031.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴍʏ ꜰᴀᴍɪʟʏ ᴡᴀɴᴛɪɴɢ ᴛᴏ ɢɪᴠᴇ ᴍᴇ ᴀ ʜᴇᴀʀᴛ ᴀᴛᴛᴀᴄᴋ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴍɪ ꜰᴀᴍɪʟɪᴀ Qᴜᴇʀɪᴇɴᴅᴏ ᴅᴀʀᴍᴇ ᴜɴ ɪɴꜰᴀʀᴛᴏ

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YA ERA DEMASIADO TARDE CUANDO LLEGAMOS A LA CALLE.

Había campistas y cazadoras tendidos por el suelo. Clarisse debía de haber sido derrotada por un gigante hiperbóreo, porque había quedado congelada, ella y su carro, en un bloque de hielo. A los centauros no los veía por ningún lado. O habían huido despavoridos o se habían desintegrado.

El ejército del titán había cercado el edificio y se hallaba apenas a seis metros de las puertas. Iban a la cabeza Ethan Nakamura, la reina dracaena con su armadura verde y dos hiperbóreos. No vi a Prometeo. El muy rastrero seguramente se había quedado escondido en el cuartel general. Pero era el mismísimo Cronos quien abría la marcha guadaña en mano.

Y lo único que se interponía en su camino era...

—Quirón —susurré con la voz ahogada.

Si éste llegó a oírnos, no respondió. Tenía una flecha en el arco y apuntaba a Cronos directamente a la cara.

Los ojos del titán llamearon al ver a Percy. Se me paralizaron todos los músculos instantáneamente. Cronos volvió a concentrarse en Quirón.

—Hazte a un lado, hijo.

Oír a Luke llamando "hijo" a Quirón ya resultaba bastante raro. Pero Cronos lo dijo, además, de un modo infinitamente despectivo, como si tener un "hijo" fuese lo peor de lo peor.

—Me temo que no. —Quirón respondió con un tono acerado y sereno, como siempre que se enfadaba de verdad.

Intenté moverme, pero era como si tuviera los pies de hormigón. Annabeth, Percy, Grover y Thalia forcejeaban también, por lo visto tan paralizados como yo.

—¡Quirón! —le advirtió Annabeth—. ¡Cuidado!

La reina dracaena había perdido la paciencia y se abalanzó sobre él. La flecha de Quirón le entró justo entre los ojos y la monstruosa criatura se volatilizó en el acto, mientras su armadura hueca se estrellaba contra el asfalto.

Quirón fue a tomar otra flecha, pero tenía el carcaj vacío. Tiró el arco y sacó su espada. Yo sabía que no le gustaba combatir con ella. Nunca había sido su arma favorita.

Cronos sofocó una risotada. Dio un paso adelante; Quirón removió inquieto sus patas, agitando la cola.

—Tú eres un maestro —dijo Cronos con desdén—. No un héroe.

—Luke era un héroe —respondió Quirón—. Uno muy bueno, hasta que tú lo corrompiste.

—¡Idiota! —La voz de Cronos sacudió toda la ciudad—. Le llenaste la cabeza de promesas vacías. ¡Dijiste que los dioses se preocupaban por mí!

—"Mi" —advirtió Quirón—. Has dicho "mí".

Cronos parecía desconcertado. Quirón se lanzó al ataque en ese momento.

Una buena maniobra: una finta seguida de un tajo a la cara. Yo mismo no lo habría hecho mejor, pero Cronos era muy rápido. Poseía todas las dotes de combate de Luke, lo cual ya era mucho. Desvió la estocada de Quirón y gritó:

—¡Atrás!

Una luz blanca y cegadora estalló entre ambos. Quirón salió despedido por los aires y se estampó contra un lado del edificio con tal violencia que la pared se derrumbó sobre él.

—¡No! —aulló Annabeth. El hechizo se había roto y corrimos a socorrer a nuestro maestro, aunque no había ni rastro de él. Thalia y yo empezamos a apartar ladrillos, mientras un coro siniestro de risas recorría las filas del ejército enemigo.

—¡Tú! —Annabeth se volvió hacia Luke—. Y pensar que... que yo había creído...

Sacó su cuchillo.

—No, Annabeth. —Traté de sujetarla del brazo, pero ella se zafó.

Vi cómo corría hacia Luke con el cuchillo en alto, los ojos llenos de furia y lágrimas. Cronos se burló al principio, pero hubo un atisbo de reconocimiento en sus ojos al verla correr hacía él, quizá recordando a la niña pequeña que ayudó a criar.

Annabeth le clavó el puñal entre las correas de la armadura, justo a la altura de la clavícula. La hoja debería haberse hundido en su pecho, pero rebotó como si nada. Ella se dobló, agarrándose el brazo. Seguramente la violencia de la sacudida había bastado para dislocarle el hombro herido.

Percy arrastró hacia atrás justo cuando Cronos levantaba su guadaña para ensastarle un golpe que la habría rebanado por la mitad.

Pero la guadaña quedó suspendida a medio camino, sujeta por un látigo.

«Lessa» pensé atónita, viéndola detener un ataque del titán del tiempo sin pestañear.

Aún no estaba del todo recuperada, tenía cortadas y moretones por todas partes, su rostro estaba magullado, pero se contorsionaba por la ira. Lo miraba con una expresión de odio absoluto.

Un sentimiento que jamás había sentido en ella cuando hablaba de Luke, siempre había pena, tristeza, amor, decepción, un poco de esperanza; jamás odio. Pero ahora todo era diferente, esta era una guerrera cansada de esperar, una chica rota por la traición y el dolor, dispuesta a enfrentarse al titán que había arruinado todo y le había arrebatado a su otra mitad.

A Cronos se le borró la sonrisa petulante de los labios en cuanto se dio cuenta que estaba ahí. 

—Maldito infeliz —masculló entre dientes.

Cronos gruñó, su fuerza titánica intentando liberar la guadaña de la presa del látigo. Pero Alessandra no cedió. Su brazo se tensó, los músculos definidos bajo su piel, mientras mantenía el látigo firme.

—No te dejaré hacerlo —escupió, su voz llena de veneno—. No te dejaré destruir todo lo que queda de él.

Cronos se burló, su risa como un trueno que sacudió el aire. 

—¿Quedar de él? Ya no queda nada de Luke Castellan. Y pronto no quedará nada más, ni de ti ni de esta ciudad.

La guadaña se liberó, pero Alessandra ya estaba en movimiento. Su látigo se desenrolló como una serpiente, azotando el aire con un silbido mortal. Cronos intentó esquivar, pero Alessandra era demasiado rápida. El látigo le golpeó el rostro, dejando una marca roja y sangrienta.

Cronos rugió de dolor y furia, su poder titánico explotando en una oleada de energía que hizo temblar el suelo. Pero ella no se detuvo. Su látigo bailaba en el aire, golpeando al titán una y otra vez.

Y viéndolos comprendí que Cronos había tenido razón en querer matarla, ella era su máximo obstáculo para apoderarse completamente del cuerpo de Luke, porque Luke recordaba que aquella chica era su alma gemela, su más grande amor y compañera.

No estaba segura si los demás lo notaban, pero ahí estaba. En la manera en cómo sus ojos seguían tirando de dorado a azul, en cómo Cronos parecía estar peleando contra dos personas al mismo tiempo, en cómo no buscaba matarla de manera directa como había intentado con Quirón o con Annabeth. No. Si alguien tenía oportunidad de acercarse a él y dañarlo esa era Alessandra. 

Entonces recordé lo que había dicho Rachel a Percy. Él no era el héroe de la profecía. Y por un instante me pregunté si acaso se refería a Alessandra Olimpia.

Aún así, Cronos no se rinde. Y atrapa el otro extremo del latigo en sus manos.

Alessandra intenta liberar el látigo, pero el titán era demasiado fuerte. Con un movimiento fuerte, la jala hacia él y Lessa cayó a sus pies, y Cronos le asestó una patada, con fuerza justo en la caja torácica.

Casi me pareció oír cómo las costillas de Lessa se quebraban por el golpe, soltó un grito desgarrador.

—Eres una guerrera valiente —dice Cronos, su voz llena de desdén, apoyando el pie contra su cuello, asegurándose que no se moviera—. Pero no puedes venderme.

Su guadaña se elevó en el aire, lista para descender y segar la vida de la chica.

El corazón me latía en los oídos, teníamos que hacer algo.

Pero, antes de que pudiera asestarle un golpe, el aullido de un perro rasgó el aire inmóvil desde un punto situado por detrás de su ejército.

—¡Auuuurrr!

—¿Señorita O'Leary? —gritó Percy.

Los enemigos se removieron inquietos. Y entonces sucedió la cosa más extraña del mundo: sus filas empezaron a abrirse y partirse en dos, como si alguien las obligara a despejar un camino a lo largo de la calle.

En unos instantes, en el centro de la Quinta Avenida se había creado un largo corredor al final del cual, más o menos a una manzana, distinguí la silueta de la perra gigantesca y la de una figura mucho más pequeña con armadura negra.

—¿Nico? —murmuré.

—¡Guau! —La Señorita O'Leary corrió hacia mí dando saltos, sin hacer caso de los monstruos que gruñían a ambos lados.

Nico avanzó a grandes zancadas. El ejército enemigo retrocedía a su paso como si irradiase un aura de muerte. Lo cual era cierto, desde luego. A través de la abertura inferior de su casco, que tenía forma de calavera, vi que sonreía.

—Recibí tu mensaje, Percy —dijo—. ¿Es muy tarde para sumarse a la fiesta?

—Hijo de Hades. —Cronos escupió en el suelo—. ¿Tanto amas a la muerte que deseas experimentarla?

—Tu muerte sería maravillosa para mí —respondió Nico.

—¡Soy inmortal, estúpido! He escapado del Tártaro. Y tú no tienes nada que hacer aquí. Ninguna posibilidad de salir vivo.

Nico sacó su espada: un metro de hierro estigio afilado y maligno, negro como una pesadilla.

—No lo creo.

La tierra retumbó. Surgieron grietas en la calle, en las aceras y fachadas de los edificios; y de ellas empezaron a asomar manos esqueléticas que parecían asir el aire ávidamente después de abrirse paso desde las profundidades hasta el mundo de los vivos. Eran miles y, a medida que emergían, los monstruos del titán se iban acobardando y retrocedían.

—¡Mantengan la posición! —ordenó Cronos—. Los muertos no son rivales para nosotros, no están a nuestra altura.

El cielo se volvió oscuro y frío. Las sombras se espesaron. Sonó un estridente cuerno de guerra y, mientras los soldados muertos formaban filas, con fusiles, lanzas y espadas, un carro enorme bajó atronando por la Quinta Avenida y se detuvo al lado de Nico. Los caballos eran sombras vivientes, moldeadas de niebla y oscuridad. El carro tenía incrustaciones de oro y obsidiana, y una decoración con escenas de muertes atroces. Las riendas las llevaba el mismísimo Hades, el señor de los muertos, que iba escoltado por Deméter y Perséfone.

Hades llevaba una armadura negra y una capa color sangre. Sobre su lívida cabeza lucía el casco de la oscuridad: una corona que irradiaba terror en estado puro y cambiaba de forma ante tus propios ojos, pasando de una cabeza de dragón a un círculo de llamas negras y luego a una guirnalda de huesos humanos. Pero no era eso lo más espeluznante. Lo peor era que aquel casco tenía la facultad de desatar tus peores pesadillas, tus temores más secretos. En aquel momento deseé meterme en un agujero y esconderme, y los miembros del ejército enemigo se sentían igual. Sólo el poder y la autoridad de Cronos impedían que rompieran filas y corrieran en desbandada.

Hades sonrió con frialdad.

—Hola, padre. Se te ve... joven.

—Hades —gruñó Cronos—. Espero que tanto tú como estas damas hayan venido a jurarme lealtad.

—Me temo que no. —Hades suspiró—. Mi hijo, aquí presente, me ha convencido de que debería establecer prioridades en mi lista de enemigos. —Me miró con desagrado—. Por más que deteste a ciertos semidioses advenedizos, no estaría bien que cayera el Olimpo. Echaría de menos las riñas con mis hermanos.Y si hay algo en lo que todos coincidimos... es en que fuiste un padre horrible.

—Cierto —masculló Deméter—. Nunca valoró la agricultura.

—¡Madre! —exclamó Perséfone.

Hades desenvainó su espada, una hoja de doble filo estigio con dibujos grabados en plata.

—¡Y ahora lucha conmigo! —retó—. Esta vez los miembros de la casa de Hades serán aclamados como salvadores del Olimpo.

—No tengo tiempo para tonterías —dijo Cronos con desdén.

Golpeó el suelo con la guadaña y una línea se expandió en ambas direcciones, abarcando en un círculo al Empire State. Era un muro de fuerza lo que relucía a lo largo de la línea: un muro impenetrable que nos separaba a la vanguardia de Cronos, a mis amigos y a mí del grueso de los dos ejércitos.

—¿Qué demonios ha hecho? —murmuré.

—Nos ha encerrado herméticamente —dijo Thalia—. Ha encogido las barreras mágicas que rodeaban Manhattan para aislar únicamente el edificio, y a nosotros dentro.

En efecto: en el exterior de la barrera, los motores de los coches cobraron vida; los peatones despertaron y contemplaron perplejos a los monstruos y zombis que los rodeaban. A saber qué veían realmente a través de la Niebla, aunque seguro que debía de ser terrorífico. Los conductores se apeaban desconcertados de sus coches. Y al final de la manzana, vi que Paul Blofis, Sally, mi madre y abuelo abrían las puertas y se bajaban del Prius.

—No —dije—. No...

Sally veía a través de la Niebla. Y deduje por su expresión que comprendía la gravedad de la situación. Yo confiaba en que tuvieran un poco de sensatez, pero no. Les murmuró algo y los cuatro corrieron directamente hacia nosotros.

No quería a mi familia en medio de la batalla, no soportaría perderlos a ellos también.

—¡Nico! —grité llamando su atención.

Mi hermano se giró y palideció al darse cuenta de mamá y el abuelo.

Hades arremetió contra el muro de fuerza y su carro se estrelló contra él violentamente y acabó volcando. El dios se incorporó soltando maldiciones y lanzó una explosión de energía negra, pero la barrera resistió.

—¡Al ataque! —rugió.

Los ejércitos de los muertos se abalanzaron sobre los monstruos del titán y el caos más absoluto se apoderó de la Quinta Avenida. Los mortales chillaban y corrían para ponerse a cubierto. Deméter hizo un ademán y convirtió una columna de gigantes en un campo de trigo. Perséfone transformó las lanzas de las dracaenae en girasoles. Nico se abría paso entre el enemigo a base de golpes y mandobles, esforzándose por proteger a los peatones. Mi familia se acercaban a todo correr, esquivando monstruos y zombis, pero yo no podía hacer nada para ayudarlos.

—Nakamura —llamó Cronos—. Acompáñame. Que los gigantes se encarguen de ellos —añadió, señalándome a mí y a mis amigos. Tomó a Alessandra del cabello, y se zambulló sin más en el vestíbulo.

El primer gigante hiperbóreo trató de asestarme un golpe con su porra. Rodé entre sus piernas, le clavé a Resplandor en la espalda y el monstruo se desmoronó en un montón de trozos de hielo. Percy peleaba contra otro hiperboreo, no le costó deshacerse de él. El tercer gigante exhaló un chorro de escarcha hacia Annabeth, que apenas se tenía en pie, pero Grover la sacó de en medio a rastras mientras Thalia entraba en acción. Trepó por la espalda del gigante como una gacela, le rebanó el cuello azul con sus cuchillos de caza y creó la escultura de hielo decapitada más grande del mundo.

Miré a través de la barrera mágica. Nico se iba abriendo paso hacia nuestra familia, pero ellos no aguardaron a recibir ayuda. Mi mamá llevaba el bate en las manos y se puso a repartir golpes a todos lados. 

—¡Abuelo! —grité y le arrojé mi ballesta. La tomó en el aire sin problema. 

¿Era peligroso darle un arma así a alguien que en este caso era lo mismo que estar ciego? Sí, probablemente, pero quería que al menos tuviera con qué defenderse. 

Paul tomó la espada de un héroe caído y se las arregló la mar de bien para mantener entretenida a una dracaena. Es más: le dio una estocada en la tripa y la criatura se desintegró.

—¿Paul? —dijo Percy, alucinado.

Él se volvió y sonrió, entusiasmado.

—Espero que fuera un monstruo lo que acabo de matar. ¡En la universidad participé en algunas obras de Shakespeare! ¡Aprendí un poco de esgrima!

Un gigante lestrigón arremetió contra de Sally. Ella se había puesto a registrar un coche de policía abandonado (tal vez buscando el transmisor de radio) y estaba de espaldas.

—¡Mamá! —aulló Percy.

Se volvió cuando ya tenía al monstruo prácticamente encima. Creí que era un paraguas lo que sujetaba en las manos hasta que hizo fuego a bocajarro, mandando al gigante a cinco metros, justo donde lo esperaba la espada de Nico.

—¡Buen disparo! —exclamó Paul.

—¿Cuándo has aprendido a manejar una escopeta? —le preguntó Percy.

Mi madre se apartó el pelo de la cara.

—El señor Backer nos ha estado enseñando en su casa. No son los únicos que han estado preparándose por si tenían que pelear.

Mi mamá corrió hacia nosotros, me abrazó y luego a Nico.

—¿No pensaron que en serio dejaría a mis bebés pelear solos, o sí? —Ambos nos reímos—. Descuiden, chicos, nos las arreglaremos. ¡Sigan adelante!

Sabía que tenía que hacerlo, pero no quería dejarlos. ¿Qué me importaba el mundo si algo malo les pasaba a ellos? No podía solo irme.

—No te preocupes —dijo Nico—, yo me quedo. No dejaré que les pase nada. —Luego miró a Percy—. Nosotros nos encargamos del ejército. ¡Deben atrapa a Cronos!

—Señorita O'Leary, por favor —gritó Percy—. Quirón está ahí debajo. Si alguien puede sacarlo eres tú. ¡Encuéntralo!

Miré el montón de escombros del flanco del edifico y se me encogió el corazón. Me había olvidado de Quirón. ¿Cómo era posible?

No sé cuánto entendería la Señorita O'Leary, pero ella se plantó sobre los escombros en dos saltos y empezó a excavar. Annabeth, Thalia, Grover, Percy y yo corrimos hacia los ascensores.

Cada vez queda menoooooos

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