🪷 𝕾𝖆𝖓𝖌𝖗𝖊 🪷
—Блять... (Mierda...)
Rusia estaba envuelto en las cobijas del hotel. No podía controlar sus temblores y había aumentado la temperatura del aire acondicionado de la habitación. Abrazaba su vientre bajo sintiendo un intenso dolor. México estaba en su habitación, intentando hacer de todo para ayudarle, aunque ninguno de los dos sabía que estaba pasando.
—Ya no sé, que hacer —México estaba nervioso, mordía su dedo pulgar intentando pensar con claridad—. La junta con Putin es mañana y necesito que estés bien, no puedo hacer esto sin ti.
—Ya lo sé, ya lo sé...
¿Acaso estaba dando a luz? Claro que no, es imposible. No ha tenido relaciones desde hace mucho tiempo. ¿Pero entonces por qué sentía que se estaba partiendo en dos? Y lo peor de todo, se sentía sucio. Cómo si al mismo tiempo que sentía esos dolores estuviera sudando de alguna manera.
—Черт, это моя страна. Я должен привыкнуть к этому холоду (Maldita sea, es mi país. Debo estar acostumbrado a este frío) —se descubrió de las sábanas, levantándose de la cama volviendo a abrazar su vientre bajo por el dolor. México lo miraba asustado—. ¿Qué me ves?
—E-Estas sangrando.
Dirigió su mirada hacia abajo, horrorizado. No podía creer lo que sus ojos estaban presenciando. Había sangre, en su entrepierna, manchaba la pijama rosa de seda que le había regalado la hermana de México, Chile. Su vista se nubló, se tambaleo ligeramente, haciendo que México se pusiera aún más nervioso.
—Creo... Я думаю... я потеряю сознание... (Creo que voy... A desmayarme...)
—¡Anastasia! —escuchó la voz de México distante, observando como todo a su alrededor se volvía negro.
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Abrió los ojos con pesar. Sobo la sien de su cabeza adolorido. Aparentemente, se había golpeado duro contra el suelo cuando se había desmayado. De pronto, se dio cuenta de que estaba en otra habitación.
—Veo que al fin despiertas, princesa.
—Мексика? Где я? (¿México? ¿Dónde estoy?)
—Bueno, me preocupé cuando vi que te desmayaste. Entonces fui a la recepción y nos pedí una habitación para los dos, con camas separadas por supuesto —México terminaba de acomodar las cosas de Rusia en la habitación—. ¿Por qué no me dijiste que estabas en tus días, chamaca? Te hubiera traido pastillas de la farmacia.
—Откуда мне было знать? (¿Yo cómo iba a saber?)
—Pos yo no sé, mis hermanas tienen una rara forma de enterarse cuando les toca —México sacó una bolsa con el logo de una farmacia, la dejo sobre las piernas de Rusia—. Realmente no supe cuál te gusta usar, y como no despertabas entré en pánico y te compre un poquito de todo.
Rusia vio el contenido de la bolsa. Eran toallas sanitarias y tampones. Suspiró asqueado, descubriendo su cuerpo de las cobijas. Tenía una toalla de baño bajo su trasero.
—Eh... La puso la señorita del hotel, para que no mancharas nada en lo que despertabas.
Observó su pijama, seguía manchada con sangre y aquella mancha seguía creciendo cada vez más. Tomó la bolsa, ropa limpia y se metió al baño molesto. Sentía esa necesidad de purificar su cuerpo, de estar limpio de aquella sangre. Se repetía a sí mismo que era normal, que todo estaría bien, que a todas las mujeres les pasaba eso. Sólo que jamás se imagino que le pasaría a él.
Abrió la llave de agua caliente y comenzó a desvestirse. Tiró su pijama a la basura, al igual que su ropa interior, estaba tan manchado de sangre que no había forma de arreglar del desastre. Se metió dentro de la regadera sintiendo las gotas de agua caliente chocando contra su piel, había dejado de tomar duchas frías desde que se había vuelto una mujer, no soportaba el agua tan helada. El vapor comenzaba a elevarse empañando los espejos del baño.
Cuando hubo terminado de asearse, salió y se sentó sobre la taza, leyendo las instrucciones de como debía ponerse una toalla sanitaria. La colocó en su ropa interior lo mejor que pudo, no sabía si realmente eso funcionaria o le ayudaría de alguna manera a sentirse más cómodo. Ahora más que nunca odiaba su cuerpo, la pesadilla era cada vez peor. Salió del baño con ropa nueva, México estaba en la otra cama viendo la televisión.
—Ya acabaste.
—Да (Si)
—Y... ¿Cómo te sientes?
—Зло (Mal)
—Te traje pastillas y una botella de agua —señaló la mesa al lado de la cama de Rusia—. Quizás puedan ayudarte a bajar el dolor.
—Спасибо (Gracias)
Se dirigió a su cama, sentándose. Sintiendo aquella prenda entre sus piernas, algo incómodo por tener aquella cosa bajo su zona íntima. Pero sabía que era necesario, así no mancharía la cama del hotel. Se tomó la pastilla y algo de agua. Observaba a México acostado cómodamente en su cama.
—¿Te gustó o que? —reaccionó ante la pregunta de México, sonrojandose.
—Нет (No) —volteó a ver la televisión—. Es sólo que no sabes la envidia que te tengo en este momento.
—Tranquila. En una semana estarás mejor, quizás antes.
¿Una semana? ¡¿Una semana?! Rusia se sentía morir, este era el peor castigo que alguien pudiera darle. Y cada mes tendría que vivir lo mismo, los dolores, la sangre, las toallas femeninas. Ahora entendía por qué Bielorrusia quería matarlo cada que la molestaba aquellos días. Escuchó a México apagar la tele.
—¿Quieres salir a pasear? —asintió con la cabeza, no quería quedarse más tiempo en esa habitación—. Bueno, no te quedes ahí, tu conoces mejor tu país, enséñame que hay pa' turistear.
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Rusia veía enternecido como el país más bajo temblaba de frío. Le había insistido diciéndole que al ser él el hombre tenía que ser caballeroso y dejar que el euroasiatico se cubriera en su propio abrigo.
—¿A dónde vamos?
—Te llevo a la Plaza Roja —México lo miró curioso—. Te va a gustar, tiene muchos colores, como en todo tu país.
—Pero... ¿Entonces no debería ser la Plaza de Colores?
—Нет (No)
—Ta' bueno, pues.
México seguía temblando. Rusia se quitó su Ushanka y se la puso en la cabeza. Aquello sorprendió al de más baja estatura.
—Es para quitarte el frío.
—Gracias, princesa.
Llegaron a la Plaza Roja, se pasearon viendo aquella estructura que se asimilaba a un castillo. México estaba embelesado, y Rusia se sentía orgulloso de su arquitectura. Compraron cosas y fueron a comer, el eslavo le mostraba a México cosas de su cultura, su comida y todas las cosas que vendían por ahí. De pronto comenzaba a nevar, ya era de noche, habían pasado todo el día paseando, aunque aquella salida le había servido al moreno para practicar su ruso.
—Mira, Ana, ¿no es hermoso? —daba vueltas mirando al cielo, sacando la lengua para atrapar algunos copos de nieve—. Hacía mucho que no veía nieve.
Rusia rodó los ojos con una sonrisa, uniéndose en la locura del mexicano. Corrían de un lado al otro intentando atrapar copos de nieve con la lengua. Ambos chocaron el uno contra el otro, cayendo al suelo riendo a carcajadas. El café de sus ojos se mezclaba con el azul de los del rubio.
—¿Estás bien? ¿No te golpeé tan recio, verdad?
—Не волнуйся (No te preocupes) —seguía riéndose.
—Dejame te ayudo, linda.
México se levantó extendiendo su mano ante la de Rusia, quién la tomó para ayudarse a ponerse de pie. Caminaron de vuelta al hotel. El de sangre azteca le invitó un café al rubio, quién lo bebía mientras el más pequeño tarareaba una canción. Seguían tomados de las manos, pero aquello no les incomodaba en lo absoluto. México le contaba a Rusia algunas anécdotas con sus hermanos.
—... y luego España comenzó a perseguirla por hacer tremenda pendejada —no dejaba de sujetar su estómago con su brazo por la risa que le causaba—. Y aún después de todos estos años, su casa sigue teniendo esa mancha de cloro en los mosaicos de la sala.
—Yo aún no entiendo cómo es que hacían tantas travesuras —le daba risa la risa de México.
—Bueno, nosotros siempre hemos sido así, nunca le he buscado una razón, supongo que simplemente es por nuestra personalidad.
—Desearía haberme llevado así de bien con mis hermanos.
—¿Tienes hermanos?
—Uh... —no sabía que decir—. Si, pero últimamente no me llevo bien con ellos.
—¿Por qué no? —el más bajo lo miraba extrañado—. Deberían estar orgullosos de tener una hermana tan asombrosa como tú. Digo, aprendiste español muy rápido, tienes buen sentido del humor, eres muy abierta a probar cosas nuevas.
—Bueno... Yo no era así desde que... —desde que era una mujer, pero no podía decir eso—. Desde que te conocí.
Rusia no lo sabía, pero a México comenzaba a gustarle, y mucho. Por supuesto que sabía que la versión que era en ese momento era el tipo de mujer que hipnotizaba al mexicano, pero no sabía que con ese comentario comenzaba a ilusionarlo. El de ojos cafés no pudo evitar sonreír sintiendo que gracias a su presencia comenzaba a hacer que su acompañante experimentará sensaciones diferentes y disfrutará de su presencia tanto como él lo hacía con la suya. Cosa que aún no ocurría.
—¿Te gusto o qué? —la pregunta de Rusia hizo que México sólo se sonrojara y después comenzará a reírse.
—¿Cómo dices que dijiste? ¿De dónde aprendiste eso?
—Из вас (De ti)
—Ah, canijo —intentaba calmarse.
—Es lo que me dices cuando te miro mucho rato.
—Bueno, pues has aprendido bien, mija.
Regresaron al hotel, fueron rumbo a la habitación donde se estaban hospedando. México decidió tomar una ducha antes de dormir. Rusia decidió recostarse en la cama y ver la televisión un rato. Nunca se había percatado de que las telenovelas de su país se asimilaban tanto a las de México, solo que consideraba que las suyas tenían mejor actuación que las del país latino.
Comenzaba a darle sueño, tal vez tenía menos energía gracias a su periodo. Se acomodo mejor entre las cobijas sintiendo sus párpados pesados, estaba tan cansado. Se sentía raro durmiendo con un hombre en la misma habitación. De algo estaba seguro, ese día iba a dormir tan pacíficamente como un bebé.
• ────── ✾ ────── •
¿Les ha pasado que tienen un recuerdo vergonzoso cuando menos quieren?
Les cuento, mientras escribía este capítulo, recordé uno de mis momentos más tercermundistas. Tenía una amiga rusa y nos escribíamos casi diario en Insta. Una vez le mostré como se veía el cielo desde mi cuarto y me preguntó por qué había una lata gigante en mi techo. Era mi tinaco de Rotoplas.
Cuéntenme, ¿cuál ha sido su momento más tercermundista?
—Hey_You4612
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