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Las dos caras de una misma Historia.
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【Ⅰ】


(Traducido del Árabe Egipcio).

30 de Mayo de 1291, Ciudadela de El Cairo, Sultanato Mameluco de Egipto.:

❝Quiero que mi mayor proeza sea inmortalizada, que mejor que sea yo quien lo haga.

Suspirar es una acción que logra desahogar mi alma, y en este preciso instante mi alma se se siente en paz consigo misma.

Recordar que hace dos días atrás peleaba contra quien jure destruir es un recuerdo formidable, digno de ser recordado. Pero, dentro de mi ser me negué solo una vez en acabarlo.

Una niña, una pequeña envuelta en mantos finos yacía sobre las manos de uno de mis soldados que había capturado a un fugitivo de la fortaleza. El rumor de ser indestructibles no pasaron de eso, rumores que pretendían doblegar mi voluntad de conseguir lo que me puse como fin. Sus muros de piedra fueron duros de destruir, pero si fueron destruidos. La ciudadela quedo en llamas al igual que la fortaleza quedó destruida y en frente de ella su rey. Aquel Reino desfalleció por mi espada, me miro fijo y desafiante antes de caer al suelo donde su hijo lamento su muerte.

Pero, en aquella sala, donde las cortinas son de terciopelo y los retratos decoran los muros grises y los pasillos internos son rojos como el rubí hay una extraña sinfonía. El grito de quienes son mujeres al intentar escapar, el sonido de mi voz al dar órdenes, el choque de los aceros contra quienes protegen con recelo una habitación en especial. El movimiento de las lentejuelas de las armaduras y de los cuerpos cayendo de uno en uno al igual que el azote de la gran puerta me dejaron presenciar al reino enemigo. Débil h apenas revistiendo de una simple sotana blanca, el dorado de sus rizos me hipnotizan pero no me doblegan a flaquear al igual que lo intenta su caótica mirada celestial. Sostenía una espada con debilidad, daría su vida en el combate que parecía llegaría a ser decepcionante. Lucho con fervor y valentía antes de caer rendido al suelo, con el filo de mi espada tocando su cuello, reflejando su miedo en el acero, mirándome desafiante aun cuando ya era obvio que moriría.

Un llanto y un cuerpo tendido sobre el suelo, un infantil y molestos llanto seguido de suplicas que son acalladas al igual que sus rabietas y palabras en voz altas por la suela de una bota egipcia. Un muchacho joven que intentaba a toda costa con sus movimientos que me acercara al origen del llanto encuentro en sabanas y mantos finos.

Sorpresa, en mi rostro se mostró. Una niña de piel blanca con una escasa cabellera rizada intercalando en azul y blanco, sólo lloraba y al instante en que puse una de mis manos sobre su rostro, admitiendo que quise matarla me detuve cuando me sostuvo con sus manos. Abrió sus ojos con lágrimas aún, me quede maravillado por el color de los mismos. Celeste como el cielo y café claro, semejante a la corteza de una árbol joven.

Solo oí un alarido, un grito imprudente, una objeción a mi acción. Él retomo fuerzas de donde no las había, derribo a los soldados que sostenían sus brazos, y aun con las graves heridas de espada generadas en los costados de su cuerpo fue capaz de ponerse de pie y correr hacia mi, determinado a matarme fue el quien cayo aquel día al igual que su ciudad. Su cuerpo tendido sobre el mio, aferrando sus manos a mi armadura, sosteniendo con una de sus manos mi rostro con fuerza obligándome a mirarlo mientras muere y mi espada atraviesa su cuerpo. Frunciendo el ceño con impotencia partió hacia el más halla cayendo al suelo de su habitación mientras aquel joven corrió a socorrerlo. Sus lágrimas bañaron su rostro de cruces doradas y mirada celestial.

Mecí entre mis brazos aquella niña de aquel muerto, lloraba como si aun siendo tan pequeña lamentara la muerte de aquel Reino. Salí de aquel lugar abordado por la muerte mientras dejaba tras mio un aura naranja, la llama d el a purificación limpiaba aquella tierra, consumiendo los cimientos del pagano.

Montado sobre mi caballo partí del lugar, con aquella niña en brazos que cuidaría hasta que cumpliese solo tres años.

No mire un solo instante hacia atrás, aun cuando aquel joven me maldecía y suplicaba que le devolviera a aquella niña. Salí victorioso aquel día pero perdí una que nadie podrá reponer. Reino de Jerusalén, mi enemigo mortal, aun cuando no hizo nada para verlo había partido y sin tenerlo odiar a alguien es imposible. Apreciarlo como lo hice jamás podrá ser.

Esta niña de hermosos ojos, parece ser su hija, aun teniendo la oportunidad de no caer en el pecado he decidido sobre su futuro. De hecho parece que ha de convertirse en una hermosa mujer, digna de desposar a pesar de mi traer benéfico alguno.

La hija de un extinto reino que solo existe en la memoria de quien lo vio morir, la mujer que pronto se convertirá en mi esposa, la princesa sin reino pero que podría tenerlo siempre y cuando aceptase casarse conmigo. No hay marcha atrás.

Recordando aquel escenario recurro a marcharme, lo que me he propuesto lo he logrado. Acabe con el motivo de mis insomnios y de mis deseos más bajos, vio como su mirada se apagaba conforme su cuerpo se enfriaba y la sangre empapaba su ropaje dejando una gran mancha carmín en el lugar de la herida mortal. Sus rizos jugaron con el viento como lo hacen los sembrados de trigo en verano antes de ser cosechados. Sus labios se sellaron y sus gritos quedaron siendo parte del recuerdo de aquellos gruesos muros de la ciudad que ardió en llamas aquel día. La bienvenida fue aquella que demostró lo vacío que estaba pero ella seria capaz de llenar aquel vacío, después de todo me lo debe.

Una dama, una niña que se hará mujer, una esposa que criare para mi deleite. Aquella a la que amare del mismo modo que ame y odie a un hombre, el peor escenario de mi vida, la por sección de mi historia.

El secreto más oscuro que nadie ha de saber. Acabe con él, eso es lo que cuenta. ❞

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Sultanato Mameluco de Egipto.

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