025.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴘᴀʀᴛɪᴇꜱ ᴀɴᴅ ʙᴀᴅ ɴᴇᴡꜱ
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ꜱᴏʙʀᴇ ꜰɪᴇꜱᴛᴀꜱ ʏ ᴍᴀʟᴀꜱ ɴᴏᴛɪᴄɪᴀꜱ
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EXISTEN LAS FIESTAS NORMALES Y TAMBIÉN LAS FIESTAS MONSTRUO. Y luego están las fiestas olímpicas.
Si alguna vez tienes ocasión de elegir, quédate con la olímpica.
La estancia pronto se llenó de un montón de dioses, atraídos por la posibilidad de una buena fiesta.
Las nueve musas se ocupaban de la música, y advertí que sonaba lo que tú querías que sonara: los dioses oían clásica y los jóvenes semidioses hip-hop o lo que les apeteciera. Todo en una sola banda sonora. Sin discusiones ni peleas para cambiar de emisora. Sólo peticiones para que subieran el volumen.
Había fuentes de oro de las que manaba néctar y ambrosía, y también bandejas repletas de canapés para los mortales. Las copas doradas se llenaban de la bebida que querías.
Los dioses, por fortuna, se habían reducido a estatura humana para no andar pisoteando a los invitados.
Apolo había apartado a sus hijos a un lado e intercambiaba algunas palabras con ellos. Lee y Michael lo miraban con seriedad y algo de frialdad, pero seguían manteniendo esa postura respetuosa.
El cálido afecto de mi padre me llegó desde el otro lado de la sala, me sonreía con infinito amor.
—Bien hecho, cariño —dijo en cuanto se acercó y me dio un fuerte abrazo.
—Hola, papá —respondí disfrutando del momento.
Él me sonrió, aunque esa sonrisa no llegó a sus ojos, parecía como si estuviera debatiendo cómo debía sentirse. Colocó sus manos en mis hombros.
—Estoy muy orgulloso de tí, fuiste muy valiente.
—Gracias —respondí sonrojándome.
Una figura apareció a un costado, la señora Artemisa se acercó a nosotros con una sonrisa tranquila.
—Mi señora —saludé inclinándome ante ella.
—No hace falta, Darlene Backer —dijo—. Tu padre tiene razón, fuiste muy valiente.
—Solo...solo seguía mi parte en la profecía.
—Aun así, hay que tener mucho valor para hacer lo que hiciste. A veces, saber algo nos puede hacer acobardarnos con mayor razón.
Ambos se dieron una mirada que me puso incómoda, odiaba que me dejaran fuera de algo.
—Dari, me gustaría....que consideraras la oferta de Artemisa —dijo papá.
—¿Oferta?
—La misma oferta que te hice cuando Bianca Di Angelo se unió a mí.
—Tu destino es oscuro, hija —dijo—, tienes un futuro plagado de dolor por culpa del amor. Normalmente diría que es el precio a pagar por tal grande sentimiento, pero...bueno, ya sabes que contigo me saltó toda norma y regla —Eros colocó una mano sobre mi hombro, apretando suavemente—. Con Artemisa estarás a salvo.
Tragué saliva, era tentador decirle que sí y unirme a las cazadoras. Thalia y Bianca habían dicho que les había dado paz, seguridad y sensación de pertenencia. Se habían sentido libres.
Miré hacia un costado, y vi a Percy bailando con Annabeth.
Verlos era doloroso, pero era lo correcto. No estaba mintiendo cuando le dije a Michael que ahora sabía que no era mi destino.
Ellos dos estaban destinados a estar juntos. Y no sería yo quién les robara ese futuro.
Sería tan fácil decir sí y olvidar todo, pero extrañaría a mi mamá y a mi abuelo. Extrañaría el campamento,extrañaría a mis amigos, y hacer un juramento negándome al amor por el resto de mi vida iba en contra de mi naturaleza.
—Creo que tomaré el riesgo de seguir siendo mortal —respondí.
—¿Estás segura?
Asentí—. Nunca podría hacer un juramento como el suyo sin sentir que estoy traicionando todo en lo que creo. No sería justo ni respetuoso.
Artemisa sonrió.
—Puedo entenderlo, y me parece admirable —dijo—; pero me temo que esta será la última vez que te lo ofreceré.
Sonreí con pena. La diosa no debía estar acostumbrada a ofrecerse dos veces y ser rechazada.
Ella asintió con un gesto de despedida y se alejó dejándome sola con papá.
—¿Puedo preguntarte algo? —Eros asintió—. ¿Es posible curar el dolor de un corazón herido por la pérdida de un alma gemela?
Él frunció el ceño.
—¿Es por Alessandra Olimpia? —preguntó.
—¿La conoces? —Él asintió.
—Sé a dónde quieres llegar, Dari —respondió—. Pero lo que le pasó a esa chica...
—Sí, ya sé; ella y Luke hicieron mal al unirse a Cronos y si hubieran permanecido en el campamento quizá ambos seguirían juntos, pero...
—Darlene —me interrumpió—. No podemos cambiar el presente sobre acciones pasadas. Ellos eligieron sus decisiones y ahora deben pagar el precio de ellas. —Eros me miró con dolor—. Todos tenemos que cargar con ellas.
«No podemos cambiar el presente sobre acciones pasadas».
—Necesitaba comunicarme con vos, mi señor —decía la dueña del cuerpo, inclinándose ante el dios de una manera que me pareció sospechosa.
Y como estaba en su cuerpo y su mente, me di cuenta que el movimiento había sido intencional. La verdadera dueña había tenido completamente la intención de mostrar sugerentemente su pecho al hombre frente a ella.
Apolo sonrió complacido. Él también se había dado cuenta.
—Entonces dime para qué me llamaste —murmuró de forma seductora—, Cassandra.
—Me gustaría....hacer un trato con vos, mi señor.
—¿Qué clase de trato?
—Me gustaría pedirle un don.
—¿Un don? —Apolo sonrió.
—La videncia —respondió ella—, he tenido sueños, sueños que me alertan de que algo grave ocurrirá, mi hermano Heleno también los ha tenido. Quiero poder ver el futuro para proteger a mi pueblo.
Apolo asintió con seriedad. Parecía estar analizando cada palabra.
—¿Pretendes cambiar el futuro?
—Lo que pueda cambiar, sí.
—Darlene.
Miré a Eros—. Está bien, papá. Lo entiendo, ellos escogieron su destino, pero...aún así, ese dolor que la poseyó cuando perdió a Luke...
Él asintió.
—Sí, es bastante doloroso.
»Un corazón herido por la pérdida del alma gemela es realmente algo horrible, no todos tienen la suerte de encontrarla, así que la mayoría de las personas no lo entienden hasta que las encuentran —dijo—. Ya habras oído las historias de personas que mueren al poco tiempo de la muerte de su pareja. Mueren de amor.
»Otros pueden seguir adelante, tener una vida larga, pero se siente como si una parte de ellos se hubiera perdido para siempre. Es un dolor con el que se puede aprender a vivir porque se tiene el alivio de que podrán volver a encontrarse en otro momento.
Quería preguntarle entonces como la Señora Psique y la Señora Ariadna, incluso Hércules, podían vivir eternamente con ese dolor si habían renunciado a sus almas gemelas por la inmortalidad, incluso si en el caso de las dos diosas había sido por un amor más grande que sus otras mitades.
Pero sabía que él no me respondería, no aún. Siempre evitaba la respuesta.
—Aún así, nadie debería pasar por esa pérdida.
Él sonrió con pena.
—Mi guerrera de corazón bondadoso —dijo abrazándome—, eres demasiado para un mundo carente de amor.
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Cuando la fiesta terminó, era hora de volver a casa.
—Vaya que los Olímpicos si que saben hacer fiestas —comentó Michael cuando nos reunimos en la entrada del Templo principal del Olimpo.
—Será mejor ya irnos —dijo Lee—. Hay mucho que hacer y ustedes principalmente tienen que volver a la escuela ¿no? —agregó mirándonos a Percy, Annabeth y a mí.
—See...si es que no me expulsaron por escaparme y desaparecer una semana —dije haciendo que todos rieran.
Emprendimos nuestra marcha hacia la salida, pero un destello dorado me llamó la atención por el rabillo del ojo.
Al final de una calle adoquinada, Apolo me hizo una seña de que me acercara.
«Supongo que es hora de saldar cuentas».
—Yo...tengo que hacer algo primero, chicos —dije—. Los veré abajo.
—Pero...
No esperé a ver quién habló, fui trotando hacia donde había visto al dios y que ahora no había nadie.
Doblé en la esquina y me encontré con una entrada a unas escaleras de mármol, yo ya había estado allí hacía unos meses. Era la entrada al templo de Apolo.
Antes no me había dado cuenta de las enormes columnas de oro adornadas por laureles.
Nerviosa, me limpié las manos sudadas en el abrigo y me preparé mentalmente por si ese dios loco quería seguir discutiendo.
Subí las escaleras hasta la cima, y en la entrada, una ninfa me abrió la puerta en cuanto apenas me acerqué.
Ella se inclinó ante mí, pero no me devolvió la mirada. Parecía temerosa.
—Mi señor Apolo la espera en el santuario —dijo con timidez.
Entonces la reconocí. Era la ninfa a la que le tiré un jarrón cuando desperté en este templo e intenté escapar.
—Lamento haberte asustado la última vez que nos vimos —dije avergonzada. Ella no tenía la culpa de nada, solo cumplía órdenes de un imbécil.
Ella negó e intentó disculparse por asustarme. No importó cuanto intentara hacerle entender que ella no tenía culpa y que había sido yo la bruta, ella no entró en razones. En su lugar, me guió hasta el santuario.
Apolo estaba de pie en el centro, mirando el enorme brasero de fuego frente a él, con las manos en la espalda.
Respiré un aroma maravilloso, era exquisito.
Entonces noté que el santuario esta vez estaba decorado por todos lados por unas flores rojas con formas que me parecían extrañamente parecidas a unos corazones.
—¿Qué son? —pregunté acercándome a ellas.
—Farolillos chinos —respondió Apolo
—Son preciosas —murmuré admirándolas.
Él se encogió de hombros.
—Pido que cambien todo el tiempo las flores de mi santuario, aunque normalmente prefiero las flores amarillas o púrpuras; pero supongo que esas están bien.
Apolo me miró, seguía en esa postura firme con los brazos detrás de la espalda, pero me sorprendió darme cuenta que su mirada ya no era tan dura.
—Me alegra que todo saliera bien.
—¿De verdad? —cuestioné—. ¿No te molesta no haberte podido deshacer de mí?
Él negó—. Por más que me desagrades, lo que importaba era el éxito de la misión.
—Por eso nos ayudaste tanto, ¿no?
—Hiciste mucho más de lo que esperaba —dijo con seriedad mirando fijamente el mechon gris que ahora decoraba mi cabello negro, una consecuencia permanente de haber tomado el cielo. Ningún humano podría salir completamente ileso, ahora tendría un recordatorio de lo que hice por toda mi vida—. Quería que salvaras a mi hermana, pero ponerte el peso del cielo sobre los hombros era mucho más de lo que tenías que hacer. Incluso si uno de mis hijos te ayudó, lo cual agradezco infinitamente, no era lo que esperaba que hicieras.
»Realmente me sorprendiste esta noche.
—Lo hice, y creo que me debes algo, Sunshine —dije sonriendo divertida. Casi suelto una carcajada al ver como le tembló el ojo al dios.
Al final, soltó un suspiro resignado.
—Sí, así parece.
—Primero, quiero una disculpas.
—¿Perdona? —cuestionó mirandome mal.
—Disculpas aceptadas —dije sonriendo.
—Eres insufrible —murmuró apretándose el puente de la nariz.
Claramente a Apolo le irritaba mi presencia, pero se contenía porque ahora no tenía excusas para seguir tratándome mal. Lo había atado de manos.
—Antes de que sigamos, me gustaría que me respondas una pregunta. —Él me miró, esperando a que siguiera hablando—. Afrodita me dijo que te preguntara por una antigua profecía que tenía que ver con mi futuro romántico o algo así.
Fue apenas un movimiento pequeño, casi imperceptible, pero pude ver como Apolo se tensó. Sus ojos tenían ese tinte afilado y que hacía poner nervioso a todo el que mirara.
—¿Eso dijo?
—Sí —respondí incómoda. Su mirada era intensa, y había tantas emociones en él que me era difícil concentrarme para entender cuál era la predominante—. Dijo que era una profecía que te enojaba bastante.
—No es algo de lo que tengas que preocuparte todavía —respondió después de haber estado unos segundos pensativo—. Pregúntame en un año o dos.
—Pero...
—¿Has pensado en cuál de mis dones te gustaría tener? —preguntó.
Asentí. Lo había pensado mucho desde que tuve mi primer sueño con Cassandra.
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PERCY
Comparado con el monte Olimpo, Manhattan estaba tranquilo.
Era el viernes antes de Navidad, pero todavía era muy temprano y apenas había gente en la Quinta Avenida. Argos, el jefe de seguridad, nos recogió en el Empire State para llevarnos de vuelta al campamento.
Había una ligera ventisca y la autopista de Long Island estaba casi desierta.
Mientras subíamos por la Colina Mestiza hasta el pino donde relucía el Vellocino de Oro, casi esperaba encontrarme allí a Thalia. Pero no estaba.
Había partido con Artemisa y las demás cazadoras en pos de una nueva aventura.
Quirón nos recibió en la Casa Grande con chocolate caliente y sandwiches de queso. Grover se fue a ver a los demás sátiros para contarles nuestro extraño encuentro con la magia de Pan. Apenas una hora después, todos los sátiros del campamento corrían de un lado para otro, preguntando dónde estaba la cafetería más cercana.
Nos quedamos un rato hablando con Quirón y con otros campistas veteranos: Beckendorf, Silena Beauregard y los hermanos Stoll.
Incluso estaba Clarisse que ya había regresado de su misión secreta de reconocimiento. Deduje que habría pasado muchas dificultades, porque ni siquiera trató de pulverizarme. Tenía una nueva cicatriz en la barbilla, y llevaba el pelo rubio cortado al rape de un modo irregular, como si alguien la hubiese atacado con un par de tijeras.
—Tengo noticias —masculló inquieta—. Malas noticias.
—Ya te contaré —me dijo Quirón con forzada jovialidad, interrumpiendo a Clarisse—. Lo importante es que has vencido. ¡Y que han salvado a Annabeth!
Ella me sonrió agradecida y yo desvié la mirada.
Por alguna razón, me sorprendí a mí mismo pensando en la presa Hoover y en la extraña mortal que había conocido allí: Rachel Elizabeth Daré. No sabía por qué, pero sus irritantes comentarios me venían a la cabeza una y otra vez.
—Mi padre dice que Luke no ha muerto —declaró Percy.
Annabeth contuvo una leve sonrisa, pero sus ojos eran tristes.
—¿Qué? —cuestionó Michael—. ¿Después de tremenda caída, ese tipo sigue vivo?
—Hierba mala nunca muere —murmuró Dari con la mirada perdida.
No me había dado cuenta que había algo diferente en ella. No parecía la misma que unas horas antes, ahora parecía más...mística.
Sus ojos siempre verdes parecían estarse consumiendo en el rojo intenso heredado de Eros, eso solo pasaba cuando estaba muy enojada o cuando hacía uso de sus poderes; pero ahora ella parecía relajada, no había razón para que eso ocurriera.
Y aún así, en realidad ella lucía como si ni siquiera su mente estuviera completamente en esta conversación.
Recordé que aún tenía un asunto pendiente con ella que debíamos arreglar.
—Poseidón dice que su barco está zarpando ahora mismo de San Francisco con los restos de Cronos. Se batirá en retirada y reagrupará sus fuerzas antes de volver a la carga contra ti.
»Él intentará destruir su barco con tormentas, pero parece que Luke ha establecido una alianza con los antiguos espíritus del océano. Y ellos lucharán para protegerlo.
—Bueno —dijo Annabeth removiendose inquieta—, si la batalla final ha de producirse cuando Percy cumpla dieciséis, al menos nos quedan dos años para resolver algunas cosas.
Me dio la sensación de que «resolver algunas cosas» quería decir «conseguir que Luke se corrija», lo cual todavía me irritó más.
Quirón nos miraba con expresión sombría. Sentado junto al fuego en su silla de ruedas, me pareció muy viejo. Es decir, era viejísimo, sí, pero normalmente no lo parecía.
—Dos años pueden parecer mucho tiempo —dijo—. Pero no es más que un abrir y cerrar de ojos. Aún tengo la esperanza de que tú no seas el niño de la profecía, Percy. Pero si lo eres, la segunda guerra de los titanes está a punto de comenzar. El primer golpe de Cronos será contra el campamento.
—¿Cómo lo sabes? ¿Por qué ha de importarle el campamento?
—Porque los héroes son las herramientas de los dioses —dijo Quirón—. Destruye las herramientas y los dioses quedarán debilitados. Las fuerzas de Luke acudirán aquí. Mortales, semidioses, monstruos... Tenemos que estar preparados. Las noticias que ha traído Clarisse tal vez nos den alguna pista sobre cómo piensan atacarnos, pero...
Llamaron a la puerta y Nico Di Angelo entró en la sala resoplando y con las mejillas rojas de frío.
Venía sonriente. Clavó sus ojos en Darlene y aún con su sonrisa enorme se arrojó a sus brazos en un fuerte abrazo.
—¡Volviste! —exclamó feliz—. ¡Me alegra tanto que volvieras, Dari!
Ella parecía incómoda y tenía los ojos brillantes por las lágrimas.
—También me alegra mucho verte, Nico —murmuró regresandole el abrazo.
Pero Nico se zafó de repente y miró alrededor con inquietud.
—¿Y mi hermana?
Se hizo un silencio mortal. Yo miré a Quirón. No podía creer que nadie se lo hubiera dicho. Y entonces comprendí por qué: habían esperado a que apareciéramos nosotros para decírselo en persona.
Era lo último que deseaba hacer, pero se lo debía a Bianca.
—Nico. —Me levanté de mi confortable asiento—. Vamos a dar una vuelta, ¿bien? Tenemos que hablar.
Él, confundido, salió de la casa y yo me dispuse a seguirlo. Dari me detuvo colocando su mano en mi hombro.
—Espera —dijo triste—. Se lo diré yo.
—No —respondí negando con la cabeza—. Sé que ustedes tienen un fuerte lazo y que te sientes mal por lo que pasó, pero era a mí a quién Nico me hizo prometer que las protegería. Es mi deber decírselo.
—Sí, pero....
—Dari, déjame hacerlo. Es lo que corresponde, él te buscará cuando te necesite.
Ella parecía reticente de aceptar, sabía lo mucho que Nico le importaba, sobre todo ahora que Bianca estaba muerta.
Al final aceptó. Me marché tras Nico, sintiendo la mirada preocupada de Darlene sobre mi espalda.
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DARLENE
—¡Nico! —grité corriendo por el bosque—. ¡Nico, por favor! ¡Soy Darlene!
Estaba llorando, cuando Percy me contó todo lo que había pasado, no tardé en meterme en el bosque tratando de buscarlo. Él, Annabeth y Grover me habían seguido, pero ellos parecían más preocupados por lo que implicaba la ascendencia divina de Nico.
—Tenemos que contárselo a Quirón —dijo Annabeth, jadeando.
—No —respondió Percy.
Me giré hacia él, Annabeth y Grover también lo miraron sorprendidos.
—Humm... —murmuró Grover, nervioso—. ¿Qué quiere decir ese no?
—No podemos dejar que se sepa. No creo que nadie se haya dado cuenta de que Nico es...
—Un hijo de Hades —remató Annabeth—. Percy, ¿te haces una idea de lo grave que es esto? ¡También Hades rompió su juramento! ¡Es terrible!
—¡¿Siquiera importa eso?! —espeté furiosa—. ¡Nico tiene diez años, está solo y ha perdido a su hermana! ¡Encontrarlo es lo más importante, luego podemos ver qué hacer con todo lo demás!
Percy asintió a mis palabras.
—No creo que Hades rompiera su juramento —dijo.
—¿Cómo que no?
—Él es su padre —dijo—, pero Bianca y Nico llevaban fuera de circulación mucho tiempo, desde antes de la Segunda Guerra Mundial.
—¡El Casino Loto! —exclamó Grover. Y le contó a Annabeth la conversación que habíamos mantenido con Bianca—. Ella y Nico estuvieron encerrados en ese sitio durante décadas. Pero habían nacido antes de que se hiciera el juramento.
—¿Y cómo escaparon? —objetó Annabeth.
—No lo sé —respondí—. Bianca dijo que fue a buscarlos un abogado y los llevó a Westover Hall. No sé quién podría ser ni por qué lo hizo. Tal vez forme parte del Gran Despertar. No creo que Nico sepa quién es.
—Por eso no podemos contárselo a nadie, ni siquiera a Quirón —dijo Percy—. Si los olímpicos llegan a enterarse...
—Empezarían otra vez a pelearse entre ellos —dijo Annabeth—. Es lo último que nos hace falta ahora.
Grover parecía muy inquieto.
—Pero no se les pueden ocultar cosas a los dioses. No para siempre, al menos.
—No hace falta que sea para siempre —respondió Percy—. Sólo dos años. Hasta que cumpla los dieciséis.
Annabeth palideció.
—Pero, Percy, eso significa que la profecía tal vez no se refiera a ti. Podría referirse a Nico. Hemos de...
—No —insistió—. La profecía me concierne a mí.
—¿Por qué estás tan seguro? —salté—. ¿Es que pretendes hacerte responsable del mundo entero?
—No puedo permitir que Nico corra más peligros —dijo—. Eso al menos se lo debo a su hermana. Les he fallado... a los dos. No permitiré que ese pobre chico sufra más.
—Ese pobre chico que te odia y que quiere verte muerto —recordó Grover.
—¡Solo es un niño que ha perdido todo y tiene miedo! —espeté defiéndelo. Grover se sonrojó y levantó los brazos como disculpándose.
—Tal vez logremos encontrarlo —prosiguió Percy—. Podemos convencerlo de que no pasa nada y esconderlo en un lugar seguro.
Annabeth se estremeció.
—Si Luke lo encuentra...
—No lo encontrará —dijo Percy—. Yo me encargaré de que tenga otras cosas de que preocuparse. Concretamente, de mí.
Lo miré con tristeza. Sabía que algo malo pasaría cuando lo vi irse, pero era solo una sensación y no quería precipitarme.
Apolo dijo que tardaría un tiempo en acostumbrarme a mi nuevo don y al principio sólo serían sensaciones hasta que las visiones comenzaran a manifestarse.
Quizá si hubiera seguido mi instinto....
Otra vez había fallado, esto no era culpa de Percy. Nico estaba asustado y herido, y había arremetido contra la persona equivocada.
Percy se culparía y pondría sobre sí toda la responsabilidad de la profecía.
Lo mejor que podía hacer para ayudarlo, era tomar mi parte de la responsabilidad en esto y asegurarme de descubrir todas las variables del futuro para reducir al mínimo las consecuencias.
¡Y TERMINAMOS EL LIBRO 3!
Aún quedan los extras que voy a subir pasado mañana.
(cofcofse viene cierta charla por una confesión fallida en un camaro cofcof)
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