025.ᴀʙᴏᴜᴛ ʙɪᴛᴛᴇʀꜱᴡᴇᴇᴛ ʙɪʀᴛʜᴅᴀʏꜱ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴄᴜᴍᴘʟᴇᴀÑᴏꜱ ᴀɢʀɪᴅᴜʟᴄᴇꜱ
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LA PEOR PARTE DE TODO LO QUE VIENE DESPUÉS DE LA TORMENTA, es tratar de volver a hacer vida normal cuando no tienes el corazón puesto en ello.
Mi cumpleaños era en tres días, aún estaba terminando de reponerme por completo y no tenía ánimos de festejarlo.
Ya sabía de antemano que probablemente este año no sería muy festivo, pero ninguno de mis amigos parecía estar de acuerdo.
Al contrario, considerando que literalmente morí y volví a la vida, todos parecían pensar que debía festejarlo con mayor razón. Y quizá tenían razón, el problema era que todo el campamento me recordaba a Lee.
Sería el primer año sin él, no había pasado ni una semana de su muerte y no me imaginaba festejar mi cumpleaños en el campamento sin mi mejor amigo.
Así que mientras mis compañeras de cabaña organizaban una "fiesta sorpresa", que de sorpresa no tenía nada porque la habían estado planeando delante de mí en el desayuno, me escapé a lo profundo del bosque.
Con mi suerte, me perdía otra vez y los demás perdían el tiempo buscándome y no había fiesta de cumpleaños.
A medida que avanzaba, el murmullo del campamento se desvanecía, reemplazado por el silencio sereno de la naturaleza.
Los árboles imponentes se alzaban a mi alrededor, sus ramas entrelazadas formaban un dosel verde que filtraba la luz del sol, dejando entrever destellos dorados que danzaban entre las hojas.
Mis pasos me llevaron a un claro rodeado de altos arbustos y flores silvestres. Me detuve allí, dejando que el viento acariciara mi rostro y susurrara palabras de consuelo en mis oídos. Cerré los ojos y respiré profundamente, tratando de encontrar un poco de paz, pero solo me sirvió para que las lágrimas se deslizaran silenciosamente por mis mejillas.
Extrañaba tanto a Lee que me dolía físicamente.
—Pareces muy estresada, ángel.
Abrí los ojos, soltando un suspiro, limpiandome disimuladamente las lágrimas.
—De verdad, Apolo —dije esbozando una sonrisa triste—, ¿vas a acosarme siempre?
Estaba sentado a mi lado, vestido con jeans y una camiseta blanca, con sus gafas de sol acomodadas en la cabeza. Se encogió de hombros y me miró con una mezcla de diversión y comprensión en sus ojos azules brillantes.
—No te acoso —dijo con voz suave—. Simplemente estoy aquí para recordarte que siempre hay un rayo de luz, incluso en los momentos más oscuros.
Sus palabras resonaron en mi interior. Sabía que tenía razón, pero a veces era difícil encontrar esa luz cuando el peso de la tristeza y el dolor parecía abrumador. Aun así, no podía evitar sentirme agradecida por su presencia constante.
—Estoy tratando —le confesé, dejando escapar un suspiro—. Pero es difícil dejar atrás todo lo que ha sucedido y seguir adelante.
Él asintió comprensivamente y extendió su mano, invitándome a tomarla. Dudé por un momento, pero finalmente acepté su gesto. Sus dedos se entrelazaron con los míos, y una sensación cálida y reconfortante se extendió por mi cuerpo.
Apolo miró fijamente mis ojos, transmitiendo una calma y sabiduría que parecían provenir de siglos de experiencia.
—No puedes detener tu vida —dijo con suavidad—. Entiendo que extrañes a Lee y que el campamento te recuerde a él, pero seguir adelante no significa olvidar o dejar de amar. Significa honrar los recuerdos y encontrar una nueva forma de ser feliz.
Sabía que tenía razón, pero aún sentía ese vacío punzante en mi pecho cada vez que pensaba en Lee.
—¿Cómo lo haces? —pregunté con curiosidad y cierta tristeza—. Has perdido tantos hijos a lo largo de la historia y sigues adelante. ¿Cómo encuentras la fuerza para seguir?
Él soltó un suspiro y bajó la mirada por un instante, como si recordara algo doloroso.
—No diré que no duele, porque duele profundamente —respondió con sinceridad—. Cada pérdida deja una marca en el corazón. Pero también he aprendido que la vida es un regalo, y los que amamos querrían que aprovechemos ese regalo al máximo.
Me quedé en silencio, asimilando sus palabras. El viento susurraba suavemente a nuestro alrededor, como si también estuviera esperando su respuesta.
Apolo levantó la mirada y me dedicó una sonrisa tierna.
—Eras su mejor amiga, estaría feliz de que no hubieras muerto. Él desearía que tú siguieras adelante y encontraras la felicidad. No permitas que la tristeza y el dolor te impidan vivir plenamente.
Sus palabras resonaron en mí de una manera profunda y reconfortante. Sentí un destello de esperanza en medio de la oscuridad que me rodeaba.
—Gracias, Apolo —dije con voz suave, dejando que la gratitud llenara mi corazón. Apolo asintió y soltó mi mano con delicadeza. Después de unos minutos de silencio, decidí romper el hilo de pensamientos sombríos que nos envolvía y tratar de aligerar el ambiente—. Oye.
El dios solar giró su cabeza hacia mí, curioso y con una sonrisa amigable.
—Mmm...
Inspiré profundamente, reuniendo el coraje para formular mi pregunta.
—Me has hablado de la importancia de vivir plenamente y aprovechar el regalo de la vida. Pero, ¿los dioses celebran sus cumpleaños?
Apolo rió suavemente, como si encontrara cierta diversión en mi interrogante.
—Para mí, cada día es una celebración de la vida —dijo arrogante—. Soy demasiado valioso para limitar a un solo día festejar mi existencia.
Solté un bufido—. Si que eres bien payaso.
Rodó los ojos, apoyándose con los codos en el césped.
—Los festejos en mi honor han sido innumerables a lo largo de los siglos. Sin embargo, ninguno de ellos ha coincidido exactamente con mi supuesto cumpleaños. A veces, los humanos trataban de calcularlo según diferentes calendarios antiguos, pero siempre había discrepancias —respondió con simpleza—. En esa época se usaba el calendario ático, y tenía un mes completo dedicado a mí.
—Y por eso tienes la cabeza inflada como globo.
Observé cómo el ceño de Apolo se fruncía ligeramente ante mi comentario sarcástico. Una chispa de diversión bailó en sus ojos mientras intentaba mantener una expresión seria.
—Tienes una lengua afilada —soltó con fingida indignación—. Pero, a pesar de tus burlas, es cierto que en aquellos tiempos se me rendía un tributo especial. No puedo negar que disfrutaba de la atención. El mes dedicado a mí era una época de celebración, música y poesía. ¡Ah, los versos que se componían en mi honor! Eran melodías que bailaban en el viento y se unían al canto de las aves.
Una sensación de nostalgia se filtró en sus palabras mientras hablaba de aquellos tiempos pasados. Me percaté de que, a pesar de su vanidad, había una parte de Apolo que anhelaba esos momentos de conexión con los humanos.
—Pero, como bien sabes, los tiempos han cambiado —siguió con la mirada perdida—. Los calendarios se han modificado, las culturas han evolucionado y el mundo gira sin cesar.
—Los mitos dicen que naciste en el séptimo día del séptimo mes.
Una mirada de asombro se dibujó en el rostro del dios solar. Sus ojos brillaron con una mezcla de sorpresa y curiosidad, como si un destello de esperanza hubiera iluminado su ser.
—El séptimo día del séptimo mes... —repitió Apolo en voz baja, como si estuviera saboreando las palabras—. Una interesante suposición, aunque solo un mito, por supuesto. —Su mirada se encontró con la mía, y pude percibir una leve chispa de emoción en sus ojos dorados—. Aunque de todas maneras ya no importa porque ya no existe ese calendario.
—Bueno...si nos adaptamos como todo lo antiguo a lo moderno —comenté—, tu cumpleaños sería hoy.
El rostro de Apolo se iluminó con una sonrisa amplia y genuina. La luz del sol parecía intensificarse a su alrededor, como si su presencia irradiara una energía especial en ese instante.
—Vaya, tres días de diferencia en nuestros cumpleaños —dijo con un tono que me puso la piel de gallina—. Deberíamos celebrarlo juntos. Una semana entera para nosotros.
—Que horror, tu narcisismo me robaría la atención por completo.
Después de mi comentario sarcástico, Apolo estalló en una risa contagiosa que resonó a lo largo del paisaje circundante. Sus risas eran como el tintineo de campanas, llenando el aire con una melodía alegre que despejaba cualquier rastro de tristeza.
Me quedé mirándolo, sorprendido por su reacción. A pesar de su vanidad y arrogancia, Apolo parecía tener una chispa de humanidad en su interior. Tal vez, detrás de su fachada divina, había un dios que anhelaba la conexión con los demás.
—Te propongo algo —dijo colocándose en cuclillas a mi lado, demasiado cerca de mi rostro—. Olvidémonos de todo por un instante, solo una semana. La guerra, las muertes, las visiones, todo y vayamos a cualquier parte del mundo, la que tu quieras.
Lo miré boquiabierta, no me esperaba una propuesta así.
El sol brillaba intensamente sobre nosotros mientras mis ojos se encontraban con los de Apolo. Su mirada irradiaba un encanto irresistible, y sus palabras resonaban en lo más profundo de mi ser. La propuesta que acababa de hacerme era tentadora y desafiante a la vez. Una semana entera, alejados del caos y las responsabilidades, sumergiéndonos en un viaje por el mundo.
Mi corazón latía con fuerza mientras contemplaba la posibilidad de aventurarme en ese torbellino de emociones que Apolo representaba. Era un dios con todos sus caprichos y excentricidades, pero también había demostrado una faceta inesperada, un deseo genuino de conexión y compañía.
—E-Eso...es una locura.
—¿Y no quieres vivir una locura? —preguntó divertido—. Dediquemos una semana solo a nuestros días especiales, celebremos estar vivos, al menos mientras tenemos la oportunidad, quién sabe si el año próximo los titanes no habrán destruido todo.
—Eso no es muy esperanzador de tu parte —dije sonriendo.
Él se encogió de hombros—. Tú tienes la última palabra.
Quería decirle que no podía irme así como así, pero en ese momento, decidí que necesitaba tomar un riesgo. La vida es demasiado corta para dejar pasar las oportunidades que nos llenan de asombro y alegría. Además, ¿quién sabe cuándo volvería a tener una invitación como esta?
—Está bien, vamos.
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PERCY
Darlene estuvo desaparecida una semana entera.
Habíamos entrado en pánico buscándola, pensando que algo malo le había ocurrido. Pero por más que Quirón nos decía que estaba bien, no nos decía a dónde se había ido, hasta que ella misma envió un mensaje Iris el día de su cumpleaños y nos dijo que no había estado tan bien en mucho tiempo.
Y cuando finalmente volvió, lucía mejor y ya no parecía tan deprimida como cuando desapareció, no quiso decirnos a dónde se había ido por más que preguntamos.
El resto del verano fue tan normal que casi resultó extraño. Las actividades diarias prosiguieron: tiro al arco, escalada, equitación con pegaso. Jugamos a capturar la bandera, aunque todos evitamos el Puño de Zeus, cantamos canciones junto a la hoguera, celebramos carreras de carros y les gastamos bromas a las demás cabañas.
Pasé mucho tiempo con Tyson, jugando con la Señorita O'Leary, pero ella seguía aullando por las noches cuando echaba de menos a su antiguo dueño. Annabeth y yo más bien nos rehuíamos el uno al otro.
Me gustaba estar con ella, pero también me producía una especie de dolor, una sensación que me abrumaba igualmente aunque no estuviéramos juntos. Quería hablar con ella de Cronos, pero no podía hacerlo sin sacar a Luke a colación. Y ése era un tema que no podía tocar, porque me cortaba en seco cada vez que lo intentaba.
—Percy, deja las vueltas y habla con ella —me dijo Darlene.
—No sé...
Rodó los ojos, y miró a lo lejos, a donde los de la cabaña de Apolo jugaban baloncesto. Había algo en ella que había cambiado, me había dado cuenta que ya no parecía tan irritada cuando se trataba de otras chicas y de mí.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro.
—Ya no sientes nada por mí ¿verdad?
Ella me miró, primero asombrada, y luego con una tranquilidad que me contagió.
—¿Se nota?
—Pareces en paz.
—Sí, bueno...no sé si paz sea la verdadera palabra, al contrario, siento que me estoy volviendo loca, pero sí, creo que ya no me siento de la misma manera con respeto a tí.
Me incliné hacia ella con una sonrisa.
—Me alegro no seguir haciéndote daño.
—Oh, Percy —dijo ella dándome un beso en la mejilla—. Nunca me hiciste daño, fui yo misma quién me lo hacía negándome a aceptar la realidad.
—Entonces...¿ahora te has enamorado de Michael? —Ella se sonrojó muchísimo—. No puede ser, ¡de verdad te has enamorado de él!
—¡No! —exclamó avergonzada—. No estoy...no es eso.
—¿Y qué es?
—Es complicado, no sé si...me haya enamorado —admitió sonrojada y jugando con su cabello—, solo...no estoy negada a las posibilidades.
—¿Qué significa eso?
—Me besó.
—Ah.
—Y...puede que...me haya sentido como si fuera lo correcto, como si fuera lo que se supone que debe ser.
—Cosa que no sentiste cuando me besaste.
—Por favor, finjamos que eso no pasó —dijo cerrando los ojos con horror.
—Está bien —dije riendo—. Entonces, Michael te besó, ¿y qué? ¿Ahora es tu novio o algo así?
—Eso es lo complicado —dijo mirando el cielo, disfrutando del sol bañando su piel—. Para empezar, me besó justo antes de la batalla —Hice una mueca. Sí, no era lo mejor—. Después pasó todo lo de Lee y...no sé, seguimos siendo amigos, pero ahora sabemos que hay algo ahí, solo que aún no sé que es. Y él me tiene tanta paciencia, que me aterra hacerle daño mientras descubro qué es lo que siento. Además...
Su voz se detuvo, con la mirada en el cielo y una sonrisa en sus labios, parecía de verdad perdida en sus pensamientos.
Darlene era hermosa, el tipo de chica de cuento de hada. Era imposible no notarla, el tipo de belleza que iluminaba cualquier lugar al que iba. Y no se trataba de que era la hija del dios de la atracción y el deseo, se trataba de su esencia.
Tenía el alma más bonita, desinteresada y bondadosa, una sonrisa para todo aquel que se cruzara y una espada para defender a quien lo necesitara.
Aquel que fuera su destino, sería tan feliz a su lado. De eso no me quedaba duda,su corazón rebosaba de amor y ternura, y su espíritu era inquebrantable. Era el tipo de chica por la que alguien lucharía incansablemente, merecía ser amada en cada rincón de su ser.
Me alegraba que estuviera empezando a sentir algo por alguien que la amaba devotamente, en lugar de mendigar cariño de alguien que no podía amarla.
Esa era la razón por la que me había sentido incómodo cuando descubrí que me quería, porque no podía darle el amor que ella merecía.
Y mientras la observaba, una parte de mí se preguntaba cómo hubiera sido si me hubiera enamorado de ella. Quizá todo sería muy distinto, habríamos sido felices juntos, quizá habría sido capaz de destruir el mundo por ella si la perdiera.
Quizá era lo mejor que fuéramos solo amigos, si me hubiera enamorado de ella, Darlene me habría vuelto loco, hubiéramos sido un completo desastre el uno por el otro.
—¿Además qué? —Ella se mordió el labio, inclinando la cabeza hacia el sol, y sonrió—. ¿Qué? —cuestioné enarcando una ceja.
—No importa —Negó con la cabeza—. Lo que me importa ahora, es que debes dejar de esquivar a Annabeth.
—Tú vida amorosa es un desastre, ¿y quieres darme consejos de amor?
—Sí, bueno. Soy buenísima dandolos, no solucionando mi propia vida amorosa.
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DARLENE
Pasó el mes de julio, con los fuegos artificiales del día de la Independencia en la playa. Agosto resultó tan caluroso que las fresas se asaban en los campos.
Finalmente, llegó el último día de campamento. Como este año me quedaría unos meses antes de irme a casa, esta vez no recibí la carta de las arpías diciéndome que si me encontraban ahí después del mediodía iban a devorarme. Fue raro no recibir la carta, ya me había acostumbrado a sus amenazas.
Percy en cambio se marchaba a casa. Así que a eso de las diez en punto subí hacia la cima de la Colina Mestiza para esperar despedirme.
La Señorita O'Leary se quedaría en el campamento, y Quirón y yo la cuidaríamos mientras él no estuviera.
—¿Annabeth también se va? —me preguntó mirando por encima de mi hombro hacia la zona de cabañas.
Rodé los ojos, era tan obvio.
—No, se quedará un tiempo más. Atenderá a Quirón hasta que se cure del todo de la pata y quiere seguir estudiando esa computadora de Dédalo —respondí. Me había tomado por sorpresa descubrir que el tipo había elegido morir y le había hecho tremendo regalo—. Luego volverá a casa.
—Ah.
Por supuesto, cuando ella llegó para despedirse, volvió a preguntarle si se iba o se quedaba, esperando que hubiera cambiado de opinión en la última hora.
Y claramente, no fue así. Le dijo lo mismo que le acababa de decir yo.
—Voy a ir a una escuela privada de allí —dijo ella—. Seguramente será horrorosa, pero... —Se encogió de hombros.
—Ya, bueno. Llámame, ¿si?
—Claro —respondió sin mucho entusiasmo—. Mantendré los ojos abiertos por si...
Ya estábamos otra vez. Luke. No podía pronunciar su nombre siquiera sin destapar una caja enorme de dolor, inquietud y rabia.
—Annabeth —dijo Percy—. ¿Cuál era el resto de la profecía?
Ella fijó su mirada en los bosques lejanos, pero no contestó.
—"Rebuscarás en la oscuridad del laberinto sin fin" —recordé—. "El muerto, el traidor y el desaparecido se alzan." Bueno, hicimos que se alzara un montón de muertos. Salvamos a Ethan Nakamura, que resultó ser un traidor. Rescatamos el espíritu de Pan, el desaparecido.
Annabeth meneó la cabeza, como para que me detuviera.
—"Te elevarás o caerás de la mano del rey de los fantasmas" —insistió Percy—. Ese no era Minos, como yo había creído, sino Nico. Al escoger nuestro bando, nos salvó. Y luego, "el último refugio de la criatura de Atenea" se refería a Dédalo.
—Percy...
—"Destruye un héroe con su último aliento." Ahora sí tiene sentido —agregó—. Dédalo murió para destruir el laberinto. Pero ¿cuál era el verso...?
—"Y perderás un amor frente a algo peor que la muerte" —recitó Annabeth con lágrimas en los ojos—. Ése era el último verso, ¿ya están contentos?
El sol parecía haberse enfriado repentinamente.
—Ah —dijo él—. Entonces Luke...
—Percy, yo no sabía de quién hablaba la profecía. N... no sabía si... —Se le quebró la voz sin poder evitarlo—. Luke y yo... Él fue durante años la única persona que se preocupó por mí. Creí...
La miré sintiéndome mal por cómo la traté, Annabeth la había pasado muy mal en el laberinto sin saber si sería Luke o Percy al que perdería.
Antes de que pudiera volver a disculparme, surgió a nuestro lado un repentino destello de luz, como si alguien hubiera abierto una cortina dorada en el aire.
—No tienes nada de qué disculparte, querida.
Sobre la colina había aparecido una mujer muy alta con una túnica blanca y el pelo oscuro trenzado sobre los hombros.
—¡Hera! —exclamó Annabeth.
La diosa sonrió.
—Has hallado las respuestas, como había previsto. Tu búsqueda ha sido un éxito.
—¿Es una jodida broma? —Sabía que esta mujer era una loca de primera, pero en serio siempre se superaba.
—¿Un éxito? —dijo Annabeth—. Luke ya no existe. Dédalo ha muerto. Pan ha muerto. ¿Cómo puede...?
—Nuestra familia está a salvo —insistió Hera—. En cuanto a esos otros, mejor que se hayan ido, querida. Estoy orgullosa de ti.
Cerré los puños con fuerza. No podía creer que estuviese diciendo aquello. Apolo me había dicho que las cenas con ella eran un infierno, su "preciosa familia" era una farsa, ni siquiera ella los toleraba, pero aquí estaba queriendo hacernos creer que eran lo único que le importaba.
—Fue usted quien pagó a Gerión para que nos permitiera cruzar por su rancho, ¿no es cierto? —cuestionó Percy.
Hera se encogió de hombros. En la tela de su vestido temblaban los colores del arco iris.
—Quería facilitarles el camino.
—Pero Nico no le importaba. Le parecía bien que se lo entregaran a los titanes.
—Oh, vamos. —La diosa hizo un ademán despectivo—. El propio hijo de Hades lo ha dicho. Nadie quiere tenerlo cerca. Él no encaja, no resulta adecuado en ninguna parte.
«Ah no, eso sí que no. Con mi sombritas bebé no»
—Hefesto tenía razón —espetó Percy colocando su mano sobre mi brazo para invitar que le dijera algo bien desagradable a la reina de los dioses. Cómo se notaba que me conocía—. Lo único que le importa es su familia "perfecta", no la gente real.
Sus ojos relampaguearon peligrosamente.
—Cuida tus palabras, hijo de Poseidón. Te he orientado en el laberinto más veces de las que crees. Estuve a tu lado cuando te enfrentaste a Gerión. Permití que tu flecha volase recta. Te envié a la isla de Calipso. Te abrí el paso a la montaña del titán... Darlene, tú sabes...
—No es cierto, usted no fue la única que nos ayudó —dije con los puños cerrados—. Y su concepto de familia me resulta bastante inadecuado.
Hera sonrió divertida.
—Veo que estás cayendo en la palabrería de ese inútil. Hazte un favor, Darlene, has caso a mis palabras. No lo dejes seguir avanzando si quieres ser feliz realmente.
Luego se giró hacia mi amiga—. Annabeth, querida, seguro que tú sí eres consciente de lo mucho que los he ayudado. Agradecería un sacrificio por todos mis esfuerzos.
—Su ayuda por más intencionada que haya sido.
Annabeth y yo permanecimos tan inmóvil como una estatua. Ella podría haberle dado las gracias. Podría haber prometido que arrojaría al brasero una parte de la barbacoa en honor a la divinidad y olvidar sin más el asunto. Pero lo que hizo fue apretar los dientes con aire testarudo.
Tenía el mismo aspecto que cuando se había enfrentado a la esfinge: como si no estuviera dispuesta a aceptar una respuesta fácil, aunque ello le provocara graves problemas. Me di cuenta de que ése era uno de los rasgos que más me gustaban de Annabeth.
—Darlene tiene razón —replicó, dándole la espalda—. Es usted la que no resulta adecuada, reina Hera. Así que la próxima vez, gracias... Pero no, gracias.
La mueca de desdén de la diosa era mucho peor que la de una empusa. Su forma empezó a resplandecer.
—Te arrepentirás de este insulto, Annabeth, ambas lo harán —espetó mirandonos a las dos con enojo—. Se arrepentirán de verdad.
Desvié la mirada mientras Hera adoptaba su auténtica forma divina y desaparecía en una llamarada de luz.
La cima de la colina volvió a la tranquilidad. Peleo dormitaba junto al pino, bajo el Vellocino de Oro, como si no hubiera pasado nada.
Las cosas estaban un poquito tensas ahora que Hera se había ido, Percy y Annabeth se miraban incómodamente. Decidí que era hora de la retirada.
—Bueno...creo que me están llamando —dije haciendo un gesto como de escuchar algo a lo lejos—. Sep, esa es Silena llamándome.
—Yo no escucho nada —dijo Percy.
—Tú estás ciego y sordo, no cuentas. —Le di un último abrazo y me aparté—. Buena suerte en la escuela, nos vemos en navidad.
Y salí corriendo, dejando detrás a esos dos con la esperanza de que por fin hablaran lo que ambos sentían.
Lo que pasó en la semana en que Dari y Apolo se escaparon lo contaré en Regalos.
Esta vez solo habrá un extra, que es lo único que me ha quedado por contar, recuerden que después de el extra volvemos al otro libro hasta el próximo verano para la batalla de Manhatan.
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