III

Lo pilla desprevenido. Bakugo alcanza a reaccionar cuando doblan la esquina. Izuku va muy aprisa, apenas y puede seguirle el paso.

—¡Alto!— frena de golpe, y en consecuencia choca con la espalda de Izuku quien también se detiene.

—¿Qué ocurre?

—¡¿Qué creé que hace?! ¡Si se dan cuenta que estamos vagando por ahí sin permiso...!

—¿Y quién les dirá?— sonríe, tan deslumbrante que le queda la mente en blanco y no sabe qué más argumentar—. Ten una cita conmigo, Kacchan.

[•°•°•]

Bakugo está intranquilo. Cuida que nadie los descubra. Se mantienen alejados lo más posible de la gente.

Puede que Izuku vista otras ropas, pero es fácil averiguar su origen; una piel tan blanca y tersa no es de alguien que trabaja bajo el sol para ganarse la comida. El muchacho había sido cuidado con pulcritud, y debía mantenerse de la misma forma.

—¡¿Qué es esto tan delicioso?!—exclama feliz mientras se llena la boca con el arroz del platillo—. ¡Es comida de dioses!

—Exagera.

—Exageras—corrige sin interrumpir su comida.

—Exageras— concede en un suspiro.

—¡Creo que será mi comida favorita desde ahora!

—El heredero del trono perdiendo la cabeza por cerdo empanizado y arroz— se burla.

Izuku frunce el entrecejo.— No es solo el sabor. Es la primera comida que compartimos...— baja la mirada apenado, y contagiando ese adorable tono carmín en la mejillas del contrario.

Katsuki sonríe. Se inclina un poco hacia adelante y acerca con parsimonia su mano al rostro del chico. —No cabe duda que eres un Deku— sonríe mientras retira con sutileza los restos de arroz de las sonrojadas mejillas.

Antes que retire la mano por completo izuku le sostiene.

—¿Qué...?— se crispa.

—¿Puedo?— no espera respuesta, porque el silencio y la mirada escarlata es más que suficiente. Toma la punta del guante, justo en el dedo medio, y con gentileza lo retira. Observa las manos toscas con idolatría. Acerca la palma a su mejilla, recostándose en ella. Cierra los ojos y disfruta de la calidez que emana.

Es curioso el contraste de texturas. La piel suave y nívea que apenas y a sido acariciada por escasos rayos de sol; y la piel rasposa producto del trabajo duro iniciado desde cero.

Los jades le observan fijos. Katsuki quiere retirar la mano, pero izuku no se lo permite. No hala de él, simplemente le sostiene delicada y firmemente, como una súplica.
Besa la palma de la mano desnuda con cariño. Y alza la mirada trémula a los ojos encendidos de su par. Siente el pulso acelerado, no solo el propio.

Katsuki termina por acercarse. Le toma con gentileza, esa misma gentileza que Izuku tanto ama.
El toque es áspero. Luego se humedece. Es dulce y amargo al mismo tiempo, dulce porque es una primera vez que ambos atesorarán; amargo, porque es tan efímero como la vida misma.

Pasada una ahora vuelven al taller. Izuku se viste y sube al carruaje que les espera desde hace rato.

Uraraka no dice nada por haber tratado más de lo acordado. Tampoco dice nada cuando nota que el guardia solo lleva puesto un guante, y que Izuku felizmente sostiene con disimulo la mano que momentos antes él mismo desnudó.

[•°•°•]

Ajeno a cualquier sentimiento de calidez que su joven hijo pudiera experimentar, el rey Toshinori Yagi, hablaba en su despacho con quién minutos antes habría considerado un rival, pero que ahora reconocía como aliado por el bien de su nación.

—Una vez firmado el contrato no hay marcha atrás.

—Lo sé— no se intimida. Pone el sello de cera caliente sobre el papel.

—¿Tu muchacho estará de acuerdo con esto?

—Hablaré con él esta noche.

—Haré lo mismo con mi Shōto.

[•°•°•]

Ya en la puerta de la habitación, Uraraka entrega la llave al guardia, y se retira, aún cuando sabe que su trabajo es cerrar por fuera una vez el principe se halle en su lecho, pero siente que la ocasión lo amerita y permite a ambos unos cuantos minutos más.

Izuku agradece mentalmente.
En cuanto la muchacha sale de su campo de vista se apresura a tomar palabra. —Me hizo realmente feliz pasar tiempo contigo, Kacchan. Me alegra haberte conocido oficialmente— sonríe apenado y hace un gran esfuerzo por mantenerle la mirada, porque, justo en ese momento estaba siendo totalmente sincero, y al hacerlo dejaba su alma expuesta—. Espero se repita en otra ocasión— con atrevimiento del que llevaba siendo partidario todo el día, alcanza los labios del guardia, y los besa de manera fugaz antes de despedirse con un rápido "buenas noches" y desaparece de golpe tras la puerta.

El calor le llega al rostro. Bakugo apenas roza sus labios con la yema de los dedos, y siente un agradable cosquilleo, y algo que le quema deliciosamente por dentro, justo en el pecho.

[•°•°•]

El resto de la noche Bakugo no vuelve a saber del muchacho, ni siquiera lo llama tocando la puerta como acostumbra.

Siente el aire pesado, y un aura intimidante que infunde respeto cuando el mismísimo rey aparece ante él esa mañana.

Bakugo saluda con cortesía. Toma entre sus manos la pesada llave y abre la puerta.

Toshinori ingresa a la habitación de su único hijo cerrando la puerta tras de sí.

Se escuchan murmullos. ¿Esa es la voz del príncipe?

Bakugo se remueve inquieto en su lugar. Tiene qué haber un motivo de peso para que el rey deje sus labores y venga a ver a su hijo.
Empieza a sospechar que quizá tiene algo qué ver con el día de ayer, pero lo desecha al instante. Si así fuera ya estaría en la calle.

La puerta abrirse le saca estrepitosamente de sus cavilaciones.

El rey tiene un semblante muy diferente a cuando entró. Se retira sin decir nada.

Dentro, antes de cerrar la puerta, escucha escapar un sollozo.
El corazón se le detiene en ese instante, y sin verificar si quiera que el rey se haya marchado ya, Katsuki se pega a la puerta, deseando atravesarla. —¿Deku...?— llama con desespero, pero no recibe respuesta inmediata—. ¿Estás...?

—Kacchan...— interrumpe. Está llorando. La voz se le entrecorta. Escucharlo hace que a Bakugo se le comprima el pecho—. Mi padre quiere casarme con el príncipe del reino vecino.

—¿Qué...?— de igual manera, siente la respiración cortada, como si le hubieran sacado el aire de un solo golpe.

—¡No quiero! No quiero casarme con él. ¡Llévame contigo, Kacchan! Vámonos de aquí— exclama al borde de la histeria. Empezaba hasta a sentirse claustrofobico ahí dentro—. Sé que es egoísta de mi parte huir, y que no estoy considerando tus sentimientos, pero no me importa. No me interesa si el mundo se desbarata, quiero estar contigo.

Katsuki apenas y podía procesar lo que había escuchado—. ¿Por qué te obligan a casarte?

—Para evitar la guerra— susurra el muchacho.

El guardia trata de asimilarlo. Su reino tenía problemas con el reino vecino, si entraban en una especie de tregua, y unían sus reinos sería favorable para ambos, las divisiones serían historia vieja y los habitantes estarían en paz. Claro que nadie tomaba en cuenta el sacrificio que había por medio.

—No me quiero casar con nadie que no seas tú, Kacchan...— explicaba con voz lastimera el muchacho pegado a la puerta que en esos momentos le aparecía demasiado espesa—. No me importa lo que pase. Escaparé de aquí. Nos iremos juntos a cualquier parte.

Katsuki pese al dolor que siente, puesto que se había enamorado perdidamente de él, no dejaba de oír aquellas palabras como disparates. Su lado racional no lo había abandonado, y estaba más conciente que nunca.

—Estupideces— masculla con molestia que no mostraba más que la rabia e impotencia que la situación ameritaba.

—¿Q-Qué...?

—¡Es una estupidez lo que planeas hacer! Olvídate de eso. Jamás pasará—. Por primera vez se permitió ser totalmente grosero con el muchacho que al principio respetó por obligación, pero que ahora sentía que en verdad merecía ser tratado de la manera más delicada posible, y ese pensamiento se incrustaba en culpa que le hacía querer arrancarse la lengua por hablarle de esa manera.

—Pero, Kacchan...

—No cabe duda que solo eres un niño estúpido. La vida no es tan sencilla, allá fuera no lo tendrás tan fácil como aquí. Ni se te ocurra volver a decir una idiotez así de nuevo.

Izuku estaba perplejo por el regaño tan cruel. Pidió una explicación. Se disculpó. Lloró, pero no recibió respuesta en lo que restaba del día.

Incluso durmió recargado en la puerta que le impedía acercarse a su amor.

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