I

—Este es tu puesto. No te moverás de aquí—. Daba instrucciones el jefe del ejército de palacio al joven que recién se integraba a sus tropas, solo que para fines distintos al resto de guardias que custodiaban día y noche las puertas del castillo. A él se le había encomendado la tarea más importante: proteger al príncipe—. Cuando haya qué salir le acompañarás. Desde hoy eres su sombra; responsable de lo que le pase a su majestad. ¿Entendiste?

—Sí, señor— respondió fuerte y con firmeza.

Con la respuesta esperada, se marchó de ahí, dejando al joven guardia tomar su puesto y comenzar su trabajo.

Estar fuera de la habitación del príncipe era lo principal. Nadie entraba, y el muchacho resguardado dentro no salía. Solo una sirvienta era la que tenía acceso al cuarto del príncipe; Uraraka era la elegida para tan importante tarea, siendo solicitada por el mismísimo joven.

El trabajo sería simple, asimiló Katsuki en su aburrimiento.
Hasta que se vio interrumpido por una sutil voz al otro lado de la puerta.

—Oye, ¿Cómo te llamas?

Se sobresaltó por un instante. ¿Debería responder?, Abrió la boca, pero no salieron palabras. Hablar con el príncipe no era su trabajo, además, era algo que estaba estrictamente prohibido, se lo habían advertido desde que había venido a la capacitación previa. Negó rápidamente, y volvió a tomar su postura.

—¿No me escuchas? La puerta es muy gruesa—. Insiste la trémula voz del joven—. ¿Te sirve si hablo más fuerte?— eleva un poco el tono—. ¿Cómo te llamas?

Katsuki se resiste a responder. Se ha tomado su trabajo muy en serio, como todo lo que hace. No quiere problemas en su primer día. Necesita el empleo.

—Me llamo Izuku...— persiste el joven, decaído por no encontrar respuesta—. Sabes, te vas a aburrir. Aquí dentro es muy silencioso—continuó con su conversación unilateral—. Yo me aburro a veces.

Katsuki suda frío. Le parece una descortesía ignorar por completo a la persona que se supone debe cuidar. Comenzaba a irritarle la persistencia del muchacho también.

Dentro, Izuku suspira con agobio. Empezaba a cansarse de estar ahí, y creyó que su martirio pasaría más rápido si tenía a alguien con quién hablar. Uraraka solo venía a verle para llevarle la comida y atender sus necesidades. No podía quedarse más de lo necesario y esa era una verdadera pena.

—Me llamo Katsuki— murmura el guardia, sintiendo sus manos sudar bajo la tersa tela de los guantes.

La respuesta llega a oídos de Izuku como lo sería una inyección de vitaminas a un desahuciado.

—¡¿Katsuki?!— responde animado, pero moderandose lo más posible para no ser pillado—. Veamos... Katsuki... Katsuki...

El nombrado frunce el entrecejo. ¿No bastaba con repetir su nombre una vez? ¡Ya se lo había dado, era hora que se callara o lo amonestarían!

—¡Kacchan!

El repentino apodo le hace avergonzarse, y arrepentirse de haber sucumbido ante la presión.

—¿Te gusta? Te llamaré así—declara embelesado en su burbuja—. Tomaré tu silencio como un "sí".

[•°•°•]

—¿Cómo es la vida afuera, rodeado de tantas personas?, ¿No extrañas todo eso?, ¿Por qué decidiste venir aquí? No es tan divertido.

—Necesito el trabajo.

—¿Qué hacías antes de venir aquí?

—Labrar la tierra.

—¿Labrar? ¡Oh, un huerto! Sé de eso. Leí un libro de botánica una vez.

—Baje la voz.

—¿Ah? No te preocupes. Nadie viene a verme nunca, solo Uraraka, pero tranquilo, ella no dirá nada.

Con el pasar de los días Katsuki logró acostumbrarse a la insistente plática que le ofrecía el muchacho al otro lado de la puerta. Desde que amanecía, hasta que se metía el sol. Lo escuchaba hablar y hablar. Respondía a sus cuestiones con frases simples. El temor a ser atrapado siempre estaba latente, o así pensó los primeros días, hasta que se dio cuenta que lo que decía Izuku era verdad, aquel cuarto no era más que un rincón olvidado.

Al principio no entendía por qué el confinamiento tan extremista, pero resulta ser que, con la enemistad que hay con el reino vecino no se podían dar el lujo de dejar al príncipe heredero vagar por ahí, aún con guardaespaldas el joven corría peligro, siendo el siguiente en ascender al trono no podían arriesgarse a perderlo.

Katsuki creía que los cuidados excesivos del rey eran producto de su paranoica mente. Pero no iba a cuestionar nada, el que el muchacho estuviera ahí era lo que lo mantenía con empleo; tampoco es que estuviera en posición de opinar, claro está. Con todo y eso, no deja de sentir pena por el chico que todos los días se pegaba a la puerta de madera solo para charlar con él.

—Kacchan, ¿Tienes familia?—la suave voz del muchacho le saca de sus cavilaciones.

—Mis padres.

—¿Los extrañas?

—Un poco.

—¿Dónde vivías antes?, ¿está lejos?

—En un campo. A tres horas en carruaje.

—¿Cómo es tu casa?

—Muy diferente a aquí.

—¿Cómo?

—Pequeño. Muy pequeño. No hay un gran salón. Tampoco hay escaleras que llevan a segundas, terceras o cuartas plantas. Solo hay dos habitaciones, unos cuantos muebles viejos y una chimenea llena de hollín.

—Debe ser cálido.

—¿Cálido?

—En invierno— aclara—. Aquí hace mucho frío—. Hace una pausa, una en la que el guardia permanece en silencio. No sabe cómo debe interpretar eso último. Izuku vuelve a tomar la palabra—: Cuéntame más.

—Mi padre tiene un huerto, o algo así. Son unas cuantas hectáreas dónde cultiva vegetales para después venderlos. Ese era el sustento de la casa.

—¿Era?

—No ha sido una buena temporada.

—¿Por eso estás aquí?

—Ajá.

Izuku sonríe, y agradece que el joven al otro lado no pueda verle. Sabe que lo que piensa justo ahora es egoísta, egoísta e injusto, y se siente mal por pensar así pero—: qué bueno que sea un mal tiempo para la cosecha, sino no te hubiera conocido— susurra feliz.

Katsuki apenas y alcanza a oír el murmuro—¿Qué?

—¿Me llevas?

—¿Dónde?

—Contigo. Quiero ver dónde creciste, y conocer a tus padres—declara. El guardia se queda en silencio, asimilando la curiosa petición— ¿Me llevas?— repite.

—Algún día—promete vacilante. Sabe que esa promesa no tiene bases. Es imposible que el príncipe ponga un pie fuera del castillo, ni siquiera sale de su cuarto, sería una abominación terrible que se ensuciara con el polvo del campo.

Katsuki no lo sabe, o quizá sí, por el tono animado del muchacho al responderle que no puede esperar a que llegue el día. Le desea buenas noches, y se retira de la entrada cerrada del cuarto. Es la primera vez en mucho tiempo que se va a la cama con una sonrisa en los labios.

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