✐ Five.

El día pasaba más lento que de costumbre, al igual que los anteriores esa semana y era normal. Los principales causantes de los problemas en Los Santos a los que aún no habían capturado ni una vez -un payaso y un chaval con pasamontañas negro con una boca de calavera dibujada en blanco- llevaban inactivos desde hace días, los mismos que llevaban siendo aburridos para patrullar, haciendo descender las alertas y por consiguiente, la acción.

Es como si se hubieran esfumado.

Y hasta aquel ruso que los odiaba por lo molestos, temerarios y escurridizos que eran -a parte de también odiarlos por el simple hecho de ser criminales claro-, les "extrañaba". Extrañaba la acción que suponía su sola presencia. Y ni hablar de sus huidas, nunca le había costado tanto seguir el ritmo a alguien. Se tenían demasiado bien estudiadas las zonas por donde iban para evitar a los z y mary -normalmente, por los tejados-, como si pasaran por allí a menudo.

Es una pena que sean criminales que, de capturarlos, tendrían suficientes razones por las que acabar en la federal con cadena perpetua.

Esos conocimientos del terreno, negociar y habilidades físicas no se encuentran en todos los policías.

«¿Qué les habrá pasado?» pensó entonces.

Se mordió el labio, de nuevo en un intento de pensar en algo. Esos dos no han sido atrapados nunca, pero sus compañeros sí. Y alguna vez, había algún sapo que, desesperado por no ir a la cárcel o incluso escapar de su propia mafia, daba datos importantes, entre ellos, cosas de aquella pareja.

❝Solo asistian a cosas que fueran importantes o en las que estuviera el jefe; reuniones con el mismo, dar información de mafias rivales o sobre el C.N.P, recibir el pago, tomar misiones..., He estado en todas las celebraciones y ni siquiera cuando eran después de una reunión o misión bien hecha, estaban allí.❞

Recordó una de las cosas que dijo el último sapo durante el interrogatorio. Ese, fue el único que ellos -o alguien más de la mafia- no mató. Pero sí desapareció, lo recuerda.

Esos dos eran fantasmas la mayor parte del tiempo.

Y en medio de sus pensamientos relacionados con ellos, el semáforo frente a él se puso en rojo, obligándole a frenar. Ahora se aburría más todavía pese a que apenas estaría así un minuto. Su mirada se desvió al teléfono que había encontrado en el baño de comisaria dos días antes y ahora reposaba en su rodilla. Lo observaba como si fuera encontrar algo que le diera una pista de su dueño que antes no vio. Pero obviamente, no había nada nuevo.

Los colores de la funda -una línea roja vertical algo ancha que la dividía en dos, habiendo marrón a la izquierda y azul a la derecha- le recordaban a Horacio, a quien había llamado, pero su teléfono estaba apagado -por eso pensaba que tenía que ser del pelirrojo-, al igual que el de su hermano. En ese mismo momento, como había hecho el mismo día que encontró el móvil y en el anterior, llamó al rubio.

Bip, bip, bip...

❝Has llamado a Gustabo, Gustabo con B de Bombón, ¿Quieres algo? ¿Si? ¿No? ¡Deja un mensaje y descubramoslo!❞

Colgó ante las palabras pregrabadas del buzón de llamada. Nunca había conocido a alguien que pudiera estar tanto tiempo sin usar el móvil, ni tampoco escuchado algo tan... De niño, dicho con una voz adulta.

¿Le habrá pasado algo a los muy probablemente, futuros alumnos?

Recurrió a sus recuerdos de hace dos días. Mientras hacía lo posible porque Conway dejará de golpear a Gustabo con la porra, Horacio estaba en el baño escondido por si le caía un golpe a él también.

En el momento, no le habían hecho gracia los comentarios de Gustabo, por respeto al superintendente allí presente, pero ahora, solo en un vehículo, acabo riéndose.

❝¿Quién es el gilipollas que ha dejado la radio en sonido y está partiéndose el culo justo al lado del puto micrófono?❞ Y la alegría se esfumó. Puso el aparato de su pecho en silencio, tarde, obviamente, mientras los nervios se hacían presentes, al igual que las voces de sus compañeros, y arrancó el coche tan pronto se puso la luz en verde. Se tapo la boca con una mano, sosteniendo con la otra el volante, como si eso fuera a hacer que su risa volviera ahí y borrará aquel momento en el que se aflojó su corbata de seriedad.

❝Yo no.❞ el primero en contestar fue Greco, que rápidamente añadió: ❝E Ivanov no ha sido y Moussa tampoco, estamos en comisaria atendiendo las denuncias.❞

❝Me importa una mierda si estáis haciéndoos las pajas juntas, supernenas. Solo quiero saber quién coño ha sido.❞ la voz del superintendente sonó tan demandante y hastiada como siempre. Nadie allí lo haría puesto que nadie le conocía de la misma forma que el ruso, pero este apuesta todas las botellas de vodka de su casa -que como amante de esta bebida que es, no eran pocas- a que su risa le sorprendió u asustó. Empezaron a escucharse "No fui yo" y cosas similares dichos por los demás agentes de la malla, quedando solo él y Leónidas. ❝¿Believer? ¿Has sido tú?❞ No, solo queda él.

No hubo respuesta.

❝¿Justin de los chinos?❞ insistió.

Seguía sin haber respuesta.

❝Believer, como no me contestes ahora mismo te voy a degra-❞

❝Yo no he... Sidooo.❞ cuando la radio de Leónidas se encendió, interrumpiendo la voz del superintendente, se escucharon coches de fondo y al final de su respuesta, su tono se había hecho más fuerte y agudo, convirtiéndose en un grito. Un golpe sordo lo siguió, junto a un sonido igual de fuerte, pero con un deje metálico. Todo el mundo en el cuerpo predijo lo que iba a decir a continuación: Supeeeh, meh caído de la moto.❞ pero aún sabiendo lo que iba a decir, las risas llegaron igual, hasta el de cabellos de nieve también se habría reído si no estuviera tan tenso.

Ese chico tenía un problema con la moto.

— Tienes que haber sido tú, Believer. Encima de costar un dineral en reparaciones de motos, no seas un mentiroso. — insistió el moreno, sentado en la cómoda silla de su despacho, con un montón de papeles regados por el escritorio frente a él y alrededores del mismo. Aquel grito había hecho que todo ese montón antes perfectamente recogido de informes por fin corregidos se desparramara por todas partes y si, puede que quien tenga que recoger sea él, pero por sus cojones no católicos que iba a hacer pagar al responsable.

❝Pero supeeeh... Podría habe' sido Volko'.❞ más risas colapsaron la radio, opacando los ruidos que hacía la moto al ser levantada por el rubio y luego, apartada a una cuneta para revisar que estuviera bien. Nadie creía que el apodado Comisario de hielo tuviera sentimientos, algo muy cruel cierto, pero ni el superintendente podía negar que su amigo, no era el más expresivo de la malla precisamente.

Dudaba que fuera él, igual que todos.

— Si, claro. Volkov se estaba riendo con tu puta madre de ti por caerte de la moto a todas horas. — El sarcasmo y la acritud de su voz eran más evidente de lo que acostumbraba. pero no podía evitarlo. Odia las mentiras.

❝Pero no sea así, supeeeh. Que meh caí de la moto pa' encender la radio pa' contestarle.❞ Ya no contestó. Tenía un mal día y sabía que si seguía la conversación, iría a darle porrazos aunque estuviera muy ocupado, hasta que... ❝¿Cómo puede este viejo se' superintendente en luga' de mi?❞

Aunque no pudiera verlo, el moreno se levantó de su asiento de golpe y dio un manotazo a la mesa, dando más agresividad a sus palabras con solo aquel sonido, que fue captado por el micrófono -. ¿Cómo coño me has llamado, anormal?

❝No he dicho na', supeeeh.❞

— Más te vale, capullo. — Se volvió a sentar y quitó el micrófono a la radio, empezando a recoger el papeleo derramado. En realidad, él tampoco creía que quien se rio fuera Leonidas. Conocía muy bien esa risa por todas las veces que la ha escuchado, pero ¿Quién podría ser sino? ¿Volkov? Después de tanto tiempo -años- junto a ese hombre tan introvertido, escucharle reír sin razón aparente le parecía difícil, incluso, imposible.

Dudaba más.

— ¿Estará con esos dos? — se pregunto en voz alta aprovechando que, como todo el día en general, estaba solo. Tal vez, esos dos le harían reír, no era algo tan raro, y eran tan payasos que se lo creería si le dijera que se rió por su obra.

En su mente apareció la imagen del chico de cresta pelirroja y su molesto hermano, el enano rubio. Pero a quien recordaba más a detalle era al segundo y era, a su punto de vista, normal.

Ese muchacho era todo vanidad y burla. Además, aparte de eso, con él era con quien chocaba su personalidad y con quien más interactuaba de los dos. Mientras el otro, parecía tener más inclinación hacia su amigo, con quien se iba siempre. Y eso, también le parecía extraño.

❝¿Así que le gusta el BDSM?❞

A raíz de pensar en aquel ojiazul, el comentario que le hizo perder la calma con él por primera vez se apareció en el silencio sepulcral de la sala mientras se llevaba la taza de café a la boca para tomar un sorbo. Entonces, al mirar su escritorio mientras el líquido entraba en su cavidad bucal, recordó el momento en el que el menor se apoyó ahí para inclinarse sobre este y molestarle antes de darle el pañuelo.

Y mientras aún mantenía el café caliente en sus mejillas antes de tragar, dirigió su mirada a la papelera en la que acostumbraba tirar toda la basura que acumulaba de estar tantas horas encerrado en el despacho. Aquel pañuelo con el que se limpió los labios estaba bajo unas cuantas bolas de papel de escribir y envoltorios de barritas energéticas, pero seguía ahí, lo sabía aún sin verlo. Había perdido el olor, estaba seguro, pero sin embargo, el solo ser consciente de su existencia le hizo revivirlo en su cabeza, junto a toda la escena, que se reconstruyó frente a sus ojos con los sentimientos tan vividos cono si hubiera vuelto al pasado.

❝¿Es que el Daddy Kink se quedó sin su Kitten y necesitaba desahogarse?❞

Aquella nueva pregunta le había dejado igual que la primera; no supo si halagar su valentía o enfadarse por la misma. Y aún no lo sabía.

Ni siquiera estaba seguro de si era en serio o solo buscaba confundirle.
Además, ¿De dónde coño sacaba esas ideas?

Recuerda a detalle lo ocurrido durante la persecución donde se vieron por última vez; Horacio se fue corriendo cuando su hermano empezó a molestarle, como si aquel comportamiento en el menor fuera normal en él de alguna manera. Ni siquiera se había inmutado por la tosca y agresiva forma de actuar que el moreno tuvo mientras tomaba la porra para amenazarle, solo amenazarle, incluso le animaba a usarla con más comentarios, ¡Ni siquiera parecía sentir nada cuando escapaba de él fuera del dolor físico por los porrazos que le daba!

— ¿Sera que al que le gusta el BDSM es a ese enano? — Otro murmullo, una pregunta más sobre el enigmático y provocativo chico de cabellos dorados se unía a la gran lista que ya tenía sobre él pese al poco tiempo que lleva conociéndolo.

No lo creía, puesto que no era precisamente sumiso como se supone que es un Kitten. Pero viendo lo atraído que parecía por él aún con los constantes insultos que se tiraban entre ellos, y luego cómo le provocaba aún tras los golpes que le dio, le parecía lo más probable.

Tendrá que hablar con él.

Preferiría no tener que llegar al punto de hablar de nada sexual -o personal a secas- con alguien de su trabajo, pero no quisiera que, si aquel chico aprobara, su muerte fuera a causa de un balazo que iba a parar a él para salvarle guiado por un sentimiento -fuera el que fuera- absurdo. Sentía que debía destrozar lo que impulsaba al menor a ser así, puesto que todos en el cuerpo son su familia y si quiere ser policía, tendrá que cuidar también de él también.

Se niega a perder otra vez a su familia.

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Los hermanos se encontraban yendo a dar de alta la luz y agua en el nuevo piso, puesto que estos servicios no estaban disponibles y su jefe les había dicho que fueran ellos por su cuenta, por si acaso.

Ya era demasiado raro meterse a vivir en un sitio tan caro sin trabajar aparentemente en nada, mejor evitar que la situación se agrave por cosas tan simples como esa.

Una vez hubieran hecho el papeleo correspondiente y les dieron un día aproximado -entre cuatro y una semana- para que fuera aprobado, salieron de allí. Mientras caminaban, el de orbes azules estornudo tres veces seguidas, encogiéndose de hombros mientras cerraba los ojos, haciendo que las costuras de la sudadera de hamburguesa de su hermano que, obviamente por la diferencia de tamaños le quedaba grande, hicieran grandes arrugas entre law telqw.

—Buah, Gusnabo, con esa sudadera y esos estornudos pareces un niño que se viste con ropa de su padre porque quiere jugar a ser adulto. — le señaló con un dedo entre risas y le sacó una foto.

— ¡Al menos saca mi lado bueno, puerco! ¡Y espera a que deje de tener babas por toda la cara! — Las mangas y el dobladillo de la sudadera le incomodaban mientras buscaba un pañuelo en su pantalón para limpiarse la cara de la saliva que sus propios estornudos le habían dejado. Le quedaba tan grande que el dobladillo le tapaba medio culo y le bailaba suelto, además de taparle las manos casi por completo. Incluso acabo arremangándose hasta arriba de los codos antes de quitarse las babas —. Además, esto no habría pasado si no me hubieras tirado el agua a la cara. ¡Seguro que me constipe! — Le señalo con su dedo de forma acusatoria mientras caminaban, atrayendo algunas miradas.

— Oh, vamos. Ya te dije que lo sentía... — hizo un puchero. En su mano descansaba una camiseta del Barça mojada, la que llevaba el rubio antes de que le tirara el agua encima. No lo había hecho con maldad, tan solo le mojó porque creyó ver una abeja cerca de él y quería espantarla, pero en realidad, solo fue una mosca.

— ¡Más te vale! ¡Se me diluyeron las pastillas de hoy por eso! — Y era cierto. En su pantalón negro, también algo mojado, se veía una mancha blanca y verde -este segundo apenas notable- por dentro del bolsillo y costuras del mismo por fuera, debido a las pastillas deshechas. Se las quería tomar mientras bebieran un café, pero ahora solo eran una mancha entre tonos blancos y verdosos que tenía muy mal olor.

Como se altere mucho, están jodidos.

— Podríamos atracar un banco o algo, para liberar tensiones. — propuso el pelirrojo en un intento de relajarlo. Sabía lo amante de la adrenalina que era el rubio.

— Tal vez cuando lleguemos a casa y lo planeemos bien. Ahora Gustabo y Horacio quieren ser policías, no pueden meterse en problemas por ir con prisas. — Entonces, al pasar por delante de una joyería, alguien les agarró del brazo —. ¿Qué coño qui-?

Una pistola apuntándole a la cabeza a apenas unos centímetros dejo mudo al menor.

— Espérense "Gustabo y Horacio", me van a hablar de cuántas mentiras han dicho al jefe.

Gustabo sabe que podrían intentar convencer al mexicano de que él era Pogo, puesto que era la "única mentira" que le habían dicho, al igual que hicieron con el hermano del mismo, pero no quería jugársela. Le dio un rodillazo aún arriesgándose a recibir un balazo y le dijo a su hermano que corriera antes de recibir él un puñetazo en el estómago, seguido de un culatazo en la cabeza que lo dejó en el suelo mareado y adolorido.

Solo le importaba salvar a su hermano. Peeeero..., ese sentimiento era reciproco. Horacio entró corriendo a una joyería al ver que el menor cayó al suelo y pego una patada la vitrina más cercana, rompiéndola y por consiguiente, convirtiendo aquello en un atraco.

Un tirón en su cabello engominado de forma descendente le hizo soltar un quejido. Pablito le estaba agarrando para evitar que siguiera con el espectáculo —. Ya me hartó.

— Nos necesitas vivos. — aseguró el rubio cuando llegó entre tambaleos. Tenía un rastro de sangre en la cara, acariciando su mejilla y haciendo que algunos de sus mechones dorados adquirieran el carmesí de ese líquido. Aunque no lo estaba viendo, estaba seguro de que aquel culatazo le había roto la ceja izquierda.

— Eso ya lo sé. Y venía preparado, no crean que van a poder escaparse, pinches culos inquietos. — Se quitó la capucha de la sudadera que llevaba puesta y se puso una mascara de abuela que sacó de una mochila, la cual había pasado desapercibida por ambos hasta ahora.

Y antes de darse cuenta, los hermanos sí estaban en un atraco, pero siendo lo que nunca esperaron ser: rehenes.

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❝Código 3 en la joyería del centro. Ahora comparto mi 10-20.❞

Los policías que estaban patrullando se sintieron muy contentos de recibir aquella alerta. Por fin podían hacer algo interesante; un tiroteo o una persecución si salía todo bien.

Pero cuando el superintendente asistió a aquel atraco, casi prefirió volver a las montañas de papeleo. Los chicos que hace poco pidieron ser policías y ahora se esforzaban en las pruebas para ello, estaban dentro y encima, de una forma que no esperaba: riéndose tan tranquilos.

— Eh, Confleis, te pongo a cuatro y gozas, cabrón. — susurro el rubio en la oreja del pelirrojo, imitando a alguien de la mafia; Emilio, el hermano de quien hacia el atraco ahora.

Aquella frase viene de cuando el mexicano era negociador, pero se centraba más en hacer rabiar al superintendente, arrancando las risas de los hermanos, de sus compañeros y hasta de los rehenes.

— Eh, eh, eh. ¿Puedo pedir al superanoardiente un bailecito? Es que pronto será mi cumpleaños... — siguió con otro de los comentarios que recordaba, hicieron reír al pelirrojo. Su hermano no era como él. Sí, ambos estaban muy nerviosos, pero el más alto no solo por el atraco sino también porque Pogo apareciera al no haber tomado sus pastillas. Quería hacerle reír hasta que todo pasara, por su bien.

Los ojos de distinto color estaban cerrados con fuerza, mientras aquella llamativa cresta algo deshecha por el agarrón anterior del mexicano se movía con cada movimiento de cabeza que hacia, sin poder evitar reírse pese a estar de rodillas en el suelo junto al menor, atados de manos con cables.

Solo ellos dos eran rehenes, para un único atracador.

Y sin embargo, parecía que los tres eran compañeros.

«¿Cómo pueden estar tan tranquilos?», pensó el superintendente, extrañado por aquellas risas.

— ¿Pero qué coño os pasa, pinches jotos? — El atracador apuntó al chico de piel de nieve con una pistola desde su posición frente a la puerta de cristal de la joyería, donde intentaba negociar con el moreno. Pero al ver que Gustabo ni siquiera lo miraba, se acabo acercando y apoyó el cañón debajo de su mentón, levantándolo, para obligarle a mirarlo a la cara, o más bien, a la máscara de abuela que llevaba —. ¿De qué os reís? — exigió saber.

— ¿Tan nuevo eres en esto? — No se apartó, sintiendo la presión fría del arma contra su piel. El contrario parecía confundido por la pregunta —. Si disparas, se rompen negociaciones, ¿Verdad, Jack?

Todos allí los sabían.
Pero el mexicano ni siquiera quería hacer un atraco. Solo desenmascarar a esos chicos.

«Se creen muy listos. Los mataré yo mismo cuando esto acabe» pensó. Ni siquiera tenía un auto en el que huir más tarde. Estaba en problemas.

— Si. — respondió el trajeado sin ocultar una sonrisa leve que había aflorado ante la calma del de cabellera dorada.

— Ríndete, yo diría que podrías conseguir una reducción si devuelves todas las joyas y nos dejas ir. — Una sonrisa amplía y con clara superioridad se esbozaba cada vez más grande en aquellos labios pálidos.

El moreno no podía verlo a la cara, pero podía sentir la templanza del rubio como si lo hiciera, incluso apostaría que sonreía. Qué curioso que le conociera así. «Una pena que también sea un vanidoso de mierda» pensó, firme frente ante la puerta «Sería tan buen policía si solo dejará de intentar subírseme a la corbata...»

— ¿Y si te disparó? — Ahora el cañón tocaba la frente del menor —. Sabes que podría hacerlo.

— Haga usted lo que tenga que hacer. Conway y los demás agentes le aseguro que sí lo harán. — El tono de voz de este era tranquilo, pero plano. Parecía aburrirle la situación incluso.

Pero la tranquilidad le abandonó cuando el pelirrojo intentó ponerse en medio para que no le disparara a él. Horacio no era tan confiado ni analítico, más bien, era demasiado leal, tenía mejor puntería, más fuerza y demasiado corazón.

En otras palabras, la sola idea de verse sin Gustabo le hacia cometer autenticas locuras.

— Horacio quédate quieto. — La voz del rubio sonó repentinamente molesta, hastiada, sin cuadrar con el tono calmado anterior. Pero al momento se arrepintió, al igual que el de mirada bicolor.

Ahora el arma apuntaba a la cabeza su hermano, en un intento de que el menor se asustara y por consiguiente, callara de una vez —. ¿Y si disparo a este mari-?

Y el rubio se levantó de golpe, dándole un cabezazo al atracador en el mentón aprovechando la cercanía de ambos, interrumpiendo sus palabras, haciendo además que el hombre soltara la pistola y retrocediera tocándose la boca. La máscara había volado detrás del menor y el mexicano estaba expuesto, enfadado mientras unos hilos de sangre salían de su boca. Se había mordido la lengua.

— ¡Ni te atrevas! ¡Te mataré si le miras siquiera! — amenazó poniéndose delante de Horacio, quien estaba mirando al suelo. Su postura, su voz... Ahora todo era agresivo en él, menos la sonrisa que intentaba aflorar en sus labios temblorosos mientras intentaba forzar estos a que se quedaran en una línea.

Esto no dice nada bueno de Gustabo.
Pogo despierta cuando se altera y no ha tomado sus pastillas.
Y aunque no podía verlo, el pelirrojo sabía que intentaba sonreír. Eso es malo.Terrible.

— ¡Basta ya! — interfirió el moreno luego de unos segundos, viendo que aquella mirada azulada rezumaba un odio que no sabía que podía tener, en contradicción con la sonrisa que ya era leve en esos finos labios. Y ni siquiera contó en la sangre en su ceja, ahora seca y de un tono granate. En otra tesitura sentiría enfado y lastima, pero ahora, el de mirada ceniza pensaba que aquella forma de actuar estaba más que merecida; sin embargo, como superintendente que era no podía dejar que se liaran a golpes —. Si no empiezas ya mismo con las negociaciones, te voy a dar de porrazos. — amenazó.

— Tranquilo, Jack. Nosotros ya nos vamos. — Aquellos ojos de diamante se posaron en su hermano, relajando sus hombros subidos y su mandíbula apretada, de nuevo en calma tras soltar un suspiro pesado que además, deshizo la sonrisa.

Parecía repentinamente cansado.

Lo estaba.

El sentado, se levantó inseguro y se acercó al rubio mientras este, daba una patada a la puerta para que se abriera y salió, con el pelirrojo detrás gesticulando un "Pogo" sin voz al atracador, dejándole confundido mientras la sangre seguía saliendo.

«Qué atraco más extraño» pensaron todos al ver cómo los rehenes se acercaban al superintendente, pidiendo que les desatara.

[...]

— ¿Os hizo algo más, aparte de lo de la ceja? — Normalmente, los rehenes se iban luego de ser cacheados, pero aquellos, habiéndose liberado solos y siendo un día tan tranquilo -en el que no podía concentrarse con el papeleo-, el superintendente se llevó a ambos a la playa para medir sus capacidades físicas ese mismo día —. Ya va a estar seis meses entre rejas, pero si decís algo más, podría incluso acabar en la federal. — explicó. Desde su punto de vista, eso debería dejarles tranquilos; pero el rubio no podía estar menos relajado.

Ahora tendrá que pensar la forma de acabar con alguien por haberlos descubierto.

Y que no resulte sospechoso para que nadie más meta las narices.

— No. — repuesta clara y concisa de Horacio mientras hacía flexiones. Estaba enfadado porque ese hombre le obligó a ponerse -más bien comprarse- otra ropa. Iba totalmente de negro para que fuera más discreto y, para colmo, le obligó a lavarse la cabeza en una peluquería para quitarse la gomina y que le cresta cayera a un lado de su cara.

— Y más le valía. — contesto el rubio haciendo el mismo ejercicio. Tenía la cara limpia por fin y una tirita tapándole gran parte de la ceja, además del cabello algo mojado y recogido en una coleta baja puesto que se lo había lavado también para quitar el rastro de sangre. No había querido que le hicieran nada más. Odiaba a los médicos y no le asustaba tener una cicatriz más. Ni siquiera le pusieron ellos la tirita, fue Horacio, excusándole con un "Tiene fobia a los médicos"

— ¿Y tú por qué no te quitas esa camiseta tan mojada? - preguntó el moreno, puesto que el menor se había quitado la sudadera de su hermano, sustituyéndola aquella camiseta del Barça que había llevado al salir de casa, aún estando mojada. Se le marcaba la silueta de la espalda totalmente, haciendo que a cada movimiento y bajada, se notaran sus omoplatos moviéndose bajo las rayas azules y moradas de la tela.

— Por favor, Jack, contén tus deseos de verme desnudo. Mi hermano está presente. — bromeó el rubio con un tinte pervertido en sus palabras, negándose "con delicadeza". Ni siquiera cuando se cambio la ropa del torso se dejó ver. Se había ido corriendo varios metros y después, se ocultó detrás de una palmera, como si tuviera vergüenza de que le vieran hasta desde esa distancia, ¡Cuando apenas y se distinguía su cuerpo blanco de la arena de la playa!

No tenía vergüenza. Si por él fuera, incluso se habría desnudado en la tienda de ropa.

Pero tenía cuidar que nadie del C.N.P le viera las cicatrices para que no pudieran hilar cosas hacía "Pogo", aunque también existían heridas que no eran de ir contra ellos y no pocas, pero esa es otra historia.

Y eso no hacía más que aumentar la curiosidad del moreno -aún más si cabe-, que no dejaba de imaginarse cosas.

— Si quieren, yo me voy y les dejo solos, eh... — El de mirada bicolor era casi igual. Cuidaba mucho que no se le vieran la espalda y piernas, pese a que en el abdomen también tenía algunas que no le molestaba mostrar.

Esto era muy extraño.

Entre tantas dudas, no escuchaba a los chicos, solo miraba sus espaldas cubiertas, una de negro y otra con rayas azules y moradas, estando a un lado del rubio. Hasta que este le tiro del bajo del pantalón, haciendo que diera un ligero bote antes de apartar los ojos.

— ¿Abuelo? ¿Te has quedado en el sitio? — le picó con su típica sonrisa burlona.

— Ahora os tocan las dominadas, nenazas. — ordenó sin el hastio habitual, ahora con la mirada en el frente mientras corrían hacia la caseta de la playa que usaba siempre para este ejercicio. Ni se inmutó a lo que dijo, ¿Siquiera le escuchó?

El que acostumbrara llevar siempre gafas de sol hacia que no intentará ser discreto para mirar lo que sea, pero ahora no las llevaba puestas ya que al salir del despacho olvidó tomarlas.

Su mirada interesada y fija en las espaldas de los chicos no había pasado desapercibida.

— Tío, ¿Por qué no te compraste ropa tú también ya que fuimos a la tienda? — Horacio miró a su hermano con preocupación. Temía que se resfriase y además, el miedo a que Pogo saliese y le hiciera cometer una locura le atenazaba el pecho —. También podríamos ir a casa un momento...

— Relájate, mi Perla. ¿No ves que el superanoardiente está aquí? No hay peligro. Ni la gripe se nos acercará con esa cara de malas pulgas. — se burló el rubio. Una carcajada se hizo presente por parte del de mirada bicolor al tiempo que llegaban a su destino, relajándose.

Igual que durante el secuestro, el menor no perdía momento para hacer reír a su hermano si lo notaba mal.

Y Conway no perdió aquel "apunte".

— ¿Lo haces para que te dé un concierto con la porra? — amenazó cuando llegaron a la caseta. Esta vez, aún sin camisa, traía sus armas en el cinturón y las usaría si hacia falta.

Pero sus amenazas no funcionan con Gustabo.

Este solo se puso frente al moreno, le dedicó una sonrisa pilla y se puso de espaldas ligeramente inclinado hacia delante, palmeándose en la zona de las costillas, espalda baja y trasero con una mano al tiempo que decía —: Adelante.

El pelirrojo había pasado de reírse a estar que se mordía las uñas de nervios. Ninguno traía armas además del superintendente, pero el solo pensar que Pogo se "despierte" y le quite alguna, le ponía los pelos de punta.

Estaba muy estresado. No podía liberarse de sus problemas con su vecino, se sentía mal por cómo habían acabado las cosas con este, se esforzaba todo lo posible para ganar confianza con el comisario pese a no ver que conseguía algo y encima, aún no sabía dónde estaba su teléfono.

Qué desastre.

— Se supone que debe ser muestra de que lo haces mal, no debe gustarte. — El de mirada gris apartó sus ojos del chico, que inconscientemente había seguido la mano del mismo mientras se tocaba el cuerpo y se colgó en la barandilla para hacer dominadas, más para evitar la mirada del rubio ahora que para otra cosa.

Lo que decía era cierto.
Pero también empezaba a creer que disfrutaba los golpes.

Y eso, no sería bueno.

— También se supone que un policía no debería golpear a un civil, pero ¿Adivine qué? ¡Tiene delante a un civil con varias marcas rojas en el culo y la espalda que lo desmienten! — Le señaló acusatoriamente con un dedo antes de colgarse a a su lado, imitándole. Horacio le siguió en silencio.

— ¡Eso fue por-!

— Si, si. Tu Kitten te dejó, me viste el culo y dijiste "Pues me quedó al bombón este". — le interrumpió el rubio. Esa chulería suya le sacaba de sus casillas.

— ¿No será al revés? — El menor le miró confundido unos segundos antes de entender lo que quería decir, pero aún así no dijo nada, de momento —. Tú has perdido a tu Daddy Kink e intentas que te pegue para tener material para tus pajas. — No ocultó su sonrisa mientras, con sus orbes grises escrutaba el rostro de este, buscando indicios de algo.

Tras unos segundos mirando la expresión pétrea del menor, creyó haber "ganado un punto", pero el contrario no iba a dejarle hacerlo tan fácilmente —: Yo no mencioné las pajas, ¿O si, Jack? — Y se rio, esta vez sin ser acompañado de su hermano. Como la otra vez que estuvieron juntos en aquella posición, el moreno sintió un golpe no muy fuerte a un costado de la cintura, ocasionado por el rubio al chocarla con su cadera.

El moreno no supo entonces qué decir. Obviamente nunca usaría la imagen de un casi desconocido para cosas así, pero tenía razón en que en eso, se había colado. Y no sabía cómo responder.

Punto para Gustabo.

«Uno a uno» pensaron ambos. En aquella playa había "ganado" el mayor, pero esta "victoria" ahora les había dejado igualados.

Siguieron con las dominadas, ya sin problemas ni discusiones mayores. Y cuando estaban a punto de acabar, el moreno recibió una llamada.

— Ahora vuelvo, Supernenas. Seguid así. — Y se bajo para contestar, alejándose además, para evitar que le pudieran escuchar..

— Gusnabo, deja de provocar al viejo ya... Me preocupa que en uno de esos tirones de poder salga él. — pidió el pelirrojo viendo a su hermano mientras subía y bajaba, notablemente cansado y nervioso al verse "a solas" — el moreno solo se había alejado unos cinco metros y les estaba mirando.

— Yo diría que más que preocupado, estás estresado. — Bajo de la barandilla de un salto, negándose a seguir. Conway frunció el ceño en la distancia porque había hecho las justas, más no hizo ni dijo nada, más concentrado en la llamada.

Ninguno de los dos estaba acostumbrado a las dominadas, pero el rubio era el que menos, y ni siquiera tenía en cuenta lo nervioso que se ponía al pensar que la camiseta se pudiera levantar un poco al bajar y Jack viera sus cicatrices pese a la distancia.

El de mirada de diamante apoyó una mano en el hombro ajeno, cubierto por la tela negra de la camiseta que el superintendente le había obligado a comprar, volviendo a tomar la palabra -: No dejes que te afecte lo del vecino. Lo ibas a dejar de ver cuando nos mudáramos de todas formas... Solo has adelantado ese adiós.

Horacio se quedó un momento en shock.

Su hermano siempre sabía cuando estaba mal y no dejaba de demostrarle apoyo siempre, pero no podía dejar que lo hiciera ahora. Había algo más importante, un algo de aproximadamente 1.85, de cabello negro como el carbón y con tan mala leche que cualquiera le tosía.

— No es por él. — Bajo también, mirando a su hermano de frente, negándose a dejar ver su malestar aún —. Para lo que hacía con él, puedo usar a cualquiera. Incluso el propio comisario si se deja. Es solo que hasta que lo consiga voy a acumular mucho estrés... — Intentaba hacerse el duro por el bien de la misión, como haría "Dan", lo intentaba; pero el menor sabía lo sensible que era. No podía ocultarle su lástima hacia aquel chico como a todos los demás.

— Ven aquí, Osito amoroso. No tienes por qué hacerte el fuerte conmigo. — El de mirada azul le abrazo dejando las manos en su espalda, acariciando sin darse cuenta los arañazos que el vecino le hizo y que ahora estaban rojos bajo la tela. Le dolió un poco la presión sobre las rayas rojizas, pero no tardó en corresponder. Lo necesitaba desde que salió de la casa ajena en la madrugada y una ligera molestia no le quitaría eso —. Todo se arreglará... Tranquilo.

— Dejad vuestra paja en pareja para luego, Supernenas. — decía el hombre de más edad acercándose mientras guardaba el móvil en su pantalón. Ambos le miraron sin separarse aún —. Volkov dice que ha encontrado un teléfono en el baño y cree que es tuyo. — Miró al de ojos bicolor.

El rubio se separo en ese momento, cruzando los brazos y sonrió levemente de forma dulce para su hermano —. ¿Lo ves? Todo se arreglará.

— Puede ser; lo perdí hace dos días. — El pelirrojo se rascó la nuca mientras lo decía, a modo de explicación.

— Ya veo, ¿Y por qué Gustabo no le contestó? Dijo que te llamó muchas veces. — Posó sus orbes color ceniza en el menor.

— Nunca lo lleva encima. — se apresuro a decir Horacio, excusando a su hermano.

— Odio la tecnología. — se encogió de hombros el otro, siguiendo la excusa, mientras intentaba verse lo más tranquilo posible. Pero esta vez no lo consiguió, se notaba demasiado cómo quería -querían- ocultar la verdad sobre el tema y el superintendente sospechó que así era. Dio unos pasos hacia el moreno y señaló el bolsillo del pantalón donde este guardo su teléfono —. Además, estoy casi seguro de que así nos vigila el gobierno.

— ¿Qué clase de gilipollez es esa?

— ¿Pero qué más te da? ¿No se supone que a los viejos no les gusta la tecnología? — Esbozo una sonrisa retadora. Estaba intentando provocar al de mirada grisácea, como siempre. Salvo que en esta ocasión, solo era por intentar no hablar de la verdadera razón por la que evitaba traer el teléfono, no por las risas.

Más sospechas.

Pero aquella verdad aún estaba oculta.

— ¡Pero si sabes perfectamente que no soy viejo!

El de mirada azul tardó en reaccionar ante las palabras del superintendente y lo hizo con una simple risa, volviendo a aumentar sin saberlo, la curiosidad del moreno por él.

Ese chico era, sin duda, un completo enigma.

Y el superintendente cada vez tenía más ganas de descifrarlo.

— ¿Sabe si me lo dejará en el buzón o algo? — preguntó el pelirrojo, refiriéndose a su teléfono.

— Dijo que irá a comisaria para dártelo. Ya hemos acabado aquí, solo queda comprobar cómo actuaríais frente a algunas situaciones. — Y dicho aquello empezó a caminar con los hermanos detrás.

— ¿No molestaremos al comisario? — volvió a preguntar el de mirada bicolor. El rubio por su parte no dijo nada, solo se cruzó de brazos.

— El muy capullo se aburre de patrullar en círculos sin hacer nada. — Se quedó callado un momento, pensando si debería explicar ese "nada". Finalmente, se decidió por hacerlo —. Últimamente..., hay menos problemas en esta ciudad de mierda.

Y antes de entrar al coche del superintendente, ambos jóvenes intercambiaron una mirada cómplice.

Ellos habían causado demasiados antes de comenzar el plan, por consiguiente, ese descenso era culpa suya -no entero, pero si una parte-. Ahora habrá que subir de nuevo aquella gráfica de problemas.

Definitivamente se avecina una salida de Pogo y Dan.

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┣╍❥ Me pasé, sí, lo se xd. Estoy demasiado
╏ emocionada con esta historia, ni siquiera
╏ me aguanté las ganas de actualizar xd.
╏ Sorry Not Sorry.
┣╍❥ 6257 palabras.
┗╍❥ DB.

6275 palabras.

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