━━━Extra XI

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴀᴘʀᴇɴᴅᴇʀ ᴀ ᴅᴇᴊᴀʀ ɪʀ

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ME DESPERTARON LAS VOCES DE UNA CONVERSACIÓN AL OTRO LADO DE LA PUERTA.

Me pasé las manos por la cara tratando de quitar el sueño, pero el cuerpo todavía me pesaba. La luz que se filtraba por la ventana indicaba que ya era de día. Había dormido casi un día completo después de la conversación que habíamos tenido.

Me levanté con cuidado, el suelo frío bajo mis pies descalzos, y me acerqué a la puerta entreabierta. Reconocí las voces al instante: Apolo y mi papá.

Era raro no escucharlos discutir. Pero eso no fue lo que me detuvo, lo que me hizo quedarme de pie al otro lado de la puerta en lugar de salir a enfrentarlos, fue lo que estaban diciendo.

—Creo que podemos intentar el plan B —dijo Apolo con un suspiro pesado.

—¿Estás seguro? —preguntó mi padre.

—Sí, ha prometido intentarlo.

Eros se quedó en silencio unos instantes antes de agregar.

—No pareces del todo convencido.

—Quiero darle tiempo, todo el que ella necesite.

—¿Pero...?

Apolo dudó en responder.

—Me asusta que haga algo que no podemos evitar.

Eros suspiró.

—Creo que es la mejor opción. Apenas han pasado dos semanas. Aún es muy pronto para tomar una decisión así y no servirá de nada si ella no quiere. Y dudo que esté dispuesta a cortar su lazo de alma gemela.

Mis pulmones se congelaron, como si el aire hubiera decidido abandonarme de golpe. Cerré los ojos, apoyándome contra la pared.

—Solo quiero verla bien. Quiero que deje de luchar contra sí misma.

—Yo también quiero eso. Pero no está lista para dejarlo ir. Dudo que alguna vez esté lista.

—Lo sé.

Me llevé una mano a la boca, tratando de evitar que algún sonido escapara. Quería apartarme, regresar a la cama y fingir que no había escuchado nada, pero mis pies parecían anclados al suelo.

—Creo...creo que es la mejor opción por ahora.

—Bien. La despertaré y hablaré con ella.

—Yo iré a preparar todo —comentó por lo bajo.

Sentí un nudo formarse en mi garganta. Me alejé lentamente de la puerta, sin querer escuchar más, pero las palabras seguían resonando en mi cabeza como un eco implacable.

«¿Hace cuánto estuvo planeando esto?».

Me senté en la cama, abrazándome las piernas, y dejé que las lágrimas rodaran por mi rostro en silencio.

¡¿Cómo pudo siquiera pensar en querer hacerme eso?!

La puerta se abrió y Apolo se detuvo abruptamente al verme despierta y llorando. Se acercó a mí en dos zancadas.

—¿Mi amor, qué ocurre? —susurró, arrodillándose frente a mí.

Levanté la mirada hacia él, con el rostro empapado de lágrimas. No dije nada; no podía. Mi garganta estaba cerrada, como si mis propias emociones hubieran decidido ahogarme.

—¿Cuándo planeaste eso? —Mi voz salió quebrada, casi inaudible. Me limpié las lágrimas con brusquedad, pero otras nuevas seguían cayendo.

—¿Planear qué?

—Me dijiste que no debía mentirte, así que no te atrevas a mentir o fingir que no sabes de lo que hablo —espeté, apartándolo de mí. Lo suficiente para que comprendiera el mensaje.

Se paralizó ante mi rechazo, pero no se movió de donde estaba. Su expresión pasó de la sorpresa a la culpa en un parpadeo. Su boca se abrió, como si fuera a decir algo, pero no salió nada. El silencio entre nosotros era pesado, insoportable.

Inhaló profundamente, pasándose una mano por el cabello dorado, ese que siempre parecía tan perfecto. Esta vez, sin embargo, parecía más humano.

—No...no es lo que piensas —empezó, su tono cuidadoso, como si estuviera caminando sobre cristales rotos.

—¿No es lo que pienso? —repliqué, alzando la mirada para encontrarme con sus ojos dorados. Había algo en ellos, algo que antes me había parecido cálido y seguro, pero ahora me hacía sentir expuesta y vulnerable. Una furia inesperada se encendió en mi pecho—. ¿Acaso no estabas planeando a mis espaldas romper mi vínculo con Michael? —Me puse de pie, furiosa—. ¡¿De qué se trata entonces?! Me dijiste que necesitaba honrar el sacrificio que hizo salvándome, ¿y ahora resulta que querías que lo olvide? ¡¿Qué mierda pasa contigo?! 

Retrocedió un paso, como si mis palabras lo hubieran golpeado físicamente. Su rostro, siempre tan compuesto y perfecto, se torció en una mezcla de culpa y desesperación. Pero no me importó. Por primera vez, mi rabia era más fuerte que cualquier otra cosa que pudiera sentir por él.

—Dari, no entiendes... no quiero que lo olvides, solo...—empezó, con la voz baja, casi un susurro.

—¡No! —le interrumpí, dando un paso hacia él—. No me hables como si fuera una niña que no sabe lo que pasa. Lo entiendo perfectamente. Estabas celoso de mi cercanía con Michael, pero te elegí a ti. Él dio su vida para salvarme, y lo extraño muchísimo, ¡y aún así, te seguí eligiendo a ti! ¡¿Entonces, por qué querías quitarme lo único que me queda para sentir que alguna vez estuvo atado a mí?!

—¡No quiero quitarte nada! —exclamó, su tono subiendo, más por desesperación que por enojo—. No estoy intentando apartarte de él, solo estaba buscando una manera de ayudarte.

Me quedé en silencio un momento, respirando con dificultad. Sus palabras golpearon una parte de mí que no quería reconocer, pero no estaba dispuesta a rendirme tan fácilmente.

—¿Cómo? ¿Cómo me ayuda quitarme lo único que me hace sentir que sigue conmigo de alguna manera? El dolor me recuerda que existió —dije sollozando—. Es la segunda vez que lo pierdo. No puedo dejarlo ir.

Por un momento, solo hubo silencio. Pasó la lengua por sus labios, meditando una respuesta.

—Lo sé. El dolor es parte de los recuerdos, hace que todo lo que vivieron fuera real —murmuró—. Su muerte fue real, pero también todo lo demás. Sabes que es real porque si no lo fuera, te daría igual si sigue a tu lado o no lo vuelves a ver. —Lo miré entre lágrimas, confundida. Había descrito todo exactamente como lo sentía—. Lo único que puedes hacer, es esperar que en algún momento la herida deje de sangrar. Esperar que la venda que la cubre evite que se vuelva a abrir, y que el medicamento sane por completo hasta que al final sea una incómoda cicatriz que duele de vez en cuando y a la cual mirar con nostalgia. Poder seguir adelante, sintiendo a veces la tirantez a su alrededor, pero ya como una anécdota de que sobreviviste a ese dolor y poder contarlo con una sonrisa por haberlo logrado.

—¿Cómo...?

—Jacinto es mi cicatriz —admitió con una sonrisa triste—. No fue mi alma gemela porque era humano, pero se sintió como si lo fuera. Y durante mucho tiempo, fue una herida apenas cubierta por una venda algo suelta y mal curada. ¿Sabes qué lo sanó? —preguntó acercándose de a poco—. Tú. Tú fuiste el medicamento que lo sanó por completo. Por tí puedo ver esa cicatriz con nostalgia y mirar hacia atrás sonriendo a esos recuerdos sin sentir que me quema por dentro. Y sí, espero que algún día yo pueda ser así para tí. Pero de momento, estás sangrando y no sé cómo ayudarte por más que lo intento.

Me quedé mirándolo, con el pecho aún agitado por el dolor y la rabia, pero sus palabras me atravesaron como una flecha certera.

—Apolo... —mi voz salió rota, como si todo el peso de la conversación me estuviera aplastando.

—No quiero pedirte que rompas el vínculo, es lo último que quiero. Le he estado preguntando a Afrodita, a Eros y a Psique su opinión, porque...ellos saben más sobre esto. Solo era una opción que te iba a proponer, pero sería tu decisión hacerlo.

Me pasé las manos por la cara, traté de regular mi respiración.

Me sentía agotada, como si la discusión hubiera drenado lo poco de energía que me quedaba. El nudo en mi garganta apenas se deshacía, y mis lágrimas seguían cayendo, silenciosas esta vez.

—¿Por qué no lo hablaste conmigo primero? —pregunté al fin, mi voz apenas un susurro. Mis manos temblaban, y las escondí detrás de mi espalda para que no lo notara.

Apolo suspiró, inclinándose hacia mí como si quisiera romper la distancia entre nosotros, pero se detuvo antes de tocarme. Sus ojos se suavizaron, su mirada cargada de algo que no podía definir.

—Porque te conozco. Sabía que reaccionarías así. Y no te culpo. Lo último que quiero es que sientas que no respeto tu dolor o tus decisiones. Solo... estoy desesperado. —Su voz se quebró un poco al final, y eso me desarmó más de lo que quería admitir.

Lo miré por un momento largo, tratando de decidir si estaba dispuesto a entenderme o si simplemente estaba tratando de salvarse a sí mismo del peso de mi sufrimiento. Quería gritarle que no era su responsabilidad, que no necesitaba arreglarme, pero no pude.

—¿Cuál es el plan B? —pregunté en su lugar.

Respiró profundo antes de responder. 

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El bosque del campamento por la noche nunca me había gustado. Era horrible, tenebroso y muy película de terror con todos esos sonidos de monstruos e insectos. Yo era una chica de ciudad, lo más cerca que había estado de acampar en la naturaleza eran las misiones o mi semana con las cazadoras. Y no disfrutaba de ninguna de las dos.

Los brazos de Apolo me abrigaron del frío de la noche. Mis ojos repasaron las sombras de los árboles, inquietos, mientras esperábamos la llegada de Nico.

—¿Qué pasa si no quiere hablar conmigo? —pregunté en voz baja, temiendo que incluso los árboles pudieran escuchar mi debilidad.

Mis manos temblaban, y las escondí bajo la chaqueta que Apolo había insistido en que llevara. No quería que él viera cuánta ansiedad me daba lo que estaba a punto de hacer, porque sabía que cambiaría de opinión y me llevaría de regreso al Olimpo.

—Lo hará. —La respuesta de Apolo fue inmediata, segura, pero sin arrogancia. Se detuvo un momento, girándome suavemente para que lo mirara. Sus ojos brillaban incluso en la oscuridad del bosque, cálidos y constantes, como un faro en medio de una tormenta—. Sé que tienes miedo, amor, pero todo estará bien. Te lo prometo. —Tomó mi rostro con ambas manos, inclinándose lo suficiente como para que nuestros ojos se encontraran de nuevo—. Estoy contigo. No importa lo que pase, no importa cuánto duela, no dejaré que caigas.

No pude evitar soltar una risa amarga, apartándome un poco de su toque.

—Ya me siento caída.

Apolo no intentó detenerme, pero tampoco me dejó ir del todo. Su tacto era cálido, suave, como si quisiera recordarme que seguía ahí, aunque yo sintiera que el suelo bajo mis pies estaba a punto de desmoronarse.

—Dari, escúchame —dijo con una firmeza que me obligó a levantar la mirada. Sus ojos brillaban con una mezcla de tristeza y algo que parecía... fe. Fe en mí, aunque yo ya no tuviera nada en qué creer—. No estás caída. Puede que sientas que no puedes más, que todo a tu alrededor te está aplastando, pero no lo estás. Sigues aquí. Sigues luchando, aunque duela, aunque te cueste cada pedazo de tu alma. Eso es lo que te hace más fuerte de lo que crees.

Mis labios temblaron, y un sollozo silencioso escapó de mi garganta antes de que pudiera detenerlo. Cerré los ojos, tratando de apartar las lágrimas, pero él no me lo permitió. Sus pulgares rozaron mis mejillas, limpiando las gotas que caían.

Quería decirle que estaba equivocado, que estaba rota, que cada paso que daba era un recordatorio de cuánto había perdido. Pero no lo hice. No porque creyera sus palabras, sino porque la fuerza en su mirada me dejó sin aliento.

—¿Y si hablar con él no me ayuda? —pregunté, mi voz tan baja que casi no me escuché a mí misma.

Negó suavemente, su frente tocando la mía.

—Si no funciona... seguiremos intentando. Seguiré estando a tu lado, acompañándote, amándote, cuidando de tí hasta que sanes.

Respiré profundo, intentando absorber algo de su calma, de su certeza. Asentí, aunque mis manos seguían temblando y el nudo en mi garganta no desaparecía del todo.

Sonaba fácil ponerlo en palabras. Hacerlo era otra historia.

El bosque parecía volverse más oscuro a nuestro alrededor, pero el calor de Apolo era constante. Cerré los ojos, dejando que mi frente descansara contra la suya, sintiendo el temblor de mis propios sollozos atrapados en mi pecho.

Luego se giró hacia el claro que estaba frente a nosotros.

—Ya está aquí.

Mi corazón dio un latido más fuerte. Una figura emergió entre las sombras, sus pasos casi inaudibles, como si caminara sobre un manto de niebla.

A medida que se acercaba, los árboles parecían apartarse a su paso, sus hojas crujían bajo su peso, pero no en el modo habitual de la naturaleza; era como si la propia esencia del bosque se doblara a la oscuridad que lo acompañaba.

—Hola, hermana —dijo parándose delante nuestro. Me dio una mirada triste.

—Hola.

No me atreví a verlo a los ojos. Para él siempre había sido la fuerte, la que protegía, no la que debía ser protegida. Ahora me sentía un fracaso. No me sentía la fuerte y poderosa hermana mayor que Nico necesitaba.

—Eros me dijo... —dudó antes de continuar—... que querías hacer un ritual para hablar con muertos.

Mis manos temblaron más fuerte, y, por un momento, sentí que las palabras se me pegaban en la garganta.

—Sí —logré susurrar, la voz rasposa por el dolor acumulado.

El silencio entre nosotros era pesado, como si todos supiéramos que, después de este encuentro, las cosas ya no serían iguales.

Nico observó en silencio el suelo por un momento, como si estuviera buscando las palabras correctas. Luego, levantó la cabeza y asintió.

—Bien —dijo levantando la mano y mostrándome una bolsa de supermercado. No me había percatado de ello—. Vamos a comenzar.

Mi estómago se retorció. No sabía qué esperar de hacer esto. Había visto cómo salió todo para él cuando intentó hablar con Bianca.

El viento sopló suavemente, y las sombras de los árboles parecían moverse.

—Estaré contigo, siempre —susurró Apolo en mi oído mientras Nico preparaba todo.

Asentí, dándole una mirada que esperaba le mostrara lo mucho que lo amaba y lo agradecida que estaba de que a pesar de todo se quedara a mi lado. No ahora, sino siempre, el hecho de que no se rindiera conmigo.

Nico hizo un agujero de seis metros de largo en medio del bosque. Estábamos solos los tres, pero a lo lejos podía escuchar levemente el sonido de los campistas en la fogata. Hurgó en la bolsa y sacó un paquete de doce latas de Coca-Cola. Entonces abrió una con un chasquido y la vertió en la fosa.

—Que los muertos sientan otra vez el sabor de la vida —musitó—. Que se alcen y acepten esta ofrenda. Que recuerden de nuevo.

Vertió el contenido de las demás latas y sacó una bolsa de McDonald's. Le dio la vuelta y la sacudió hasta que las patatas fritas y la hamburguesa cayeron en la fosa.

—Mmm...nunca pensé en ofrecerle McDonald's a los muertos —comentó Apolo—. Antes usábamos sangre animal.

—Sí, Minos lo mencionó —masculló Nico—. Pero me gusta tratarlos con respeto.

Vació otro paquete de doce latas de soda y tres bolsas más, y luego empezó a cantar en griego antiguo. Sólo capté alguna que otra palabra sobre los muertos, la memoria y volver de la tumba.

La fosa empezó a borbotear. Un líquido parduzco y espumoso asomó por los bordes como si el agujero entero se hubiese llenado de soda. La espuma se espesó y las ranas dejaron de croar. Los grillos enmudecieron en el acto. Mis manos se congelaron y de no ser por Apolo sosteniéndome, me habría puesto a castañear los dientes. El aire de la noche se había vuelto gélido y amenazador.

Igual que la primera vez que había presenciado aquello, me invadió una leve sensación de pánico que traté de ignorar. Surgió de la tierra una niebla sulfurosa y las sombras se espesaron y adoptaron formas humanas.

—¡Michael, aparece! —clamó Nico. Entonó su cántico más deprisa y los espíritus se agitaron aún más inquietos.

Una luz plateada parpadeó entre los árboles: un espíritu que parecía más fuerte y luminoso que los demás. Cuando se acercó, mi corazón se agitó igual que las alas de un colibrí. Se arrodilló a beber en la fosa. Al levantarse, vi que era el fantasma de Michael.

Mi Michael.

Tenía el mismo aspecto que la última vez que lo vi con vida: jeans rasgados y sucios, la camiseta del campamento un poco chamuscada, la armadura de bronce y el arco y carcaj colgados en la espalda. Sonreía débilmente y su forma entera parecía temblar.

Se me llenaron los ojos de lágrimas y por un instante, me sentí completa de nuevo.

Los demás espíritus empezaron a arremolinarse alrededor, pero Nico los disipó con un movimiento de mano.

—Hola, Backer —saludó.

Mi corazón se detuvo por un instante, y luego comenzó a latir con fuerza, como si tratara de recuperar todo el tiempo perdido. Mis labios temblaron mientras lo miraba, las lágrimas cayendo sin control por mi rostro. Quería correr hacia él, abrazarlo, aferrarme a su espíritu para nunca más dejarlo ir. Pero mis pies permanecieron anclados al suelo.

—Te extraño tanto... —Mi voz se quebró, apenas siendo capaz de decir algo.

Su sonrisa vaciló.

—Yo también te extraño —dijo antes de mirar a Apolo—. Hola, papá.

—Hola —murmuró Apolo dándole una sonrisa triste.

—Lo siento... —musité, y esas palabras se sintieron como si me ahogaran. El peso de mi culpa, el peso de todo lo que había sucedido, cayó sobre mí con una fuerza indescriptible.

Michael sacudió la cabeza lentamente, su expresión suave y tranquilizadora.

—No es tu culpa —dijo, y por un momento, su voz se escuchó tan firme, tan segura, que casi logré creerlo. Pero, al instante, su mirada se tornó más triste, más sombría—. Nada de lo que pasó fue tu culpa. Ni antes ni ahora. Yo elegí ir tras de tí, intenté protegerte de la forma en que no pude hacerlo como Leónidas y lo logré. Yo elegí salvarte.

Mi garganta se cerró al oír esas palabras. El nudo en mi pecho se apretó aún más, como si todo lo que había estado guardando dentro de mí finalmente estuviera a punto de estallar. El amor, la culpa, el dolor. Todo estaba ahí, en la forma en que lo miraba, en la forma en que sentía su ausencia a pesar de su presencia.

—Pero...

Él negó con la cabeza, su expresión llena de una calma que yo no podía comprender.

—Ahora necesitas dejarme ir.

—¡No! —exclamé, mi voz desgarrada por el dolor—. ¡No puedo hacer eso!

—Eres más fuerte de lo que crees, Dari. Siempre lo has sido.

Negué desesperada. Sentí las manos de Apolo aferrándose a mis brazos. Quería abrazarlo, sentirlo cerca, aunque fuera por un último momento. Pero el peso de mi culpa, ese enorme vacío que siempre había estado presente desde su muerte, no me dejaba respirar. Había sido yo quien había fallado, yo que lo había puesto en esa posición, yo que le había arrastrado hacia ese destino, aunque él no lo quisiera.

Él suspiró, su forma etérea palideciendo aún más, y dio un paso hacia mí, como si estuviera buscando la manera de tocarme. Pero no lo hizo. No pudo. El aire entre nosotros estaba cargado de lo no dicho, de lo que nunca podríamos cambiar.

—Dari, mírame —insistió con suavidad. Su voz, tan cálida y familiar, me atravesó el alma. Pero su mirada... esa mirada llena de tristeza, de comprensión... también de una paz que yo no podía alcanzar—. No te culpes más. Así era cómo debía ser. Mi hilo de vida era corto, no había nada que pudieras hacer. Debí morir en el puente, solo lo retrasaste dos días más. No fue tu culpa. Me diste dos días más a tu lado y no me arrepiento de nada. Lo hice porque te amaba, lo haría mil veces más si eso significa que tú estarías a salvo.

Las lágrimas caían sin cesar por mi rostro, pero mi mente era un torbellino, incapaz de captar todo lo que me decía. Mis manos, temblorosas, se aferraban a Apolo con más fuerza, como si intentar aferrarme a él pudiera salvarme de esta dolorosa verdad.

—Sé lo que estás sintiendo. Ese dolor es...lo más horrible que pueda sentir —agregó—. Yo lo sé. Lo sentí cuando tú moriste. Y porque ya lo viví, sé que no habría podido soportarlo una segunda vez. No soy tan fuerte cómo tú.

Negué con la cabeza.

—No. No lo soy,

—Sí. Sí lo eres.

—No.

—¿Vas a ponerte a discutir ahora conmigo?

Los tres chicos se rieron. Me sentí absurda. Inmadura. Y muy feliz.

—Lo siento.

Michael me sonrió. Una sonrisa de verdad y luego cerró los ojos unos instantes.

—Dari.

—¿Sí?

—¿Recuerdas lo que te dije aquella vez? ¿En nuestra vida pasada, cuando me preguntaste que debías hacer?

Se me paró el corazón.

Sí. Lo recordaba. Aquello que Gorgo fue incapaz de hacer.

—Sí... —respondí, la voz quebrada, apenas un susurro.

Michael abrió los ojos, su mirada ahora más tranquila, como si todo estuviera en su lugar, como si las palabras que venían a continuación ya no fueran una carga, sino una liberación.

—Eso quiero que hagas. —Miró a Apolo—. Sé que está vez podrás. Hazlo por mí. Por los dos. Vive la vida que te entregué y vívela al máximo. Vive por la eternidad recordando el amor que te tuve y sé feliz. Por los dos.

—Te amo —susurré, mis labios temblando con el dolor y el amor de dos vida compartidas a su lado.

¿Cuántas personas pueden decir que vivieron sus dos vidas continuas habiendo encontrado a su alma gemela?

Michael asintió lentamente, su espíritu comenzando a desvanecerse mientras una expresión de serenidad se apoderaba de su rostro.

—Yo también te amo. Siempre lo haré. —Dio una última mirada a Apolo—. Te perdono, papá. Pero hazla feliz. Solo eso y yo estaré bien.

Apolo asintió.

—Lo haré. —Tenía los ojos llenos de lágrimas—. Y Michael.

—¿Sí?

—Sé que no lo dije mucho, pero me sentí orgulloso de ser tu padre.

Michael sonrió.

—Y yo te de ser tu hijo, aunque haya pasado más tiempo enojado contigo por robarme a mi chica.

Ambos se rieron.

Qué absurdo sonaba todo.

Su forma tembló en el aire y todos los fantasmas desaparecieron, dejándonos solos con una fosa. Sabía que lo estaba perdiendo de nuevo, pero esta vez no dolió tanto como esperaba.

Nos quedamos en silencio mirando la fosa por lo que sintieron horas. En algún momento, Nico nos dejó solos y se lo agradecí. Apolo no me apresuró a alejarme, necesitaba un momento para dejar ir todo el rencor, el enojo y la pena que había estado sintieron ahora que, de alguna manera, me sentía un poco más en paz.

Finalmente levanté la mirada hacia él.

—¿Estás bien?

Asentí.

—Sí.

—¿Puedo preguntar, de qué se trató eso de "lo que te dije en nuestra vida pasada"?

Lo miré a los ojos.

"Cásate con un hombre bueno, uno que te ame profundamente, y alumbra hijos. No mires atrás, sigue adelante sin importar lo que pase."

Sonreí con tristeza. Acaricié su mejilla, tratando de transmitirle todo el amor que sentía por él. Ese amor que me llenaba cada rinconcito de mi alma rota.

—Quiero una eternidad contigo, Apolo. No porque Michael me lo haya dicho, quiero ese futuro contigo porque te amo. Me seguiré sintiendo rota, no puedo darte la parte que murió con él, pero el resto, es y siempre será solo tuya. No sé cuándo podré dejar de sentirme vacía, pero sé que tú amor me hace sentir más unida. Más cómo yo misma. ¿Recuerdas lo que te dije hace dos años, en el festival de San Valentín de mi escuela? Sueño con un amor de cuentos de hadas y si de algo estoy segura, es que quiero que tú seas mi "felices para siempre".

Me devolvió la sonrisa, y en la profundidad de sus ojos brilló el infinito amor que me tenía. Su sonrisa, aunque pequeña, iluminó su rostro, suavizando las líneas de preocupación que últimamente lo acompañaban siempre por mi culpa. Por un momento, no pareció ser el dios brillante e inalcanzable que todos veneraban, sino alguien más humano, más cercano... más mío.

—Sé que no puedo llenar el vacío que llevas, ni pretender que todo estará bien de inmediato. Pero yo también sueño con ese final. —Me atrajo a sus brazos, sosteniéndome en alto para que estuviera a la altura de su rostro. Me aferré a sus fuertes hombros, aunque no era necesario, él nunca me dejaría caer y mientras me miraba a los ojos, me di cuenta que no estaba hablando con mi novio, el chico del que me había enamorado perdidamente los últimos los meses, sino con el dios antiguo y poderoso capaz de quemar el mundo por mí amor—. Te has vuelto lo más importante y hermoso que tengo. Esta es mi promesa. El sol brillará solo para tí, saldrá cada mañana para tí, y cada vez que estés bajo sus rayos, siempre tendrás mi atención.

Las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro antes de que pudiera detenerlas, pero esta vez no eran de tristeza.

Quizá tardaría un tiempo, pero estaba lista para intentar ser feliz a su lado sin culpas.

¡AY CHIQUIS! 

¡EL FINAL DE CAPRICHOS DEL SOL!

POR FIN, DESPUÉS DE DOS AÑOS, YA ESTÁ EL FINAL.

Bueno, quería decirles: Muchas gracias por todo su amor y apoyo estos dos años, me han dado las fuerzas para llegar tan lejos en un camino que si bien tenía pensando, no creí ser capaz de llegar. Tomó su tiempo, pero se logró. 

Les agradezco muchísimo de todo corazón cada uno de sus comentarios, sus aportes, sus preguntas, todo. Su apoyo en tiktok, incluso los memes y las portadas que me han enviado, sus emojis en el canal y sus mensajitos anonimos. Las quiero muchísimo y gracias por elegir acompañarme en este camino que es la historia de Darlene. 

El siguiente libro lo comenzaré a subir en enero. A partir del próximo año me temo que empezaré a subir un capítulo por semana por temas personales. Los lunes serán fijos de Dari y Apolo, cada una de mis historías tendrá su día.

Otro cambio será que Caprichos y Regalos tendrán una portada nueva acorde a la nueva historia.

Por ahora, les cuento que la siguiente historia correspondiente a la saga de Los Héroes del Olimpo se llamará....

*Redoble de tambores*

LOS ANHELOS DEL SOL

Bueno, ahora que finalmente terminamos, les dejo con el último Meme Time del año.

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