Capítulo 1

Me desperté un tanto desorientada, a mi alrededor todo se veía ligeramente borroso. Traté de enfocar mi vista y observé el lugar descubriendo que me encontraba en una amplia habitación blanca. Pude notar que había muchas personas en la habitación hablando o simplemente perdidas en sus pensamientos. Todos llevaban una especie de uniforme con un número, por lo que observé mi vestuario, descubriendo el mismo chándal con un número: 002. Pasé mis dedos por la inscripción y lo observé mejor hasta que se escuchó un fuerte golpe que me hizo reaccionar. Un chico estaba pegando y gritando a una chica, una adolescente tal vez ya que no parecía muy mayor. Me levanté de la cama para acercarme y poder observar mejor. 

No necesitaba oír lo que decía ese hombre, estaba pegando a esa chica y no iba a permitirlo. Sin pensarlo, me acerqué de la forma más rápida y sigilosa que pude y le asesté una patada en la cara, haciendo retroceder a ese idiota con el impacto.

El golpe hizo que el silencio inundara la sala, atrayendo la atención de las demás personas hacia ellos.

—¿De qué coño vas, hija de puta? — El hombre me fulminó con la mirada mientras empezaba a levantarse. —Eso ha sido un error, zorra.

Me tensé, lista para pelear si tenía que hacerlo, justo cuando un agudo sonido rompió la tensión, atrayendo todas las miradas hacia las puertas. Estas se abrieron y unas personas vestidas de rojo con mascaras negras se abrieron paso hasta nosotros. La imagen hizo que parpadeara sorprendida, sin entender muy bien cual era la razón de aquellas personas para llevar sus rostros tapados.

—Lamentamos la interrupción. El primer juego está a punto de comenzar y debemos explicarlo antes — noté que su mirada se detuvo en mí, pero la mía seguía fija en el idiota que llevaba el número 101.

Tras una explicación sobre los juegos y el dinero, iniciamos el camino hasta el primer juego. Me detuve frente a una pantalla y me hicieron una foto, lo cual me causó un escalofrío. Avancé hasta donde nos indicaron y las puertas se abrieron frente a todos, permitiéndonos observar una especie de patio, el típico en el que jugabas cuando eras pequeño; lo único diferente era una extraña muñeca, un tanto diabólica, que estaba frente a un gran árbol.

El juego se llama Luz Roja, Luz Verde. Deberéis llegar hasta la raya roja sin ser detectados. Podéis avanzar mientras dice Luz Roja, Luz Verde, pero deberéis quedaros quietos cuando no lo oigáis. Aquellos que se muevan cuando no deben serán eliminados.

La voz volvió a repetirlo una vez más, pero mi atención se había desviado para concentrarse en lo que había a mi alrededor. En España, mi país natal, aquel juego se llama escondite inglés; supuse que Luz Roja, Luz Verde era el nombre que se le daba en Corea.

Bien, comencemos.

La muñeca se giró y mi cuerpo se tensó al completo, listo para la acción.

Luz verde, ya puedes empezar a correr y volver a parar. —Me detuve.

De repente, un sonido cortó el silencio. Mi respiración se atascó en mi garganta cuando identifiqué el sonido de un disparo que parecía haber confundido a todos. Cuando identifiqué un cuerpo tirado en el suelo, mis ojos volaron hacia el chico que parecía ser su amigo, siendo consciente de lo que vendría a continuación: pánico. El chico en el suelo soltó sangre por la boca y su amigo, asustado, empezó a correr en la dirección opuesta para tratar de llegar a las puertas. Otro disparo sonó y el chico se desplomó en el suelo, provocando el grito de horror de una mujer manchada de la sangre del segundo asesinado. Los jugadores, aterrados, empezaron a correr hacia la puerta para intentar huir, pero muchos eran disparados antes de siquiera llegar a la puerta y los que se amontonaban en estas iban siendo disparados uno por uno. Los disparos se oían demasiado y mis oídos empezaron a pitar, provocando que mi cabeza comenzara a dar vueltas debido al mareo que sentía. Cuando los disparos cesaron y la voz volvió a repetir las reglas creí que me caería ahí mismo por el dolor. Sin embargo, antes de caer, alguien me abrazó por la espalda firmemente, permitiéndome así que apoyara mi peso en él para no caer.

—La muñeca es un detector de movimiento, si te mueves te dispararán —susurró la voz que me agarraba por detrás—. Cuando la muñeca se vuelva a girar y diga Luz Verde ponte detrás mio, así no te verá. — Asentí ante sus palabras muy levemente, rezando porque la muñeca no fuera capaz de notar mi respiración irregular o la forma en la que mi cuerpo temblaba levemente. Aunque sabía que no lo haría, pues la persona que me sujetaba estaba haciendo la fuerza suficiente para mantenerme lo más inmóvil posible.

Cuando la muñeca se giró por fin y volvió a hablar, la persona detrás mio se movió y yo aproveché para ponerme detrás de él. Ahora que lo tenía delante podía observarle. Era un hombre, no era joven pero tampoco era viejo, definitivamente tenía varios años más que ella, pero dudaba que llegara a los cuarenta, al menos no aparentaba ser demasiado mayor; llevaba unas pequeñas gafas, por lo que había observado antes de que me diera la espalda, y sus ojos y cabello eran oscuros. Aunque no le hubiera visto del todo, estaba casi segura de que era atractivo.

Otros dos disparos sonaron y la muñeca volvió a girarse. Empecé a correr mas rápido y me puse al lado del hombre de antes, el 218. Ambos estábamos detrás de un señor de unos cincuenta años. 

El 218 me miró de reojo. —Te dije que te quedaras detrás mío —murmuró. Una parte de mí se sintió más tranquila ante la calidez de su voz; no era el mismo tono que usaban los hombres de fuera conmigo, era un tono amable, no autoritario. Eso me hizo sonreír levemente.

—Ya, bueno, prefería observar mejor desde aquí —le miré también de reojo, divertida.

Él iba a hablar cuando un disparo sonó y el hombre que teníamos delante se derrumbó, aplastándonos a ambos.

—Dios, ¿para que quería el dinero? Este hombre pesa cinco veces más que yo —me quejé.

Vi como el 218 sonreía divertido por lo que había dicho y me le quedé observando unos segundos. —¿Como te llamas, gafitas? —sonreí divertida y él imitó mi acción al oír el apodo que le había puesto.

—Sangwoo, Cho Sangwoo. —Su sonrisa no desapareció en ningún momento al mirarme y yo arrugué mi nariz con diversión, siendo consciente de que al ser un nombre coreano me resultaría difícil recordarlo y pronunciarlo.

—Cho Sang... —Traté de pronunciar su nombre, sin mucho éxito—. De acuerdo, pues es un placer. gafitas, podrías quitarnos a este hombre morsa de encima, por favor  —bromeé. Lamentablemente mi cuerpo no estaba hecho para soportar tanto peso, y mis músculos ya empezaban a doler por la presión.

—Cuando se gire la muñeca lo quitaré de encima, en cuanto lo haga levántate rápido. —Asentí a sus palabras y me mentalicé de lo que debía hacer.

Luz Verde... —Empezó la muñeca.

Sangwoo apartó al hombre y yo me levanté de un salto una vez que estuve libre del peso de aquel cuerpo. El mencionado trató de levantarse, pero en un mal movimiento hizo el amago de caer, justo cuando la canción ya acababa. Sin pensarlo, le agarré del brazo y tiré de él hacia mí con todas mis fuerzas para mantenerlo de pie. Nos quedamos quietos justo cuando la muñeca se giró y levanté mi vista hacia él, encontrando nuestros rostros bastante cerca. Sus ojos me observaban con calma mientras los míos brillaban por la adrenalina del momento. Se escucharon tres disparos cerca y cerré los ojos aguantando la respiración. Yo era la que estaba delante de Sangwoo así que a la que verían si se movía sería a mí. El brazo de Sangwoo que rozaba el mío se movió un poco y sentí una cálida presión en mi mano. Aunque no podía bajar la mirada para verlo, sabía que su mano agarraba la mía, ejerciendo una pequeña fuerza sobre ella para que me relajara.

La muñeca volvió a cantar la canción y rápido empezamos a correr. Quedaba muy poco tiempo y ya casi estábamos en la meta. Cuando aumenté la velocidad para alcanzar a Sangwoo y pasar la meta, alguien me agarró del pie provocando que cayera. Vi como Sangwoo llegó y se giró para buscarme, sorprendido de que no hubiera llegado. La próxima vez que la muñeca se girara sería mi última oportunidad de vivir.

La muñeca se giró y empecé a forcejear con la persona que me agarraba. Una chica le clavo una navaja en la mano y me agarró del brazo para empezar a correr juntas. La muñeca ya se estaba girando de nuevo justo cuando la chica tiró de mí hacia delante con fuerza, levantándome del suelo, y ambas caímos volando por los aires unos poco centímetros más allá de la meta.

Me tumbé boca arriba, respirando con dificultad, y miré a la chica a mi lado, esta también tenía la respiración acelerada por la carrera, pero estaba completamente seria.

—Gracias. —Mi voz salió algo ronca por el cansancio, pero lo suficientemente fuerte para que la chica me escuchara. Ella solo asintió y se levantó, alejándose de mí. Imité su acción y me incorporé para quedarme sentada, sintiendo como poco a poco mis latidos volvían a ir a un ritmo normal.

Los que no habían llegado a la meta a tiempo fueron disparados, y a los que sobrevivimos nos llevaron de nuevo a la gran habitación. Una vez allí, busqué la cama en la que me había despertado antes y subí a ella para tirarme completamente agotada.

Suspiré, cerrando los ojos, dejándome llevar por la calma y la tranquilidad de seguir viva a pesar de todo.

—Hey, extranjera, me alegro de que sigas viva.

Me giré para ver a Sangwoo, el que me había hablado, y vi que no venía solo; dos chicos más iban con él, otro extranjero con aspecto de ser indio y un coreano bastante delgaducho. —Sí, es genial, ¿verdad? —rodeé los ojos por la ironía de la situación—. Yo también me alegro de que estés vivo, gafitas.

—¿Gafitas? — Preguntó el otro coreano riéndose.

—Ah, sí, la extranjera nos ha salido graciosilla —Sangwoo me miró, negando con la cabeza, a lo que yo sonreí en respuesta.

—Oh, ya entiendo, es porque usted tiene gafas, ¿no señor? —Preguntó emocionado el indio, para luego mirarme—. Es un placer, señorita, mi nombre es Ali.

Me sonrió y yo le devolví la sonrisa asintiendo.

—Encantada, Ali. Yo soy Chicago —le sonreí.

—¿Chicago? ¿Cómo la ciudad de Chicago? —Preguntó, confuso, el otro coreano.

Yo asentí un tanto incomoda.

—Chicago me parece un nombre precioso, señorita. —El chico me sonrió con timidez y amabilidad por lo que no dudé en devolverle la sonrisa con calidez.

—Gracias, Ali —le agradecí.

—Oh, cierto, yo soy Gi-Hun. Encantado, Chicago. —El otro coreano dio un paso en mi dirección, con una radiante sonrisa.

—Bueno, tú ya sabes mi nombre, soy-

—Gafitas —le interrumpí—. Sí, lo recuerdo. —Sangwoo me miró sorprendido y los demás empezaron a reírse.

Le sonreí con amabilidad, haciendo que él me devolviera la sonrisa, pero con más timidez.

—Bueno, Chicago, ¿te gustaría hacer equipo con nosotros? —Gi-Hun me miró sonriente, señalando a los presentes, y los demás me miraron expectantes a mi respuesta.

La duda llegó a mi mente y mis pensamientos se volvieron un torbellino de preguntas contradictorias sin respuesta.

¿Era buena idea hacer equipo con ellos? Estaba segura de que no se habían dado cuenta de mi edad, y eso luego traería problemas. Además, los equipos no eran siempre la mejor opción. Por otro lado, quizás debía hacer equipo con otras chicas, apoyarnos entre nosotras, buscar a la que me salvó.

¿Que debía hacer?

¿Debería unirme al equipo de los chicos?

O

¿Debería crear mi propio equipo con las demás chicas?

Es vuestra elección, podéis elegir lo que ocurrirá a continuación, depende de vosotros.


¡Os leo!

Venus


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