Capítulo cuatro.
Todos ya se encontraban en la casa del español desempacando sus cosas para adentrarse en el inmenso hogar que alguna vez habitaron.
El mayor de todos ellos portaba una sonrisa, ver a sus niños pelear por cosas insignificantes o por quien tendría mejor habitación que otro le llenaba de vida; como cuando eran colonias.
Más esa alegría se fue al ver que su niño tricolor que porta una aguila como escudo se quedaba estático; es como si fuese una muñeca de porcelana mirando con ojos vacíos todo.
—Venid Nueva España, debéis estar cansado.
Sin más lo guió a su vieja habitación; era increíble ver que se quedaba tal cual el pequeño la había dejado hace varios años. A México no le gustaba que sus cosas estén fuera de lugar, deben mantenerse como siempre.
Eso lo tiene bien claro España, una vez dos de sus hijos »Uruguay y Paraguay« fueron de malosos a la pieza de Nueva España. Estando presentes en el lugar tomaron algunas cosas (como libros, algunos apuntes y demás) solo para tirarlas o moverlas de lugar.
El dueño de la alcoba al enterarse le dio un colapso; una crisis. Se le veía muy nervioso cuando le contó todo lo sucedido.
Pobre de su crio, como le gustaría que fuese como los demás. Que pudiera disfrutar mejor su vida sin ser molestado o tener ciertos cuidado especiales.
En fin, volviendo a la actualidad. México ya terminó de desempacar -Eran pocas cosas, no necesita llevar tanto- y decidió terminar uno de los libros que le regaló su padre.
Mucho de lo que tenía el mexicano son regalos de su mayor.
—Voy con vuestros hermanos, cielo. No demoro.
El menor solo le miró y volvió a leer. El libro le fascinaba, le calmaba y daba a volar su imaginación; una pequeña sirena a la cual le cortan la lengua para ver a su amado.
Un amado. . . ¿Por qué ella haría eso solo por una persona? Es ilógico, ¿no valora su vida?
¿Qué es el amor en sí? Ella miraba a su principe con otros ojos; no era el mismo amor que papá o su hermano.
¿Hay diversos amores?
Tal vez. . . alguien le quiere tal cual es, pero eso no es para preocuparse; tiene una familia y amigos -según él-. Debe ocuparse en cosas mejores como su corrupción -algo de lo que ya está muy cansado- o su violencia, o su analfabetismo.
—No quiero ser un país.
Tantos problemas le ponen nervioso, jugando tan frenético con sus manos mientras sus labios tiemblan.
Ha escuchado a otros decir que es un fenómeno solo por tener esta condición. Le enoja pero no puede enfrentarse, aquellos son muy grandes para él solo.
Seguiría leyendo pero su teléfono dio a sonar con la alarma; es hora de trabajar. Suspiró, siempre da un espacio para ocuparse de las juntas o atender a su población.
Se levantó de su lugar para tomar un pequeño portafolio donde guardaba sus respuestas y propuestas para la siguiente reunión, si se enfoca en otras cosas ya no se sentirá tan triste.
. . . ¿De verdad era un fenómeno?
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