› capítulo uno
Era una tarde de principios de invierno; el viejo reloj de pared marcaba las ocho y cuarto cuando recibió un mensaje en su móvil. Aún adormilado, revisó el remitente y se dio cuenta de que era de su mejor amigo, probablemente insistiendo en una salida con el resto del grupo. Decidió ignorarlo e intentó conciliar el sueño nuevamente, arropándose hasta el cuello y rodando en el mullido colchón de lana. Necesitaba descansar y reponer fuerzas después de un agotador patrullaje nocturno. Maldijo entre dientes a Buggy por correr casi 14 cuadras antes de ser arrestado... por tercera vez ese mes.
Su sueño fue interrumpido, esta vez por una llamada entrante. «Si es Luffy, juro que le partiré la maldita cabeza con una pala», pensó con irritación.
Malhumorado, contestó: —¿Qué mierda quieres ahora?
—Quiero que levantes tu jodido trasero y lo lleves a Black Moon. Diez en punto, sin demoras ni quejas —respondió la autoritaria voz de Nami, haciendo que se despertara por completo. Frotó sus ojos con rudeza, bostezó largamente y se rascó el abdomen con gusto. Miró alrededor de la habitación de paredes damasco, cansado, como si no supiera dónde estaba.
—¿Crees que desperdiciaré mi noche libre de un miércoles embriagándome hasta perder la conciencia y amanecer tirado en algún callejón de dudosa reputación? —dijo, y la muchacha afirmó con obviedad. —Tienes toda la razón, ahí estaré.
Cortó la llamada sin más palabras y el silencio volvió a reinar en su habitación. Lanzó descuidadamente el móvil sobre el velador y se dispuso a conciliar el sueño una vez más. Tenía un poco menos de dos horas para descansar, y estaba decidido a aprovecharlas. Sin embargo, el problema llegó cuando despertó veinte minutos después de la hora acordada. Un escalofrío recorrió su espalda al ver las llamadas perdidas y los mensajes de su amiga de cabello naranja en la pantalla de bloqueo. «Debe estar histérica», pensó con regocijo. Le encantaba molestarla, aunque esta vez no había sido intencional.
Al terminar su ducha naval, se sintió renovado y apaciguado, como si no hubiera una chica con ganas de asesinarlo en cuanto pusiera un pie dentro de su radar. Tomó sus llaves, su billetera, su casco y salió del departamento con calma.
El trayecto no fue muy interesante; tardó quince minutos en llegar al barrio Mock Town, conocido por sus bares y discotecas. Estacionó su motocicleta y entró al pintoresco local. Black Moon era una taberna concurrida en la zona, especialmente por grupos masivos como el suyo, debido a su ambiente acogedor y diverso. Sin embargo, Zoro prefería embriagarse en la cantina contigua con algunos barriles de cerveza barata de dudosa procedencia.
Al ingresar, se dirigió directamente a la barra para pedir un trago, pero luego localizó a sus amigos en una mesa del fondo y cambió de rumbo. Un pelinegro se levantó de su asiento con gran emoción al notar su presencia.
—¡Hey, Zoro! ¡Por aquí, por aquí! —gritó, levantando y agitando los brazos para llamar su atención.
Sonrió de lado y se dirigió hacia ellos. Después de los regaños y alegatos de Nami por la tardanza de casi 45 minutos, llegó más alcohol y botanas.
—¿Por qué Black Moon esta vez? —preguntó, sacándose la chaqueta de mezclilla y dejándola en el respaldo de su asiento. A diferencia de la fresca brisa nocturna, el interior del local era cálido y agradable, casi lo suficiente para hacerlo sudar.
—Tienen una nueva oferta nocturna. Debe ser porque estamos a mitad de semana y no hay tanta gente —explicó Usopp, comiendo algunas botanas antes de que su amigo de sombrero de paja arrasara con ellas.
El grupo tenía la costumbre de visitar diferentes locales nocturnos en cada encuentro para evitar caer en una rutina. Un día iban a una discoteca, al siguiente a una taberna, y así sucesivamente. También asistían a fiestas en casas o apartamentos. La regla de oro era "Siempre en grupo, nunca solo".
Zoro sonrió al ver la pequeña discusión entre los dos más jóvenes por las botanas, sumada a los alegatos de Nami en un intento por detenerla antes de que pasara a mayores. Bebió de un trago el contenido de su jarra y secó la comisura de sus labios con el dorso de su mano. Nada mejor que un buen sake en compañía de sus amigos.
La bartender notó la sonrisa de Zoro mientras limpiaba los vasos con destreza. Se acercó a su mesa y, con una mirada juguetona, le preguntó: —¿Y tú, Zoro? ¿También vienes a sumarte a los problemas de estos dos?
Zoro dejó escapar una risa y respondió: —Supongo que no puedo resistirme a un buen caos de vez en cuando. Además, siempre estoy dispuesto a ayudar a una bella dama en apuros.
La bartender arqueó una ceja y dijo con un tono burlón: —¿Bella dama en apuros, dices? Eres todo un caballero, Zoro.
Ella regresó a la barra para continuar con su trabajo mientras la puerta de la taberna se abría. Un chico rubio se acercó rápidamente, soltando su chaqueta y desanudando su corbata.
—¿Qué haces aquí? —preguntó la bartender mientras repasaba ágilmente una copa—. Deberías estar en el restaurante ayudando con las comandas y atendiendo las mesas.
—Vine a ayudarte. Me enteré de que tienes el turno sola y no puedo dejar a una damisela en aprietos —dijo, anudando el delantal negro en su espalda.
Ella soltó una risita al notar la similitud en las palabras entre el peliverde y su mejor amigo.
—Estaré bien, Sanji. No hay mucha gente hoy.
En ese momento, un pelirrojo en la barra cuestionó con dificultad: —¿Y yo qué soy? —agitando su jarra para hacerse notar.
La bartender soltó una risita y respondió con una pizca de sarcasmo: —Me refiero a gente decente, Eustass.
El chico bufó con molestia y continuó bebiendo su jarra de cerveza, sabiendo que no podía quejarse sin consecuencias.
Desde una mesa en el fondo, un peliverde observaba cómo ambos trabajadores del local reían. Bebió un largo trago sin apartar la mirada del chico rubio, quien daba saltitos alrededor de la bartender, haciéndola reír aún más.
—¿Qué es lo que miras tanto? —cuestionó Luffy con la boca llena.
El peliverde despertó de sus pensamientos y negó con rapidez. Sus amigos lo miraron extrañados y buscaron en la barra lo que había captado la atención del policía. Solo veían a tres personas, dos hombres y una mujer.
Nami fue la primera en comprender la situación, o eso creyó: —¿Por qué no invitas a salir a Ayana? Supe que está soltera desde hace un tiempo —comentó, dando un sorbo corto a su glamuroso Martini Extra Dry, una bebida que contrastaba con el ambiente del local, donde sobresalían las cervezas.
Él soltó una risa y bebió de nuevo de su jarra. Ayana nunca fue su objetivo: era linda, sí, pero no era su tipo. A él le atraían las personas altas, delgadas, atractivas... y con ojos azules.
Quien realmente comprendió la situación fue Usopp, quien no pudo evitar atragantarse con su jugo debido a la sorpresa. Era bien sabido que su amigo era bisexual, pero nunca antes había mostrado interés en un hombre, al menos no frente a ellos.
—¿Te gusta Sanji? —preguntó mientras se limpiaba la boca.
—¿Su nombre es Sanji?
—Es un gran chico, muy amable y encantador —dijo ahora Robin, quien había permanecido en silencio todo este tiempo mientras disfrutaba de su Tequila Sunrise—, y cocina deliciosamente —añadió.
—¡Es «súper» cierto! —afirmó Franky, mirando a su novia con una sonrisa—. Fuimos la semana pasada al Baratie y él nos atendió durante toda la velada. Servicio de 5 estrellas.
—¿Por qué soy el único imbécil que no lo conocía? —se preguntó Zoro en voz alta, sintiéndose frustrado. ¿Cómo era posible que después de tantos años viviendo en la ciudad nunca hubiera coincidido con Sanji? Había pasado la mayor parte de su vida escolar allí y ahora, como oficial de policía, patrullaba casi todas las noches. Sin embargo, parecía que sus caminos nunca se habían cruzado.
Mientras buscaba respuestas a su interrogante, se formó un gran alboroto en la barra. Una chica golpeaba sin remordimientos a un ebrio, atrayendo la atención de todos. —¡Franky! —gritó la misma chica al notar su presencia, y corriendo fue hasta él—. Que coincidencia encontrarte aquí. Ah, hola y provecho al resto. —El grupo agradeció y siguió comiendo, aunque con algo de incomodidad por la nueva presencia. —Necesito tu ayuda, compañero.
Ambos intercambiaron unos cuantos diálogos relacionados a motocicletas y repuestos, hasta que un muchacho ebrio amenazó a Franky desde la barra. La chica pelirroja se disculpó con el grupo y agradeció la ayuda de su amigo mecánico, prometiendo ir el sábado sin ningún problema a su taller, luego caminó a paso furioso hasta el ebrio de la barra para darle un puñetazo. Junto a otro muchacho rubio lo sacaron arrastrando de la taberna entre maldiciones y lloriqueos.
—Que trío más agradable —comentó con una sonrisa Robin, bebiendo lo que le quedaba de su coctel.
—¿Quiénes son? —preguntó Luffy confundido. Nunca los había visto antes y no quería ser el único que no conocía sus identidades.
Lo irónico era que solo Franky los conocía.
—Son algunos «súper» amigos. El chico ebrio, Kid, hace sus prácticas profesionales en mi taller de vez en cuando —aseguró el cuarentón—. Sobrio, claro —aclaró—. Ese trío hace revisiones de sus motocicletas en mi taller cada mes, especialmente cuando tienen que ir a alguna de sus carreras en las afueras d...
—No deberías dar tanta información frente a un oficial de policía —interrumpió Usopp, dándole un certero codazo en la costilla.
—Tranquilos, esta noche soy solo un civil más —se defendió Zoro, bebiendo su bebida de un solo trago—. De hecho, me interesa esas carreras de las que hablas. ¿Dónde se llevan a cabo?
—No caigas en su trampa, Franky. No seas un soplón.
El grupo estalló en carcajadas ante la situación cómica. Después de las risas contagiosas, se acomodaron en sus asientos, disfrutando de la alegre atmósfera de la taberna. Los amigos continuaron compartiendo historias, recordando aventuras pasadas y planeando nuevas travesuras.
De repente, Nami levantó su copa en alto y propuso un brindis.
—¡Por las noches de diversión! —exclamó con entusiasmo, y los demás levantaron sus bebidas, uniéndose al brindis. El sonido de los vasos chocando llenó el aire, sellando su compromiso de disfrutar cada momento juntos y mantener su amistad inquebrantable.
Robin aprovechó la oportunidad y golpeó ligeramente su copa para llamar la atención del grupo, que se quedó en silencio, incluso aquellos que no pertenecían al círculo.
—Franky y yo... —empezó Robin, sonriendo.
—Nos vamos a «súper» casar —terminó el peliceleste, tomando con cariño la mano de su prometida y acariciándola dulcemente.
La sorprendente noticia dejó al grupo en silencio por un momento, procesando la información. Zoro, por su parte, quedó impactado ante la revelación. Su corazón se hundió en el pecho y una oleada de emociones contradictorias lo invadió. Desde que había conocido a Franky, lo consideraba un gran amigo, un compañero de aventuras, pero nunca se imaginó que estaba comprometido... y mucho menos con la mujer de la cual llevaba enamorado varios años.
Mientras los demás celebraban y felicitaban a la pareja, Zoro luchaba por ocultar su dolor y sorpresa. Mantuvo una sonrisa forzada en su rostro y levantó su copa para brindar, pero sus ojos revelaban una tormenta de sentimientos internos. Observó a Robin y Franky, sintiendo cómo su corazón se apretaba con cada muestra de cariño entre ellos. Por fuera, era el amigo feliz y apoyador, pero por dentro, se desgarraba en silencio.
Durante el resto de la noche, Zoro se esforzó por mantener la compostura, pero cada vez que su mirada se encontraba con la de Robin o Franky, sentía una punzada de dolor. Observaba cómo se acariciaban y se sonreían, preguntándose qué habría sido si él hubiera sido valiente y hubiera confesado sus sentimientos antes. Se culpaba por no haber tomado la oportunidad, por haberse quedado en silencio y permitir que otro se llevara su felicidad.
A medida que la fiesta continuaba, Zoro se retiró un poco del grupo, buscando un rincón solitario donde pudiera procesar sus emociones en privado. Allí, en la penumbra, permitió que las lágrimas brotaran sin restricciones. El sufrimiento silencioso lo embargaba, sintiendo el peso de su corazón roto y la agonía de lo que pudo haber sido.
A pesar de su dolor, Zoro sabía que tenía que seguir adelante y apoyar a sus amigos en su felicidad. Apretó los puños, respiró profundamente y se limpió las lágrimas. Saldría de esa oscuridad interna y seguiría adelante, manteniendo su amistad con Robin y Franky intacta, incluso si eso significaba ocultar su propio sufrimiento.
Con valentía, Zoro regresó al grupo, ofreciendo sonrisas y palabras de felicitación. Por fuera, seguía siendo el amigo inquebrantable, pero en lo más profundo de su ser, sabía que tendría que encontrar la fuerza para sanar su propio corazón y aceptar que el amor no siempre es correspondido.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top