ᴅɪ́ᴀ 21 ↦ ᴄᴏᴄɪɴᴀʀ/ʜᴏʀɴᴇᴀʀ
Ania tenía clara una cosa, Nathaniel NECESITABA aprender a cocinar. Con esa idea en mente, se propuso a que el domingo fuera día de lecciones de cocina.
Ese día, iban a preparar una tarta de limón.
Y así, ambos equipados con sus delantales se pusieron a la tarea, Nath poniendo todo de sí para aprender lo más que pudiera. La idea era que en su mayoría lo hiciera él por su cuenta para poder aprender, Ania se limitaría a orientar y ayudar cuando fuera necesario.
—Ahora el azúcar —dijo sin dejar de teclear en su computadora. Oyó a su alrededor como rebuscaba en las gavetas.
—Sabes, esto es bastante relajante —comentó él con una sonrisa mientras vertía la esencia blanca sobre la mezcla, en el horno la masa y la crema se calentaban a temperatura media.
—Me gusta mucho el pastel de limón, es uno de mis favoritos.
—Lo sé, siempre que hay en esa pastelería de la esquina, traes una porción bastante grande —respondió divertido mientras batía los ingredientes.
Ania lo había ayudado mucho al principio pero ahora estaba ocupada en su trabajo, y de todas maneras, quería tener la satisfacción de hacerlo solo, en todas las demás cosas ella había estado vigilando minuciosamente como él iba haciendo las cosas.
Ella le había contado, que la mejor manera de aprender era simplemente intentando. Ella misma había aprendido de esa forma, le había contado cómo su madre solía sentarse cerca suyo repitiendo los pasos e ingredientes uno por uno a medida que ella había ido avanzando; dejando que aprendiera en su mayoría sola pero ayudando compasivamente cuando la chica se había visto complicada.
Dijo que aprender equivocándose, era la mejor manera de aprender. Y ciertamente había aprendido, ahora ya no le resultaba tan difícil como al inicio.
Media hora más tarde, la deliciosa tarta reposaba sobre la encimera, enfriándose sobre la encimera, mientras la pareja preparaba el café.
Nath no era muy fan de las cosas dulces, pero le daría una oportunidad solo para probar sus resultados culinarios.
Ambos se sentaron cómodamente en la sala, con sus tazas de café y sus platitos con tarta. Ania fue la primera en lanzarse a probarla, seguida de un orgulloso rubio.
—Nath...
—¿Sí?
—Creo que confundiste la sal con el azúcar.
—Sí, lo sé.
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