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Su mente siempre estaba llena de pensamientos. La vista hacia la ciudad era de las mejores que había visto en toda su vida, no existía otro anhelo que poder estar en cada lugar donde aquellas luces provenían. Alejarse de aquel hospital, aquellas paredes blancas y sin color que habían sido parte de toda su vida.

Su madre.

Suspiro mientras una pequeña tos lo invadía, tapo su boca con su mano hecha puño mientras sentía el helado viento chocar contra su cara. Sintió como alguien se acercaba hasta él, sonrió dándose la vuelta.

—Dicen que si piensas en algo, se vuelve realidad— bromeó mirando al menor, este trataba de recuperar el aliento que había perdido escaleras arriba. Y Young Jo no lo culpaba, le había tomado mucho tiempo el adaptarse al poco oxígeno que sus pulmones estaban recibiendo.

—¿Estás loco?— pregunto claramente cansado.

Young Jo se encogió de hombros.

—Probablemente.

—¿Por qué estás aquí?— pregunto un poco fastidiado con la actitud del contrario. Kim lo miro con curiosidad mientras se paraba, sonrió observando la expresión del más bajo al notar como caminaba al borde de aquella azotea. —¿Qué? ¿Qué haces? ¡Te puedes caer!

—¡Ah!— el pelinegro fingió que resbalaba sacándole un pequeño susto al contrario, soltó una risa al notar el rostro rojo del menor.

—¿Sabes que?— grito. —Muérete. No me importa— se dió la vuelta claramente furioso.

—Era una broma— sin embargo el menor no se detuvo, Young Jo salto al interior de la azotea para seguirlo. —Dong Ju, era una broma— sin embargo este desapareció de su visión en cuanto cerró la puerta. Kim trato de abrirla pero no logro hacerlo. —Oh no, Dong Ju, Dong Ju ábreme la puerta.

El contrario se alejo de aquel lugar, mientras mordía su labio suavemente.

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