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Para alguien como él, que había vivido media vida encerrado en un hospital distinto en cada país, se le hacía difícil encontrar un chico bonito, pero esta vez todo parecía ir diferente.

Desde que aquella cabellera castaña había entrado en su campo de visión supo que las cosas serían diferentes. Sonrió mientras seguía a aquel chico que parecía ir a toda velocidad, si su vista no fallaba, había visto los típicos tubos pequeños en su cara, lo cual le decía que era un enfermo de FQ, pero no lo parecía corriendo a esa velocidad.

«¿No se cansa? Siento que mis pulmones van a explotar en cualquier momento».

No era mentira, el ardor comenzó a aparecer, pero por suerte, al parecer había llegado a su destino.

La sala de neonatología.

Sonrió, entrando justo después de aquel apuesto chico. Lo encontró parado, mirando fijamente tras aquel cristal a aquellos pequeños e inocentes bebés que acababan de llegar al mundo.

—Hola.

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