𝟎𝟒 ;; 𝐒𝐚𝐯𝐚𝐧𝐚𝐜𝐥𝐚𝐰 : ραsα∂σ ∂ε ℓαs вεsтιαs


𝟎𝟒 ;; 𝐒𝐚𝐯𝐚𝐧𝐚𝐜𝐥𝐚𝐰 : ραsα∂σ ∂ε ℓαs вεsтιαs


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Pedido de "anónimo" ↴

"Me gustaría saber más sobre la historia de los chicos de Savanaclaw, ya que están más en el lado del angst, ¿verdad? Quizás cómo y por qué Leona dejó su trabajo como perro guardián (¿león?) y qué estaban haciendo antes de encontrarse a Heartslabyul."


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(Debajo del corte: ¡Pasado de Savanaclaw!

Tw: muerte, muerte de animales, momentos feos en general... además, ¡un poco largo!)


Leona.


Era el único que quería un resultado diferente.

Nació como guardia de un distinguido santuario junto a su hermano, Farena, donde servía con bastante languidez. Nunca conoció al Dios del que eran siervos, tampoco encontró a su Maestro ahí. Leona no sentía ninguna atracción real por servir con todo lo que tenía para ofrecer.

Farena, sin embargo, sí.

 Una de las doncellas humanas del santuario, tan poco llamativa como las demás, reclamó su corazón inmediatamente. Muy pronto, Farena tenía una soga atada al cuello y un rostro brillante, mucho más resplandeciente de lo que solía tener. Los dos se enamoraron de una manera tan natural que Leona no podía llamarlo de otra manera que "destino". Eran asquerosos en sus demostraciones públicas de afecto público, pero Leona se alegraba por ellos.

Aunque fueran asquerosos.

Farena lo despeinaba cuando lo decía en voz alta, riéndose a carcajadas.

Los años pasaron tranquilamente, más lentos ahora que Leona quería saborear los días. Los incidentes que requerían su atención no eran habituales, especialmente dentro del santuario. Farena salía a menudo a ayudar a los asentamientos humanos cercanos, impulsado por el corazón bondadoso de su maestra y la voluntad del Dios al que servían.

Cuando el peligro era demasiado, la maestra de Farena se quedaba en el santuario con Leona, y a veces hablaban cuando estaba lo suficientemente despierto.

― Quería aprovechar esta oportunidad para decirte algo― empezó, sonando extrañamente nerviosa. Leona no se molestó en abrir los ojos, medio dormido, limitándose a darle un zumbido para que continuara― Estoy embarazada. Con el hijo de Farena.

Leona abrió un ojo ante eso, mirándola perezosamente. Parecía decidida, así que volvió a cerrarlo.

― Felicidades―ofreció, monótono―. Va a volverse loco cuando se lo digas. Habrá una celebración, seguramente.

― Por supuesto que sí―Leona pudo oír la sonrisa en su voz―. Va a ser un padre maravilloso. Tú también, Leona. Serás un tío maravilloso.

Leona le lanzó un chasquido con la cola.

― Lo que sea. No soy bueno con los mocosos.

Efectivamente, cuando Farena recibió la noticia apenas regresó, tuvieron una celebración. Las felicitaciones se extendieron a través de todos los que trabajaban en el santuario, Leona incluso escuchó a Farena pidiendo bendiciones a su Dios. Iban a dar la bienvenida a un niño en el santuario, un mestizo.

Una vez que se calmó la ovación, hubo un infundio que circuló por el santuario.

Los mestizos son criaturas peligrosas si no se las educa correctamente, decían los rumores. ¿Quizás el niño no debería ser criado aquí?

 Farena no prestó atención a los rumores.

― Los mestizos son peligrosos si no se los cría bien―le dijo un día a Leona―. Y aunque no hay una forma correcta de criar a un niño, lo mejor que podemos hacer es criarlo con amor.

Con amor, se repitió Leona, en la profundidad de su mente.

Se preguntaba si sabía cómo hacerlo, si alguna vez lo haría. Farena le revolvió el cabello y le aseguró que no tenía nada de qué preocuparse, que Leona tenía su propia manera de amar, que era maravilloso como era.

Leona lo dudaba.

Después de todo, Leona siempre estaba en el santuario. Oyó los rumores, los murmullos, las especulaciones en el edificio. Sangre mixta, decían siempre. Si fuera "maravilloso", como decía Farena, los hubiera detenido, pero había verdad en sus preocupaciones, así que las palabras nunca salían de su boca.

Si no se criaba bien...

A pesar de toda la tensión, el bebé nace sano y salvo. El niño se llamó Cheka, quien llora absurdamente fuerte y ríe igual de ruidoso.

Leona miraba la cara del niño cuando está dormido y siempre le parecía feo, pero de todos modos trasladó su puesto de guardia a la puerta de la habitación del bebé.

Con amor, mestizo, si no se educa bien...

Como alguien que es esencialmente hogareño, Leona se queda mucho tiempo con el niño. Ve cómo Cheka aprende a darse la vuelta, a gatear, a balbucear, a caminar... Antes de darse cuenta, el niño ya habla, y sigue siendo muy molesto cuando va con Leona para conversar.

Aún así, Leona deja que el niño divague, tarareando en respuesta, entreteniendo la necesidad de Cheka de charlar sin sentido.

Aunque no pertenece a la familia de Farena ―a toda la vida llena de sonrisas brillantes y risas alegres―, lo arrastran de todos modos, insistiendo en que no sería lo mismo sin él. Es cálido, casi abrumador.

Leona se pregunta por qué es tan diferente a ellos.

Los tiempos están cambiando. Los mestizos se esparcen entre la población humana, por las tierras, son criaturas temerarias que intentan llenar los huecos de sus corazones. Las tensiones aumentan. Su Dios sólo mira por encima de ellos, tan arriba que parece como si el futuro fuera lo único primordial. Su sufrimiento actual no significa nada si el futuro previsto es maravilloso. La ira y el miedo aumentan. Los ataques de los youkai son habituales cuando los humanos inician pequeñas peleas entre sus civilizaciones.

La gente común culpa a los mestizos. Bestias sin correa. ¿Por qué Dios los deja hacer estas cosas? ¿Dios no los ve?

Dios observa.

El santuario es atacado.

Cuando los conflictos humanos comienzan, los youkai se unen naturalmente a la batalla, siguiendo a sus amos. Leona es llamado a la acción para proteger el santuario, abatiendo a humanos y youkai por igual. El santuario es seguro, por supuesto que lo es, un edificio se mantendrá en pie mientras le queden clavijas, pero los trabajadores no corren la misma suerte.

Farena regresa cubierto de sangre, con los ojos desorbitados. No le presta atención a Leona y se dirige directamente al interior, con la mirada vacía y desesperada. Leona lo sigue sin pensar, con el temor arrastrando sus pasos.

La Maestra de Farena ha muerto.

La encuentran en un almacén, desangrada por sus heridas. Debajo de su cuerpo ―que se está enfriando― está Cheka, afortunadamente vivo. Leona se arrodilla y levanta con cuidado a Cheka, comprobando si hay heridas.

Ninguna. Toda la sangre que tiene es de su madre. Leona suspira y mira a Farena.

Farena acuna el cuerpo de su Maestra con ternura, con cariño, con lágrimas cayendo por su cara, contrastando completamente cómo tiene los colmillos desnudos, las garras desenvainadas.

― ¿Farena? ―Leona intenta llamarlo, sosteniendo a Cheka más cerca― Eh, espabila, tenemos que volver...

Cuando Leona intenta tocar el hombro de su hermano, éste lo aparta con todo su cuerpo, gruñendo de una manera tan bestial que Leona no tiene más remedio que darse cuenta de lo que ha pasado.

Su hermano ya no existe.

Leona se pone de pie en un salto y sale corriendo de la habitación. Cuando el sonido de las estruendosas pisadas de Farena lo sigue, revuelve su cerebro en busca de un plan.

Primero, tiene que huir. Si puede escapar con Cheka, sería ideal. Si no, al menos tiene que poner al niño en un lugar seguro, y luego girar y enfrentarse a su hermano.

Si no se lo cría correctamente...

En realidad, Leona era muy consciente de que Farena siempre fue el más rápido de los dos.

Serás un tío maravilloso.

Hay un escondite que Leona siempre usaba de niño, en el que Farena nunca podía encontrarlo. Cheka encajaría perfectamente.

Con amor.

¿...Era tan terrible que quisiera creer en el amor? ¿Era tan terrible que aún lo hiciera?

Si existía, entonces tenía que volver su amor horrible, volverlo malvado, volverlo irredente.

Es porque ama que matará a su propio hermano, aquí y ahora. No importa lo que sea de él después, cómo será despreciado por asesinar a un youkai tan querido por el pueblo...

Con amor.

Los niños deben crecer seguros y felices.

Era el trabajo de Leona asegurarse de eso.


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Ruggie.


Para ser honesto, él lo sabía. Sabía que no encajaba.

Desde tiempos que solo su sangre podía recordar, los osaki siempre habían estado ligados a esta familia. Una familia rica que obtuvo su riqueza a través de los poderes de la fortuna de sus familiares osaki. Los youkais se alegraban de reunir riquezas para ellos ―sus amos―.

Ruggie había pasado un tiempo inusualmente largo sin un maestro. Asimismo, no podía aportar nada a la familia cuando no tenía a quién dedicarse.

Peso muerto, decían, pero Ruggie les sonrió y se quedó de todos modos. No tenía otro sitio al que ir.

Como si estuviera pagando su alquiler, Ruggie aprendió a robar y contribuyó a la familia. Una vez que adquirió su forma humana, aceptó trabajos esporádicos en cualquier lugar que lo aceptara. También, cuidó de los más jóvenes, aprendiendo a ocultar sus amargos sentimientos cuando encontraban a sus amos. Uno tras otro.

No podía aportar riqueza sólo por estar al lado de alguien. Si quería atención, amor o cuidados, tenía que rasparse las rodillas en el suelo hasta que sangraran y cortarse las manos durante el trabajo. Los ancianos le daban consuelo a medias, y Ruggie sólo tenía que seguir esperando a que llegara su destino.

Bajo sus miradas evaluadoras y las risas ahogadas de los niños, Ruggie sólo podía esbozar una sonrisa torcida.

Ese lugar era repugnante.

Un día, Ruggie se desmayó de cansancio en las afueras de la ciudad, habiendo sido incapaz de encontrar trabajo ese día, pero tampoco queriendo volver a la mansión. Hacía un buen día, pero lo único en lo que pensaba era en cómo estaba desperdiciando la luz del día.

¿Cómo era, se preguntaba, ser como los demás osaki? ¿Amado y mimado, capaz de traer fortuna sólo por estar al lado de su maestro?

¿Cómo sería tener un lugar al que volver sin tener que sangrar por ello?

― Tú. Eres el osaki que hace trabajos extraños.

Ruggie levanta la vista desde donde estaba sentado, encontrándose con la figura imponente de un hombre extraño. La cicatriz sobre uno de sus ojos tiene un aspecto terrible.

― Ah... sí, ese soy yo. ¿Qué? ¿Necesitas algo de mí?―responde algo tarde, demasiado cansado para asustarse.

¿No había un youkai así? Un asesino suelto, antiguo guardia de un santuario, con una cicatriz sobre el ojo, en fuga...

― Una oferta. Deja tu vida actual y ven conmigo.

― ¿Qué? ―Ruggie responde con un chasquido, repentinamente despierto de puro shock―, ¿Por qué haría eso? No sé nada de ti.

El desconocido inclina la cabeza, con una mirada penetrante pero comprensiva.

― ¿Quieres seguir trabajando por una familia que nunca te aceptará? Tú y yo―la sonrisa que pone el desconocido es torcida, como si estuviera dañado de alguna manera― somos parecidos.

Ruggie lo mira con recelo y luego ve movimiento detrás de un árbol cercano. Un niño se asoma, con los ojos muy abiertos y curiosos. Ruggie no puede ocultar su asombro al verlo.

― Sangre mixta, es un mestizo―murmura antes de poder contenerse―, y no es tu hijo, ¿verdad?

― No lo es― afirma el desconocido, saludando al chico, que se deshace en una enorme sonrisa y le devuelve el saludo con gran entusiasmo―, es mi sobrino.

Todo encaja de repente en el cerebro de Ruggie. El tipo está tratando de reclutarlo porque no tiene ni idea de cómo cuidar a un niño. El pensamiento es tan absurdo que no puede evitarlo y suelta una carcajada, por muy jadeante y pequeña que sea.

― Suena bien, ¿por qué no? ―Ruggie se levanta, saludando también al niño―. Tengo la sensación de que eres un inútil con las tareas domésticas.

― ...Puedo hacerlo si lo intento.

― Claro, claro. Te enseñaré―responde, sintiéndose ligero.

¿Realmente estaba haciendo esto? ¿Abandonando todo lo que ha conocido y por lo que ha trabajado, por un desconocido y su sobrino con el que ha estado hablando quince minutos?

― Entonces... ¿cómo se las han arreglado con la comida hasta ahora?


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Jack.


Aunque ya es una historia antigua, Jack fue una vez un perro corriente. Nació como el mayor de su camada, el más grande del grupo, el más rápido en crecer.

Por ello, fue elegido para convertirse en un inugami. Para crear uno, se utilizan métodos crueles, todos variados, pero el final es siempre el mismo. Matar de hambre al perro y cortarle la cabeza. Con su rencor, tendrás un espíritu atado a ti, sin más opción que servirte.

Era terrible, era doloroso, una simple tortura. Cuando Jack se convirtió en inugami, fue capaz de comprender los horrores del ritual.

Lo hecho, hecho está, así que ya no podía hacer nada para salvarse. Por otro lado, el resto de su camada, sus hermanos aún vivos... No podía dejar que les pasara lo que a él.

Aunque no era algo de lo que un inugami debería ser capaz, Jack forzó su voluntad de todos modos. Se sobrepuso a cualquier orden que recibiera, actuando en su lugar con su propio sentido del bien y del mal. Cuando por fin logró su objetivo de masacrar a los que le cortaron la cabeza, era una noche lluviosa y atronadora.

Tal vez fuera una venganza por haberse salido de su naturaleza, ya que fue alcanzado por un rayo poco después del acto.

Aun así, sintió que tenía razón. Que si podía ir más allá de la disposición de su especie, podría atravesar el rayo. Que podía hacerlo suyo.

Cuando se despertó, había crecido considerablemente. El cielo estaba despejado y sus hermanos lamían frenéticamente su pelaje, tratando de despertarlo. Jack emitió un pequeño rugido para tranquilizarlos, escuchando sus alegres ladridos y sintiéndose satisfechos de que estuvieran a salvo.

Pasaría algún tiempo antes de que alguien se diera cuenta de la desaparición de los humanos que solían vivir allí, ya que estaban en un lugar bastante aislado. Jack decidió aprovechar esta oportunidad para estudiar los conocimientos que tenían allí, en libros de texto. También dejó que sus hermanos crecieran un poco más, lo suficiente como para poder moverse.

Es durante ese tiempo que Jack los conoció.

Un hombre que ostentaba sus rasgos de youkai sin pudor, junto a una cicatriz horrorosa sobre su ojo. A su lado, un tipo de aspecto travieso que agitaba sus colas en el suelo, dejando que los hermanos de Jack las persiguieran.

Jack no percibió mala voluntad en ellos.

― Tú eres el inugami al que le cayó un rayo. No, supongo que ahora debo llamarte raijū, ¿no? ―el hombre olía a sangre que no le pertenecía. Jack parpadeó, sin afirmar ni negar.

― ¿No puedes hablar todavía? ―el otro hombre intervino de repente, acariciando a los hermanos de Jack con extrema pericia. Las manos eran muy útiles para acariciar de forma óptima―. Mm, no te preocupes, aquí todos somos bestias. Entendemos perfectamente lo que dices.

Jack dejó escapar un rugido de su garganta ante eso.

― Esta es la versión corta: Ven con nosotros y te ayudaremos. Todavía eres un bebé en términos youkai, por no hablar de tus hermanos perros normales.

Jack inclinó la cabeza, una pregunta silenciosa.

― ¿Por qué, preguntas? Simple―el hombre entrecerró los ojos―, porque somos parecidos. Tengo la sensación de que los tres estamos conectados. Sé que tú también lo sientes.

Dando una mirada de reojo a sus hermanos, que se perseguían sin miramientos, Jack piensa en la oferta. Ciertamente, no sabía nada de cómo vivían los youkai ni de cómo controlar sus poderes. Lo mejor sería aprender de alguien con conocimientos. Además...

Tal vez por haber nacido perro o por ser ahora un youkai, o tal vez por ambas cosas, pero pensó que lo mejor para sus hermanos era encontrar dueños. Una familia normal que los quisiera y cuidara, que no mirara sus cuerpos en crecimiento y pensara en cortarles la cabeza en el mejor momento.

El hombre esperaba su respuesta, pero parecía que ya conocía la decisión de Jack.

Admirando esa confianza, Jack agacha la cabeza y solicita su ayuda.


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𝟶6/𝟶𝟾/𝟸𝟸

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