033.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴛʜᴇ ᴇɴᴅ ᴏꜰ ᴛʜᴇ ɢʀᴇᴀᴛ ᴘʀᴏᴘʜᴇᴄʏ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴇʟ ꜰɪɴᴀʟ ᴅᴇ ʟᴀ ɢʀᴀɴ ᴘʀᴏꜰᴇᴄɪᴀ

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CRONOS ESTABA MÁS FURIOSO QUE NUNCA.

—¡Ya me tienen harto! —Dio un pisotón y el suelo se resquebrajó.

Levantó la mano hacia Alessandra y fue como si algo la hubiera golpeado, la espada cayó de sus manos y fue arrojada hacia atrás, rodó por el suelo hasta el agujero, quedando colgada sobre el vacío.

Backbiter voló de sus manos hasta las de el titán y se giró hacia nosotros con una sonrisa perversa.

Allí donde Cronos pisaba, las raíces se enrollaban en sus tobillos. Por desgracia, no eran lo bastante gruesas todavía, porque Grover había interrumpido su magia demasiado pronto, y sólo servían para estorbar al titán.

—¡Dari, ayuda a Lessa! —grito Percy corriendo hacia él.

No esperé más y me lancé apresurada hacia el borde. Lessa estaba agarrándose cómo podía, desesperada con el vacío a sus pies. Me arrojé al suelo agarrándola de las manos cuando se le resbalaron y quedé con medio cuerpo colgando a la nada.

Si se caía, tendría que arrojarme y volar.

Mis manos resbalaban. El sudor, la sangre y la fuerza que Alessandra ejercía para no soltarse me hacían perder el agarre. Ella me miraba con los ojos desorbitados, el miedo y el esfuerzo marcados en cada músculo de su rostro.

—¡No me sueltes! —gritó, y su voz se quebró, como si ni siquiera ella creyera que podría sostenerse por mucho más tiempo.

El borde era resbaladizo y polvoriento. Sentía cómo la gravedad tiraba de nosotras con una fuerza implacable. Lessa colgaba completamente del vacío, con sus dedos blancos por el esfuerzo de aferrarse a mis manos.

—¡Sujétate fuerte! —le ordené, y antes de que pudiera responder, concentré toda la fuerza que me quedaba. Tiré hacia arriba con un grito, sintiendo que mis hombros estaban a punto de dislocarse.

Pataleó, buscando cualquier asidero, y finalmente consiguió enganchar una rodilla en el borde.

Con un último esfuerzo, rodó sobre el suelo, cayendo encima de mí. Ambas quedamos jadeando, cubiertas de polvo y temblando, pero estábamos vivas.

Nos pusimos de pie rápidamente, y observamos como Percy y Cronos combatían entre los restos de la hoguera, levantando chispas y pisando carbones casi apagados. Cronos cortó de un tajo el apoyabrazos del trono de Ares, y luego lo arrinconó contra el trono de Poseidón.

—¡Ah, sí! —dijo Cronos—. ¡Éste sí que dará buena leña para mi nueva hoguera!

Las hojas chocaban con un estallido de chispas. Percy le dio un empujón y le lanzó otra estocada. La hoja de Contracorriente le golpeó tan de lleno en la coraza que abrió una hendidura en el bronce celestial.

El titán dio un pisotón en el suelo de mármol y el tiempo se ralentizó. Percy trató de atacar, pero se movía a la velocidad de un glaciar. Cronos retrocedió con toda tranquilidad y aprovechó para recuperar el aliento. Examinó la abertura de su coraza y nos miró. No podía moverme, Lessa tampoco. Él podía tomarse todos los tiempos muertos que quisiera. Podía dejarnos clavados en el sitio cuando le apeteciera. La única esperanza consistía en que el esfuerzo para hacerlo lo fuese consumiendo.

—¡Demasiado tarde, Percy Jackson! —dijo—. ¡Mira!

Señaló los restos de la hoguera y los carbones brillaron otra vez incandescentes. Se alzó una cortina de humo blanco y en su espesor aparecieron imágenes como en un mensaje Iris. Vi a mi familia y a los padres de Percy, en la Quinta Avenida, rodeados de enemigos y luchando a la desesperada. Más atrás, Hades combatía montado en su carro negro y hacía surgir una oleada tras otra de zombis de debajo de la tierra. Pero las fuerzas del titán parecían igualmente inagotables.

Manhattan, entretanto, era pasto de la destrucción. Los mortales, ya del todo despiertos, corrían despavoridos; los coches viraban enloquecidos y se estrellaban por todas partes.

La escena cambió. Entonces vi algo aún más terrorífico.

Un inmenso frente tormentoso se aproximaba al río Hudson, desplazándose rápidamente por la costa de Jersey. Venía rodeado por un círculo de carros, enzarzados en estrecho combate con la criatura oculta en el espesor de las nubes.

Los dioses atacaban sin pausa y el cielo se iluminaba con el fulgor de los relámpagos. Los ataques surcaban las nubes como balas trazadoras y explotaban violentamente. Poco a poco, las nubes se fueron desgarrando y entreabriendo. Entonces, por primera vez, vi a Tifón con claridad.

Comprendí sin más que mientras viviera, lo cual quizá no sería mucho, no podría sacarme aquella imagen de la cabeza. Tifón cambiaba de aspecto constantemente. A cada momento era un monstruo distinto, cada uno más horrible que el anterior. Si lo hubiera mirado a la cara demasiado rato me habría vuelto loco, así que me concentré en su cuerpo, aunque tampoco es que fuera mucho mejor. Era de tipo humanoide, pero su piel te hacía pensar en un sándwich de carne abandonado un año entero en la taquilla del gimnasio. Tenía manchas verdes y ampollas del tamaño de un edificio por todo el cuerpo, además de zonas ennegrecidas a causa de los eones que había pasado bajo un volcán. Sus manos eran humanas, pero rematadas en garras, como las de un águila; sus piernas estaban cubiertas de escamas de reptil.

—Los olímpicos están haciendo un último esfuerzo —se burló Cronos con una carcajada—. ¡Qué patético!

Empezaba a recuperar la flexibilidad en mis miembros. Cronos no pareció notarlo. Tenía puesta toda su atención en la lucha, en su victoria final.

Los ataques de los dioses surcaban las nubes como balas trazadoras y explotaban violentamente. Pero había un fulgor constante, una luz que no titubeaba como los rayos, y provenía de un carro que surcaba el cielo como un cometa furioso.

Era imposible no reconocerlo: el carro de Apolo, tirado por corceles flamígeros, resplandecía con tal intensidad que resultaba difícil de ver para mis ojos mortales. Sus flechas no eran simples disparos; eran explosiones de pura luz, como si cada una contuviera la furia del sol atrapada en una chispa. Cada vez que una impactaba, el cuerpo amorfo de Tifón se retorcía, desgarrado por el poder del dios.

Apolo no se estaba conteniendo. Ni un poco. Estaba furioso.

Una flecha dorada salió disparada de su arco y explotó contra el pecho de Tifón, arrancándole un rugido tan profundo que hizo sacudir la imagen.

El carro zigzagueaba entre las nubes, esquivando los tentáculos de humo y fuego que intentaban atraparlo, sin éxito.

—¡Eso es, mi amor! —grité sin poder contenerme—. ¡Usa esa fuerza olímpica y patea su trasero titánico!

Zeus lanzó un rayo desde su carro y la explosión iluminó el mundo entero. Incluso allí arriba, en el Olimpo, noté la sacudida, pero cuando la nube de polvo se disipó, Tifón seguía en pie. Se tambaleaba y tenía un cráter humeante en su cabeza deforme, pero rugió enfurecido y continuó avanzando.

Como un auténtico milagro, llegó el sonido de una caracola.

Alrededor de Tifón, el Hudson entró en erupción repentinamente, agitándose con olas de quince metros. Y fuera del agua surgió un nuevo carro: éste tirado por enormes hipocampos que nadaban en el aire con la misma facilidad que en el agua. Poseidón, rodeado de un aura de poder azulada y resplandeciente, describió un círculo desafiante en torno a las piernas del gigante. En cuanto blandió su tridente, el río respondió creando un enorme torbellino alrededor del monstruo.

—¡No! —gritó Cronos tras unos instantes de estupor—. ¡No!

—¡Ahora, hermanos! —La voz de Poseidón sonaba con tal fuerza que no estaba seguro de si la oía a través de la visión o me llegaba directamente desde la otra punta de la ciudad—. ¡Al ataque! ¡Por el Olimpo!

De las aguas del río surgió una legión de guerreros, cabalgando las olas sobre tiburones, dragones y caballos de mar descomunales. Eran cíclopes, y al frente de ellos iba...

—¡Tyson! —gritó Percy.

Lo observé asombrada. Había aumentado de tamaño mágicamente y debía de medir unos diez metros, o sea, casi tanto como sus primos de la Antigüedad. Y llevaba por primera vez una armadura completa.

Inmediatamente detrás de él, iba Briares, el centimano. Todos los cíclopes sujetaban enormes cadenas de hierro negro, tan grandes como para anclar un barco de guerra, con áncoras en los extremos. Las voltearon en el aire como lazadas y empezaron a arrojárselas a Tifón a las piernas y los brazos. Aprovecharon el torbellino para seguir dando vueltas y, poco a poco, lo fueron enredando y atrapando. Tifón se agitaba dando rugidos y tiraba brutalmente de las cadenas, derribando a algunos cíclopes de sus monturas; pero eran demasiadas cadenas y la superioridad numérica de los cíclopes empezó a resultar abrumadora incluso para un gigante como él.

Poseidón le arrojó entonces su tridente y le atravesó la garganta. De la herida brotó sangre dorada, el icor inmortal, formando una cascada tan alta como un rascacielos. Luego el tridente voló de nuevo a las manos de Poseidón.

Los demás dioses atacaron con renovados bríos. Ares se adelantó y le dio una estocada a Tifón en la nariz. Artemisa le disparó en el ojo una docena de flechas de plata. Apolo arrojó una salva de flechas de fuego puro que impactaron justo en el pecho de Tifón con una explosión cegadora que hizo temblar todo y arrancó un grito de agonía al titán. Zeus siguió machacando al gigante con sus rayos mientras el agua subía poco a poco de nivel hasta envolverlo casi por completo.

Tifón empezó a hundirse bajo el peso de las cadenas. Aulló desesperado y se agitó con tal violencia que las olas chapotearon por toda la costa de Jersey, empapando edificios de cinco pisos y sacudiendo el puente George Washington.

Pero, pese a sus esfuerzos, Tifón se iba sin remedio hacia el fondo, donde Poseidón había abierto un túnel especial para él: un tobogán de agua que lo llevaría directamente al Tártaro. La cabeza del gigante se sumergió al fin entre un torbellino burbujeante y desapareció del todo.

—¡Bah! —gritó Cronos, mientras atravesaba el humo con su espada, haciendo jirones la imagen.

—Ya vienen —dijo Percy—. Estás perdido.

—Ni siquiera he empezado de verdad.

Se adelantó con deslumbrante velocidad. Grover, tan valiente como siempre, el muy tonto, trató de protegerlo, pero Cronos lo apartó de un golpe como si fuera un muñeco de trapo.

Percy dio un paso de lado y le lanzó una estocada por debajo de su guardia. Un buen truco, pero Luke por desgracia lo conocía. Contraatacó y logró desarmarlo con uno de los primeros movimientos que el mismo Luke nos había enseñado. Contracorriente tintineó por el suelo y cayó al vacío por la sima abierta.

Antes de que pudiera reaccionar, Alessandra corrió con la espada en alto, Cronos se giró en redondo para hacerle frente y dio un mandoble con Backbiter El impacto resonó en el aire, creando un sonido metálico que me hizo estremecer; pero ella no retrocedió. Empujó con toda su fuerza, obligando a Cronos a dar un paso atrás.

Él sonrió. Una sonrisa fría, cruel. Sus movimientos eran letales, calculados. Dio un giro rápido, buscando abrir su guardia, pero Alessandra lo bloqueó con un giro propio, su hoja trazando un arco perfecto en el aire. Chisporrotearon destellos de energía dorada y plateada.

—¿Crees que puedes detenerme, niña? —se burló.

Ella no respondió. Su mirada ardía. Golpeó de nuevo, una y otra y otra vez. Estaba completamente enloquecida. El choque de las hojas envió vibraciones por toda la sala. Las dos hojas entrecruzadas, y por un instante se situó cara a cara frente al señor de los titanes, aguantando con firmeza.

Alcancé a vislumbrar el brillo de lágrimas en sus mejillas. Su rostro contorsionado en una mueca de dolor. No físico. A ella le dolía pelear contra él.

—Luke...si aún estás ahí...por favor, detente.

Cronos rugió con indignación.

—¡Luke Castellan ha muerto! ¡Su cuerpo arderá hasta consumirse cuando yo asuma mi verdadera forma!

—No —dijo negando con la cabeza—. Sé que te lastimé. Que mi traición te lastimó mucho...lo siento. Lo siento tanto, pero ya es suficiente. Tú no querías esto, no querías que todo acabara así.

Cronos le dio un empujón, tratando de liberar su arma, y ella resistió el envite con brazos temblorosos. Pero no podía impedir que él le fuera acercando al cuello el filo de la espada.

—Luke —sollozó Annabeth acercándose lentamente a ellos—. Por favor, escúchala.

—¡Annabeth, no! —Percy intentó detenerla, pero deduje que, al igual que yo, empezaba a sentir el cuerpo pesado otra vez.

—Tu madre —gruñó Annabeth—. Ella vio tu destino.

—¡Servir a Cronos! —rugió el titán—. ¡Ése es mi destino!

—¡No! —insistió Annabeth, llorando—. ¡Esto no es el fin, Luke! La profecía. Ella vio lo que harías. ¡La profecía habla de ti!

—¡Voy a destruirlas! —bramaba Cronos.

—No lo harás —replicó Alessandra—. Lo prometiste. Incluso ahora estás manteniendo a raya a Cronos.

—¡Mentiras! —Cronos la empujó de nuevo y esta vez Alessandra perdió el equilibrio. Él aprovechó para golpearla en la cara, lanzándola hacia atrás.

Su espada tintineó contra la piedra, rodando lejos de su alcance. Cronos levantó a Backbiter, y por un instante, pensé que todo estaba perdido.

—¡No! —gritó Annabeth, corriendo hacia él.

No sé cómo, pero se deslizó justo entre Cronos y Alessandra, levantando sus manos como si pudiera detener el golpe.

—¡Annabeth, sal de ahí! —grito Percy desesperado, pero ella no lo escuchó.

—¡Luke! —La voz de Annabeth se rompió, pero era firme—. Sé que estás ahí. ¡Escúchame!

Cronos vaciló, sólo por un segundo, pero fue suficiente para que Alessandra se pusiera de pie, tambaleándose, con el rostro cubierto de sangre.

—Me dijiste...me prometiste una vida juntos, Luke. Dijiste que ninguna fuerza valía más que tu amor. Dijiste que era tu esperanza.

—Una familia, Luke —agregó Annabeth con voz cansada—. Lo prometiste.

Di un paso penosamente. Grover se había vuelto a poner de pie junto al trono de Hera, pero parecía forcejear también para moverse. Percy tenía el rostro desencajado luchando para poder acercarse a proteger a Annabeth.

Cronos se tambaleó. Miró el cuchillo que ella sujetaba y la sangre que tenía en la cara.

—Nos lo prometiste —dijo Lessa.

Entonces soltó un jadeo, como si le faltase el aire.

—Lessa... —Pero no era la voz del titán. Era la de Luke. Dio un traspié, como si no controlara su propio cuerpo—. Estás sangrando...

—Estoy bien, Scar —murmuró con una sonrisa triste.

—Mi cuchillo. —Annabeth trató de blandir su puñal, pero se le escapó y repiqueteó por el suelo. Tenía el brazo doblado en un ángulo extraño. Lo miró, implorante—. Percy, por favor...

Ahora podía moverme otra vez.

Percy se abalanzó hacia delante, y, de un golpe, le arrancó a Luke su espada, que rodó hasta la hoguera. Él apenas le prestaba atención. Dio un paso hacia las chicas, pero Percy se interpuso delante de Annabeth.

Luke soltó un jadeo:

—Se está transformando. ¡Socorro! Casi... casi está listo. Ya no necesitará mi cuerpo. Por favor...

—¡No! —bramó Cronos. Miró alrededor buscando a Backbiter, que había caído entre las brasas.

Intentó avanzar hacia ella dando tumbos, pero sus piernas se doblaron. Alessandra lo atrapó en la caída, y ambos cayeron al suelo, él sujetándose a ella como si fuera un pedazo de madera en un naufragio.

El titán trataba de luchar, pero su cuerpo ya no le respondía cómo quería. Miró a Alessandra con odio y ella le acarició la mejilla, e inmediatamente sus ojos volvieron a ser azules. Azules repletos de lágrimas. La miró con tanto amor y dolor, lleno de culpa y arrepentimiento.

—El cuchillo —musitó Annabeth, respirando entrecortada—. Héroe... hoja maldita...

Percy se negaba a dejarla sola, así que me acerqué y tomé el cuchillo. Él me miró y se lo entregué.

Tendría que matarlo. Ese era el plan.

Luke pareció adivinar lo que estaba pensando. Se humedeció los labios.

—Tú no... no puedes —le dijo—. Él se zafará de mi control. Se defenderá por sí mismo. No sabes dónde...Yo... puedo... mantenerlo controlado.

Ya no había duda: resplandecía todo él y su piel había empezado a humear.

Percy alzó el cuchillo para clavárselo. Entonces nos miró, a mí, a Annabeth y Grover, que la sostenía en sus brazos y trataba de protegerla con su cuerpo. Luego a Lessa, que levantó la mirada hacia él, llorando en silencio.

—Por favor —gimió Luke—. No hay tiempo.

Si Cronos adoptaba su verdadera forma, ya no habría modo de pararlo. Comparado con él, Tifón no parecería más que un matón de barrio. La frase de la Gran Profecía resonó en mi interior: "El alma del héroe, una hoja maldita habrá de segar".

Percy le entregó el cuchillo a Luke.

Grover soltó un gañido.

—¿Percy? ¿Estás... hum...?

Loco. Chiflado. Mal de la cabeza. Seguramente. Pero era lo correcto.

Luke tomó el puñal por la empuñadura. Lo observó unos instantes.

Se lo entregó a Alessandra.

—Sabes lo que tienes que hacer —susurró.

«No» pensé con el corazón roto.

Ella ahogó un sollozo y asintió, tomando el cuchillo con manos temblorosas.

Luke desató las correas laterales de su armadura, dejando al descubierto un puntito de su piel justo bajo el brazo izquierdo: un lugar donde habría sido muy difícil herirlo.

Lessa le acarició la mejilla, y sin esperar más, le clavó el cuchillo.

No era un corte muy profundo, pero soltó un aullido. Sus ojos se pusieron incandescentes como la lava. La sala del trono sufrió una brusca sacudida que me derribó al suelo. Alrededor de Luke se formó un aura de energía que se volvía más y más brillante por momentos. Cerré los ojos y sentí que una fuerza brutal, como de explosión nuclear, me abrasaba la piel y me resquebrajaba los labios.

Luego se hizo un largo silencio.

Cuando abrí los ojos, vi a Alessandra sosteniendo al cuerpo de Luke contra su pecho. Alrededor de ellos, había un círculo de ceniza ennegrecido. La guadaña de Cronos se había fundido y el metal líquido goteaba sobre las brasas de la hoguera, que resplandecía como una fragua.

Luke tenía ensangrentado el costado izquierdo. Sus ojos estaban abiertos y ahora volvían a ser azules como antes. Respiraba agitadamente entre estertores.

—Buena... hoja —musitó.

Percy y yo nos arrodillamos junto a ellos. Annabeth se acercó cojeando con la ayuda de Grover.

Los dos tenían lágrimas en los ojos.

Luke miró a Annabeth.

—Tú lo sabías. He estado a punto de matarte, pero lo sabías...

—Chist. —A ella le temblaba la voz—. Has sido un héroe al final, Luke. Irás a los Campos Elíseos.

Bajé la vista. No quise decir nada porque no era el momento, pero Luke no era un héroe.

Se equivocó y tomó malas decisiones, pero no podíamos decir que era un héroe. No cuando los cuerpos de decenas de semidioses yacían fríos debajo de nosotros por su culpa.

Los héroes eran los que murieron luchando por hacer lo correcto. Los que a pesar de todo jamás equivocaron el camino. Héroes como Zoë, Bianca, Lee, Michael, Beckendorf.

Héroes que se equivocaron, pero encontraron una manera de arreglar lo que hicieron cuando aún había tiempo, como Cris Rodriguez o Silena.

Luke no era un héroe. Solo era humano.

Él movió la cabeza débilmente.

—Creo que... renaceré. Intentaré tres veces. Islas Afortunadas.

Annabeth gimoteó.

—Siempre te has exigido demasiado.

Él alzó su mano carbonizada. Hizo una mueca de dolor.

—Podemos buscar ambrosía —dijo Grover—. Podemos...

—Grover. —Luke tragó saliva—. Eres el sátiro más valiente que he conocido. Pero no, no hay curación... —Tosió otra vez.

Me miró.

—Lamento haber intentado matarte —dijo en voz baja—. Y lamento haber buscado a Klaus...haberlo traído de regreso a tu vida.

No respondí. No tenía nada para decirle. Ni siquiera podía aceptar sus disculpas. No podía arreglar lo que hizo. No podía devolverme a Michael, así que sus disculpas no tenían valor alguno.

Supongo que se dio cuenta, porque miró a Percy y lo agarró de la manga.

—Ethan. Yo. Todos los no reclamados. No permitas... No permitas que vuelva a suceder.

Había cólera en sus ojos, pero también súplica.

—No lo permitiré. Te lo prometo.

Luke asintió levemente y clavó sus ojos en Lessa, quién sollozaba en silencio.

—En la siguiente vida —murmuró ella.

—Te estaré esperando —respondió él con una sonrisa triste.

Alessandra se inclinó sobre Luke para besarlo.

La mano de Luke se aflojó.

Los dioses llegaron unos minutos más tarde, con sus arreos de guerra.

Irrumpieron ruidosamente en la sala del trono, previendo una batalla; pero en la cálida penumbra que proyectaba la hoguera sólo nos encontraron a Percy, a Annabeth, a Grover, a Lessa y a mí junto al cuerpo destrozado de un mestizo.

—Percy —dijo Poseidón, impresionado—. ¿Qué... qué es esto?

—Necesitamos un sudario —anunció con voz rota—. Un sudario para el hijo de Hermes.

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