetó su nuca e intensificó su beso.

Su lengua buscaba lamer y jugar en su boca, querer arrancar de esos labios aquella sonrisa con sorna con la que solía mirarle.

Por su parte, Cale ladeó el rostro gustosamente para encajar mejor sus labios, buscando también la lengua de aquel, tras algunos besos desordenados. Exhaló con fuerza ante la embriagadora sensación y deseó perderse más en el contacto. Sus brazos se removieron bajo el cuero, fantaseando con rodear el cuello del peligris y sus caderas se mecieron contra el bulto de su erección aún vestida, invitándole a continuar.

Martin gruñó suavemente una maldición sobre sus labios cuando sintió que se mecía contra él. Abandonó sus labios y contempló su rostro unos segundos. Sus dedos le abandonaron al igual que su mano, y se incorporó en la cama, retirando por completo su ropa.

Su erección fue liberada de aquellas prendas, gimiendo adolorido cuando la sostuvo y se acercó a él nuevamente. Separó sus piernas y acarició su piel hasta llegar a su cintura; sus dedos se aferraban a su piel de manera posesiva, encajando entre sus piernas.

Martín soltó una de sus manos para ayudarse a colocarse y comenzar a presionar para entrar en su interior, sin avisarle. Su mirada buscaba su rostro mientras gemía, sintiendo la estrechez y calidez rodeando.

El azabache gruñó y sus caderas se tensaron por el dolor. Por mucho que le hubiese preparado con los dedos, su tamaño no tenía nada que ver con ellos y sus labios sisearon cuando invadió su cuerpo súbitamente.

— J-Joder... Martin... —le reprendió dificultosamente entre dientes, mientras arrugaba el rostro y su cabeza caía hacia atrás; y cualquier frase se atascó en un aliento tembloroso.

Cale separó las piernas y dió una bocanada de aire que relajase su anatomía, sin que sus ojos nublados se despegasen de las facciones del peligris.

Whitly se acomodó entre su cuerpo, embistiendo con suavidad para poder entrar completamente en su interior.

— Relájate, Cale... — gruñó suavemente, estremeciéndose ante su estrechez. — No te desmayes.

El peligris tomó sus labios sin esperar respuesta, besandole cuando sus caderas comenzaron a mecerse en su interior sin cuidado. Su beso acalló las protestas de Erendreich, que tensó la mandíbula y enrojeció. Si su mente no hubiese estado ocupada por las punzadas de dolor, le habría mordido los labios hasta hacerlos sangrar; no obstante, cuando su carne se relajó, encontró placer en aquellos movimientos.

Cale jadeó sin aliento y dejó salir los primeros gemidos, sintiendo que su miembro adolorido volvía despertar en respuesta al excitante machaque de sus cuerpos sobre el colchón. Sus piernas buscaron rodear las caderas de Martin, en ausencia de sus manos.

Martin se apoyó sobre u brazo mientras se movía, deslizando su mano mientras arañaba su piel, hasta alcanzar su miembro. Sabía que aquella estimulación le llevaría nuevamente al orgasmo, a su propio disfrute; el dolor dentro del placer.

Murmuraba halagos entre húmedos besos, aquellos breves segundos que usaba para gemir y jadear, hasta que el rostro del peligris se hundió en su cuello para besar y morder.

Al oír aquellas obscenas alabanzas contra su piel, el azabache sintió su pecho revolotear extrañamente. Se tensó bajo el trazo de aquellos dientes en la carne sensible y sus caderas le buscaron con desesperación, disfrutando de la placentera tortura. Dejó de combatir el agarre del cuero en sus muñecas y ladeó el rostro, aprovechando la posición para alcanzar el oído del mayor y lamer desvergonzadamente el contorno, entre suspiros.

— ¿Fantaseaste con tenerme así durante tu encierro, Whitly? — sus comisuras cansadas tiraron de una sonrisa impertinente— ¿Tal vez mientras me dejabas lavarte el cabello?

— Cuando me lavas el cabello solo pienso en cuanto tardarías en empotrarme contra los azulejos, Cale. — habló sobre su piel, gimiendo constantemente mientras sentía como su interior se estrechaba y le acogía a cada movimiento. — Pero si... He tenido tiempo para pensarlo.

El azabache no dió respuesta a aquellas palabras. Su boca se ocupó con sonidos más desordenados cuando el ritmo del hombre sobre él se intensificó, moliendo su caderas sin piedad y arrancándole el aire de los pulmones. Se le nubló el juicio y le abandonaron patéticos quejidos que jamás pensó pudieran pertenecerle.

Sin embargo, la trivial confesión de Whitly implantó en la parte de atrás de su cerebro la semilla de una oscura idea que planificaría más frívolamente en el futuro.

***

Pasaron varios días después de aquel encuentro y el ambiente en aquella cabaña en medio de la nieve volvió a asemejarse más bien a cómo eran las cosas antes del encierro de Martin. El peligris seguía resuelto como siempre, con sus ocurrencias e investigaciones. Preparaba la cena y el almuerzo, y comían juntos. La mayoría del tiempo, Erendreich sólo escuchaba y daba respuestas cortas; después desaparecía por los pasillos y regresaba a lo que quisiera que hiciera por allí. Tal vez alguna discusión por teléfono, aislarse en su despacho o revisar austeramente el orden de la casa. Seguía tan frío como siempre; si no más silencioso.

Lo cierto es que su retorcida mente no había sabido cómo encajar bien lo sucedido, una vez se disolvió el calor de aquella íntima situación. Las primeras veces que sus orbes castaños se encontraron con la mirada del médico después de aquello, una repulsiva vergüenza había causado que no sintiese energías para pronunciar palabra. Con el paso de las horas y los días, la timidez y el nerviosismo se congelaron y florecieron en él cambiantes emociones de rencor y humillación; y no dudó en planificar meticulosamente su venganza.

Martin había maldecido en voz alta cuando la tinta de la pluma que llevaba años utilizando, decidió explotar y manchar tanto sus documentos, como a si mismo. Resopló y sin mediar más palabra caminó al baño; sabía que si Cale le veía de aquella manera pondría el grito en el cielo, y suficiente tenía con aquel ambiente ligeramente tenso que se había implantado entre ambos.

Dejó la camisa a un lado cuando se la quitó, ya debatiría si limpiarla o simplemente lanzarla al contenedor de basura. Cuando el agua estuvo perfecta, Martin entró, limpiandose la mancha de su piel antes de que secara.

El sonido del repiqueteo del agua llegó a los oídos del azabache cuando cerró la puerta tras de sí, después de haber salido a retirar algo de nieve. Deslizó el chaquetón por sus hombros lentamente, mientras su mirada buscaba la puerta del baño para encontrar la luz que se colaba por debajo.

Había pulido cada punto de su estrategia, esperando el momento apropiado; y su estómago se regocijó cuando notó que estaba en marcha. Le asaltaría en la ducha, tal y como se había atrevido a pronunciar aquel día.

Cale no titubeó en alargar el brazo para tomar sus guantes negros de látex e infundar sus dedos, antes de irrumpir silenciosamente en la habitación. Contempló la ancha espalda de Martin, ignorante de lo que se le venía encima a su dueño y retiró la mampara, a sabiendas de que aquel notaría la brisa fría.

Martin se estremeció cuando el aire helado entró tras él, a sabiendas de que sería una vez más Cale con sus absurdas manías.

— Por Dios, cierra la maldita puerta antes de entrar. Solo es tinta, no tienes que venir a lavarme nada hoy.

— ¿Tinta? —el de rizos oscuros echó un vistazo a la camisa que rezaba en el lavamanos y distinguió la mancha, comprendiendo entonces lo que decía.

Alargó su mano hasta el recipiente del champú y lo tomó entre sus dedos antes de inclinarse cerca del oído de Whitly, ladeando el rostro para verle mientras se cernía sobre su cuerpo. Impostó una voz dulce que derramó lentamente.

— ¿Por qué no aprovechar y tomar una ducha caliente, hm? Llevas muchas horas trabajando y tienes los músculos tensos.

— ¿Te vas a encargar de mi otra vez? — ronroneó Martin, absorto en la voz de Cale que le susurraba. — No me voy a negar a esos dedos tuyos.

El peligris cerró sus ojos, dejandose invadir por la calidez que desprendía el azabache a su espalda. Giró su rostro y le observó de reojo, buscando su mirada.

— Estaría bien si decidieras desnudarte antes de entrar...

Cale enarcó una ceja, luego exhaló una mofa efímera y chistó con los dientes, tomando su rostro entre los dedos. Su mirada se oscureció y recorrió sus facciones. Disfrutó la manera en que el negro contrastaba con aquellas mejillas apretadas bajo su toque y le obligó a volver a dirigir la atención al frente.

— No, no— negó suavemente, mientras su mano buscaba los mandos y apagaba el agua. Dió entonces un paso dentro del plato de ducha y le acercó a la pared— Estoy limpio. Pero sí que me encargaré de ti.

— Pero... — Martín volvió su vista, pero trataba de mirarle de soslayo. —¿Por qué demonios tienes los guantes puestos? Eso sí que me da escalofríos, Erendreich.

Su cuerpo se tensó al sentir el aire frio que se colaba en el baño, entre sus cuerpos. Martin se revolvió sobre el plato de ducha, tratando de apartarle hasta que le respondiera.

Cale evadió el movimiento de su cuerpo y llevó una de sus manos a aquellos cabellos mojados, cerrando el puño para dirigir su semblante hacia los azulejos. Sólo forzó su mejilla sobre la fría superficie, y apegó su torso a la espalda desnuda del peligris.

— Así no te me escaparás— suspiró cerca de su oreja, aplicando algo más de fuerza para apretarle la carne contra el áspero límite, que en el futuro sellaría su piel con un moratón. Martin era un hombre fuerte y Erendreich sabía que la mejor manera de tomar ventaja sobre él era desorientarle y actuar cuando estuviese desprevenido— No hay nada que temer. Sé que puedes ser muy... obediente, si te lo propones. Pórtate bien y acabará pronto.

— Cale... — su voz salió como un hilo. Un jadeo que escapó mientras sentía la pared fría contra su cuerpo a cada bocanada de aire que tomaba. Su espalda trataba de encorvarse, y se obligó a cerrar los ojos durante unos segundos, sabiendo que tiraría de su cabello si se movía. — No tienes que ser rudo, solo con pedirmelo...

— ¡Cállate! —el azabache cortó su proposición con otro empujón de su rostro contra la pared y su agarre bajó a su nuca, en la que sus dedos se clavaron como grilletes— Sólo hablarás cuando yo te pregunte, ¿está claro?

Su mano libre encontró la región bajo sus costillas y presionó, inmovilizándole y buscando que el cuerpo de Whitly evitase el forcejeo. Arrastró las iracundas palabras hasta que pudo tomar el hélix de su oreja entre los dientes.

El vello de Whitly se erizó ante el grito proferido por el contrario. Sus labios habían quedado entreabiertos cuando le tomó por su nuca y tragó, asintiendo suavemente cuando le preguntó. Su aliento era irregular; Martin abrió sus ojos y trató de buscarle con su mirada cuando tomó la piel de su oreja, haciendole emitir un suave gemido.

Cale frotó su mejilla con la de él suavemente,dejando que su propia piel se humedeciera y permitió que aquella mirada celeste encontrase la suya.

— Ahora te he hecho una pregunta— su tono mandatario se acercó de nuevo a la impavidez inicial y remarcó su cuestión anterior— Respóndeme: ¿está claro?

Ver la anatomía de Whitly sometida a su mando envió satisfactorias corrientes eléctricas por el cuerpo del azabache, mientras su mente altiva se consolaba por los acontecimientos de la última vez, que ahora equilibraría.

— Alto y claro, señor. — murmuró Martin con la voz ligeramente temblorosa ante la situación; miedo, excitación... No sabía por que lado saldría Cale, si solo iba a clamar venganza por lo sucedido en su dormitorio, o si aquello era algo más; algo como lo que él pensó que le haría.

Le observaba de reojo, jadeante, a la espera de su siguiente movimiento. Quería anticiparse, pero ahora mismo, no le reconocía.

Cale tenía claro que no había instinto asesino alguno que se activase cuando le tenía cerca. Martin no entraba en sus... específicos gustos; no obstante, contemplarle tan obediente estimulaba algo en su interior. Acercó sus caderas a las del mayor y frotó su erección vestida aún por aquel pantalón de traje contra su trasero, desvergonzadamente.

La mano que descansaba en su nuca, dejó sus dedos trazar hasta aquella boca e irrumpir en ella para separar sus labios y filas de dientes. Jugó con la lengua que allí se albergaba, sin importarle manchar de saliva sus guantes y se relamió.

— Mereces aleccionamiento— suspiró profundamente, distrayendo sus orbes de reojo con el movimiento de aquella lengua entre sus esbeltos dígitos— Sé que esto es parte de tus fantasías, tú mismo lo dijiste... ¿por qué no me refrescas la memoria?

Martin tragaba con dificultad, y trataba de no morder los dedos que invadían su boca. El sabor era a latex, no le desagradaba pero por momentos, pensó en como sabría solo su piel en él.

— E-Empotrarme... — trató de decir, y contuvo un gemido cuando sintió una vez más la presión de sus caderas contra él.

Su miembro ya era un desastre, ni se había percatado cuando comenzó a endurecerse por aquel juego, o cuando había empezado a gotear debido a la excitación provocada.

Cale chistó suavemente una vez más y liberó su boca de la mordaza, arremetiendo contra sus caderas para presionar la erección de aquel a la fría pared.

— No te entiendo. Habla más claro— se regodeó; a pesar de que había recogido perfectamente su susurro lastimero— ¿Qué es lo que quieres que te haga?

Su mano humedecida ligeramente por la saliva esperaba la respuesta. No importaba cuál le diera, el rumbo final sería el mismo; pero su docilidad determinaría si le ahogaba con los dedos antes o no.

— Joder... — gimió en voz baja, apoyando su cabeza sobre el azulejo. — Que... Que me empotres, pero Cale — habló atropelladamente entre jadeos —, se gentil, por lo que más quieras.

Sus caderas se mecían suavemente contra la erección del azabache, inspirando profundamente por su nariz a la espera de su siguiente movimiento.

— Si dejas de darme órdenes, tal vez me compadezca— fue todo lo que le dió en respuesta, antes de volver a aplastar su pómulo sobre los azulejos— Pídelo apropiadamente.

Erendreich escupió en su mano para lubricar mejor los dedos que usaría y bajó hasta la entrada del mayor, tanteando la zona con una de sus yemas en movimientos circulares; mientras su bulto se satisfacía con el roce contra su cadera.

— P-Por favor, te lo ruego... — gimió, frunciendo su ceño cuando su rostro quedó aprisionado una vez más.

Sus caderas se mecían al sentir sus dedos tantear su entrada, haciendole contener el aliento al no sentir en que momento decidiría proseguir aquello. Una dulce tortura que estaba dispuesto a soportar.

Cale tarareó en aprobación, y ejerció presión para comenzar a introducir el primero. La maniobra le era dificultosa por la angostura de aquellas carnes pero la textura del guante y la lubricación favoreció que pudiese continuar su avance, curvándolo ligeramente.

— Qué bueno eres— le congratuló, tal y como había hecho la última vez que le había acompañado durante su ducha, sonriendo con picardía por el contraste entre ambas situaciones— Estás tan estrecho que apenas puedo moverme...

El azabache derramó sus palabras como si en su susurro hubiese auténtica sorpresa; aunque no era más que burla, dándole a entender que debía relajar sus ansiosas y tensas entrañas.

— Joder... No se como quieres que esté relajado así... — gruñó entre suaves gemidos por aquellas punzadas de dolor al sentir su dedo dentro.

Se mordió el labio inferior, tratando de calmarse, pero la sensación del latex y aquel movimiento se hacía dificil.

— Aunque te quejes tanto... — los labios de Cale se curvaron en una sonrisa, y se arrastraron lentamente por su cuello, dando una profunda inspiración. Sus orbes no pasaron por alto la necesitada erección de Martin, goteante contra la fría pared— Tu cuerpo es más honesto que tú.

Retiró sus caderas lo suficiente para que su miembro se meciese obscenamente entre sus muslos, humedeciendo el suelo con algunas gotas y entonó una risa liviana.

— ¿Es así cómo te sientes cuando me impongo sobre ti? — pronunció, mientras asestaba un ligero golpe en su tronco y disfrutaba de cómo se balanceaba, pesado por la excitación y derramando algo más de su humedad— Tan desesperado...

— Bast- — Whitly no pudo terminar de maldecir cuando sintió aquel golpe en su miembro, haciendo temblar sus piernas, tratando de aferrarse como podía a aquella pared resbaladiza. — Yo... Yo no era el que estuvo rogando por más mientras estaba atado...

Martin gruñó entre dientes; no iba a admitir con tanta facilidad que aquella situación le estaba volviendo loco, ansiando más de su crueldad, de todo lo que le quisiera dar.

La mirada de Cale se oscureció por la ira cuando sus palabras detonaron los degradantes recuerdos y el agarrón que dió de aquellos cabellos rizados no fue tan benevolente como el de la primera ocasión.

— Mírate, tembloroso como una puta zorra— le obligó a encararle y en cuanto la espalda del mayor estuvo contra la pared, le abofeteó el rostro— Ni siquiera eres capaz de obedecer lo que se te ordena apropiadamente.

Sus dedos enguantados tomaron su mandíbula y le estrujaron las mejillas, en un firme agarre que obligaba a que tuviese el mentón en alto. Erendreich apretó los dientes tras sus labios cerrados y azotó una segunda vez aquella erección, regodeándose con la manera en que parecía pedir más de él, trémula y enrojecida a pesar de su trato.

— Deja de comportarte como un niñato incorregible. Alguien así sólo me sirve para limpiarme la suela de los zapatos.

Las mejillas de Martin enrojecieron, a pesar de la bofetada, eran sus palabras las que lograban encender aquella parte retorcida de sí mismo. Gruñó suavemente como respuesta a su agarre, y contempló el rostro de Cale con el ceño ligeramente fruncido.

Sabía que no había ninguna pregunta ahí, y simplemente asintió con la cabeza, a pesar de ello, mantenía una mirada desafiante hacia él.

Erendreich guardó satisfecho silencio y retiró las manos de aquel cuerpo para llevarlas a su pantalón, bajo el que aguardaba su propia erección delatora. Se abstuvo de seguir preparándole con los dedos. Aquel sería el castigo a su indisciplina y eso le hizo relamerse con anticipación.

—Date la vuelta e inclínate— sentenció, comenzando a desabrochar la prenda y con sus orbes castaños examinando la figura desnuda frente a él.

Ante la ausencia de sus dedos, Martin gimió; se sentía vacío y necesitado. Su mirada fue directa al bulto de sus pantalones, sintiendo que su boca se hacia agua al ver como la erección era tan visible bajo la tela.

Subió la mirada a su rostro, obedeciendo de manera reticente; se giró y se inclinó sobre los azulejos. No iba a tener aguante allí, se resbalaría si Cale no le sostenía, teniendo la esperanza que lo haría en cuanto le tomase.

El azabache dejó sonar la cremallera cuando liberó su erección del broche de los pantalones y, a continuación de la tela del bóxer. Apegó su pelvis a las caderas de Whitly y tarareó desde el fondo de su garganta por la excitación y ansias de saciarse a costa de aquel cuerpo. Tomó su miembro y se complació con algunas estocadas antes de aproximarse a presionar en la tierna entrada.

Cale llevó una mano a su cuello para dejarle enderezado, y un siseo escapó de entre sus dientes mientras aquellas asfixiantes carnes le recibían, consintiendo lentamente su despiadada invasión.

El cuerpo de Martin le pedía contraerse, y aquello lograba que su agarre en el cuello se apretase. Gemía debido al dolor ante la intromisión, y sonaba ahogado, tratando de buscar la postura para poder tomar una bocanada de aire.

El peligris buscó agarrarse a la muñeca de Cale, tratando de mantenerse erguido cuando sus piernas comenzaron a fallar.

— L-Lento... — gimió con la voz rota.

— ¿Cómo debes pedirlo? — Erendreich no mutó; pero el avance de sus caderas se detuvo, como si estuviese dispuesto a escucharle.

Buscó con la mirada el lavabo y tiró con efectividad de aquel cuerpo en su dirección. Con un áspero empujón, logró que el torso de Martin se encontrase con la superficie y se doblegase, antes de volver a enfocarse en su propia erección impaciente por ser atendida. La mano sobre la garganta del médico regresó y le obligó entonces a enfrentar el derrotado reflejo de su rostro.

Martin contempló su reflejo, avergonzandose al no reconocerse en él. Cerró los ojos por unos segundos, acomodandose en el lavabo y sostenerse, a la espera de su movimiento. Lo sentía muy dentro de él, y su interior se contraía alrededor suyo.

— P-Por favor, lento....

— Muy bien — Cale habló con una sonrisa ladina que se divertía con la visión. No obstante, sus caderas presionaron y entró de una estocada, llevando la mano que estaba en su cuello hasta su boca para acallar la queja que le abandonase— Pero es la segunda vez que debo recordártelo y no podemos permitirlo, ¿verdad, Dr. Whitly?

Se mofó de su título viéndole deshecho en la imagen del espejo y dió uso de su cuerpo para complacerse, embistiéndole sin aviso previo, como él mismo había hecho en su anterior encuentro. Cale disfrutó cada una de las arrugas de su rostro, contraído por el dolor y tal vez algún placer, si es que aquella mente retorcida encontraba el gusto a algo así.

Su ceño se contraía por sus palabras y sus reclamaciones fueron ahogadas en las manos enfundadas de latex. Martin gemía ante el dolor y la calidez embriagante que entraba y salía de su interior; lo disfrutaba, en el fondo lo hacia.

Su cuerpo se contraía y sus manos se aferraban con fuerza al filo del lavabo, tratando de mantenerse en pie. Sus piernas temblaban ante cada estocada, y su miembro, empezaba a manchar la madera del cajón y el suelo bajo sus pies.

El azabache liberó sus labios cuando comenzó a notar que se acostumbraba a su aspereza, deseoso de oír su voz afectada por las estocadas. Sus manos buscaron su carne y se aferraron a ella con posesividad, sin importar qué futuras marcas quedaran. Algunos gruñidos de placer le abandonaban a causa de la sofocante estrechez del peligris, en la que irrumpía sin prisa, deleitándose con la sensación de entrar lo más profundo posible.

El mueble tembló bajo los bruscos movimientos de sus cuerpos, y Cale sintió que el sudor le recorría por el calor; por lo que una de sus manos se distrajo en desabotonar su camisa para que su piel recibiese cierta brisa.

Martín gemía, sometido por completo al movimiento que le embestía una y otra vez. Sentía como sus entrañas ardían por la fricción y que aquel movimiento, solo excitaba su cuerpo más y más. Su miembro se sacudía, goteaba y necesitaba la atención sobre el.

— T-Tócame, por favor... Qui — Whitly emitió un gemido agudo, contrayendose en su propio cuerpo al sentir como se estremecía. — Quítate esos dichosos guantes, por Dios, tócame, Cale...

Erendreich llevó una de sus manos hasta su boca y agarró con los dientes el extremo del guante que la cubría para comenzar a retirarlo. Sus ojos se encontraron con los de Martin a través del espejo, y se le aceleró el pulso al identificar en ellos hambre, como si con cada golpe sólo le hiciese más tenaz a su crueldad.

Una vez su mano derecha se hubo librado del látex, tomó la desordenada erección del peligris entre sus dedos y comenzó a acariciarle, sin dejar de arremeter en él. Cale apretó la mandíbula por el placer, pero también la irritación. Aquella mente depravada parecía imposible de doblegar, encontrando la excitación incluso en sus golpes o degradación; y ello le hizo embestir con más ímpetu, furioso por aquella silenciosa derrota.

El interior del peligris se contrajo y estrechó alrededor suyo cuando sintió su mano rodearle, estimularle a la vez que sus estocadas se hacían insoportablemente placenteras, como dolorosas. Martin lo disfrutaba, sabía que aquello debía de ser por él, por Cale, que en cualquier otra situación le sería impensable. Escondió su rostro entre sus brazos, gimiendo en alto cuando sintió que se arremolinaba el orgasmo bajo su vientre.

El azabache se inclinó sobre él sin detener sus caderas, suspirando obscenidades contra su oído para provocarle. No detuvo las embestidas; sino que aceleró persiguiendo su propio clímax, sirviéndose de aquel cuerpo a su antojo. Martín no pudo soportar más sus palabras, culminando sobre su mano y la madera que decoraba en la cajonera del lavabo, gimiendo y contrayéndose al sentir que su cuerpo no cedía y continuaba embistiendo.

La obscena imagen en el espejo y los gemidos del mayor intensificaban esas sensaciones. Su mirada recorrió los rasgos de Martin arrugados por el tortuoso placer, el color en su rostro, los espasmos de sus músculos bajo su toque... Había algo en ver cómo le disfrutaba que le volvía loco. Gimió entre dientes con unas últimas estocadas profundas, derramándose en su interior sin esperar por permiso.

El cuerpo de Martin se contrajo cuando sintió que terminó en él, y como el abandono tardó solo unos segundos en llegar. Tuvo que sostenerse al mármol, que fue en vano, cayendo de bruces en el suelo, junto con los restos de ambos.

Su mirada, aun borrosa debido al placer buscaba a Cale, pero este, abandonaba el cuarto de baño sin mediar más palabra; dejándole allí solo, jadeante, tratando de recomponerse. 


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