🌄Capitulo ⅡⅠ🌄

La llega del ansiado Armisticio y el inicio de un periodo de Paz.
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Periodos de 1949 - 1952.

Se podía sentir la paz y la calma en las calles, aun cuando habían familias en las calles sin un hogar en donde quedarse, aun cuando integrantes de las mismas hubiesen sido víctimas de las balas o explosiones se podía sentir la esperanza viva y latente en ellos, sus súplicas habían sido escuchadas y aquel día, en plena mañana donde sintió en su pálida mejilla el cálido beso del sol despertó aliviada al ver que frente a sus ojos estaba su hijo.

En si, estaban todos a su lado, fue inevitable no derramar algunas lágrimas de felicidad mientras los abrazaba con euforia.

—Madre!.—exclamo alegre Tel Aviv entrando por la puerta como un héroe.

Israel levanto su mirada y levantándose de su lecho corrió a abrazar a su pequeño, aquel niño hijo suyo había regresado a su lado.

—Se acabo madre, la guerra ha acabado!. —manifesto alegre abrazando fuertemente a su madre.—Hemos ganado madre!!¡lo hemos logrado!.

La había extrañado, siempre había vivido a su lado, jamás había pensado en irse de su lado, jamás pensó dejarla hasta que lo hizo y con su convicción logro acabar con la guerra prevaleciendo aun su libertad.

24 de Febrero de 1949.:

Frente suyo estaba el Reino de Egipto, casi devastado mostraba un ápice de odio en su mirar seguido de uno que desconocía su naturaleza, tenia el rostro marcado por ojeras y parecía que los años por fin le cobraban factura. Como podía darse cuenta de que estaba muriendo en vida, que se estaba muriendo por dentro (?).

Un papel yace frente a sus ojos, ambos sostienen dos bolígrafos con los cuales firmarían el tratado de paz entre sus gobiernos, el cruce de sus miradas los ponen nerviosos por que en ella los recuerdos flotan y se hacen mas vivos que nunca, se reflejan en sus pieles y miradas cómplices una de la otra, ambos guardando su romance.

El silencio es incomodo a medida que las cámaras los graban por siempre en una fotografía, estrechando sus manos el nerviosismo se apodero de ellos, era recordar aquella tarde en el Palacio Montaza en donde atravez de un beso robado y palabras bonitas habían dado rienda a un romance bastante efímero.

Egipto no olvidaba aquel día, no olvidaba lo bella que lucia ante sus ojos llenos de lujuria, aquella inocencia que despertaba a sus mas bajos instintos carnales, la suavidad de sus labios semejantes a las rosas de su preciado jardín, el hermoso brillo de su mirada y la sencillez de su sonrisa eran entre otras muchas cosas que envidiarle. Era perfecta para él y nadie más.

En cambio Israel recordaba su mirada, aquella coqueta que la sometió, aquella que le alegraba los días y la hacia estremecerse, la delicadeza de sus besos y de sus caricias, la dulzura de sus palabras tan hipnotizantes y encantadoras.

—Jamas he de olvidarte mi bella flor de loto.—susurro cerca suyo en un simple choque con la presencia femenina.

Aquel día había sido el mas emocionante de todos iniciando así una apretada agenda.

23 de Marzo de 1949.:

Estaba frente a Libano, la extrañeza de su mirada que reflejaba un mar infinito de sangre o posiblemente a la piedra preciosa del rubí la miraban de forma inquietante, como si le temiera al mismo tiempo que la odiaba.

La firma del tratado de paz entre sus gobiernos llegaba a ser rápida, no había nada entre ellos y es más ella apenas lo conocía, apenas podía recordarlo. Era tan joven, tan lleno de vida como también sumido en la discordia.

Libano estrecho su mano con la suya de forma rápida como si le incomodase tocarla, no sabia el porque de aquella actitud pero podía respirar con tranquilidad sabiendo que tenia un enemigo menos con el que lidiar o por el que preocuparse.

3 de Abril de 1949.:

Emirato de Transjordania era el más joven de todos con los cuales hasta el momento se había topado o había escuchado, tenia los mismo colores que Palestina, tenia la mirada llena de inocencia que despertaban su instinto materno, era en si el más inocente de todos aun corrompido por el odio y bañado en sangre.

El emir se dedico a verla casi estupefacto, ahora entendía el por que el egipcio jamás vio a Siria con otros ojos por que los tenia puestos en Israel, le fascinaba el color de sus ojos siendo uno distinto al otro, le inquietaba el origen de la fémina. No tenia parecido alguno con Palestina, no tenían rasgos que los uniesen como hermanos.

—Un gusto conocerla!.—manifesto cordial estrechando la suave mano de la hebrea.

La respetaba, aun cuando su gobierno se mantuviera neutral y obligado a aceptar dichosa paz el sentía que era lo correcto.

—El gusto es mío, me hubiese gustado conocerte en otras circunstancias.—su rostro poseía una hermosa sonrisa sencilla que puso nervioso a  Transjordania.

Ambos firmaron aquel papel estrechando sus manos en señal de amistad y armonía.

20 de Julio de 1949.:

Largos meses habían transcurrido para que la siria aceptara hacer un tratado de paz con ella, su orgullo se lo había impedido, no soportaba verla, no soportaba la realidad en la que vivía ¿Como había podido perder cuando ya estaban por ganar? Era algo que aun no comprendía, intentaba asimilar la derrota pero no se lo permitía, tragando su orgullo al igual que su gobierno con el cual había estado peleando y discutiendo aceptaron firmar el tratado de Paz que seria muestra cruel de su humillación.

Siria era hermosa, aun más que la hebrea, tenia una mirada encantadora, una sonrisa espectacular parecida al de una diosa, ella era el mejor partido para cualquier hombre del mundo árabe pero ella se había enamorado de Egipto y vivía siempre bajo la sombra de Israel. Claramente muchos obviaban la presencia de Phalavi.

La reina con la cual muchos habían soñado estar pero siempre fueron rechazados.

Aquel día vistiendo de un vestido largo cuyas magas largas tapaban sus muñecas y que le llegaba hasta por debajo de las rodillas de color azul marino se encontró con la famosa Siria. La dama vestía tradicionalmente como lo hacían las mujeres de su tierra. Ella no le dirigía la mirada y si lo hacia, lo hacia de forma prepotente e indiferente, como si se creyera en demasía superior a ella.

No cruzaron palabra alguna, el cruce de sus miradas siendo Israel quien las hacia resultaba aterrador, la seriedad en el rostro femenino le daba escalofríos. Solo el movimiento de sus manos firmando un tratado y evitando a toda costa tocarse daban por finalizada la guerra. Siria había sellado y con su firma terminado el episodio de una guerra que pudo haber ganado si solo la hubiesen dejado usar toda su fuerza militar.

Siria se marcho en silencio, ella jamás olvidaría aquella humillación.

Así, entre muertos inocentes y bajas en los ejércitos de ambos bandos, Israel prevalecía como estado.

Pronto tendría la oportunidad de conocer a aquellos que conformaban el mundo árabe siendo ahora reconocida por sus máximos representantes.

La guerra había terminado y la paz por fin reinaba en medio Oriente sembrando discordia en los corazones de quienes se negaban a aceptar dichosa derrota.

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