025.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴛʜᴇ ᴘᴏᴡᴇʀ ᴏꜰ ᴍᴏʀᴘʜᴇᴜꜱ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴇʟ ᴘᴏᴅᴇʀ ᴅᴇ ᴍᴏʀꜰᴇᴏ

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ENFRENTARME A KLAUS LO TENÍA CLARO. ENFRENTAR A MORFEO NO LO HABÍA NI PENSADO.

El dios era un hombre alto con un largo abrigo negro. Brillaba como un espejismo, su rostro no se podía ver con claridad porque era como si cambiara de forma al intentar mirarlo directamente a la cara. 

Esto no era bueno.

—¿Qué son esos modales de jugar con la comida? —lo reprendió Morfeo. 

—No estaba...

—No tenemos tiempo que perder, Cronos nos quiere en el asalto final y tú aquí perdiendo el tiempo con niñerías. Acaba de una vez y vámonos.

Klaus estaba molesto. No le gustaba nada que Morfeo no lo dejara seguir con lo que quería, pero me era obvio que le temía demasiado como para negarse.

—Como digas, hermano.

Extendió su mano hacia nosotros, y una neblina plateada se desprendió de sus dedos, envolviendo el aire a nuestro alrededor. Sentí cómo mi mente comenzaba a nublarse y mi visión se volvía borrosa. Mis pensamientos se entrelazaron con sueños fugaces. Traté de concentrarme, cerrando los ojos y moviendo la cabeza intentando recordar lo importante. Los ojos de Apolo, sus besos y caricias...

Y cuando los abrí, apenas alcance a apartarme justo a tiempo para evitar que la daga de Michael me diera en la cara.

Atónita por el ataque, se me escapó un jadeo cuando lo vi.

Sus ojos castaños, normalmente llenos de calidez y amor, ahora reflejaban un brillo distinto, cubiertos del velo hipnótico de los poderes de Klaus. Una extraña sonrisa se formó en sus labios, y su postura se tornó amenazadora.

«Lo está controlando» comprendí horrorizada.

Se abalanzó hacia mí, sujetando la espada en alto. Mi instinto de supervivencia me hizo esquivar sus ataques, pero el dolor en mi corazón crecía con cada evasión.

—¡Michael, para! ¡No dejes que te controle! —grité desesperada, mientras intentaba buscar una solución para liberarlo. Mis palabras resonaron en el aire, pero parecieron desvanecerse antes de alcanzar sus oídos.

—No te esfuerces tanto, Darlene —dijo Klaus sonriendo—. Serás muy poderosa y eso, pero no lo eres tanto contra dos con poderes de hipnosis. 

Las lágrimas me empañaban la vista, me sentía tan impotente mientras me defendía de sus golpes, sabiendo que en realidad él no quería herirme.

La adrenalina bombeaba por mis venas mientras intentaba esquivar los ataques. Cada movimiento suyo era preciso y peligroso. Mis pensamientos se aceleraban mientras mi mente buscaba desesperadamente una solución.

—¡Michael, por favor, para! —sollocé poniendo en mis palabras todo el poder de mi persuación—. ¡No soy tu enemiga!

Pero por más que lo intentaba, esto se sentía demasiado diferente a cuando lo hice en el Santuario, allí era completa furia, aquí, con Michael en medio, me sentía tan incapaz.

Quería ser capaz de liberarlo, pero estaba aterrada. Miré a Morfeo. Él. Era un dios, era su presencia lo que disminuía mis poderes.

—¡Michael!

Sus ojos vacíos parecieron enfocarse por un instante mientras mi voz atravesaba la neblina de su mente. Pero fue solo un destello fugaz antes de que volviera a lanzarse hacia mí con la daga en mano.

Me moví con agilidad, tratando de evitar su hoja mortífera. Cada movimiento era una danza peligrosa mientras luchaba por mantenerme a salvo. Mis fuerzas comenzaban a flaquear y el espacio para maniobrar se reducía rápidamente.

—Por favor....

Pero sus ojos seguían perdidos, la oscuridad en ellos parecía consumirlo por completo. No había reconocimiento, sólo un vacío frío y aterrador.

Bajé la guardia un segundo, y me golpeó con una patada tan fuerte que me arrojó contra la pared. Me dejó sin aire y el dolor se apoderó de mí cuando sentí el filo de la daga penetrar en mi abdomen. 

Un grito ahogado escapó de mis labios mientras mis manos instintivamente se aferraban a la herida, intentando detener la sangre que brotaba sin cesar. El mundo parecía dar un giro y el aire se volvió denso a mi alrededor.

Lentamente, levanté la mirada y vi a Michael, paralizado en su lugar, mirándome con incredulidad. El velo hipnótico se desvanecía de sus ojos finalmente. 

—¿Qué... qué estoy haciendo? —susurró, horrorizado.

El trance había sido roto, pero el daño ya estaba hecho. Mi corazón latía con fuerza, el miedo aún presente en cada latido.

—Dari... —sollozó mirándome. Sus manos temblaban—. Y-Yo...

Su expresión pasó del horror a la sorpresa, y luego al dolor. Una espada le atravesaba el pecho y poco a poco la herida se llenaba de sangre. 

Sus ojos se abrieron de par en par. Una mirada de incrédula confusión pasó por su rostro hasta convertirse en una mueca dolorida; echó una mirada fugaz al lugar donde una espada sobresalía grotescamente de su pecho. 

Klaus echó la mano hacia atrás entonces, extrayendo de un tirón la espada del pecho de Michael tal y como podría haber sacado una daga de su funda; como si ello hubiese sido todo lo que lo mantenía en pie, cayó de rodillas frente a mí. Yo me mantuve en pie. 

Llevé la mano a mi propia herida. Klaus rió e hizo girar su espada en el aire antes de enfundarla.

No podía más. Me derrumbé. Estaba tan cansada. Tanto dolor. Frío.

Michael se arrastró como pudo hacia mí, sujetándose la herida que no paraba de sangrar. Se sentó a mi lado y me tomó en brazos. Apoyándose contra la columna, me acunó con dulzura.

—Awww que ternura.

—Klaus —dijo Morfeo con voz dura—. ¿Dónde está Alessandra?

No sé que respondió, ni tampoco lo que Morfeo le decía. Sinceramente ya no me importaba nada que dijeran.

Levanté la mirada hacia Michael, por entre las lágrimas, distinguí sus ojos duros, estaba tan tenso que sentía su cuerpo como mármol, pero no podía engañarme, él estaba sufriendo igual que yo. Me sostenía contra él, su mano temblorosa apretaba la mía con todas sus fuerzas, negándose a soltarme a pesar de todo.

Me aferré a su agarre, la herida me ardía como un fuego infernal, mi respiración entrecortada y pesada me hacía pensar que podía ser la última. La brisa nocturna se sentía gélida contra mi piel empapada de sudor y sangre. 

Cerré los ojos por un momento, permitiéndome sentir cada pequeña sensación: el latido irregular de mi corazón, el calor de la sangre que empapaba mis ropas, la debilidad que me invadía. El sabor metálico de la sangre inundaba mi boca, y la debilidad me envolvía como una manta fría y húmeda. Cada respiración se volvía más laboriosa, como si el aire mismo se negara a entrar en mis pulmones.

—Lo...lo siento —murmuró con dificultad. Me miraba con una inmensa culpa.

«No. No me mires así. Es mi culpa. No te despidas».

Abrí la boca para decírselo. Un dolor ardiente me sacudió. La daga en mi abdomen cayó al suelo y la sangre se derramó por encima de mi barbilla, impregnando lo que quedaba de mi camiseta.

Olía a sangre por todas partes.  El mundo giraba a nuestro alrededor como una atracción de feria.

Las tinieblas penetraban a raudales por los bordes de mi visión. Una negrura que borraría todo lo que había visto jamás y me proporcionaría un descanso que sería absoluto.

Pacífico. 

Quería dormir.

Unos toques me hicieron abrir los ojos. ¿En qué momento los había cerrado?

—No...no te duermas —me ordenó. 

Parpadeé. Tosí, preguntándome por un momento si me estaba ahogando; pero, no estaba en agua. Seguía en el suelo, en los brazos de Michael. No me estaba ahogando, solo me estaba atragantando con mi propia sangre.

—Mi...Michael...

—Shhh. No. —Veía sus labios moverse pero parecía como si estuviera en cámara lenta, como si el tiempo se alargase—. ...bien.

¿Qué había dicho?

Colocó su mano sobre la mía, apartándola y cubriendo mi herida.

Cerré los ojos. 

Un calor me invadió, los abrí. ¿Por qué hacía calor?

—Dari —susurró. Lo miré—. Te amo. Te amo. Te amo. Gra...cias...por ser...mi compañera...de cada vida.

No entendía. ¿De qué hablaba?

Se inclinó sobre mí. Sus labios se presionaron suavemente sobre los míos. 

Cálidos. 

Amorosos. 

Manchados de sangre. 

Cada vez más fríos.

Se apartó dejando escapar un suspiro sobre ellos. 

Sus manos cayeron.

Abrí los ojos completamente.

El dolor desgarrador en lo más profundo de mi ser, era insoportable. Me sentía como si una parte de mí hubiera sido arrancada sin piedad, dejando un vacío oscuro y profundo que sangraba sin cesar. Las lágrimas mancharon mis mejillas, no podía respirar y todo a mi alrededor se sentía como si hubiera perdido el sentido de la vida.

Me senté desesperada buscando el aire que me faltaba, pero el vacío en mi pecho era como un agujero negro, absorbiendo cada aliento, cada grito, cada pensamiento. Sentí que me ahogaba en mi propia desesperación, y por un instante, el mundo entero desapareció.

Apreté los dientes, tratando de contener los sollozos que sacudían mi cuerpo, pero era inútil. 

—Michael... —Su nombre escapó de mis labios en un susurro tembloroso—. Por favor, despierta... No me dejes... No otra vez.

El dolor era tan intenso que sentí que mi pecho iba a explotar. 

Me incliné sobre su cuerpo, temblando, aferrándome a él como si con solo tocarlo pudiera devolverle la vida. Pero su piel ya se enfriaba bajo mis manos, y no había calor que regresara. No había nada que lo trajera de vuelta. 

Me llevé las manos a la cara. Las uñas se clavaron en mi piel. Respiraba a bocanadas grandes. 

Sentí la herida en mi costado arder como fuego, pero era insignificante comparada con el dolor que me consumía por dentro. Cada recuerdo que habíamos compartido, cada sonrisa, cada promesa, se desmoronaba como ceniza en el viento, y no podía hacer nada para detenerlo. 

Las lágrimas fluían, calientes y amargas, quemándome la piel.

«¿Quién grita? ¿Por qué alguien grita de esa manera?».

Entonces me di cuenta que era yo misma.

Yo estaba gritando como si me hubieran cercenado por la mitad.

El dolor era un torrente incontrolable que surgía desde lo más profundo de mí y se convertía en ese alarido desgarrador. El mundo mismo se partía en dos bajo nosotros, y mi voz se rompió en mil pedazos. 

Me incliné sobre él, hundiendo mi rostro en su pecho, esperando sentir su latido, aunque fuera uno solo, pero no había nada. 

Solo silencio. 

Solo frío. 

Apreté los puños, dejando que las uñas se clavaran en mis palmas hasta que el dolor físico se mezcló con el emocional, pero no importaba. Nada podía ser peor que el vacío que me dejaba su ausencia.

—¡Despierta! —sollocé con desesperación, golpeando el suelo con una fuerza que no sabía que me quedaba—. ¡No me dejes sola!

Los sollozos sacudieron mi cuerpo y apenas podía ver a través de las lágrimas que nublaban mi vista. Todo era un borrón de sombras y recuerdos, de momentos que parecían tan lejanos ahora, tan imposibles de recuperar. 

—Prometiste... —mi voz se quebró—. Prometiste que estaríamos juntos... que no me dejarías. Por favor...Michael, no puedo... no puedo hacerlo sin ti.

Ya no quedaba nada. Solo un silencio aterrador, un vacío tan vasto y frío como la muerte misma.

Tienes que entender, Darlene, que el amor tiene un inmenso poder sobrecogedor, capaz de salvar hasta a las almas más llenas de odio, pero también es una fuerza capaz de destruirte. Y tú, particularmente, tienes un destino en cada mano y dependerá de tu elección final a quién le arrancarás el corazón: tu alma gemela o el amor de tu existencia.

También ya nos veremos contigo, Darlene Backer. Tú elección se acerca, y estoy deseando ver si condenaras tú corazón o tu alma.

Me lo habían advertido. Afrodita. Jano. 

Una decisión mía lo condenaría.

Pensé que se trataba de elegir a Apolo o Michael como pareja. 

No. Ahora me daba cuenta.

Se trató de condenar mi alma, mancharla de sangre o pedirle a mi corazón que se manchara a sí mismo con más muerte.

Pude elegir y elegí mal.

Cuando tuve la oportunidad, cuando Apolo me dijo que él se encargaría de Klaus, ese fue el momento. 

Si hubiera permitido que él se hiciera cargo, todo habría terminado. Le habría puesto una muerte más en sus manos, pero Michael estaría vivo.

Pero elegí manchar mi alma, que su sangre estuviera en mis manos y ahora Michael estaba muerto.

Las primeras estrofas de la profecía que había recibido hace dos días, cuando él Oráculo me había intentado poseer, se abrió paso como un caudal.

Hija del amor, por una senda sangrante caminas.
La guadaña del final te acecha.
Por tus elecciones regidas por la venganza,
el alma y todo tu ser perderás.
Tu inocencia derramada en un mar de sangre,
despierta al monstruo que bajo la superficie se esconde.

Apreté los labios, una bruma feroz apoderándose lentamente de mi mente. 

Quería sangre.

Quería muerte. 

Necesitaba...

—¡Apolo! —brameé con un alarido qué sacudió el sótano, mientras sujetaba con fuerza mi collar.

—¡No! —gritó Morfeo.

Klaus retrocedió. 

Sonreí complacida cuando todo comenzó a temblar con una fuerza demoledora, las ventanas explotaron y el aire se volvió tan caliente que me parecía estar siendo consumida por lava.

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