Capítulo 3
—¡Chicago! —La voz de Ji-yeong me trajo de vuelta a la realidad—. ¿Qué pasa?
—Escúchame Ji-yeong, vamos a separarnos, ¿vale? —Ella empezó a negar con la cabeza—. ¡Tenemos que hacerlo! —Miré a los lados y baje la voz—. Las iniciaciones de las bandas son muy peligrosas para las personas ajenas a esa banda, si te ven conmigo nos matarán. —Ji-yeong bajó la cabeza y sentí algo de miedo ante la idea de dejarla sola—. Tranquila, todo irá bien. Súbete a ese coche cuando llegues al punto de encuentro, yo encontraré la forma de llegar, ¿vale? Saldrá bien confía en mí.
La abracé inspirando hondo, tratando de mentalizarme de mis propias palabras, y cuando nos separamos ella asintió para después salir a paso rápido por la puerta. Cogí una sudadera negra, una gorra negra y me guardé una pequeña navaja en el bolsillo. Me puse algo negro que me tapara la mitad de la cara y salí por la puerta. La calle estaba completamente vacía, solo se oía el sonido de mis botas al andar por la estrecha y oscura calle.
Unos sonidos de motos se empezaban a oír y me tensé al notar que se acercaban en mi dirección. Busqué desesperada un lugar donde esconderme; por suerte, a mi izquierda había un hotel bastante bueno para lo que era el barrio, corrí hacia la puerta y forcé la cerradura con una horquilla para entrar. El sonido cada vez se escuchaba más fuerte. Subí hasta el último, pero cuando iba a abrir la puerta que daba a la azotea me sorprendí al notar que el pasillo estaba encharcado de agua, por lo que retrocedí para averiguar de dónde salía y llegué a la puerta de una de las habitaciones.
Toqué varias veces, pero nadie contestaba. Aporreé la puerta ya un tanto agobiada de que le hubiera pasado algo a la persona que estaba dentro. Al ver que nadie abría ni contestaba y seguía saliendo agua de debajo de la puerta no tuve mas remedio que coger el extintor del pasillo y golpear la cerradura hasta romperla. Cuando se rompió, tiré el extintor y de una patada abrí la puerta. Entré corriendo y abrí la puerta del baño sorprendiéndome al ver lo que había dentro.
—¿Sangwoo? —Me acerqué corriendo a la bañera en la que se encontraba. El agua estaba bastante fría, si seguía allí dentro se moriría. Eso me hizo preguntarme si esa era su verdadera intención. Toqué su frente, dándome cuenta de que se estaba congelado. Le miré horrorizada y me tapé la boca con la mano, confirmándose mis sospechas de que el hombre estaba tratando de quitarse la vida—. ¿Que has hecho? —Susurré.
Noté que él empezó a abrir los ojos con dificultad y, antes de que pudiera empeorar, metí una pierna en la bañera para agarrarle por debajo de los bazos y tratar de sacarlo de ahí, sin mucho éxito; pesaba demasiado para mí.
—¿Qué haces? ¿Quién eres? —Notaba como trataba de enfocar su vista y supuse que con tanta ropa no me reconocía—. Mierda, lo veo todo borroso —se quejó. Que no viera empezó a preocuparme.
—Soy alguien que no quiere que mueras... —Susurré, un tanto triste, y con la esperanza de que reconociera mi voz.
—Chicago... —Se relajó, cerrando sus ojos durante unos segundos—. No deberías estar aquí.
—Y tú no deberías estar así —le reproché—. Escucha, necesito que me ayudes, necesito que hagas fuerza para poder sacarte de aquí —me miró y su mirada respondió cualquier duda que tuviera sobre lo que estaba haciendo.
La tristeza en sus ojos al mirarme me hizo entender que quería que lo dejara morir.
—Por favor... —Supliqué. Una lagrima resbaló por mi rostro y vi como la seguía con su mirada, sintiéndose culpable—. Déjame salvarte. —Me miró fijamente y, tras un asentimiento, se movió con dificultad para después agarrarse a los extremos de la bañera y hacer fuerza para levantarse. Volví a agarrarle y le ayudé a salir de la bañera.
Una vez estuvo fuera, se apoyó sentado en la pared mirando fijamente cada uno de mis movimientos. Cogí una toalla y le cubrí con esta mientras trataba de ayudarle a entrar en calor. Ni siquiera se había molestado en quitarse el traje antes de meterse en la ducha, aunque conociendo sus intenciones en el fondo no habría tenido sentido que lo hiciera.
—¿Por qué estas aquí, Chicago? —Agarró mis manos con suavidad, deteniendo mis acciones, y me hizo sentarme frente a él, mirándome como si no se creyera del todo que estuviera allí. Agaché la mirada y pensé en qué decir.
—Ha sido por casualidad. Quería llegar a la azotea cuando vi que salía mucha agua de la habitación —Él me miro inquisitivo, probablemente esperando que le dijera qué hacía en el hotel—. Eso no es importante ahora. ¿Por qué, Sangwoo?
Él agachó la mirada, pero había observado lo suficiente sus ojos para ver el tormento en ellos. Algo en mi interior dolía de ver a un hombre que imponía tanto y parecía tan sosegado en ese estado.
—Soy un mierda, le he jodido la vida a mi madre y me la he jodido a mí mismo. Su casa, su tienda, va a perderlo todo por un hijo del que una vez se sintió orgullosa. —Echó su pelo para atrás, frustrado, bajo mi atenta mirada inexpresiva.
—Entonces arréglalo —Él me miró entre molesto y sorprendido, pero mi mirada no vaciló—. Lamentándote no vas a solucionar nada. ¿Cómo prefieres que se entere, por ti o por la policía? —Él agachó la mirada y agarré sus manos haciendo que me mirará de nuevo, sorprendido—. Oye, sé como te sientes. Impotente por no poder evitar la decepción de tu propia madre, pero esto te va a servir para madurar, para ser alguien mejor. Llevas toda tu vida haciendo todo lo que a tu madre le gustaría, solo para verla orgullosa, tanto que no te has dado cuenta de que no has hecho nada que tú quisieras de verdad. ¿Sabes por qué debes tanto dinero al banco? Porque eras infeliz, no eras feliz con esa vida de empresario y buscaste más, algo más, por eso invertiste en esos futuros, querías una vida diferente. Y te has dado cuenta veinte años después —le miré triste. Lágrimas caían de sus ojos después de lo que había dicho. Tenía razón, y él lo sabía.
—Vaya, soy al único tonto al que le pasan estas cosas —rió sin gracia.
—No, no lo eres —volvió a mirarme—. Yo también creí que sería feliz con la vida que mis padres querían para mí, trataba de verles orgullosos... de mí. —Reí amargamente—. Y cuánto dolor sentí al darme cuenta de que eso era imposible. —Aparté una lagrima con mi mano bajo la mirada triste de Sangwoo—. No podemos ser las personas que los demás quieren que seamos, no se puede ser la persona perfecta para todo el mundo, solo... tienes que aprender a ser tú mismo, de la forma correcta, y no debes preocuparte porque para alguien en el mundo, tú si serás una persona perfecta. —Le sonreí, mientras sentía como las lagrimas se escurrían de mis ojos—. Y está bien... Si tu madre te quiere, te aceptará como eres en realidad...
Sangwoo se incorporó levemente y me abrazó. Me quedé quieta unos segundos, algo sorprendida. —Gracias... gracias Chicago, de verdad. —Sonreí y le correspondí al abrazo, aún ambos llorando.
El timbre de la habitación comenzó a sonar, arruinando el momento, y oí a Sangwoo suspirar.
—Ya voy yo —le sonreí con amabilidad y me levanté para dirigirme a la entrada de la habitación. Cuando llegué a la puerta dudé en si abrir o no.
—¿Quién es? —Intenté sonar segura y ocultar mi nerviosismo tragando como fuerza. Mi corazón prácticamente dio un vuelco cuando una tarjeta se deslizó por debajo de la puerta. La cogí, reconociendo la tarjeta de los juegos.
Punto de encuentro: el mismo de la última vez.
Hora de recogida: las 12 pm.
—¿Quién era? —Preguntó Sangwoo, encontrándome frente a la puerta en shock—. ¿Chicago?
Me giré y le enseñé la tarjeta. —¿Vas a volver? —Pregunté. El me miró dudoso y luego miró la tarjeta otra vez.
—Necesito el dinero... —Me miró, de repente volviendo a ser aquel hombre seguro—. Es mi última oportunidad de hacer las cosas bien.
—No hace falta que me convenzas, yo también voy —le corté. Regresé al baño a por mi gorra y bufanda, y me las puse.
Él me miró sorprendido por mi iniciativa.
—Yo también necesito ese dinero, y yo también recibí la tarjeta. —Se la enseñé.
—Era a las 23. —Me miró confuso.
—Es una historia larga que no tengo tiempo de contarte. —Sin dejarle responder, salí de la habitación.
Cuando estuvimos en la calle, Sangwoo empezó a mirar a los lados y comenzó a caminar a paso rápido.
—¿No pensarás enserio en ir andando? —Me coloqué a su lado y él se sorprendió al verme encima de una moto—. Qué narices tienes, gafitas. —Me reí y le di un casco.
—¿De dónde la has sacado? —Al verme mirándole obvia entendió que la había robado, abriendo sus ojos con pánico—. Esto es ilegal —susurró, desesperándose.
—Ya, bueno, hacer unos juegos de niños en los que matas a los perdedores también es ilegal. —Le sonreí ampliamente bajo su mirada de reproche—. Oh vamos, será divertido. —Aún sin estar convencido, accedió y se subió poniéndose el casco.
—Supongo que debo agradecerle a Dios que al menos sepas montar en moto. —Rodó los ojos.
—Oh, no sé, esa es la parte divertida. —Le guiñé un ojo y él se agarró rápidamente, asustado.
Arranqué la moto y aceleré. Estaba disfrutando completamente de la experiencia, iba a gran velocidad rebasando a los coches; me sentía libre, sin personas ni temores. Noté que Sangwoo tenía los ojos cerrados y me reí ante eso.
—¡Abre los ojos! ¡Confía en mí! —Grité eufórica.
Sangwoo abrió los ojos y tardó unos segundos en comenzar a sonreír disfrutando tanto como yo. Sonreír de esa forma, tan relajado y despreocupado, le sentaba bastante bien.
De repente, algo en la carretera llamó mi atención. Había unos pinchos colocados en la carretera; no eran de la policía. Entrecerré los ojos hasta que distinguí un dibujo en el suelo, un dragón rojo, eso me hizo reaccionar. Le di un puñetazo en las costillas a Sangwoo con el codo y de una patada lo tiré de la moto.
Un señor se colocó frente a mí y giré la moto, inclinándome. Cuando ya estaba casi pegada al suelo, solté la moto provocando que esta arrollara al hombre en su paso. Me levanté un tanto adolorida y busqué a Sangwoo, pero no lo encontraba.
—¡Sangwoo! —Giré para mirar a mi alrededor y grité más fuerte—. ¡Sangwoo! —Comencé a correr hasta que algo golpeó mi cabeza, provocando que cayera al suelo. Traté de levantarme y miré a mi derecha.
—Has tardado mucho en aparecer, Chicago. —Retrocedí, sintiendo como mi cuerpo reaccionaba a aquella voz conocida, temblando—. Empezaba a preocuparme que te hubieras... perdido.
Aquel hombre enmascarado que iba de negro había sido su pesadilla durante tres años, y ahora que por fin tenía la oportunidad de escapar de esa vida ese hombre se le adelantaba para volver a llevarla a su oscuro agujero.
—No, no voy a volver. Prefiero morir. —Continué retrocediendo, oyendo la risa del hombre incluso detrás de su máscara.
—Lamento comunicarte, querida Chicago, que eso no está en tu mano. —Comenzó a acercarse mientras yo negaba y trataba de moverme más rápido.
—Por favor, por favor, por favor... —Supliqué, llorando, cuando llegué hasta la pared.
—¿Qué te dije sobre suplicar? Nunca, ¡y mucho menos en mi presencia! —Elevó la voz y cerré los ojos con fuerza, temblando con violencia por el miedo.
Un motor se oyó y apareció una furgoneta negra, provocando que aquel hombre tuviera que apartarse corriendo para no ser atropellado. La ventanilla se abrió revelando a uno de los hombres de rojo.
—¡Sube! —Gritó el de rojo.
Obediente, corrí hasta la furgoneta, la cual ya había empezado a avanzar de nuevo, y me subí de un salto, siendo agarrada por alguien de dentro.
—¡Sangwoo! —Dije feliz de verlo.
—Hola, extranjera, me alegro de que sigas viva. —Sonrió.
—Jugadora número 002, ¿sabe usar un arma? —Asentí en dirección del hombre de rojo y pude ver a Sangwoo algo sorprendido por mi respuesta—. Perfecto, pues este es el momento para que lo demuestre. —Señaló el asiento del copiloto.
Me senté emocionada en el asiento al lado del hombre del mono rojo y escogí uno de los fusiles.
—Vaya, tiene usted buen gusto. —Aunque no podía verle la cara, supuse que el hombre estaba sonriendo, por lo que sonreí en su dirección.
—Puede que tenga una idea —dije mirándole. Mis ojos brillaban, listos para la acción, pues al fin y al cabo ese era el mundo en el que había crecido; era fuerte en él.
—Adelante, ni se lo piense —el hombre sonaba ya un tanto desesperado.
—A la de tres, gire la camioneta y haga un circulo. —Me até el cinturón a la mano izquierda y pude sentir la mirada curiosa de Sangwoo en mi espalda.
—Un círculo... Vale, girar la camioneta. Joder —repitió el de rojo.
—A la de tres. —Estiré mis pies y aseguré el cinturón en mi mano izquierda—. Uno, dos... —El rojo apretó el volante nervioso—. ¡Tres! —Abrí la puerta del copiloto y me dejé caer hacia la abertura mientras que el rojo ya giraba la furgoneta.
Cuando llegué a un ángulo en el que veía a la camioneta de atrás, disparé a las ruedas, acertando en cada una de ellas, provocando que la camioneta contraria derrapara hasta ir parando y luego volcar. Me agarré a la puerta y metí de nuevo mi cuerpo en la camioneta, cerrando la puerta en el proceso.
Suspiré y noté las miradas de Sangwoo y el de rojo.
—¿Qué? —Pregunté, con la respiración acelerada y con una sonrisa de pura felicidad.
El de rojo y Sangwoo se miraron para luego el de rojo mirar de nuevo hacia delante. —Joder con la cría —suspiró el hombre, haciéndome sonreír.
—Gracias. —Sonreí orgullosa, mirándolos a ambos.
El de rojo solo asintió para luego pulsar un botón y de nuevo el gas se hizo presente.
—Qué cabr... —Pronuncié, antes de caer dormida.
[...]
Al abrir los ojos, me encontré con una sonrisa conocida que me hizo sonreír también.
—Buenos días, señorita Chicago —me saludó Ali, sonriente.
—¡Ali! —Le abracé, y sentí como este me devolvía el abrazo al instante—. Me alegro de verte.
—Lo mismo digo, señorita Chicago —nos separamos del abrazo y miré alrededor, reconociendo a muchos de los presentes.
—Ali, ¿has visto a una chica de pelo corto con un piercing en la nariz? —Pregunté, algo temerosa por no saber si mi amiga había llegado sana y salva.
—Oh, ¿te refieres a ella? —Señaló hacia un grupo de personas reunidas y pude distinguir que se trataba del equipo que habíamos reunido tras el último juego. Me alegré de ver a mi amiga con ellos.
—Ninguno queríamos despertarte aún y, al ver que ella te conocía, Sangwoo la invitó a nuestro grupo.
Mi corazón se aceleró un poco ante la mención del coreano y sonreí, agradecida con él por eso. —¿Vamos? —Ali asintió y le cogí de la mano para ir juntos hacia el resto del grupo.
Cuando llegamos, el primero en vernos fue Gi-hun, quién sonrió al verme allí.
—Hola a todos —Saludé con amabilidad.
—¡Chicago! —Ji-yeong se levantó corriendo para abrazarme y se lo devolví al instante, aliviada de verla en perfecto estado.
—Te he echado de menos, Ji-yeong. —Sonreí.
—Y yo a ti, Chicago. —Me abrazó de nuevo y fui consciente de que el resto nos observaba—. Me preocupaba que no hubieras conseguido llegar.
—Sí, bueno, tuve ayuda. —Miré a Sangwoo, quién me sonrió al instante.
Mi amiga percibió el intercambio de miradas y paseó unos instantes la mirada entre ambos. —Oh, ya veo —Ji-yeong me miró fijamente, de manera interrogante.
Después de que nos entregaran nuestra comida, nos anunciaron que apagarían las luces en cinco minutos. Me despedí de mi equipo y me fui a mi litera para poder dormir.
Cuando se apagaron las luces y la mayoría ya se había dormido, yo aún seguía despierta; no podía dormir. Cuando por fin pensé que me estaba durmiendo empecé a oír los gritos de una señora que pedía ir al baño. Me levanté, pensando en mil y un maneras de matarla allí mismo por desvelarme, hasta que vi a una chica joven que estaba escondida entre unas literas observando a la señora, distinguí que la chica tenía una navaja en el bolsillo, lo que me sorprendió. Se me ocurrió la idea de que si dejaban pasar a la señora quizás podría aprovechar para investigar un poco, pero no quería hacerlo sola.
¿A quién podía despertar para venir conmigo?
¿A Ji-yeong?
¿A Ali?
¿Al anciano?
¿Gi-hun?
O quizás... ¿Sangwoo?
Espero que os haya gustado, por favor escribir en un comentario la persona que queráis que vaya con la protagonista. Al terminar de escribir un capitulo, en el momento de publicarlo, se lo dedicaré a la/s persona/s que comentaron en el capítulo anterior para la elección del actual capítulo.
¡Os leo!
-Venus
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