𝑷𝒓𝒐𝒍𝒐𝒈𝒐
ʸᵘᵃⁿᶠᵉⁿ
Runaway de Bon Jovi retumbaba en los walkman del chico pelirrojo. La canción lo hacía sentir de buen humor mientras los guantes rojos en sus manos golpeaban con fuerza el saco de boxeo. El sudor se encontraba esparcido por todo su cuerpo, se deslizaba por su frente, abdomen y espalda como si le hubieran tirado un balde de agua encima, y su cabello se encontraba húmedo por la misma razón.
Su cansado cuerpo seguía a pesar de la energía agotada. Hacía más de dos horas y media que estaba entrenando, tal como hacía todos los días. A veces hacía menos o más, según como se sentía, si estaba lo suficientemente motivado podía estar hasta más de seis horas encerrado en el sótano entrenando. Además, aquel día, había aprovechado que Vicktor se encontraba en la vivienda Wheeler para poder entrenar el tiempo que quisiese de manera despreocupada.
Sabía que su hermano estaba en buenas manos, pues a parte de estar con sus amigos, que los conocía lo suficiente para saber que podrían llegar a meterse en algún problema, sabía que la señora Wheeler no dejaría que nada pasara. Conocía lo muy sobreprotectora que era la madre de su amiga, Nancy.
Sin embargo, no tenía nada de que preocuparse, a pesar de que su hermano se había marchado hacía más de ocho horas. Estaba consiente de las campañas que hacía el grupo de amigos sobre D&D, pues él también solía ser un gran fanático del juego.
Recordaba a la perfección una vez que habían tardado casi un día entero. Casi moría al ver que era la una de la madrugada y su hermano todavía no había llegado a la casa.
De igual manera, siempre prefería que él pasara más tiempo en la casa de sus amigos que en la de ellos, no quería que se aburriese estando aquí. Y sabía cuan feliz le ponía tener campañas junto a los otros par de hartantes. Aunque, mucho no podía opinar, él era igual de friki y nerd que ellos junto a Jonathan.
Le alegraba el proceso que había tenido Vicktor respecto a su felicidad. Luego de la muerte de sus padres hace tres años atrás por un accidente automovilístico, Vicktor había sido el más afectado de los hermanos. Tan sólo era un niño.
Estuvo durmiendo junto a él por un año entero hasta que finalmente perdió el miedo y las pesadillas desaparecieron. Lo había ayudado muchísimo a mejorar y salir adelante, como hermano mayor, y sabía que sus amigos también lo habían ayudado. Con el tiempo, comenzó a llegar más animado a la casa y volvió a contarle sus cosas mientras ambos comían.
Le puso feliz saber que logró superarlo y que todo había vuelto a ser como antes, a pesar de la falta de presencia de sus padres. El tiempo pasó y, hasta hoy, ya transcurrieron tres años del trágico momento.
Cansado, Ian, detuvo sus golpes hacia el saco de boxeo y dejó caer sus brazos a los costados de su cuerpo mientras suspiraba agotado. Llevó el guante a su boca y con sus dientes despegó el velcro, para tirar el objeto al suelo, dejando que con su mano libre se deshiciera del otro guante. Descolgó la toalla de una de las pesas y quitó el sudor de su frente y abdomen, para dejarla encima de su hombro. Se acercó a la pequeña mesa y tomó la botella para darle un buen trago de agua.
Se dio la vuelta y fijó su vista en el reloj que había en la pared, estaban cerca de ser las diez. Con sus walkman aún puestos, se dirigió a las escaleras y las subió, atravesando la puerta del sótano, saliendo en la cocina.
Se sacó los auriculares y los colocó en su cuello, dejando que la música sólo quedara de fondo y que el silencio de la casa se haga presente en sus oídos.
— ¿Vicktor? — Llamó él chico para saber si su hermano ya había llegado a casa. Al no recibir contestación, recibió su respuesta.
Dejó los walkman en la mesada de la cocina y subió las escaleras hacia la segunda planta para dirigirse a su habitación. Esta, a diferencia de su hermano, se encontraba muy ordenada, pues no le gustaba dejar sus cosas tiradas y desordenadas. De hecho, le molestaba si alguien entraba a su cuarto y desacomodaba alguna de sus pertenencias.
Se sacó su pantalón corto deportivo y lo arrojó al cesto de ropa sucia que se encontraba a una esquina del cuarto. Tomó un bóxer nuevo y, sin más, ingresó al baño, sacando su ropa interior usada, y tomó una caliente ducha que sacó todo el sudor y cansancio que llevaba encima.
Al salir de la bañera, limpió con su antebrazo el empañado vidrio y se acercó a éste para poder observar mejor su ceja rota, ya con dos puntos.
Hacía dos días había ido a una pelea ilegal de boxeo, de la cual se había enterado hacía un par de días y a través de su mejor amigo, quién sabía cuanto le encantaba ir a pelear al ring. A parte, si bien no le gustaba ver como su amigo terminaba lastimado luego de eso, sabía lo mucho que le costaba descubrir donde serían aquellas peleas, ya que eran ilegales.
Jonathan le había recomendado algo más seguro como inscribirse en un club de boxeo, pero no quería gastar esa plata en aquello. Al contrario, en las peleas ilegales, quien ganaba se llevaba un premio en efectivo y la cifra dependía según las apuestas de la gente. Y, aunque no tenían problemas con el dinero, nunca les venía mal.
Su hermano menor siempre había estado al tanto de las peleas del mayor — no podía mentirle sobre sus lastimaduras sin que se preocupara — y no lo juzgaba. En primer lugar porque estaba consiente de que Ian amaba el boxeo desde que tenía memoria. Segundo, porque si ganaba, el dinero siempre venía bien. Tercero, porque amaba poder acompañar a su hermano y verlo pelear en el ring, siempre y cuando él lo dejara ir. No siempre le permitía acompañarlo, pues cuando el lugar no solía tener buenas pintas lo dejaba en casa por su seguridad. Y cuarto, y la más importante, porque el mayor a veces solía prestarle una parte de ese dinero siempre que lo necesitaba para ir al Arcade con los chicos.
Para suerte de Ian, sólo dos veces los había encontrado la policía en los dos años que había comenzado a pelear en lugares ilegales. La primera fue hace aproximadamente seis meses, donde había llegado a escaparse. Y la segunda había sido aquella última vez hace dos días, donde la suerte no estuvo de su lado ya que la policía logró atraparlo. Sin embargo, agradeció en su interior al ver que quien lo había detenido era Hopper. El hombre conocía bastante bien al adolescente para saber que era un buen chico, así que, sin que sus compañeros de trabajo lo vieran, lo llevó a un hospital donde curaron la herida de su ceja y luego lo dejó libre, no sin antes darle un regaño.
Cuando conoció a Hopper no había sido por una buena situación, pues fue a causa de la muerte de sus padres. Fue a partir de ese momento que el hombre siempre había estado para el par de hermanos, ayudándo y apoyándolos, a pesar de a veces comportarse como un completo imbécil alcohólico.
Ian muchas veces intentó ayudar al mayor con ese problema, sin embargo, se rindió al ver que el hombre no ponía de su parte.
Ian bajó las escaleras y agarró una pequeña libreta, dirigiéndose al teléfono de la casa. Marcó el número y esperó a ser atendido.
— Buenas noches. Sí, quería encargar dos pizzas, por favor....cebolla y peperoni....Sí. Calle Walsoski 520..... Gracias — Terminó de hacer el pedido y cortó la llamada.
Al haber estado tan concentrado en su entrenamiento, no se había dado cuenta de lo tarde que era como para no haber comido, y su cuerpo agotado le sacó las ganas de cocinar, por lo que simplemente decidió encargar unas pizzas. Sabía que a Vicktor le encantaba la pizza.
Se acercó a la alacena y tomó dos vasos junto a una jarra de gaseosa para llevarlos a la mesa.
Ian pudo escuchar como la puerta fue abierta y luego cerrada nuevamente con fuerza. Sin dudar, se dirigió hacia aquella dirección.
Al llegar, se quedó algo confundido al ver a su hermano con las dos cajas de pizza en una mano y en la otra una porción de esta, la cual estaba comiendo.
— Esto está delicioso — Le dijo a su hermano con la boca llena.
— Vicktor, ¿qué.... — Dijo confundido — ¿Cómo le pagaste al repartidor? — La pregunta hizo que el menor le mirara paralizado.
— ¿Pagar? — Repitió confundido — Oh, si. Es decir, le regalé mi mochila.
— ¿Qué? — Preguntó incrédulo y se acercó a la ventana para ver a través de esta. Ahí no se encontraba el repartidor — Vicktor no puedes ir por ahí regalando cosas.
— No la regalé. Fue un modo de pago por sus servicios. Yo quería la pizza, la cual no sabía como pagar, y a él le gustó mi mochila. Ambos ganamos — Explicó sin importancia y se dirigió hacia la mesa. El mayor lo siguió y se sentó frente a él, negando divertido con la cabeza.
— ¿Con qué irás mañana a la escuela?
— No había pensando en eso — La respuesta hizo reír a Ian.
— Tendrás que llevar mi mochila antigua, hasta que compremos una nueva — Propuso.
— Bueno, no importa. ¿Sabes qué si importa? ¡La campaña! Duró más de diez horas, fue super asombroso — Contó emocionado.
— ¿Ganaron?
— No. De hecho perdimos, pero ni siquiera interesa ¡Días planeando la campaña! ¡Fue de las mejores! ¡Recuerdo cuando el demogorgón nos atacaba y Will....
Por el resto de la cena, Vicktor sólo se dedicó a explicarle emocionado a su hermano mayor cada detalle de la campaña, estaba tan emocionado a pesar de haber perdido, e Ian se dedicó a escuchar las aventuras que el otro le relataba. Fue una linda cena de hermanos.
Al terminar de lavar los vasos, se acercó a la sala y pudo ver al pelirrojo durmiendo en el sofá. Sonrió al verlo tan tranquilo, debía de estar agotado. Se acercó a pasos silenciosos y lo alzó en sus brazos.
Lo subió a la segunda plata y lo llevó hasta su habitación. Corrió un poco la manta y lo acostó con lentitud ahí. Le sacó sus zapatillas y pantalón, y los dobló, dejándolos encima de la silla de un mueble. Lo cubrió con el acolchado, así no sufriría frío, y salió de la habitación, bajando de nuevo a la cocina.
Abrió el refrigerador y tomó una botella pequeña de cerveza y la destapó. Se direccionó con la bebida al sofá de la sala y ésta vez si pudo acostarse en este al estar vacío.
Prendió la televisión y se pasó por varios canales hasta encontrar una película que le gustara.
Y sin darse cuenta, terminó cayendo en los brazos de morfeo.
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