032.ᴀʙᴏᴜᴛ ʜᴏᴡ ᴡᴇ ᴛᴜʀɴ ᴛʜᴇ ᴇᴛᴇʀɴᴀʟ ᴄɪᴛʏ ɪɴᴛᴏ ᴅᴜꜱᴛ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴄᴏᴍᴏ ʜᴀᴄᴇᴍᴏꜱ ᴘᴏʟᴠᴏ ʟᴀ ᴄɪᴜᴅᴀᴅ ᴇᴛᴇʀɴᴀ
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EL PUENTE HACIA EL OLIMPO SE ESTABA DISOLVIENDO.
Salimos del ascensor al sendero de mármol blanco y casi en el acto empezaron a abrirse grietas a nuestros pies.
—¡Salten! —dijo Grover, lo cual era fácil para él, siendo en parte una cabra montesa.
Dio un salto y alcanzó la siguiente losa, mientras la nuestra se ladeaba vertiginosamente.
—¡Dioses, no soporto las alturas! —chilló Thalia.
Ella y Percy saltaron también. Pero Annabeth no estaba para acrobacias. Se tambaleó y soltó un grito. La tomé de la mano justo cuando la loza se desplomaba y se partía en mil pedazos, y malas flotamos por encima del abismo gracias a mis poderes. Los pies le colgaban en el aire y su mano se me escurrió lentamente hasta que sólo la tuve sujeta por los dedos. Me apresuré a volar hacia el otro lado y la solté, Percy la atrapó en el aire, abrazándola con fuerza.
Annabeth se apartó, tensa y le dio una pequeña sonrisa. Luego se giró hacia mí y me abrazó.
—Gracias —murmuró.
Intenté decir "de nada", pero Grover me interrumpió.
—¡Sigamos adelante!
Echamos a correr por el puente del cielo, mientras otras losas se desintegraban para hundirse en el olvido. Justo cuando alcanzábamos el pie de la montaña se vino abajo el último tramo. Annabeth se volvió a mirar el ascensor, ahora totalmente fuera de nuestro alcance: unas puertas metálicas relucientes suspendidas sin ningún apoyo en el aire, a seiscientas plantas por encima de Manhattan.
—Nos hemos quedado aislados —dijo—. Estamos solos.
—¡Beee-eee! —baló Grover—. La conexión entre el Olimpo y Norteamérica se está disolviendo. Si se rompe...
—Esta vez los dioses no se trasladarán a otro país —comentó Thalia—. Será el fin del Olimpo. El final definitivo.
No. No dejaría que pasara. No podía perder a Apolo.
Corrimos por las calles. Había mansiones en llamas y estatuas derribadas. En los parques, se veían árboles destrozados y convertidos en astillas. Parecía como si hubieran atacado la ciudad con un cortacésped gigante.
—La guadaña de Cronos —murmuré.
Seguimos el sinuoso sendero hacia el palacio de los dioses. No recordaba que fuese tan largo. Quizá Cronos estaba ralentizando el tiempo, o quizá era el miedo lo que me producía ese efecto. Toda la cima de la montaña estaba en ruinas. Habían desaparecido montones de edificios y jardines preciosos. Unos cuantos dioses menores y algunos espíritus de la naturaleza habían intentado detener a Cronos. Lo que quedaba de ellos estaba ahora esparcido por el suelo: armaduras aplastadas, túnicas desgarradas y espadas y lanzas partidas en dos.
Desde lejos, nos llegó la voz rugiente de Cronos:
—¡Arrasen todo! Es lo que prometí. ¡Que no quede piedra sobre piedra!
Un templo de mármol blanco con cúpula dorada explotó de repente. La cúpula salió disparada como la tapa de una tetera y se deshizo en pedazos, rociando la ciudad de escombros.
—Era el santuario de Artemisa —masculló Thalia—. Lo pagará caro.
Cuando pasábamos por debajo de un arco de mármol con estatuas descomunales de Zeus y Hera, la montaña entera gimió y se ladeó como una barca en mitad de una tormenta.
—¡Cuidado! —gritó Grover. El arco se desmoronó bruscamente. Levanté la vista y vi cómo se nos venía encima una Hera ceñuda de veinte toneladas. Nos habría dejado bien aplanados, pero Thalia nos dio un empujón por detrás y nos salvamos por los pelos.
—¡Thalia! —chilló Grover.
La encontramos todavía con vida cuando se despejó la nube de polvo y la montaña dejó de estremecerse, pero tenía las piernas atrapadas bajo la estatua. Aunque intentamos desesperadamente mover aquella mole de mármol, habría sido necesaria la fuerza de varios cíclopes. Tiramos de Thalia para tratar de sacarla, pero ella aulló de dolor.
—He sobrevivido a infinidad de batallas —rezongó— y, al final, acaba derrotándome un estúpido pedazo de piedra.
—Es Hera —masculló Annabeth, indignada—. Me la tiene jurada desde el año pasado. Su estatua me habría matado si no nos hubieras quitado de en medio.
Thalia hizo una mueca.
—Bueno, ¡no se queden ahí! —dijo—. No me va a pasar nada. ¡Vayan!
Una bola de fuego se elevó sobre la ladera de la montaña, junto a las puertas del palacio de los dioses. No esperé más, corrí hacia el interior, y poco después me siguieron los demás. Se podía oír las carcajadas de Cronos y también los estallidos de otros edificios.
Las puertas eran lo bastante grandes como para que pasara un crucero, pero las habían arrancado de sus goznes y destrozado como si fueran de papel.
Cronos se hallaba en medio de la sala del trono con los brazos abiertos, contemplando el techo estrellado como si quisiera absorberlo todo. Sus carcajadas reverberaban de un modo aún más atronador que desde los abismos del Tártaro.
—¡Al fin! —bramaba—. El Consejo de los Dioses, tan soberbio y poderoso... ¿Cuál de sus tronos destruiré primero?
Ethan Nakamura permanecía a un lado, procurando mantenerse fuera del alcance de la guadaña de su amo, sosteniendo a Alessandra con una daga en el cuello.
La hoguera estaba prácticamente apagada; sólo quedaban algunas brasas entre las cenizas. A Hestia no se la veía por ningún lado. Tampoco a Rachel. Confiaba en que estuviera bien, pero había visto ya tanta destrucción que prefería no pensarlo. El taurofidio se deslizaba por su esfera de agua, en la otra punta de la estancia, sin hacer ruido. Algo muy juicioso por su parte, aunque no pasaría mucho tiempo antes de que Cronos reparara en él.
Avanzamos bajo la luz de las antorchas. Ethan fue el primero en vernos.
—Mi señor —dijo en señal de advertencia.
Cronos se volvió y sonrió a través del rostro de Luke. Aparte de aquellos ojos dorados, tenía el mismo aspecto que cuatro años atrás, cuando me dio la bienvenida en la cabaña de Hermes. Annabeth emitió un gemido gutural, como si acabase de recibir un golpe a traición.
—¿Te destruiré a ti primero, Jackson? —dijo Cronos—. ¿Será ésa la decisión que debes tomar?, ¿luchar conmigo y morir o inclinarte ante mí? Las profecías nunca acaban bien, ¿sabes?
—Luke lucharía con espada. Pero supongo que tú no posees su destreza.
Cronos sonrió con desdén. Su guadaña empezó a transformarse hasta adoptar la apariencia de la vieja espada de Luke, Backbiter, con su doble filo de acero y bronce celestial.
Annabeth sofocó un grito, como si hubiera tenido una ocurrencia repentina.
—¡Percy, la hoja! —Desenvainó su cuchillo—. "El alma del héroe, una hoja maldita habrá de segar."
No comprendí por qué recordaba aquella frase de la profecía justo en ese momento. Pero antes de que pudiera contestar, Cronos blandió su espada.
—¡Espera! —gritó Annabeth.
Cronos se lanzó sobre Percy como un torbellino.
Esquivó el golpe, dio un mandoble y rodó por el suelo, pero me sentía como si estuviera luchando contra un centenar de enemigos. Annabeth estaba paralizada, sin poder quitar los ojos de ambos, quizá analizando qué estrategia usar.
Yo no lo pensé y miré a Ethan.
—Suéltala.
Él me sostuvo la mirada. Alessandra respiraba con dificultad y un hilo de sangre le escurría donde el filo tocaba la piel.
—Morirá antes de que des un paso más.
Ladeé la cabeza, como si estuviera meditándolo.
—Si la matas o la sueltas, igual morirás —dije sin interés.
Y antes de que pudiera parpadear, arrojé la pinza de mi cabello, que se incrustó en su mano. Ethan soltó un alarido y dejó ir a Lessa. Inmediatamente ella se giró y le dio una patada en la cara mandándolo al suelo. Me entregó mi pinza y desenvainó su propia espada, apoyando la mano sobre las costillas.
—¿Estás en condiciones de pelear?
—No te preocupes por mí, una costilla rota no va a detenerme.
Asentí. La pinza en mi mano se transformó en Resplandor.
—Me alegra que hayas decidido unirte.
—No te iba a dejar toda la diversión, además, tenías razón. No soy una perdedora.
Y nos lanzamos de cabeza a pelear contra el hijo de Némesis.
Percibí vagamente que Grover se había puesto a tocar sus flautas de junco. Su sonido me inundó de ardor y coraje: me evocaba la sensación de un prado tranquilo, de un sol reluciente y un cielo azul: todo muy alejado del fragor de la guerra.
Alcancé a ver por el rabillo del ojo que Percy esquivaba un mandoble de la espada de Cronos y se subía al trono de Hefestos. Por la cara que puso, aquello no presagiaba nada bueno. Se lanzó sobre la cabeza de Cronos justo cuando el trono empezaba a disparar filamentos eléctricos en todas direcciones: uno de ellos le dio al titán en la cara y recorrió todo su cuerpo y su espada.
—¡Ah! —exclamó, cayendo de rodillas y soltando a Backbiter.
Alessandra me dio una mirada y asentí. Seguí peleando contra Ethan, mientras ella corrió hacia la espada para evitar que Cronos la recuperara.
Annabeth aprovechó la ocasión y cargó contra el titán.
—¡Luke, escucha!
Quería gritarle, decirle que estaba loca si pretendía razonar con el titán, pero no me dio tiempo. Cronos hizo un gesto con la mano y Annabeth salió volando hacia atrás para estrellarse contra el trono de su madre y desplomarse en el suelo.
—¡Annabeth! —gritó Percy.
Ese pequeño instante de distracción sirvió para que Ethan me diera un gancho al hígado, justo debajo de las costillas. El aire abandonó mis pulmones, caía al suelo de rodillas, llevándome las manos al pecho mientras trataba desesperadamente de recuperar la respiración.
Luego corrió a interponerse entre Annabeth y Percy.
Grover entonó una melodía más acelerada mientras se acercaba a Annabeth, aunque no podía correr demasiado mientras tocaba. La hierba empezó a crecer en la sala del trono. Entre las grietas de las losas de mármol surgían raíces diminutas.
Intenté ponerme de pie, pero el dolor punzante no me dejaba moverme.
Cronos intentó incorporarse. Tenía el pelo chamuscado y la cara llena de quemaduras por la descarga eléctrica. Miró con furia a Lessa que sostenía su espada en la mano.
—¡Nakamura! —gruñó—. Ya es hora de poner a prueba tu valía. Tú conoces el punto débil de Jackson. Acaba con él y te llevarás una jugosa recompensa.
Si Ethan sabía dónde estaba el punto débil de Percy, no le hacía falta matarlo él mismo, le bastaba con decírselo a Cronos. Percy no podría defenderse eternamente. Lo matarían.
Y no podía permitir que le hicieran daño a Percy.
—¡Mira alrededor, Ethan! El fin del mundo. ¿Ésta es la recompensa que deseas? ¿De veras quieres verlo todo destruido?, ¿lo bueno y lo malo? ¿Todo?
Grover casi había llegado junto a Annabeth. La hierba se espesaba en el suelo. Las raíces ya tendrían un palmo de largo.
—No hay ningún trono de Némesis —murmuró Ethan—. Ningún trono para mi madre.
—¡Exacto! —Cronos se puso de pie un instante, pero le fallaron las piernas. Por encima de la oreja izquierda, tenía un mechón de pelo rubio chamuscado—. ¡Acaba con ellos! ¡Merecen sufrir!
—Me dijiste que tu madre era la diosa del equilibrio —le recordó Percy—. Los dioses menores merecen algo más, Ethan, pero la destrucción total no es una respuesta equilibrada. Cronos no construye nada. Sólo destruye.
Cerré los ojos con fuerza, y una imagen brillante apareció frente a mis ojos.
Ethan cargando contra Cronos. Su espada rompiéndose en pedazos al chocar contra la armadura del titán. Un fragmento de la hoja atravesándolo. Cronos furioso por la traición, abriendo el suelo en torno a Ethan y el chico cayendo por una sima que atravesaba el corazón de la montaña directo al vacío.
La imagen cambió.
Ethan confesando la verdad. Diciendo dónde estaba el punto débil de Percy. Cronos matando a Annabeth. Percy enloqueciendo por ello, volviéndose imprudente. Percy muriendo. La civilización occidental siendo destruida. Los dioses siendo encerrados en el Tartaro.
Ethan no lograba decidir a quién traicionar. Sus ambiciones y deseos de venganza contra su vergüenza y necesidad de pagarle a Percy por salvarle la vida. No sabía qué hacer.
Pero yo sí. No podía dejar una decisión así en manos de Ethan Nakamura.
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PERCY
—¡¿Qué haces, imbécil?! —gritó Alessandra—. No tengas compasión, la compasión mata.
Cronos se rió.
Ethan miró el trono crepitante de Hefesto, mientras la música de Grover seguía sonando, y empezó a mecerse siguiendo el ritmo, como si aquella canción lo llenase de nostalgia: del deseo de ver un día radiante, de estar en cualquier otro sitio menos allí.
Negó con la cabeza, como si quisiera apartar los pensamientos que la música inspiraba, pero una parte suya se resistiera.
Estaba dudando.
Quizá...
Me quedé petrificado, mi mirada fija en la escena horrorosa que se desplegaba ante mí.
Una hoja dorada le atravesaba el pecho. Su boca se llenó de sangre. Arrancaron la espada.
Ethan se tambaleó, la espada se le escapó de la mano. Abrió la boca, como si tuviese intención de decir algo, pero las rodillas se le doblaron y se derrumbó.
—Merecían algo más —jadeó—. Si al menos tuvieran...tronos.
Acabó tumbado sobre la espalda, con sus ojos sin vida clavados en el techo.
Dari estaba de pie donde él había estado, sosteniendo en sus manos a Resplandor.
La hoja manchada en sangre.
Sus ojos rojos eran un témpano de hielo. No había arrepentimiento ni pena.
—Una guerra no era la forma —masculló sin emociones.
Me sentí atrapado entre el horror y la fascinación. Nunca pensé que mataría a sangre fría. Por la espalda. Sin darle a su oponente la oportunidad de defenderse, cuando estaba dudando, y sobre todo, arrepintiéndose.
Mi mirada se desvió hacia el cuerpo de Ethan, hacia la sangre que se extendía por el suelo.
Cronos gritó enfurecido. Ella acababa de robarle la única oportunidad de saber dónde estaba mi punto débil.
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