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Inesperada y Emotiva Visita.
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Mes de diciembre ha llegado con rapidez y es la semana en la cual por primera vez celebrara el Janucá, en completa libertad y armonía como nunca antes lo había celebrado. Ya no lo haría a escondidas como las veces que después de su tormento celebro para aminorar sus penas y traumas.
El mes de kislev tenia mucha historia tras suyo, cuando su ancestro, cuando el iniciador de su origen siendo un pueblo hebreo marginado y siempre dominado inicio una insurrección del judaísmo con fortaleza en su fe frente a la pagana griega Seleucida, una lucha que denominaron la revuelta de los Macabeos. Durante ocho días se celebro su victoria, durante aquellos días bajo el fulgor del aceite sagrado que permaneció encendido durante aquellos días gloriosos en donde dejaron de ser perseguidos por su fe, en aquel día en donde recuperó el Templo de Jerusalén.
Estaba rebosante de alegría, utilizando un vestido que le llegaba hasta los tobillos cubriendo mayor parte de su cuerpo, cubriendo su tortura de los ojos ajenos.
Por primera vez en el mundo aquellos que nunca la conocieron o tuvieron la oportunidad de conocerla lo harían ahora con su magnifica celebración sin censura alguna. Todo en honor al simbólico hecho que dio origen a la libertad de su fe, el origen del Janucá; el misterio de aceite sagrado que permaneció encendido durante ocho días cuando simplemente debía durar a lo sumo un día.
Cerca a la ventana de la sala de su humilde morada enciende la sexta vela del candelabro especifico de ocho brazos llamado januquiá, tarareaba una canción al momento en que encendía un fósforo y ponía la llama del mismo en la mecha de la vela. Todos aquellos a quienes llama hijos estaban presentes en su casa y entre tantos aquellos que fueron y se denominaron sus hijos existe uno que en teoría si es su hijo. El más parecido a ella era el joven muchacho de Tel Aviv.
Las franjas azules del rostro masculino y joven de Tel Aviv era idénticas a las suyas, tenia la misma mirada suya, aquel distintivo en la mirada que era el color de sus iris, unos ojos del tamaño de almendras con una mirada profunda y serena, una sonrisa encantadora y sincera sobre sus labios finos. Era como mirarse frente a un espejo que cambia de género del reflejo que se proyecta.
Salio a la cocina, el aroma de los pasteles rellenos junto a los buñuelos de patatas eran la exquisitez que rondaba el lugar, abriendo el apetito a uno que otro de sus hijos y más aun en el menor de todos que era Tel Aviv.
Todos en un rito especial frente al candelabro empiezan a entonar un escrito antiguo que había cedido Jerusalén siendo ella la iniciadora del denominado Maoz Tzur. Un escrito que relataba en sus primeras estrofas la bendición divina del Señor y lo demás la persecución que su ancestro sufrió durante muchos años.
Lo curioso de ello era saber de donde procedía dicho escrito, en una etapa medieval...durante la existencia del poderoso Sacro Imperio Romano Germánico. El descendiente manchado de la herencia romana de Carolingio.
Era dibujado en la bóveda de colores cálidos un hermoso crepúsculo lunar, la oscuridad cubría la tierra con la mínima iluminación de los rayos del astro nocturno que parecía una joya regalada del altísimo para con los demás que existían en la tierra que emana dolor, sangre y muerte.
—Baruj Ata Adonai Eloheinu Melej haOlam she'Asá Nisim laAvoteinu, baYamim haHem baZman haZé (Bendito eres tu Adonai, Dios nuestro, Rey del universo, que hizo milagros a nuestros patriarcas, en aquellos días en este tiempo).—recitó Israel, cerrando los ojos como si su alma se fundiera con el fulgor de la llama de la vela del candelabro.
Sus hijos hacían lo mismo, un momento en donde el silencio que puede llegar a reinar después seria el más reconfortante después de años de estar escondidos por fin podían profesar su religión sin temor a represalias.
Aquella noche para un casi perdido americano era una tarea posible encontrar el lugar donde se resguardaba Israel, quería saber como estaba y si no había sufrido algún percance desde que abandono sus tierras para regresar a las suyas. Las noches en tierra santa eran cálidas y la alegría de los hogares decoraban los caminos que conducían al Templo de Jerusalén, el recuerdo de su mas remoto ancestro...
Tras tanta caminata con una maleta en sus manos divagando sin rumbo alguno maravillándose de las hermosas vistas del lugar al fin pudo dar con el hogar de la hebrea, la cual después de su hermano llegaba a ser su mejor amiga en tan poco tiempo que la conocía. Una princesa sin reino ni corona.
Tres sutiles toques dio a la puerta principal de roble oscuro para llamar a la hebrea obviando la festividad que se llevaba a cabo.
—Israel..—suspiro al verla radiante, sus mejillas se teñían de un hermoso color bermellón mientras que sus labios se sellaban frente al nerviosismo que se apoderaba de su cuerpo.
—América!. —menciono eufórica abalanzándose para abrazarlo, sus brazos se acomodaban sobre su cuello sin pretender terminar el abrazo.
Ambos correspondieron el abrazo, América no podía estar más ruborizado, sentía el aroma de su piel sobre su cuerpo, el dulce roce de sus rizados cabellos bicolores y sobre todo el dulce tono de voz que poseía.
Sin duda alguna fue una emotiva e inesperada visita. América con aquel repentino viaje aprendió un poco de Israel, un poco de su tradición ancestral que fue perseguida durante varios años atrás cuando apenas eran un pueblo.
Israel.
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