━━━Extra X
╔╦══• •✠•❀ - ❀•✠ • •══╦╗
ꜱᴏʙʀᴇ ᴄᴏᴍᴏ ʜᴇ ᴇꜱᴛᴀᴅᴏ ꜱɪᴇɴᴅᴏ ᴜɴᴀ ᴠᴇʀᴅᴀᴅᴇʀᴀ ᴍᴏʟᴇꜱᴛɪᴀ
╚╩══• •✠•❀ - ❀•✠ • •══╩╝
LA RESACA ES UNA MIERDA.
Abrí los ojos lentamente, apenas unas pequeñas franjas de luz entraban por las cortinas, lo que supuse que era de día, aunque no tenía idea de qué hora.
Mi cabeza latía con fuerza, como si alguien hubiera decidido usarla de tambor toda la noche, y mi boca estaba tan seca que parecía que había estado masticando arena. Intenté moverme, pero mi cuerpo protestó con un dolor sordo que me hizo soltar un gemido bajo.
El aire era fresco y estaba impregnado con el aroma a incienso y flores. Me tomó unos segundos darme cuenta de que no estaba en mi cabaña. El techo alto y decorado con frescos dorados sobre el sol me hizo darme cuenta dónde estaba.
—Estás despierta, por fin. —La voz de Apolo, que normalmente tenía un efecto embriagador, me taladró los oídos como si estuviera gritando.
Me giré con esfuerzo y lo encontré sentado en un sillón cercano.
—Por favor, habla más bajo... o mejor aún, no hables en absoluto —murmuré, frotándome las sienes.
Él arqueó una ceja. Intenté incorporarme, pero un mareo violento me devolvió al colchón. Se puso de pie, caminando hacia la pequeña mesa a un lado de la cama. Tomó un vaso y una jarra, vertiendo agua, se sentó a mi lado.
—Bebe —dijo con suavidad.
Lo miré sin ganas de moverme. Mi cuerpo parecía más que listo para ignorar cualquier intento de él de ser amable, pero al final, tomé el vaso y bebí lentamente. El agua me quemó la garganta, pero era el alivio que necesitaba.
—¿Qué hice anoche? —pregunté, mi voz sonando rasposa y extraña, como si mi garganta estuviera hecha de papel.
Apolo me observó por un momento.
—Nada que deba preocuparte —respondió simplemente—. Pero me gustaría saber qué pasó antes, para que estuvieras desaparecida veinticuatro horas y aparecieras en medio de una discoteca de mala muerte en el Bronx.
Sentí como si todo mi cuerpo se detuviera. Me eché atrás, presionando las palmas contra los ojos, esperando que mis recuerdos volvieran a mi mente, pero no había nada claro. Solo fragmentos dispersos y oscuros, como sombras fugaces que se desvanecían al contacto.
Las imágenes volvieron como un vendaval. No respondí, mis ojos se llenaron de lágrimas.
—No lo recuerdo.
Lo vi a él mirar hacia abajo, como si las palabras que acababa de decir lo hubieran golpeado más fuerte de lo que pensaba. Su mirada se volvió aún más sombría, y sus manos se apretaron contra el borde de la mesa.
—¿No lo recuerdas o no quieres hablar de ello? —dijo en voz baja—Si no quieres hablar, está bien, pero no me mientas.
Tragué saliva.
—No quiero —murmuré.
Él asintió.
—Dari, desde la guerra... —Su voz tembló un poco, pero continuó, como si necesitara decirlo—, sé que las cosas han sido difíciles, pero alejarte de los que te aman y preocupan no es una solución.
Mi pecho se tensó. ¿Qué le podía decir? ¿Cómo podía explicarle que todo lo que había conocido, todo lo que había amado, se desmoronó frente a mis ojos cuando Michael murió y, ahora, simplemente, me parecía que no quedaba nada? ¿Cómo lo hacía sin hacerle daño?
No podía ni mirarlo a los ojos.
—¿Dónde has estado estos días? Me dijeron en el campamento que has estado deambulando por las noches.
—Por ahí.
—¿Por ahí? —repitió—. ¿Haciendo qué?
Me encogí de hombros.
Dejó escapar un suspiro pesado, el tipo de suspiro que nunca solía salir de alguien tan seguro y brillante como él. Me atreví a mirarlo de reojo y, por un instante, deseé no haberlo hecho. Sus ojos azules, normalmente llenos de paz y alegría, ahora reflejaban una frustración enorme.
«¿Está frustrado conmigo?» pensé sintiéndome enferma.
«Sí, lo estás frustrando. Sé está cansando, y va a acabar dejándote».
Apreté los dientes con fuerza ante ese pensamiento. Mi conciencia podía ser verdaderamente insoportable.
—Solo...necesitaba desconectarme un poco del campamento —respondí tratando de darle una respuesta que lo complaciera—. No estuve sola, Alessandra siempre estuvo conmigo. No hice nada peligroso si es lo que te preocupa.
Supe que no le gustó mi respuesta en cuanto terminé de hablar.
Dejó el vaso sobre la mesa con un golpe seco, nada brusco, pero lo suficientemente firme como para hacerme dar un pequeño salto. Cerró los ojos por un momento, pasándose una mano por el cabello dorado que parecía brillar incluso en aquella penumbra. Era un gesto tan humano que, por un instante, olvidé que estaba frente a un dios.
Miró por la ventana que daba a los jardines de su templo en silencio.
No sabía qué era lo que quería que le dijera.
Mis manos se cerraron en puños sobre las sábanas, nada de lo que dijera iba a complacerlo.
Respiró profundamente antes de mirarme, más tranquilo, tomando mis manos entre las suyas.
—Escucha, no quiero que pienses que te controlo, pero... —agregó con tono cuidadoso—, no creo que Alessandra Olimpia sea una buena influencia. No en este momento al menos.
Fruncí el ceño.
—Lessa es la única que me entiende —gruñí, molesta.
—¿Sí? ¿Lo hace? Porque lo único que parece estar haciendo es crearte hábitos nada sanos.
—No la conoces.
—¡No necesito conocerla y tampoco me interesa! —dijo levantando la voz—. A mí me importa poco si ella también está herida, que se consiga un perro si tanta falta le hace no sentirse sola. Me importa lo que te pase a tí, es a tí a quién quiero cuidar y lo que sea que ella te diga porque es lo que a ella le funciona, no significa que a tí te haga bien. Estás alejando a las personas que amas y que te aman, a los que quieren cuidarte y los que de verdad podrían ayudarte a sanar.
Sentí un nudo apretarse en mi garganta. Quería responder, pero no sabía cómo. Mi mente era un caos y mis emociones estaban hechas pedazos, cada una luchando por salir a flote.
—No necesito que me ayuden —murmuré, más para convencerme a mí misma que a él.
Me traté de levantar, un mareo me invadió. Lo ignoré lo mejor que pude, no quería tener que darle la razón. Vi mi abrigo a los pies de la cama y lo tomé. Me temblaban las manos. Re busqué en los bolsillos hasta dar con lo que necesitaba.
Me llevé el cigarro a la boca y traté de encenderlo. Traté, porque Apolo me lo quitó, quemándolo hasta que se carbonizó por completo.
—¡¿Pero qué haces?! —chillé enojada.
—¡¿Desde cuándo mierda fumas?!
—¿Eres mi novio o mi jodido padre? —espeté rodando los ojos.
—¡¿Contéstame?! ¿Esto también te lo dio Alessandra Olimpia?
Mi corazón latía con fuerza, y el eco de mi propia voz enojada pareció retumbar en el silencio que siguió. Apolo me miraba con una mezcla de incredulidad y frustración. Sus ojos azules, normalmente llenos de calidez, parecían dos bloques de hielo en ese momento, y me sentí pequeña bajo su mirada.
—¿Qué más te da? —gruñí rodando los ojos, tratando de ignorar el malestar que me provocaba que me mirara así—. Solo tenía curiosidad y me ha gustado.
—Me dijiste que ya lo habías probado y no te gustó nada —espetó entre dientes.
Tragué saliva. El ambiente se volvió pesado, casi irrespirable, y no sabía si era por mi resaca, por el mareo que aún amenazaba con hacerme caer o por la mirada furiosa de Apolo. Algo en su expresión me recordó a un volcán a punto de estallar, y aunque normalmente habría dado cualquier cosa por ver el fuego que llevaba dentro, en ese momento solo quería huir.
—¿Qué importa lo que dije? —respondí, intentando mantener la compostura mientras mi voz temblaba ligeramente—. Las cosas cambian, ¿no?
—¿Entonces es eso? ¿Cambiaste? —cuestionó con ironía.
Lo miré con lágrimas en los ojos.
—¿Qué? ¿Ya no te gusto así? Bien, adelante. Si no te gusta, puedes dejarme.
Me arrepentí de lo que dije en el mismo instante en que las palabras salieron de mi boca. El silencio que siguió fue denso, insoportable. La mandíbula de Apolo se tensó, y su luz, esa que siempre parecía envolverlo como un halo, pareció apagarse un poco. Nunca antes lo había visto así.
No me atreví a seguir mirándolo. Mis ojos estaban clavados en el suelo, en el pequeño montón de cenizas que quedaba del cigarro que había destruido.
—Eres una mocosa desagradecida.
Levanté la vista.
¿Yo, desagradecida?
Abrí la boca, pero las palabras no salieron.
La rabia hervía en mi pecho. ¿Cómo se atrevía a llamarme desagradecida? ¿Qué sabía él del caos que era vivir conmigo misma?
Pero sus siguientes palabras me rompieron.
—Michael dio la vida por tí, él quiso que vivieras, que tuvieras una oportunidad. ¡¿Te parece que esto es lo que él quería para tí?! —bramó. Su voz me taladraba la cabeza, pero no era nada en comparación con el dolor que me provocó lo que decía—. ¡Tienes una familia que te ama, amigos que se preocupan por tí! ¡¿Y yo?! ¡¿Siquiera te importo?! ¡¿Tienes idea de lo mucho que me duele verte así?! Lo único que queremos es ayudarte y tu no paras de alejarnos.
Sus palabras resonaban en mi mente como un eco cruel, cada una clavándose como un cuchillo en mi pecho. Mi corazón latía con fuerza, pero no por la rabia; era culpa, una culpa aplastante que me impedía respirar.
No podía mirarlo. No podía enfrentar la expresión de dolor en su rostro.
—Apolo... —susurré, apenas capaz de escucharme a mí misma.
—No. —Su voz cortó el aire como una espada, tajante y sin piedad—. No me digas nada. Ya no quiero escucharte.
Su rechazo fue peor que cualquier grito. Quería decir algo, explicarme, pedirle perdón, pero las palabras no llegaban.
Él se apartó, dándome la espalda. Su silueta, normalmente majestuosa, parecía encogida, casi derrotada. Caminó hacia la ventana, apoyando ambas manos en el marco mientras su luz dorada fluctuaba, como si su propio brillo estuviera al borde de desmoronarse.
—¿Crees que me gusta decirte estas cosas? —preguntó en un tono mucho más bajo, cargado de un dolor que casi podía palpar—. ¿Crees que disfruto verte así, haciéndote daño, alejándote de todos?
Su voz temblaba, y eso me dolió más que cualquier otra cosa. Apolo, el hombre con una sonrisa brillante cual aurora, la vitalidad misma de la juventud y la fuerza, se estaba desmoronando frente a mí. Y yo era la causa.
—No tienes idea de lo que se siente, Dari. —Continuó, todavía de espaldas a mí—. Ver cómo alguien que amas tanto, se está perdiendo... y no poder hacer nada para detenerlo.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Quise acercarme, tocarlo, pedirle que no se rindiera conmigo, pero mis piernas no respondían.
—¿Y si no valió la pena? —murmuré finalmente, mi voz quebrándose como cristal—. ¿Y si yo no valgo la pena su sacrificio?
Sus hombros se tensaron, y en un movimiento rápido, se giró hacia mí. En dos zancadas se me acercó, tomándome con fuerza de los brazos.
—No te atrevas. —Su voz era un susurro cargado de rabia contenida—. No te atrevas a pensar ni por un segundo que tu vida no vale la pena.
Quise discutir, pero me interrumpió.
—¿Sabes por qué Michael hizo lo que hizo? —gruñó soltándome—. Porque te amaba, eras su luz, su razón de todo. Si no puedes vivir por ti misma, entonces vive por él. Honra su sacrificio.
Mis lágrimas cayeron sin control.
—No sé cómo... —admití, mi voz rota—. No sé cómo seguir adelante sin él.
Se agachó frente a mí, tomando mis manos entre las suyas. Sus dedos eran cálidos, y su tacto, aunque firme, era lleno de cuidado.
—No tienes que saberlo ahora —dijo, su voz más suave—. Pero prométeme que lo intentarás.
Mis labios temblaron y me ahogué entre hipidos desesperados, mientras trataba de formar una respuesta. Una respuesta que no era capaz de dar.
Apolo suspiró, cerrando los ojos por un momento antes de inclinarse y presionar un beso ligero en mi frente.
—Sé que es difícil, mi amor.
Me miró con tanta sinceridad que me rompió aún más. Sentí cómo sus manos se posaron en las mías, cálidas, firmes.
—Dame una oportunidad, ángel. Solo una —dijo, su voz llena de esperanza—. No tienes que cargar con todo esto sola. Déjame ayudarte.
Quise decirle que sí, que estaba dispuesta, pero no estaba segura de poder cumplirlo. Había estado rota durante tanto tiempo que no sabía si alguien podría juntar las piezas.
Apolo no apartó la mirada ni por un segundo. No esperó una respuesta mía, debía haberse dado cuenta que no podía hablar. Me atrajo hacia él, envolviéndome en sus brazos.
Nos quedamos así, abrazándonos, con mis sollozos como único sonido que quebraba el ambiente. No supe cuánto tiempo fue, solo que en algún momento, me di cuenta que estábamos sentados, conmigo en su regazo.
—¿Cómo te sientes?
Apoyé la cabeza en su pecho, restregando la nariz contra su piel.
—Extraña.
—¿Tienes hambre?
—Más bien tengo ganas de vomitar.
Apolo suspiró, y sentí cómo se inclinaba un poco para acomodarme mejor en su regazo. Su olor, me envolvía, dando una ligera sensación de comodidad, pero no hacía mucho para calmar mi estómago. Ojalá pudiera culparlo de mi malestar, pero sabía que era todo mío.
Resaca del infierno, cortesía de mis pésimas decisiones.
—Será mejor que te des un baño —dijo acariciando mi espalda—. Te tendré algo de comer cuando salgas.
—Pero no tengo hambre.
—Ya, pero tienes resaca. No te puedo dejar solo con el estómago vacío. —Hice un mohín. No quería comer—. Tranquila, no será nada pasado. Un poco de sopa, galletas y mucha agua. Ah y un analgésico.
Aparté la cara de su cuello para verlo.
—¿Órdenes del doctor?
—Sí, con receta y todo.
Me reí. Por primera vez en semanas, me reí.
━━━━━━━♪♡♪━━━━━━━
La ducha fue lo mejor y lo peor que me pudo pasar. Media hora bajo el agua, sola y mi mente comenzó a jugarme en contra, llenándome de pensamientos crueles y culposos, pero al menos sirvió para que pensara una y otra vez en todo lo que Apolo me había dicho. Y había llegado a la conclusión de que aunque me doliera, tenía razón.
Cuando salí, me había puesto una camiseta suya que me quedaba gigante y unos shorts negros. Él me esperaba con una bandeja de comida y una aspirina que me tomé de inmediato.
No pensé que de verdad podría tener hambre, pero sí. Estaba famélica.
Mastiqué las galletas saladas y tomé un sorbo de sopa. Estaba deliciosa. Apolo me miraba a mí lado y cada cierto rato, me recordaba que debía beber agua.
—Tranquila, mi amor —dijo por lo bajo. Estaba tocando la lira para mí, una melodía suave, delicada y que me ayudó para el dolor de cabeza—. La comida no se irá a ningún lado.
—Tenías razón.
—¿Sobre qué exactamente? Siempre tengo razón, pero ¿sobre qué? —respondió sonriendo de lado.
—Sobre qué estoy siendo una mocosa desagradecida.
Se le borró la sonrisa.
Estaba quieto, demasiado quieto, con la mirada fija en la ventana.
Sentí un nudo en el pecho, una mezcla de culpa, miedo y algo más... algo que no podía identificar pero que dolía como si me estuvieran arrancando algo vital. Tragué saliva, tratando de encontrar mi voz.
—Sé que la he cagado —mi voz temblaba, pero seguí hablando—. Sé que no ha sido nada fácil lidiar conmigo, y no es que no quiera a nadie cerca mío, es solo que...no siento que sea la mejor compañía para nadie. He estado siendo bastante mezquina y cruel y desquitándome con todo el mundo como si tuvieran la culpa de lo que pasó.
Apreté los puños, luchando contra las lágrimas que ya quemaban mis ojos.
—Por los dioses, le grité a mi madre hace unos días cuando me dijo que debía volver a casa —confesé—. Le dije cosas horribles y sé que ella sabe que no fue en serio, pero no quita el hecho de que le hice daño. Y luego... —Me ahogué en mis sollozos—. Luego...yo...
—Hey, calma —dijo tomando mi rostro en sus manos—. Respira. Vamos. Inhala. Exhala.
Hice lo que me pidió, aunque al principio me costó. Mi pecho subía y bajaba con dificultad, como si cada respiración me pesara. Sus manos en mi rostro eran cálidas, firmes pero gentiles, como si intentara anclarme al presente. Cerré los ojos, dejando que su voz me guiara, lenta y segura. Inhala. Exhala.
Cuando logré calmarme un poco, abrí los ojos y me encontré con los suyos. Esa mirada azul, tan intensa, parecía perforarme, como si pudiera ver hasta lo más profundo de mi ser. Pero no había juicio en ella. Solo preocupación. Solo él.
—¿Qué fue lo que pasó que te puso así?
Me pasé la lengua por los labios resecos. Me temblaban las manos.
Negué con la cabeza.
—En realidad es una tontería.
—No puede ser una tontería si te ha puesto así. —Bajé la vista, apenada. Es que sí era una tontería. Yo era la que estaba exagerando—. Dari.
—Perdí una fotografía —admití avergonzada.
—¿Qué?
—Una fotografía, ¿sí? Perdí una fotografía y perdí la cabeza por completo —espeté entre dientes. Me llevé las manos entre los cabellos. Sintiéndome más tonta ahora que lo había dicho en voz alta.
—¿Una fotografía? ¿De qué?
Se me llenaron los ojos de lágrimas.
—Una que Lee había tomado. Era la única copia porque la tomó con su polaroid —expliqué con los labios temblando—. Era de mi cumpleaños catorce. Estábamos Michael, Lee, Percy, Annabeth y yo, en mi último cumpleaños sin muertes. El último cumpleaños que pasé con Lee y Michael juntos.
Guardó silencio, pero no apartó las manos de mi rostro. Sus dedos seguían ahí, anclándome a la realidad. Era como si entendiera, incluso antes de que pudiera terminar de explicarme, lo que esa fotografía representaba. No era solo una imagen; era un recuerdo tangible de un tiempo que ya no existía, de personas que ya no estaban.
—Lo siento —murmuré, tragándome un sollozo—. Es una tontería. Solo... estoy cansada de perder cosas. Personas, momentos... todo. Y esa foto era lo único que me quedaba de ellos juntos. Ahora siento como si también hubiera perdido eso.
Dejé caer las manos sobre mis piernas, derrotada. No podía mirarlo. La vergüenza me carcomía. Pero, en lugar de responderme con palabras, Apolo deslizó sus manos hasta mis hombros, inclinándose un poco para que nuestras miradas se encontraran. Su expresión era seria, pero había una ternura infinita en sus ojos.
—No es una tontería, amor. —Su voz era baja, como si temiera romperme con un volumen más alto—. Era importante para tí, eso nunca podría ser una tontería.
Tragué saliva, queriendo creerle, pero todavía me sentía estúpida.
—Sé que no puedo recuperarla, pero la perdí por imbécil. La he estado llevando conmigo a todos lados en mi chaqueta y hace dos noches...me...puse a volar...algo ebria —admití no queriendo mirarlo a los ojos.
—Entiendo. —Me di cuenta que respiró profundo para no enojarse. Había sido estúpida e imprudente.
—Y entonces...solo se fue. Se me cayó, era de noche, no podía ver bien. No supe qué pasó con ella, solo que ya no la tenía en mis manos —dije finalmente, con un hilo de voz—. Si hubiera tenido más cuidado... si no fuera tan descuidada...
Apolo negó con la cabeza, deteniéndome antes de que pudiera continuar castigándome.
—Escúchame. Esa fotografía no era solo un pedazo de papel. Era importante, era lo último que tenías de ellos juntos. Pero esos recuerdos... —hizo una pausa, acariciando suavemente mi cabello—, esos no los has perdido. Las experiencias son más que fotografías, las viviste, reiste y disfrutaste la vida con ellos. Y ellos te amaban y nadie, ni siquiera la muerte, puede arrebatártelos.
Quería decir algo, pero las palabras se atoraron en mi garganta. Solo asentí, permitiéndome absorber su consuelo, aunque fuera por un instante.
—Lo siento mucho, Apolo —dije en un susurro—. Por ser tan difícil.
Él sonrió, esa sonrisa pequeña y melancólica que siempre parecía contener un mar de emociones que no decía en voz alta.
—Eres muchas cosas, Dari. Difícil no es una de ellas. —Hizo una pausa, como si escogiera sus palabras con cuidado—. Pero incluso si lo fueras, solo me gustarías mucho más de lo que ya me gustas. —Se inclinó cerca mío, acariciando sus labios con los míos—. Y eso de por sí ya es bastante imposible.
Le devolví la sonrisa, un tanto más como una mueca, pero él entendió el gesto. Me besó la frente con infinita ternura.
—Te amo, Sunshine —susurré.
—Te amo, ángel —susurró de vuelta antes de besarme.
Quizás, la razón por la que Dari colapsó puede ser, desde un punto de vista, "lógico", algo tonta, pero más bien es la gota que colmó el vaso de algo que viene aguantando por casi tres años.
Haber matado por primera vez siendo lo sensible que es, la muerte de Bianca, la muerte de Zoe, volverse vidente y por ello, las alucinaciones, las pesadillas, ataques de pánico y ansiedad, falta de sueño, la muerte de Lee, su propia muerte, la presencia de Klaus y revivir su vida pasada, Klaus atacó a su familia, la traición de Silena y su muerte, la muerte de Michael, no saber si iban a lograr sobrevivir a la guerra.
Durante mucho tiempo, ella ha estado fingiendo qué todo estaba bien, colapsada y luego seguía adelante, como en un estado momentáneo de felicidad viviendo su historia de amor. Cuando murió Lee quedó claro, durante una semana, se desconectó de todo lo que había pasado y luego "mágicamente" todo estaba bien.
Y ahora, le ha tocado la otra cara, ver que no puede avanzar ni seguir fingiendo y los demás si. Bebiendo por las noches, buscaba volver por un par de horas ese estado de "no ha pasado nada, todo está bien", pero perder la foto, la única que tenia con sus amigos antes de que todo se fuera en picada fue más de lo que pudo soportar. Llegó a su límite, a veces, la cosa más tonta nos hace explotar.
Y de paso, también colmó el límite de Apolo, que la ha estado tratando de ayudar y ha tenido que ser duro con ella para que reaccione.
Aun queda un capítulo que será el cierre final de este libro, lo único que Dari necesita para poder "avanzar".
Por cierto, vi que algunos comentarios mencionaban que Apolo esta más al pendiente de ella que de que se le murió su hijo. No es que a él no le importe, pero tiene 4 milenios, ha visto morir a miles de sus hijos, y él mismo lo dijo cuando murió Lee:
"No diré que no duele, porque duele profundamente. Cada pérdida deja una marca en el corazón. Pero también he aprendido que la vida es un regalo, y los que amamos querrían que aprovechemos ese regalo al máximo."
Él lloró su muerte en el momento que ocurrió, se vengó de Morfeo y descargó su enojo peleando contra Tifon.
Se lo acaba de decir a Dari, Michael no querría que vivan su vida así, y eso es lo que él trata de hacer. Vivir por los que amó y perdió.
Sé que les gusta Apolo narrando, tengan paciencia, todo esto volverá a surgir cuando le toque ser Lester y lo veremos más en profundidad como lo ha estado viviendo él.
Meme time
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top