✆ Primera llamada.

➢ Quien haya leído mis fanfic ya debe saber qué es esto, pero como dudo que sean todos los mismos lectores que en otras historias, voy a explicar rápidamente qué es esto.

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⚀ ⚁  ⚂ ⚃  ⚄ ⚅    → Cambio de escena.
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『☹ / ☻』 → Salto de tiempo.

➢ ¡Ya podemos seguir!

˗ˏ𖥸ˎ˗

✐ Haz todo lo que quieras estando solo; llora, grita, golpea y rompe cosas, ¡Quédate sin vajilla o hasta sin mobiliario en un arrebato de ira y dolor!... Pero frente a ellos mantén una sonrisa, sé el motivo de su sonrisa y deja que ellos sean el tuyo, ¡Así es como cuidé yo a Horacio!

Los Santos no era una ciudad precisamente tranquila. De hecho, lo único que podía evitar que ya en tu primer día te veas envuelto en mil y un problemas es, que llueva; llo más probable es que se reduzcan a la mitad o incluso menos. La gente allí sólo evita salir cuando hay mal tiempo. Es como si el sol, esa gran estrella que nos da vida, "mate" de alguna forma, a la mayoría de personas con el simple hecho de ocultarse tras las nubes lluviosas y por el contrario, al salir, traiga de vuelta la vida a la ciudad.

Aquel día no estaba lloviendo; ni siquiera era un día en el que el sol pegara flojo, todo lo contrario. Pero había alguien con tan pocas ganas de vivir que lejos de solo "tener una nube de lluvia sobre la cabeza", tenía una puta ventisca. Y por consiguiente, todos los del C.N.P que le veían acababan con los pelos de punta de los nervios.

— ¡Hola, Joto! — O bueno la mayoría; Gustabo no era... El mejor ejemplo precisamente. Él rara vez se fijaba en los sentimientos de alguien que no fuera Horacio, alguien de la mafia sexy o su pareja, menos en el superintendente. Para Gustabo, su superior siempre tenía el mismo carácter tosco y agresivo, pese a que no siempre —las pocas veces que se veían fuera de servicio— era así.

— ¿El superanoardiente te ha castigado? — Uno de los amigos de Gustabo y Horacio, Pablito, el llamado Joto, había entrado a la comisaría buscando conversación con el rubio que ahora "atendía denuncias". Pasó detrás del mostrador como si fuera un policía más y apoyó la espalda en este por dentro, sentándose al lado de papeles amontonados en los que se supone que su amigo debía apuntar las denuncias mientras le sonreía con burla, jugando.

— ¡Pues si! — Sono más molesto de lo que quería, pero aquel tinte de enfado se fue ante su imitación a Conway cuando quería explicar por qué ponía denuncias —: "A ver capullo, ¿Cómo coño quieres que te deje patrullar con Horacio cuando te acabas de pegar con un puto civil dentro de la puta comisaría? — señaló a su amigo con un dedo, siguiendo con su imitación como si el mexicano, fuera él y él, fuera Jack —, y da gracias que no te doy yo unos buenos porrazos, anormal". — Su intento de hacer grave su voz sacó varias carcajadas al contrario, y ni hablar de cuando se levantó sacando pecho mientras hacía como si tuviera una porra en una mano. Pablito sentía que se quedaba sin aire de tanto reír.

— ¿Segismundo? — preguntó, refiriéndose a la persona con la que el rubio se había pegado, para después tomar una gran bocada de aire una vez calmada la risa. Ese chico le hacía reír como nadie.

— Si... El muy puerco vino a verme mientras tomaba un café con Horacio, me asustó, mi vaso salió volando y acabé bañado en mi café. Tuve que perder lo que me quedaba de descanso en ducharme y ponerme otra ropa, ¡Mis pezones no volverán a sentirse igual! — le contó el rubio frunciendo el ceño, dramatizando la situación, pero al pasar de los segundos, ambos se estaban riendo de nuevo, siendo los únicos alegres en todo el edificio —referente a los policías y obviando al de cresta que estaba preparándose para patrullar claro—.

Y es que el superintendente es como la cabeza para el cuerpo, nunca mejor dicho. Si cae, todo los demás irán detrás.
Pero Gustabo era el claro ejemplo de que no a todos le preocupaba igual el humor del super; él solo le vio enfadado, como siempre.
Y Horacio... Si Gustabo está calmado, él también.

Vaya dos.

— Tampoco me hacía falta saber como tienes los pezones wey…

— ¡Mis pobres pezones! — siguió para molestar al moreno.

— ¡Pero-! — Más risas.

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Entre las manos del moreno, que estaba recluido en su despacho, aún estaba los papeles que había encontrado en la mesa de la cocina.

Como todas las mañanas, se había despertado temprano para ir a entrenar a la playa antes de trabajar; pero al final, ni siquiera quiso salir de casa cuando se empezo a hacer tarde para entrar de servicio una hora después. El tiempo que llevaba agarrando aquellos, ahora arrugados papeles, que constituían un borrador se contaba por horas, pero ni siquiera había leído más allá del título. No era capaz. Aún le sorprendía y estrujaba el corazón, haciéndolo sangrar en forma de lágrimas lastimeras, que salían por sus cenizos ojos en contra de su voluntad; pero aún así, no podía dejar de hacerlo.

〘 Demanda de divorcio de mutuo acuerdo. 〙

Otro apretón en su corazón y más lágrimas, saliendo a tropel, como un grifo abierto cuya manivela está rota, impidiendo que el flujo se corte. Era como si estuviera sosteniendo un conjuro que te mata si lo lees completo y él, quisiera probar si era cierto, pero no se atreviera a terminarlo.

No, era justo así.

Le estaba matando lentamente. El dolor, la preocupación, los nervios..., Todos aquellos sentimientos y muchos más a los que no era ni capaz de poner nombre le desbordaban en ese momento, en forma de las olas propias de un mar embravecido, empujándolo cada vez más adentro peseca sus insistencias por volver a la orilla, sumiendole en lo más profundo de sí mismo.

Era todo tan malo...
... Que no podía creer que fuese real...
... Pero sorpresa, Jack, todo lo es, no hay truco.

«¿Por qué?» aquella interrogante surcaba su cabeza en bucle, ensordeciendo cualquier otro sonido o voz que se hiciera presente fuera del despacho. Lágrimas surcaban sus mejillas haciendo una carrera entre ellas para morir en la tela de su pantalón, que ya habían empezado a notarse mojado en pequeños charcos por las mismas.

¿Qué sería de él sin los niños ni Julia? Siempre estuvo con su esposa desde que se conocieron de jóvenes y en la intimidad que le brindaban su familia o su círculo de amigos, siempre fue un hombre muy apegado y cariñoso con su mujer e hijos, alguien que daría la vida por ellos.

No sabe estar solo.
No quiere estar solo.

No lo parecía y tampoco lo admitirá en voz baja, pero se veía a sí mismo como alguien que cuando muera, sus hijos le despidieran diciendo lo mucho que les amaba con su vida y que se sintieron orgullosos de su padre. Siempre quiso a alguien que le acompañe toda la vida, hasta cuando sus pequeños ya no sean tan pequeños; alguien que cuando muriera, no tardaría en seguirle y de no ser así, le amara hasta que llegara su final.

Tenía unos hijos maravillosos; Danielle y Matthew. Y tenía a una mujer única que cualquier hombre querría tener a su lado; Julia.

¡Ayer se fue a dormir con una familia perfecta y hoy despertó solo, sólo con un papel!

Ni siquiera era consciente de lo que hacía cuando tomó el cargador de una de sus pistolas, en ese momento vacío, y empezó a meter la balas con una lentitud y temblor más propias de un novato que del superintendente. Patético. Luego, ante la imagen del cargador por fin lleno, empujó este para meterlo en la pistola. El temblor siguió presente mientras quitaba el seguro y movía con lentitud aquel objeto hasta una de sus sienes.

Frío en la cabeza, en forma de pequeño rectángulo con un marcado círculo vacío en el extremo superior.

Empezó a apretar el gatillo, lentamente y de forma temblante. Quería y a la vez no, sintiéndose peor. Cada segundo estaba más cerca de acabar con aquellos malos sentimientos.

Queda poco...

Todo era mudo y cada vez se metía más en sí mismo, se guardaba bajo llave, lo podía sentir.

Ya casi acaba todo...

Cada segundo hacía más fuerte su convicción de que aquello era lo mejor, cegado por el pensamiento de abandono por parte de aquellos que nunca espero que lo hicieran.

Estaba a punto.
Hasta que la puerta frente a él se abrió.

— Conway, ¿Ha visto a—? — La frase quedó incompleta, flotando en el aire cuando Volkov vio a su superior en aquella tesitura. Dejó caer el arma antes de que el albino se acercara y sin darse cuenta, se había derrumbado; se veía roto frente al que siempre le admiró y creyó fuerte hasta el punto de considerarlo invencible. La imagen de héroe que tenía construida comisario de su superior y además mejor amigo, pareció hacer "Crack" en su cabeza, haciendo una horribles y muy notables grietas, en una horripilante tela de araña; se dio cuenta de que hasta Conway tenía un punto débil y lo hizo tarde.

Fue abrazado mientras el más alto llamaba por teléfono a su jefa aunque no hizo ni el amago de corresponder su muestra de afecto; no tenía fuerzas para eso, ni para nada. Se sentía defraudado por sí mismo.

¿Qué coño ha estado a punto de hacer?

Quería golpearse a sí mismo, pero se quedó quieto; llorando un poco más. Se sentía extrañamente más ligero al ser liberado de la imagen de hombre de piedra que inconsciente, todos -y más el comisario que le abrazaba- le daban.
«Si ven a la piedra romperse una vez, dejarán que se siga rompiendo», o eso pensaba él, metido en sí mismo.

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— ¿Que está con el super? Jo..., Pensé que íbamos a patrullar juntos... — dijo un joven de llamativa cresta azul eléctrico en un tono lastimero, como si algo dentro de él doliera en ese momento.

«Demasiado sensible.» pensó el rubio mirando al menor, sintiendo una mezcla entre el desagrado y la alegría inconsciente. Él fue quien protegió al chico de tez morena del cruel mundo real en un primer lugar y aunque en muy contadas ocasiones le molesta, mentiría si dijera que la mayor parte del tiempo no se alegraba de la felicidad, “inocencia” y ternura de su hermano

— Si, y llevan un buen rato ahí, eh. Si no fuera porque supernintendo tiene mujer, pensaría que son pareja. — bromeó el mexicano, que seguía con el rubio dentro del mostrador, al otro lado del recién llegado, sacando al chico de ojos azules de su trance. Horacio apoyó todo su abdomen en el mostrador que actuaba como barrera, separándolos. El trasero del más alto estaba ligeramente elevado, notablemente marcado por su pantalón de cuero ajustado gracias a que, al ser subinspector, podía llevar la ropa que quisiera mientras tuviera a la vista su placa; para quien quisiera mirarlo era fácil, pero eso no quitaba que eran buenas vistas, una pena que al de ojos bicolor no podía importarle menos que le miraran mientras no le pusieran dedo encima.

— Siempre pueden ser amantes... — musito pesimista el de ojos maquillados, a contraste con su “alegre” postura. Estaba desilusionado, se notaba; Volkov prometió que iban a patrullar juntos y sin embargo, tras un rato buscando, ahora resulta que estaba con Conway. No era pareja del ruso, ni siquiera habían tenido un acercamiento más allá de los abrazos que se daban —a veces por él, otras, en ocasiones menores, por el propio peliblanco— cuando misiones como los atracos a los que iban salían bien, pero realmente le había hecho mucha ilusión tener la posibilidad de disfrutar del hombre de cabeza pequeña, y encima a solas.

Horacio era como un niño.
Y Viktor era ese dulce favorito que su boca siempre buscaba disfrutar.
Disfrutar de él, hasta de la forma más leve, siempre le era -y sería por un tiempo más-, plato de buen gusto, y pese a tener más gente a su disposición, él realmente sólo quería a Volkov.

— ¿Tú crees que Jack, queriendo tanto como quiere a Julia, va a echarlo todo por la borda por el culito del comisario? — dijo Pablito, arrepentido por su broma. Solo quería hacer reír a su amigo y le había salido mal, muy mal.

— O la polla del comisario. — añadió de golpe Gustabo, cruzando los brazos sobre su plano pecho mientras se echaba hacia atrás en la silla giratoria, fijando sus ojos de cielo en el techo grisáceo del edificio.

— ¡Pero Gustabo—! — se empezó a quejar el moreno de coleta, pero no pudo evitar echarse a reír, interrumpiendose a sí mismo.

— ¡No nos cerremos ante las posibilidades! — El rubio también río, haciendo que su hermano temblara ligeramente, intentando reprimir sus propias risas. Odiaba admitirlo, pero le hacía mucha gracia aquella bromita.

— ¡Pinche joto no me haga llorar al niño!

— ¡Oh, vamos, Pablito, no seas de mente cerrada! Activos, pasivos, versátiles…, ¡Hay de todo en la viña del señor! — canturreo Gustabo entre risas, ignorando las palabras del latinoamericano.

— ¡Ya cállate, cabrón! — Aquello anunció el inicio de unos giros que el de piel más morena de los tres le hizo dar al de ojos de cielo, aprovechando que este aún estaba sentado en una silla giratoria.

— ¡Para, puerco, que no tengo otra ropa que ponerme si vomito! — se quejó el rubio, abrazando sus piernas mientras giraba, exagerando. El de cabellos azules acabó riendo de nuevo, esta vez abiertas carcajadas que no fue capaz de reprimir, eso era lo que al rubio le importaba.

Suspiro con tranquilidad, viendo a ambos parar de reír para devolverle la mirada —. No seréis vosotros los amantes, ¿Verdad? — bromeó ahora él, incorporándose del mostrador y entrando con ellos a aquel espacio detrás del mismo. Junto las palmas de sus manos bajo el mentón y puso morritos mientras cerraba los ojos —. “Oh, mi querido bollito de chocolate, cuanto te amo” — dijo agudizando la voz para imitar la del más bajo.

— ¡Antes me hago pinche Otako! — Se cruzó de brazos, dejando de girar al rubio.

— ¡No te hagas, joto, soy un bombón, hasta mi nombre lo dice! — Los ojos de diamante se posaron en el mexicano antes de volver al de cabellos cobalto, levantándose algo mareado por los giros. Se señaló a sí mismo con orgullo, aún con ligeros mareos —. Pero, este Jack Conway ya tiene a su Julia, y se llama Greco Rodríguez; no necesito a nadie más.

Hubo unas risas cortas por parte del trío antes de que Horacio volviera a hablar, curioso; hacía rato que se le había pasado la tristeza, gracias a su amigo y al chico que merecidamente consideraba su hermano.

— La verdad, siempre te vi más como Julia. — El mexicano miró con confusión al de mirada bicolor y este, tras hacer contacto visual con esos ojos marrones, no perdió tiempo en explicar —. Es que no me imagino a Greco de-

— ¡Me refería a porque Greco también es un ángel! — se apresuró a interrumpirlo el rubio, con las mejillas rojas, mientras el de cabellos azulados reía y el mexicano ponía una mueca entre la gracia y el asco. Por mucha confianza que tuviera con su hermano, preferiría evitarse los comentarios sobre cómo o qué hacía con su pareja en ese ámbito.

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Al poco tiempo, tras ir por la parte trasera de comisaría con gafas de sol para ocultar la rojez de sus globos oculares y evitar que cualquiera pudiera ver lo evidente -que Jack Conway no estaba bien-, fue llevado a su casa por su fiel amigo ruso. Tenía que descansar, relajarse; tomarse un tiempo para aceptar lo sucedido, eso pensaba Viktor desde la ignorancia de no haber tenido nunca pareja seria y menos, hijos.

Pero la imagen que el moreno tenía sobre esa idea es que estaría encerrado entre las paredes de la casa que fue testigo de los momentos más felices de su vida; el amor que sintió y siente hacia su pareja, el poco crecimiento que habían estado teniendo sus hijos hasta los años actuales. Todo era feliz y sin embargo, ahora el simple recuerdo de su casa le dolía como la peor de las torturas.

Durante todo el tiempo que siga vivo, aquella será su prisión de dolor y soledad.
¿Ese miedo en su pecho es el mismo que sentían los presos al ser llevados por él a la federal para que cumplieran condena?

Siempre se había burlado de los que lloraban en su auto estando de camino a aquel lugar.
Ahora, los comprendía perfectamente.

Pero, no estaba solo.
Y no lo estará.

El ruso pasó delante del lujoso edificio donde Jack vivía desde hace años con Julia y sus hijos, con la intención de estacionar el coche en la cochera del mismo, pero el moreno se apeó del coche antes de que el vehículo bajara la cuesta hacia el garaje, con este aún en marcha, pero a un ritmo lento.

—¡Superintendente! — El ruso frenó su audi negro en media cuesta y fue detrás suyo, preocupado.

Ambos se quedaron estáticos al ver a una mujer con un niño de cabellos cobrizos y una niña morena, ¡Sus hijos! ¡Y saliendo por la puerta de su puto edificio!

Jack fue abrazado por la niña y el niño nada más estos repararon en su presencia tras el grito de Viktor. Los ojos niebla estaban felices ante el retorcido pensamiento de que todo el día hasta ese momento era una broma, pero la mujer que se acercaba no era su esposa; era la niñera que él y Julia contrataron hace dos años, cuando su mujer se puso a trabajar y se quedó sin tiempo para cuidar de ellos como hacía antes.

『☹ / ☻』

Los niños estaban en el salón viendo la televisión, sentados en el sofá rojo cada uno a un lado del moreno, siendo abrazados por un brazo del mismo por sus pequeños hombros.

Según Viktor, Jack tendría la custodia según los papeles que el moreno no pudo —quiso— leer.
Y no sabe mucho de cuidar niños porque Julia —y la niñera sobre todo— eran quienes más tiempo tenían y ahora, ni siquiera está al 100% de sí mismo —ni de tiempo— para intentarlo.

—¿Podemos ir al parque? — preguntó la morena luego de un rato. Después de salir todos los días al parque desde hacía casi dos años, le era extraño y aburrido estar en casa, a ella y al chico de cabellos castaños cobrizos.

El hombre, pese a que la respuesta era fácil, buscó con la mirada al ruso, perdido. Necesitaba ayuda, se notaba, más de lo que la niñera habría podido darle; Jack ni siquiera dudó a la hora de despedir a la mujer. De todas formas, le recordaba demasiado a Julia y no de una buena forma.

[ — Le... Le preguntaré a Horacio si puede ayudar... — Apenas había escuchado a Volkov por sostenerle la mirada entre llamados de sus hijos. Y siguió así hasta que, al rato, el albino volvió a la sala de estar, donde ahora los niños escuchaban a su padre cantar en inglés, resignados a que no podrían ir al parque —. Vendrá con Gustabo. Dice que él puede ayudarle con los niños.

«Oh, no.»

Gustabo y Horacio eran como una familia dentro del trabajo para el moreno; grandes amigos a los que apreciaba mucho. Pero en ese momento, no cree que ellos, más concretamente Gustabo, el manipulador número uno del C.N.P tras él mismo, pueda hacer algo con sus hijos, no algo bueno.

Solo espera que la casa no arda, no con los niños dentro al menos.

ʚĭɞ Que arda conmigo dentro mejor, pero a Matthew y Danielle ni media quemadura o juro que vuelvo de entre los muertos para matar-.

— La casa no va a acabar hecha cenizas, tranquilo. — le interrumpió en medio de su monólogo interno. Pero el que Viktor "leyera" sus pensamientos no era demasiado tranquilizador. De hecho, le asustó más.

¡Él pensaba lo mismo! Estaba seguro.

Ahora sí que no sabe qué esperar.

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[— Adivina qué Gusnabito… — El de cabellos de extravagante color azul volvió del despacho del ruso, donde había atendido una llamada aprovechando que no había nadie ahí; se veía muy animado y no tardó nada en guardar el teléfono mientras se abrazaba del nombrado de repente.

[— Te llamo el cabeza avellana. — Acertó. El cuerpo del más alto estaba colgando del cuello de su hermano, abrazandose de este con los brazos mientras el otro, para evitar que cayera, mantenía sus cuerpos juntos mediante un cariñoso agarre por la cintura del de cresta. Cualquiera que les viera, creería de todos menos que son hermanos, pero ese tipo de muestras de afecto eran tan frecuentes y normales en ellos, que no eran capaces de verlo raro. «¿Cómo lo sabes?» decía la expresión del de ojos de diferente color —. Tío, vas tan alegre que era eso o que alguien te ha mandado una foto suya desnudo. Y has tardado demasiado poco en hacerte una paja para eso.

El de cabellos azules fingió tener una arcada, mientras el mexicano detrás del rubio experimentaba una de verdad, ¿Dónde quedó el rubio vergonzoso de antes?

ʚĭɞ Ah sí, el muy joto solo siente vergüenza cuando hablan de sus intimidades; no de las ajenas.

— Y quiere algo de mí que tú has aceptado darle, ¿Verdad? — preguntó, para después añadir —: Pero primero vas a ofrecerme algo para que acepte porque te sientes mal de obligarme a ayudarle sin que reciba nada a cambio. — El rubio de nuevo había acertado, completamente.

Le conocía tan bien que a veces, asustaba a la gente; Emilio a los pocos momentos de conocerlos y ver su conexión por primera vez, por ejemplo.
Pero Horacio sentía tocar el cielo cada vez que el mayor demostraba cuánto le conocía, un sentimiento igual al que sentía el segundo cuando el de cresta era quien demostraba lo mucho que le conocía. Gustabo le ha cuidado desde que se conocen y prácticamente se encargó de su crianza y educación, pero ambos siempre habían consolado al otro —pese a que el mayor era quien más lo hizo con el otro—, sabían cosas del otro que muchos ignoraban y guardaban una gran conexión que les permitía decirse grandes cosas con un simple gesto.

Lo aterrador venía en forma de una hermosa conexión.
El de mirar pardo—celeste realmente amaba todo eso; amaba al rubio y sentía que nunca podría agradecerle lo suficiente todo lo que ha hecho y hace por él.

Pablito dejó de pensar en el rubio cuando vio que seguían hablando, se acercó y rodeó los hombros del más bajo con un brazo, acariciando en el acto los de Horacio, que aún colgaba de su hermano.

— Primero tienes un pico de oro y ahora una flor en el culo… Siempre aciertas, jo. — rio Horacio, diciendo la última palabra en un tono que intentaba ser quejoso, pero le hacía demasiada gracia la situación, lo que daba a sus palabras un tono más burlesco.

— Te conozco como si yo mismo te hubiera parido, bobo. — Ayudó a su hermano a ponerse derecho con una sonrisa ladina —. Venga, vamos a ver que quiere el niño enfermo.

— ¡Gracias, gracias, gracias! — El de ojos maquillados no tardó en besar repetidas veces la mejilla del rubio con emoción. ¡Podrá ver a Volkov! Aunque no sea a solas…

— Ya me estoy arrepintiendo… — quejó el de menor estatura de los tres, que empezó a ser empujado a la entrada de la comisaría para sacar el coche e irse —. ¡Pablito, si muero, haz una mafia y mata a Conway!

— Descuide, yo acá le prometo que le vengo si me lo matan. — prometió el mexicano mientras le seguía a la salida para irse. Pero sus risas restaban seriedad al asunto.

『☹ / ☻』

— ¿Entonces quieres que sea un Beibisiter? — El tono que usaba el de estatura más baja de todos era, para menos, difícil de leer; parecía una mezcla entre emoción y ofensa.

—  Estoy casi seguro de que así no es la palabra. — rio el de oreja perforada mientras abrazaba a su hermano de los hombros. Él parecía relajado, no como Volkov, que se veía muy nervioso.

— Por favor, no; es provisional…, le explico — se tomó un momento para intentar leer las facciones del extrañamente serio rostro de Gustabo, pero al no ver nada cambiar, se resignó a seguir hablando —, mírelo como unas horas extra. Solo le pido que se quede a dormir aquí unos días, trabaje de mañana en comisaría hasta que Matthew y Danielle salgan y luego, le enseñe al superintendente cómo cuidar él solo de ellos. — Y, visto así, sonaba a demasiado trabajo.

— ¿Y por qué no, dejo de trabajar hasta que Confleis vuelva?

— Porque en ausencia del superintendente, yo tomaré el mando en comisaría de forma provisional; necesito algo de ayuda, ¿Si?... Por lo menos preséntese mañana y cuando se lo pida. — suplicó el ruso.

— Pero es que yo… — empezó a quejarse cuando el de piel morena le dio un codazo, queriendo que lo piense mejor y así lo hizo.

La mirada de azul se posó en todo lo que veía; no llevaba solo ni un día y la cocina ya era un desastre de platos sucios y alguna cosa rota en el suelo de lo que no quería ni preguntar, el inmaculado Jack Conway al que saludo antes de ir a la cocina —donde estaba con el comisario y su hermano— estaba abrazando a sus hijos con la corbata desarreglada y la camisa manchada como si estos fueran a desaparecer en cualquier momento, los niños se habían visto muy preocupados por su padre y ahora, viendo al suelo, tenía a un ruso de dos metros que aún después de casi tres años de servicio le trataba de usted normalmente serio y educado —que además, era el dueño del corazón de su hermano—, prácticamente de rodillas.

— Espero que esto me dé un ascenso. — bromeó para romper la tensión en el ambiente. Pero los ojos azules normalmente fríos se fijaron en él sin ápice de broma y con una leve sonrisa de alivio antes de abrazarle de improviso, tirándose a su cuello como hace un rato había hecho su hermano.

— ¡Lo juro que sí! ¡Me está ayudando en algo muy serio! — aseguró.

— Joder, Volkov, tranquilo. Solo estaba bromeando… — Algo indeciso, correspondió abrazando al otro de la cintura, más porque no acabe de rodillas en una situación peor que por gusto. Ver a Viktor Volkov el bien apodado comisario de hielo así, no era plato de buen gusto precisamente… A Gustabo le ponía los pelos de punta.

— ¡De verdad que lo hace! ¡A mi y al superintendente nos ayuda mucho, no sabe cuánto! — insistió, algo tenso por la forma de corresponder el abrazo que tuvo el otro o tal vez por abrazarse a alguien que no sea Horacio; sólo había llegado a abrazar al de cabellos azules tras misiones bien hechas y a Jack ese mismo día.

— Venga, mejor hábleme de qué ha pasado a más detalle… Solo me ha pedido cuidar de los niños — Poco después, los hermanos ayudaron a levantarse al nervioso comisario, cosa que Horacio aprovechó para abrazarse del alto para "consolarle".

『☹ / ☻』

Un rato después, uno que el rubio solo sabría calificar con "extraño, inesperado y molesto", su hermano —no sabe cómo—, consiguió llevarse al ruso, que cada dos por tres intentaba abrazarse del chico y le agradecía por su ayuda como si de no hacerlo a cada segundo el de menor estatura se fuera a olvidar. Y tras cerrar la puerta con cuatro cerrojos —el moreno era muy precavido pese a que su familia nunca había tenido un problema—, suspiró de forma pesada, apoyando la frente contra la madera de aquella puerta.

ʚĭɞ Puedes hacerlo… Ya has cuidado de Horacio y sus padres murieron delante tuyo, ¡La mujer delante de ambos! Jack solo tuvo una pequeña recaída.

Suspiró otra vez.

ʚĭɞ Sé Pogo… Alegra el día de esos niños y hazles reír como cada vez que los ves…

Escribió un mensaje a su novio en un intento de calmarse. El corazón le iba a mil por los malos recuerdos acudiendo a su mente de lo que tuvo que hacer y ver para que su hermano llegara hasta donde está ahora, para que llegaran.

Gustabin ✧*•°:
Voy a hacer de niñera unos días, reza por mí y mi garganta…
¹²'³⁴

Poco después, finalmente entró por fin a la sala con una sonrisa, encendiendo la luz puesto que aquella solo era iluminada por la encendida televisión. Dos miradas grises y una verde se posaron en él con molestia, pero las dos más jóvenes se relajaron al ver quién era.

— ¡Tio Gustabo! — La pequeña azabache saltó a los brazos del rubio, o lo intentó. Debido a su baja estatura, solo pudo abrazarse de su pecho para poco a poco, descender sus delicados y finos brazos hasta el final de las costillas del agente, quedando en la algo fina cintura del mismo.

— Hola Dani, ¿Cómo estás Tesoro? — Separó a la niña un momento para arrodillarse a la altura de esta, tomándola en brazos, sonriéndole ampliamente, alegre, como si no hubiera estado teniendo un pequeño ataque de nervios en la puerta del departamento y no hubiera tenido la gran necesidad de abandonar incluso aunque hubiera prometido no hacerlo.

Con la luz sobre ellos, Gustabo pudo ver claramente el anillo verde que había dentro de los ojos grises de la infante, rodeando sus pequeñas pupilas, mientras la pequeña parecía hechizada por el brillo de los ojos celestes del mayor.

ʚĭɞ Son del mismo azul que la piedra del colgante de mama…

A ojos del rubio la pequeña se entristeció de repente, pero aquella tristeza no duró. Los brazos del rubio la elevaron aún abrazándola, haciendo que soltara una suave risa y se acercó a su jefe y el pequeño chico de cabellos cobrizos que se abrazaba del mismo.

— ¿No vais a saludar al tío? — Su voz adquirió un tono diferente, más aniñado, llamando la atención de todos los presentes, sobre todo de Jack, que nunca había escuchado aquel tono de su empleado — Venga, un abrazo Matty; no seas como tu padre…

El pequeño pareció ofenderse, puesto que ni siquiera sabía que su padre tenía una faceta seria —no mucho al menos—, pero acabó tirándose a los brazos del rubio con una sonrisa. Él también había extrañado a aquel chico tan gracioso.

— ¡Te extrañé, tío Pogo! — le llamó el pequeño, abrazando de costado al rubio mientras en el otro, tomada en brazos, estaba Danielle, acariciando los cabellos del rubio.

La sorpresa se podía leer en cada milímetro del moreno, ¿Cómo le había llamado?

— ¡Pogo también te ha echado mucho de menos! — Una de las manos pálidas del subinspector se posó en la cabeza del otro infante. Se acuclilló con la pequeña en su otro brazo —. Pero adivinar qué. — dijo con mucha emoción, alternando su azulada mirada entre los rostros de los infantes. De nuevo, la atención de los niños estaba completamente en él.

Se hizo un silencio corto, en el que el moreno, de ser Gustabo otra persona o no llevarse tan bien, le estaría apuntando con una pis—. Ah no, que Volkov se las quito junto al cinturón de armas reglamentarias. ¡Pero de tener algún arma lo haría!

— ¡Pogo se va a quedar unos días! — Les sonrió con tanta amplitud que sus ojos se achinaron, recibiendo dos sonrisas iguales a la suya antes de que se dejará tirar al suelo cuando ambos se abalanzaron sobre él, abrazándole con emoción.

— Por favor, Gustabo, dime que vas a dejar de hablar en tercera persona. — dijo en un tono serio y algo deprimido superintendente, haciendo notar su presencia por primera vez desde que el rubio llegó.

— ¡Pero papá, el tío Pogo siempre habla en tercera persona! — salto a defenderlo Danielle, aún abrazada del Subinspector.

— ¡No pasa nada, pequeña! — Gustabo se levantó del suelo, con cuidado de no hacer daño a ninguno de los dos niños aún abrazados a él, y tras tomar a ambos en brazos, se tiró de espaldas en el sofá rojo. Escuchó risas de parte de los infantes, no tardando en reír con ellos —. ¡Papá pronto se acostumbrará a Pogo!

Pero la mirada de molestia momentánea que le dedicaron los ojos grises del adulto casi le hace salir del sofá de un salto, lo habría hecho, pero Danielle se había acomodado en las piernas del rubio para seguir viendo la televisión y el otro infante, en las de su jefe.

«Tal vez esto vaya a ser algo incómodo.» fue un pensamiento que ambos adultos compartieron cuando, por la cercanía, sus manos se rozaron al igual que sus costados, tanto del abdomen como de sus piernas, solo pudiendo apartar sus manos al unísono debido al peso que tenían encima suyo.

➢ DB.
➢ 5499 palabras.
➢ Qué inicio de historia más completito, eh. No sé de dónde saqué la idea, pero me encanta; tiene demasiado drama pensado. ✨

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