IV
En la mañana la situación no cambió mucho.
Esperó oír el llamado de la puerta, pero el único ruido que llegaba a sus oídos era el del silencio ensordecedor.
Cuando Uraraka fue a verle esa mañana, encontró a un príncipe totalmente deshecho.
El sufrimiento se le reflejaba en la cara. Y al verla se lanzó sobre ella.
—¡Déjame hablar con Kacchan! Está en su descanso, ¿verdad?, ¿Dónde queda su habitación?
—¡Cálmense por favor!
—¡No hay tiempo para ello! Kacchan...
—Renunció—, frenó la joven con pena.
—No... Él jamás...
—Ayer en la tarde presentó su renuncia ante Iida.
Izuku perdió las pocas fuerzas que le quedaban, dejándose caer de rodillas al suelo. Sintió su alma escaparse en un suspiro y desconsolado se soltó a llorar.
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—¡Bakugo, cuánto tiempo sin verte!— exclamaba alegre un muchacho pelirrojo, agitando las manos y mostrando una enorme sonrisa, la cuál se deshizo al notar el semblante apesadumbrado del joven—. ¿Qué ocurre...?
Katsuki levantó la vista del suelo, y contuvo con todas sus fuerzas las ganas de soltar el llanto.
No hubiera querido marcharse así, sin decirle nada, pero era lo mejor para él. Izuku merecía una buena vida, una rodeada de lujos que él no podía darle. No le esperaba una buena calidad de vida a su lado, pero, si se casaba con un príncipe su posición estaría a salvo, y podría vivir cómodo y sin preocupaciones como realmente merecía. Estaba seguro que lo odiaría y con el tiempo se olvidaría de él. Eso era lo correcto.
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Mientras tanto, en el castillo se llevaban los preparativos de la boda arreglada.
Izuku era ayudado a vestirse con el mismo traje que su padre había mandado a hacer, y ahora sabía las intenciones.
—No ponga esa cara, alteza— susurra con pena la joven. Izuku finge una sonrisa, y le dice que no se preocupe.
Más tarde, baja al salón donde los dos reyes le esperan para presentarlo con su futuro esposo.
—Este es mi hijo izuku— toma la palabra Toshinori—. Izuku, él es el rey Enji Todoroki, y su hijo, el principe Shōto.
—Es un honor conocerles— se inclina por cortesía, y los otros dos le imitan.
Izuku observa el gesto serio del principe, quién al igual que él, parece estar sufriendo una enorme pena, lo nota en sus ojos.
Ambos reyes salen al jardín, y les dejan a solas para que puedan conversar.
—Perdón— toma la palabra Shōto—, pero no puedo casarme contigo. No estoy dispuesto a seguir las ordenes de mi padre. Discúlpeme— hace una reverencia.
Izuku se apresura—¡No! No te disculpes... Yo, estoy de acuerdo contigo.
Todoroki le mira perplejo.— ¿En serio?—izuku asiente, y el muchacho de cabello bicolor puede respirar tranquilo y sonreir con sinceridad—.
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—¡¿Cómo que no vas a casarte, Shōtooooo?!
—No pueden obligarnos. Ni él ni yo estamos de acuerdo— enfrenta el príncipe a su molesto padre.
—Izuku, ya lo hablamos ayer— Intercede Yagi.
—Lo siento, pero pienso igual que el principe Todoroki. No me voy a casar.
—¡¿Se dan cuenta que con esto condenan a ambos países a la guerra?!— exclama Enji vuelto furia por el aberrante comportamiento de los jóvenes.
—¿El matrimonio evita la guerra?— pregunta Todoroki.
—¡Así es!
—Si tanto les preocupa, y si ustedes son los reyes, ¿por qué no se casan entonces?
—¡SHŌTOOOOOOOOOO!
—Tiene razón, Enji—. Interrumpe Toshinori la rabieta del rey iracundo—. Es estúpido mostrar la alianza con una unión literal entre nuestros hijos solo para complacer a la gente de ambos reinos. Mantengamos el trato sin condiciones.
—¡Pero...!
—Pero nada. ¿No quieres ganarte un poco la simpatía de tu muchacho?— pregunta, y el pelirrojo baja la cabeza en rendición—. Entonces está decido, el matrimonio se cancela.
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Habían pasado días, y aunque el matrimonio no se llevó acabo, y había hecho un amigo nuevo, la tristeza no pensaba marcharse del marchito corazón del principe.
Esa tarde, Uraraka fue a verle con más que la merienda.
—Para usted— extiende un sobre en blanco.
Izuku lo mira curioso y lo recibe con extrañeza.
La muchacha le deja a solas.
Con las manos temblorosas y los ojos inundados descubre dentro del sobre una carta con grotesca caligrafía. Siente su corazón revivir al darse cuenta del remitente.
En ella le explica porqué le abandonó, y le pide le perdone por hacerlo, pero no podía ofrecerle más riqueza que el amor que le profesaba.
Izuku se aferra al pedazo de papel como un náufrago a un trozo de madera, y en su corazón encuentra descanso.
Se lamenta porque no puede enviar respuesta. La carta no trae dirección, y nadie sabe dónde vive el muchacho. Lo único que sabe es que está a tres horas en carruaje. Y detalla el lugar por las descripciones que recibía del mismo Katsuki.
Decide no pensar en ello, y se aferra a ese último rayo de sol.
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Es tarde y el joven príncipe no puede conciliar el sueño, se la pasas releyendo las líneas de la carta que ya se ha aprendido de memoria.
Siente que con algo de suerte esta noche podrá dormir tranquilo, hasta que escucha ruido en el balcón.
Distingue una sombra reflejada contra las delgadas cortinas, y se asusta, hasta que logra distinguir la silueta.
—K-Kacchan...—no duda. Se incorpora con rapidez de la cama y toca el piso helado con los pies desnudos—¡Kacchan!— se olvida que debe guardar silencio, o los atraparán.
Aparta la translúcida tela y se encuentra con el rostro del hombre al que ama. Se lanza a sus brazos y este le sostiene, llenándole el rostro de besos.
Izuku solloza. Su corazón vuelve a latir. Se aferra con fuerza del muchacho, temiendo que se vaya de su lado nuevamente, como llevaba soñando estos últimos días. Esperaba que eso no fuera una figuración de su cabeza. Pero no, era real, tan real que le dolía.
—Izuku— susurra el joven con añoranza, besando con cariño su cabeza—. Vámonos de aquí.
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