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ꜱᴏʙʀᴇ ᴍɪ ᴘʀᴏʙʟᴇᴍᴀ ᴘᴇʀꜱᴏɴᴀʟ ᴄᴏɴ ᴛʜᴀɴᴀᴛᴏꜱ
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RACHEL HABÍA LLEGADO EN EL HELICÓPTERO DE SU PADRE, PERO EL PILOTO SIENDO MORTAL, SE HABÍA QUEDADO DORMIDO EN CUANTO ENTRARON A NUEVA YORK Y CASI MUERE ESTRELLADA.
Cuando salí de la habitación, Grover me había contado a las prisa que Percy y Annabeth se habían marchado porque habían visto el helicóptero. Corrí hacia la calle, donde vi a Percy observando el cielo y vi a Annabeth pilotando y aterrizándolo frente a nosotros.
Nos adelantamos mientras los rotores aminoraban poco a poco. Rachel abrió la puerta lateral y arrastró fuera al piloto.
Todavía iba vestida como si estuviera de vacaciones, o sea, con pantalones cortos, una camiseta y sandalias. Tenía el pelo enmarañado y la tez verdosa a causa de aquellas acrobacias imprevistas.
Annabeth fue la última en bajar.
Percy la miró maravillado.
—No sabía que pudieras pilotar un helicóptero.
—Ni yo —contestó—. Pero mi padre está obsesionado con la aviación. Además, Dédalo tenía algunas notas sobre máquinas voladoras. Así que he manejado los mandos por deducción.
—Me has salvado la vida —dijo Rachel.
Annabeth flexionó el hombro de la herida.
—Sí, bueno... no vayamos a convertirlo en una costumbre. ¿Se puede saber qué haces aquí, Dare? ¿No se te ocurre nada mejor que volar por una zona de guerra?
—Yo... —Rachel me echó un vistazo—. Tenía que venir. Sabía que Percy estaba en peligro.
—En eso acertabas —refunfuñó Annabeth—. Bueno, si me disculpan, tengo algunos "amigos" heridos que cuidar. Me alegra que hayas podido pasarte por aquí, Rachel.
Quise rodar los ojos. ¿En serio? ¿Se ponía celosa justo ahora? ¿Después de que Percy admitiera que prendería fuego la ciudad por ella?
Ella se alejó airada.
Rachel se sentó en el bordillo, agarrándose la cabeza entre las manos.
—Lo siento, Percy. No pretendía... Siempre lo complico todo.
Resultaba difícil discutírselo, en este momento nadie estaba de ánimos para tener que ponernos a salvar mortales insensatos.
—No pasa nada —le dijo Percy a Rachel, aunque sonaba falso.
—Bueno, ¿cuál es el mensaje que debes entregarle?
Frunció el entrecejo.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó.
—Soy vidente, ¿recuerdas?
No pareció sorprendida. Se alisó los shorts. Los tenía cubiertos de dibujos, cosa nada rara en ella, pero reconocí aquellos símbolos a primera vista: eran letras griegas, imágenes de collares de cuentas del campamento, bocetos de monstruos y rostros de dioses... No comprendía cómo podía conocer Rachel todo aquello. Ella nunca había estado en el Olimpo ni en el Campamento Mestizo.
—Yo también veo cosas últimamente —musitó—. No sólo a través de la Niebla. Es algo distinto. Me he dedicado a hacer dibujos y escribir algunas líneas...
—En griego antiguo —observé—. ¿Sabes su significado?
—De eso quería hablar contigo, Percy. Confiaba... bueno, suponiendo que hubieras venido con nosotros de vacaciones, confiaba en que me ayudaras a comprender lo que me pasa.
Lo miró con aire suplicante. Tenía el bronceado de la playa y se le estaba pelando la nariz. Debía admitir que era sorprendente. Había obligado a su familia a interrumpir sus vacaciones; había aceptado ingresar en una espantosa escuela para señoritas y había venido en helicóptero al centro de una batalla monstruosa... sólo para verlo a Percy.
Pero lo que podía derivarse de todas aquellas visiones me preocupaba de verdad. Quizá les sucedía lo mismo a todos los mortales capaces de ver a través de la Niebla. Seguían viniéndome a la cabeza las palabras de Hestia sobre la madre de Luke:
—May Castellan fue demasiado lejos. Quiso ver demasiado.
Percy me miró a mí, esperando una respuesta que él no podía darle.
—Ojalá lo supiera, Rachel —dije—. Quizá deberíamos preguntárselo a Quirón...
Ella dio un respingo, como si hubiera recibido una descarga eléctrica.
—Algo está a punto de suceder. Una treta que desemboca en una muerte.
«Genial. Más muerte. Estaba empezando a tomármelo personal contra Thanatos».
—¿Qué quieres decir? ¿La muerte de quién?
—No lo sé. —Miró alrededor con nerviosismo—. ¿No lo perciben?
—Por si no te has dado cuenta, Rachel —espeté con más dureza de la que pretendía—. Estamos en medio de una guerra contra monstruos y titanes, toda la ciudad está repleta de mortales dormidos y estamos solos peleando porque los dioses están en Mississippi peleando contra Tifón. La muerte está suspendida sobre todos nosotros desde hace cuatro días, así que no, no sabemos exactamente quién más morirá ahora.
Ella se sonrojó hasta las orejas y balbuceó unas disculpas que no me interesaba escuchar.
—¿Ése es el mensaje que querías transmitirme? —intervino Percy, incómodo.
—No. —Titubeó—. Perdona. A lo mejor no tiene sentido, pero la idea me ha venido espontáneamente. No: el mensaje que escribí en la playa era distinto. Tu nombre aparecía en él.
—Perseo —recordé—. En griego antiguo.
Rachel asintió.
—No entiendo lo que significa, pero sé que es muy importante. Decía: "Perseo, tú no eres el héroe".
«Auch. Eso debe doler al ego».
Percy se le quedó mirándola como si le hubiera dado una bofetada.
—¿Has hecho miles de kilómetros para venir a decirme que no soy el héroe?
—Es importante —insistió—. Influirá en lo que hagas.
—¿Que no soy el héroe de la profecía, el héroe que derrotará a Cronos? ¿Qué quieres decir?
—Lo... lo siento, Percy. Es lo único que sé. Tenía que decírtelo porque...
—¡Bueno! —Quirón llegó a medio galope—. Esta debe de ser la señorita Dare.
Percy parecía necesitar unos minutos para procesar que no era el gran héroe que todos esperaban de la profecía, así que me adelanté a presentarlos.
—Quirón, Rachel Dare. Rachel, mi maestro Quirón.
—Hola —musitó ella. No parecía nada sorprendida por el hecho de que Quirón fuera un centauro.
—Usted no está dormida, señorita Dare —observó él—. ¿Es mortal?
—Lo soy —asintió, como si fuera una idea deprimente—. El piloto se quedó dormido cuando sobrevolamos el río. No sé por qué no me he dormido también. Yo sólo sabía que tenía que llegar aquí para advertir a Percy.
—¿Advertir a Percy?
—Ha visto cosas últimamente —expliqué—. Ha escrito frases y hecho dibujos inquietantes.
Quirón enarcó las cejas.
—¿De veras? Cuénteme. —Rachel le explicó lo mismo que a nosotros. Él se acarició la barba—. Señorita Dare... tal vez debiéramos hablar.
—Quirón —lo interrumpí. Había recordado bruscamente mi visión del Campamento Mestizo en 1990 y aquel grito desgarrador de May Castellan desde el desván—. Tú... ayudarás a Rachel, ¿no? Quiero decir, le advertirás que debe andarse con cuidado con estas cosas, ¿verdad? Sin ir demasiado lejos.
Quizá era hipócrita de mi parte decir aquello cuando yo nunca había sido prudente con el tema de mis visiones, pero precisamente porque no lo fui, lo decía. Ahora era más que consciente de lo peligrosas que podían ser.
Él sacudió la cola como hace cuando está inquieto.
—Sí, Darlene. Haré todo lo posible para comprender lo que pasa y aconsejar a la señorita Dare, pero puede llevar su tiempo. Entretanto, debes descansar. Percy, ¿le contaste a Dari lo del auto?
Percy me miró con pánico.
—¿Qué auto?
—Ah sí, iba a decírtelo, verás... —balbuceó.
—Dilo de una puta vez, Percy —espeté irritada. No tenía nada de paciencia.
Tragó saliva.
—Encontramos el prius de Paul.
«¿Y eso a mí qué?
Enarqué una ceja.
—Dentro estaban mis padres...y tú madre...y tu abuelo.
«¡¿Espera qué?!».
Se me heló la sangre. Mi respiración se volvió pesada, como si de pronto todo el aire hubiera decidido desaparecer de mis pulmones. Sentí que me fallaban las rodillas, pero me negué a caer. Mi mente ya estaba dando vueltas, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.
Mi familia. Estaban aquí. En medio de todo esto. No podía evitar visualizar sus rostros, mezclados con imágenes del caos que nos rodeaba: monstruos, escombros y fuego.
Lo último que me faltaba era perderlos a ellos.
Percy intentó acercarse más, su mano se alzó como si fuera a sujetarme, pero me aparté un paso. No podía lidiar con su lástima ahora. Necesitaba respuestas.
—¿Están bien? —pregunté, o al menos quise hacerlo, porque las palabras salieron como un hilo tenso y apenas audible.
Percy dudó antes de responder, y eso fue suficiente para que mi pecho se sintiera como si un monstruo me hubiese golpeado con su maza.
—Están vivos —empezó, y esa pequeña frase me permitió volver a respirar, aunque fuera superficialmente—. Pero están dormidos, como todos los demás mortales.
«Dormidos. Sólo dormidos», repetí para calmar el torrente de emociones que me estaba inundando. Pero sabía perfectamente lo que eso significaba. El peso del peligro pendía sobre ellos como una espada suspendida por un hilo demasiado fino.
—¿Dónde están? —exigí. Mis manos ya estaban cerradas en puños. Necesitaba hacer algo, ir a buscarlos, protegerlos... pero Percy seguía titubeando.
—Hemos arrastrado el coche a un lugar seguro —se apresuró a decir Quirón—. El enemigo no parece con intenciones de moverse por ahora. Hay literas montadas en el Empire State. Aprovechen para dormir un poco.
Percy se puso a discutir sobre que no quería irse a descansar. Yo decidí permanecer callada. No iba a dormir por más que me lo dijeran. Lo último que quería era dormir.
Al final, Quirón ganó la discusión y Percy se alejó molesto. Me dirigí hacia el hotel arrastrando los pies. Al echar un vistazo atrás, vi a Rachel y Quirón enfrascados en una conversación muy seria, como si estuvieran decidiendo los detalles de un funeral.
Entré al vestíbulo y lo primero que vi fue a Héctor hablando con sus padres, Bruno y Calia. Estaban llorando. No vi a Julián por ningún lado.
—No lo logró.
Miré a mi lado. Grover se había acercado tan despacio que no lo sentí llegar.
—¿Qué?
—Uno de los hiperbóreos lo mató. Cuando salí de la tienda con Alessandra, traté de buscarlo, pero no lo ví por ningún lado. Ya pasaron cinco horas, Dari. Él no volvió.
Quería sentirme triste por él. Por su familia. Por Héctor. Pero me sentía entumecida.
Estaba cansada de tanta muerte.
Solté un suspiro agotado.
Miré a la pequeña familia, y un recuerdo vino a mí.
Hace unos meses, cuando peleé en el Santuario.
—No dejes que tus amigos se hagan daño, Darlene.
Observé horrorizada a Héctor cortando con su espada, sin distinguir entre amigos y enemigos, avanzando rápidamente hacia su padre, que estaba de espaldas a él y recordé que en mi visión, Bruno debía morir por la garra de un monstruo, pero ahora eso había cambiado por mi intervención.
«No...no...no dejaré que pase otra vez». Mis ojos se llenaron de lágrimas al revivir la muerte de Lee.
Bruno debía morir y lo había evitado, por eso su futuro siguió cambiando hasta que finalmente se cobró la vida de alguien.
Empezaba a entender cómo funcionaba el tema.
Es imposible esquivar la muerte por más que lo intentes. Cuánto más lo haces, peor saldrán las cosas. Salvar a alguien de morir en el momento exacto que debía suceder sólo lo retrasa. En algún momento ocurrirá porque somos mortales.
Evité que Lee muriera golpeado por el gigante, pero fue atravesado por la lanza de un semidiós. Evité que Michael muriera en el puente, pero murió salvándome de morir desangrada.
Evité que Polux muriera, pero nada le ocurrió porque yo morí en su lugar.
Evité que Bruno muriera, y Julián murió.
A esta altura, ni siquiera estaba segura de qué había ocurrido con el niño que salvé del auto la primera vez que tuve una visión. Nunca más volví a verlo. Quizá tuvo un destino peor, o alguien cercano murió en su lugar.
La muerte siempre reclama la vida.
Para salvarle la vida a alguien, alguien más debe tomar su lugar o de todas maneras esa persona morirá.
«Muy Destino Final todo».
Respiré profundo. Entonces esa era la clave de todo.
Si quería salvar a un ser querido, debería asegurarme de que alguien más muriera.
Por alguna razón, no me supuso un pesar. Ya no me importaba.
Si tenía que sacrificar a alguien, entonces lo haría sin dudar. Nadie más moriría si podía evitarlo.
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Regresé a la habitación, y me detuve en seco al darme cuenta que los hermanos de Michael habían regresado. Miraban su cuerpo sobre la cama sin comprender del todo lo que veían.
Cuando entré, se giraron hacia mí, sus expresiones mezcladas entre la rabia y la desesperación.
—Darlene... —murmuró Will, una mezcla de temor y dolor en su voz.
No pude evitar sentir que me estaba responsabilizando de algo, como si todo lo que sucediera ahora fuera consecuencia de mis acciones.
¿Cómo les explicaba?
Ellos se habían ido a pelear, y habían visto a Michael bien, ahora regresaban y estaba muerto. No tenía sentido.
—Lo siento —dije, más por instinto que por una verdadera creencia de que mis palabras pudieran aliviar algo—. No sé qué más decir.
El silencio se extendió entre nosotros como una niebla densa. Las sombras de la guerra seguían acechando, pero algo en mí sabía que no podía quedarme ahí, viendo cómo sus vidas se desmoronaban.
Kayla apretó los puños, respirando con dificultad. Su mirada me atravesó, y siento en sus ojos el peso de una pregunta que no necesita ser dicha. Se dan cuenta que no estoy sorprendida por esto, así que probablemente se han dado cuenta que yo debía estar con él, que fui la última en verlo, en hablar con él. Y aun así... fallé en protegerlo.
Lo veía en sus miradas, el dolor y la confusión, el horror de perder a alguien que daba sentido a sus vidas. Michael era su hermano, su familia, su compañero de armas, y yo no fui capaz de salvarlo. Y lo peor de todo es que ellos sabían lo mucho que él me amaba, que en el fondo yo era su razón para luchar, para regresar.
Lo salvé hace menos de dos días, y ahora está muerto.
—Dari —Kayla solloza—. ¿Qué pasó? ¿Cómo...?
Sus palabras son como puñales, y tuve que respirar hondo para encontrar las fuerzas. No sé qué decirles, no hay palabras que puedan sanar lo que han perdido, lo que hemos perdido. Quiero gritarles que lo siento, que daría cualquier cosa por haber podido salvarlo, pero siento que cada palabra se me queda atrapada en la garganta.
Will cayó de rodillas al pie de la cama, y su rostro se descompuso al instante. Vi su dolor reflejado en cada línea de su cara, en cómo su mano temblorosa se extiende hacia su hermano y finalmente se posa sobre su pecho. En silencio, bajó la cabeza, sus hombros sacudidos por un dolor que no pudo contener. Quería decir algo, pero las palabras no venían. Todo estaba atorado en mi garganta, mezclado con la culpa y el dolor que se enredaban como raíces envenenadas.
Austin y los demás se rompieron. Su llanto me desgarró igual que se cortada con una hoja al rojo vivo. Como si pudiera sentir de nuevo la daga atravesándome el abdomen.
Vi a Keelian acercarse a mí con el rostro deformado por la ira y el dolor. Tenía los ojos rojos y desprendía un sentimiento de furia enorme. Me sujetó del brazo con brusquedad, sacándome al pasillo.
—¡¿Qué hiciste?! —me grita.
No dije nada. No sé qué más decir.
Me sacudió con más fuerza, su rostro transformado en una mueca de rabia, la ira puramente destructiva reflejada en su mirada. Su respiración era entrecortada, como si estuviera luchando por mantener el control. Yo, sin embargo, me sentía vacía, demasiado abrumada por el dolor para responder, como si mis palabras fueran inútiles frente a lo que acababa de suceder. Detrás de nosotros, Cambryn, Melanie y Urian nos siguieron.
—¡¿Qué hiciste?! —repitió, su voz rasposa y llena de furia. Me apretó aún más fuerte del brazo, su presión cortando la circulación. Ninguno de sus tres hermanos lo detuvo.
Por un momento, solo escuché el sonido de su respiración, que se entremezclaba con el latido de mi corazón, que sonaba más fuerte de lo que jamás había oído. Sentí el calor de las lágrimas acumulándose en mis ojos, pero me esforzaba por no dejarlas caer, sabiendo que si lo hacía, la debilidad me consumiría por completo.
—Lo siento...no pude...no pude salvarlo —respondí finalmente, mi voz quebrada por el peso de la culpa.
Mis palabras flotaron en el aire, vacías, porque no tenía ninguna explicación que pudiera darle. ¿Cómo podía explicarle que no había podido protegerlo? Que había fallado como siempre lo había hecho. Había prometido que lo salvaría, que estaría a su lado, y ahora... ahora Michael estaba muerto.
Keelian me soltó de golpe, como si el contacto con mi piel le quemara. Di un paso atrás, pero él no me dejó escapar. Estaba demasiado cerca, su rostro tan lleno de enojo y dolor que me costaba mirarlo.
—¡Estaba vivo cuando nos fuimos! —gritó Melanie, su voz rompiendo en un sollozo ahogado—. ¡Siempre tú, todo es por tí! ¡Finalmente lo conseguiste, lo mataste!
Sus palabras me atravesaron como cuchillos, y por un segundo, creí que me derrumbaría bajo su acusación. Pero no lo hice. No podía.
—Lo... lo intenté —balbuceé, y al decirlo, la culpa me aplastó aún más. ¿Cómo iba a explicar que había hecho todo lo que pude? Que había luchado junto a él hasta el último segundo, que mi corazón había estado con él todo el tiempo, pero que aún así, no había sido suficiente para salvarlo?
Keelian dio un paso atrás, su pecho subiendo y bajando rápidamente, como si le faltara el aire. Miró al suelo, con las manos apretadas en puños. El silencio entre nosotros era ensordecedor. A través de sus gritos y su furia, veía su dolor, su desesperación, el vacío que había dejado la pérdida de su hermano.
—Primero Lee, y ahora Michael. Tú los mataste —espetó entre dientes—. Te quiero lejos del resto de mis hermanos. No volverás a acercarte a ellos.
Sus palabras me golpearon como una bofetada, dejando una marca invisible pero imborrable. Quise responder, defenderme, gritar que no había sido mi intención, que jamás hubiera permitido que algo así sucediera si hubiera podido evitarlo. Pero no tenía fuerzas. Lo único que pude hacer fue mantenerme en pie, sintiendo cómo mi pecho se comprimía con cada segundo que pasaba.
—¡Ya basta! —gritó Will abriéndose paso entre ellos. Kayla y Austin lo seguían. Se pararon delante mío, mirando con enojo a sus hermanos—. ¡¿Quién te crees para prohíbirle hablarnos?!
—¡Soy tu hermano!
—¡¿Ah sí?! ¿Y dónde estabas todo el año cuando te necesitamos? —espetó Austin—. Cuando murió Lee hace un año, tú te fuiste. Los tres se fueron y tú ni siquiera respondiste las llamadas —dijo a Cambryn.
—Ella nos cuidó, ella se quedó con nosotros y nos ayudó a volver a la normalidad —agregó Kayla—. Darlene ha sido más nuestra familia que ustedes.
Melanie apretó los labios, su mirada oscurecida por la ira. No parecía tener una respuesta lista, y la rabia que había mostrado momentos antes comenzaba a disiparse, dando paso a la culpa.
El silencio cayó como una tormenta contenida en la habitación, pesado y cargado de emociones que se entrecruzaban como espadas. Keelian apretó los puños, su mirada dura pasando de Kayla a Austin y luego a Will, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando. La ira que había dominado su rostro ahora se mezclaba con una sombra de dolor y vergüenza.
—¿De verdad estás diciendo eso? —preguntó con la voz rota, apenas un susurro que parecía temer romperse más.
Will se adelantó, colocándose frente a mí como un escudo. Su mirada estaba fija en su hermano mayor, sin rastro de duda o miedo.
—Sí, Keelian, lo estoy diciendo. Ustedes nos abandonaron. Y ahora tienes el descaro de venir aquí y culparla a ella. Michael la amaba, ¿no lo ves? Ella era su alma gemela, ¿de verdad crees que ya no se siente lo suficientemente mal?
Melanie dio un paso hacia adelante, levantando las manos como si quisiera calmar las cosas, pero Will no le dio oportunidad de hablar.
—¡Y tú tampoco! —le espetó, señalándola con el dedo—. No tenías derecho a acusarla. No tenías derecho a venir aquí después de todo este tiempo y actuar como si supieras más que nosotros.
—¡Es suficiente! —La voz de Kayla resonó como un trueno, sorprendiéndonos a todos. Sus ojos brillaban con lágrimas no derramadas, pero su expresión era decidida, un recordatorio de que, a pesar de su edad, había encontrado una fortaleza que los demás habían perdido—. Darlene no tiene la culpa. Ninguno de nosotros quería esto, ¿entienden? Estamos perdiéndonos unos a otros, y no voy a permitirlo. ¡Michael no lo habría permitido!
La rabia de Keelian pareció apagarse un poco, reemplazada por algo más profundo y oscuro: la culpa. Su mirada cayó al suelo, evitando los ojos de todos. Por un momento, nadie habló. La tensión se aligeró apenas, dejando un espacio para respirar, aunque el aire seguía siendo pesado.
—Ella... —Keelian comenzó, pero su voz se desvaneció antes de terminar. Respiró hondo y volvió a intentarlo—. Lo siento.
Miró a sus hermanos, no a mí, y sus ojos finalmente mostraron lo que había estado ocultando: su propio dolor por la pérdida.
—Perdimos a Lee. Y ahora Michael. No puedo... no puedo perder a nadie más.
Kayla fue la primera en moverse. Se acercó a él y lo abrazó con fuerza, como si quisiera sostenerlo antes de que se rompiera por completo. Melanie y Urain, se unieron rápidamente. Will y Austin intercambiaron miradas, y finalmente se unieron al abrazo. Cambryn, más reservada, permaneció al margen, consumida en la tristeza.
Me di la vuelta, y me alejé lo más rápido que pude. Me sentía como una intrusa en su dolor.
Los chicos podían decir que no me culpaban, pero yo sí lo hacía. No soportaba estar cerca de ellos.
No soportaba ni siquiera estar conmigo misma.
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