II

—¿Llegaste ya?— pregunta con ansias el muchacho, escuchando los leves toques a la puerta en serie de tres que da el guardia al hacer el cambio de turno.

Habían designado esta señal para reconocerse.

Katsuki tenía un descanso de apenas una hora para ir a comer o algo de lo que no podía hacer en servicio; que era cuando el joven príncipe estaba en compañía de Uraraka. Y tenía un relevo para que pudiera ir a dormir.
Tenía una pequeña habitación en un cuarto de servicio con apenas una cama y un buró con su ropa de civil y uniformes.

Llevaba una vida sencilla y rutinaria, pero con las amenas charlas de Izuku era mucho más llevadera su estancia en el castillo.

—Ajá— responde hasta que el relevo sale de su vista.

—Kacchan, ¿donde vivías tenías amigos?

—Un par.

—¿Los extrañas?

—Para nada. Eran un dolor de cabeza.

—¿Qué hay de mí?

—También usted es un dolor de cabeza con todo respeto.

—¡N-No me refería a eso!— exclama avergonzado—, me refiero a si me consideras tu amigo...

—Ah.

—¿Entonces?

—¿Qué?

—¿Somos amigos?

—¿Por qué insiste?

—¿Por qué no hacerlo?, ¿Aceptas?

—Si con eso me deja en paz.

Izuku ríe, e inconscientemente Katsuki sonríe, sintiendo parte de esa calidez que emana su melodiosa risa.

—Kacchan.

—¿Ahora qué?

—Llámame por mi nombre.

—Eso es demasiado pedir.

—¡Por favor! Las personas cercanas se llaman por su nombre.

—¿Cercanas?

—Tú y yo lo somos, así que no tines qué ser cortés cuando hables conmigo.

—Dirigirse a las demás personas no es lo mismo que dirigirse al futuro rey. Seré mandado a la horca si se me descubre con una falta de respeto así.

—Pero no lo pongas así. Justo ahora no estás hablando con nadie importante. Solo es un ser miserable al otro lado de la puerta pidiéndole a su único motivo de cordura que le llame con más confianza.

Katsuki se queda callado. Como muchas otras veces se ve afectado por las palabras de Izuku, en ellas, encuentra reflejada una soledad cruda. Y siente su corazón encogerse con ello.

—Deku.

—¿Cómo?

—Deku. Porque es una pequeña molestia—. Y porque al igual que él se encontraba atado de manos, sin poder hacer nada por sí mismo, claro que Katsuki no diría esto en voz alta.

—¡Oye!— se queja, pero no le dura mucho el enojo. Vuelve a reír—. Veré el lado positivo: has pensado un apodo para mí.

Katsuki sonríe. No puede verlo, pero lo siente, su cálida sonrisa al otro lado de la puerta.

[•°•°•]

—¿Pasó algo bueno hoy?— pregunta el guardia, como siempre al pie de la madera que los separa.

Una risa delatora escapa sin permiso, y entonces lo confirma.

—Uraraka me dijo que mañana iré a ver al sastre. Papá quiere que me haga un nuevo traje.

—Ah, le emociona el cambio de guardarropa.

—Para nada— niega repetidas veces, aunque Katsuki ignora esto—. Mañana cuando salga de aquí, será la primera vez que nos veamos—, ríe a lo bajo. Agradece estar fuera de la vista del guardia, no quiere que vea el color de sus mejillas.

—Es verdad—, concede, curvando los labios. No quiere reconocerlo, pero él también está nervioso.

[•°•°•]

Izuku durmió muy poco esa noche, no dejaba de pensar que mañana en la mañana conocería por fin al hombre con el que había charlado tantas veces, y que aún sin conocer su rostro lo soñaba cada noche. Estaba inmensamente feliz, y tremendamente emocionado. Tarde se le hacía por que saliera el sol.

—Uraraka, escoge un traje lindo. Y ayúdame con el cabello, por favor.

—Hoy está de buen humor— reconoce la chica de chapetas con una sonrisa encantadora.

—¡Hoy por fin nos vamos a ver!

—¿Quién?

—Kacchan y yo.

—¡Ah! Bakugo y usted. ¿Por eso es que se esmera tanto su majestad?

Izuku ríe en complicidad con la muchacha—. Quiero estar presentable para él.

Izuku no era el único ansioso. Aunque Katsuki intentara negar que estaba igual de emocionado que él, no pudo dejar de arreglar su uniforme para que cuando llegara la hora no tuviera ninguna arruga. Se esmeró en su apariencia tanto como pudo, aunque, siendo un muchacho guapo y de buen porte, no había manera de hacer que se viera mal.

Aún cuando faltaban unos minutos para que se hiciera la hora, llegó frente a la puerta marrón que conocía a la perfección y tocó suavemente tres veces.

Izuku saltó en su lugar, emocionado cual niño.

—¡Es él!— susurró con alegría a la castaña, quién rió enternecida.

—¡En un momento!— respondió ella, dando los últimos toques al traje de lino y seda que vestía galante el príncipe ese día.

Katsuki estaba nervioso. Las manos le sudaban y pinchaban sus palmas ligeramente. Sujetó con fuerza la especie de lanza de metal que ya forma parte de él. Le molestaron los resbaladizos guantes, y empezaba a hacer calor.

Cuando el cerrojo de la puerta fue quitado se sobresaltó. Volvió a su posición de firmes, y su semblante serio, el cual perdió por escasos segundos.

Cuando vio al príncipe quedó totalmente embelesado con él. Sus enormes ojos glaucos brillaban con ilusión, y la sonrisa era imposible de esconder. El adorable color cereza bajo las tiernas pecas resultaba en una imagen simplemente encantadora.

—Por aquí majestad, su carruaje nos espera—, recobrando la compostura, guío al joven por el pasillo.

Izuku no dijo nada, al menos no verbalmente, porque sabía que una vez fuera, debían seguir el rol de desconocidos. Pero para eso sus ojos se encargaron de transmitirle a su par todo lo que sentía en ese momento de revelación.

Mientras le seguía, le era imposible apartar la mirada de él. Estaba seguro de haberse sonrojado al verle.

Kacchan era demasiado apuesto. Sabía que tenía una voz muy bonita; masculina, pero gentil. Gentil con él, así le gustaba pensarlo. Pero verlo en vivo y a todo color resultaba realmente gratificante, como si saciara la sed de un ardiente desierto en un manantial de agua pura, fresca y cristalina.

Al abrir la puerta del carruaje sus miradas se encontraron, y le pareció exquisito el contraste de carmín y jade de sus ojos.
Cuando le sostuvo la mano para ayudarle a subir sintió su corazón dispararse, y la calidez que desprendía la tela de los guantes que deseaba no estubieran ahí.

[•°•°•]

Hatsume Mei, la sastre, o costurera mejor dicho, se encargó con rapidez y una agilidad sorprendente de tomar medidas y elegir la tela que cumpliera con las características y calidad adecuadas para cubrir las expectativas del rey.

Mientras todo ese proceso ocurría, izuku no hacía ni el menor esfuerzo por apartar la mirada del joven guardia.

Katsuki, manteniendo su profesionalismo, y siendo un poco más discreto, observaba de reojo al muchacho que le sonreía sin remordimiento alguno. Compartiendo por escasos segundos miradas cómplice.

Cuando Mei terminó con su trabajo, Izuku llamó a Uraraka, y le susurró algo al oído.

Ella asintió, y salió en silencio del taller de costura.

Esto no pasó desapercibido por Katsuki.

—¡En tres días estará listo su traje, majestad!

—Gracias— sonrió el muchacho, no sabía si era más por gratitud o por la felicidad que sentía en ese momento.

—¡Un placer!— respondió la animada joven.

—¿Guardas todavía lo que te pedí la última vez?

—¡Por supuesto! ¿Lo quiere?

Izuku asiente repetidas veces, influenciado por el buen humor de la muchacha.

La joven busca entre los cajones de una vieja cómoda, sacando un par de ropas opacas de ahí—. Puede cambiarse en el baño— dice entregándole las prendas.

Izuku no lo duda. Va a vestirse y vuelve a los minutos con un atuendo totalmente diferente al que traía hace rato. No es llamativo. Fácilmente pasa desapercibido entre la gente del pueblo.

—¡Vámonos, Kacchan!— exclama, toma la mano del guardia y lo arrastra consigo hasta la puerta tracera del local.

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