024.ᴀʙᴏᴜᴛ ʜᴏᴡ ᴅɪᴏɴɪꜱᴏ ᴅɪꜱꜱᴏʟᴠᴇꜱ ᴛʜᴇ ᴄᴏᴜɴᴄɪʟ ᴏꜰ ɢᴏᴀᴛꜱ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴄᴏᴍᴏ ᴅɪᴏɴɪꜱᴏ ᴅɪꜱᴜᴇʟᴠᴇ ᴇʟ ᴄᴏɴꜱᴇᴊᴏ ᴅᴇ ᴄᴀʙʀᴀꜱ
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WILL Y MICHAEL ESTUVIERON REACIOS A DEJARME IR DE LA ENFERMERÍA, pero la verdad es que tras varias raciones de néctar y ambrosía ya estaba lo suficientemente recuperada.
La mayoría seguía sin comprender el cómo había sobrevivido después de tremendo golpe. Sólo sabían que Nico había tenido que ver y nadie se animaba a preguntarle.
Los sátiros y las dríadas se afanaron en reparar los daños causados al bosque.
A mediodía, el Consejo de Sabios Ungulados celebró una sesión de urgencia en su arboleda sagrada. Estaban presentes los tres viejos sátiros y también Quirón, que había adoptado su forma con silla de ruedas.
Se le estaba soldando el hueso de la pata que se había roto y tendría que permanecer unos meses así, hasta que se le curase y pudiera soportar otra vez su peso. La arboleda estaba atestada de sátiros, de dríadas e incluso de náyades que habían salido del agua, todos ellos, ansiosos por oír lo que había sucedido.
Enebro, Percy, Annabeth y yo permanecimos junto a Grover. Y aunque nada de esto era del interés de Nico, él igual vino porque se negaba a perderme de vista.
Como nuevo jefe de cabaña, Michael había tenido que quedarse en la enfermería, por lo que Percy lo relevó en mis cuidados. Me llevó hasta un tronco y me colocó su chaqueta para mantenerme en calor.
Habían dicho que perdí mucha sangre y aún estaba muy débil.
Sileno quería desterrar a Grover inmediatamente, pero Quirón lo persuadió para que al menos oyera los testimonios primero. Así pues, le contamos a todo el mundo lo ocurrido en la cueva de cristal y lo que nos había dicho Pan.
Luego, numerosos testigos presentes en la batalla describieron el extraño sonido que Grover había emitido, provocando la retirada del ejército del titán.
—Era pánico lo que sentían —insistía Enebro—. Grover consiguió convocar el poder del dios salvaje.
—¿Pánico?
—Percy —explicó Quirón—, durante la primera guerra entre los dioses y los titanes, el señor Pan soltó un grito horrible y el ejército enemigo huyó despavorido. Ese es... o era su mayor poder: una oleada de miedo que ayudó a los dioses a alzarse con la victoria. La palabra pánico proviene de Pan, ¿entiendes? Y Grover utilizó ese poder, sacándolo de sí mismo.
—¡Absurdo! —bramó Sileno—. ¡Sacrilegio! Tal vez el dios salvaje nos favoreció con una bendición. ¡O tal vez la música de Grover era tan espantosa que asustó al enemigo!
—No fue así, señor —intervino el acusado. Parecía mucho más calmado de lo que normalmente estaría—. El dios nos transmitió su espíritu. Debemos actuar. Cada uno debe contribuir a renovar la vida salvaje y preservar la que aún queda. Hemos de propagar la noticia. Pan ha muerto. Sólo quedamos nosotros.
—Después de dos mil años de búsqueda, ¿pretende que nos creamos eso? —gritó Sileno—. ¡Nunca! Hemos de continuar buscando. ¡Destierro al traidor!
Algunos de los sátiros más ancianos murmuraron su aprobación.
—¡Votemos! —exigió Sileno—. ¿Quién va a creer, además, a este joven y ridículo sátiro?
—¡Yo! —exclamó una voz conocida.
Todos nos volvimos. Cruzando la arboleda a grandes zancadas, apareció Dioniso.
Llevaba un traje negro muy formal, de modo que casi no lo reconocí, y también una corbata morada, una camisa violeta y su pelo rizado cuidadosamente peinado. Tenía los ojos inyectados en sangre, como de costumbre, y su rollizo rostro parecía algo sofocado, pero daba la impresión de hallarse bajo los efectos del dolor y no de la abstinencia forzada.
Todos los sátiros se levantaron en señal de respeto e inclinaron la cabeza cuando se acercó. Dioniso hizo un gesto con la mano y surgió de la tierra otro asiento junto a Sileno: un trono hecho de ramas de vid.
Tomó asiento y cruzó las piernas. Chasqueó los dedos. Un sátiro se acercó corriendo con una bandeja de queso y galletitas y con una Coca Light.
El dios del vino contempló a la muchedumbre congregada a su alrededor.
—¿Me han echado de menos?
Todos los sátiros se apresuraron a asentir y a hacerle reverencias.
—¡Oh, sí! ¡Mucho, señor!
—¡Pues yo no he echado nada de menos este lugar! Traigo malas noticias, amigos míos. Pésimas noticias. Los dioses menores están cambiando de bando. Morfeo se ha pasado al enemigo. Hécate, Jano y Némesis también. Zeus sabrá cuántos más... —Un trueno resonó a lo lejos.
»¡Peor todavía! —añadió—. Ni siquiera el mismísimo Zeus lo sabe. Bueno, quiero oír la historia de Grover. Otra vez. Desde el principio.
—Pero, ¡mi señor —protestó Sileno—, son sólo sandeces!
Los ojos de Dioniso relampaguearon con un brillo púrpura.
—Acabo de enterarme de que mi hijo Castor casi muere, Sileno. No estoy de humor. Harías bien en seguirme la corriente.
Sileno tragó saliva y le hizo un gesto a Grover para que volviera a empezar.
Cuando concluyó, el señor D asintió.
—Da la impresión de que Pan habría hecho una cosa así. Grover tiene razón: esa búsqueda es agotadora. Debéis empezar a pensar por vuestra propia cuenta. —Se volvió hacia un sátiro—. ¡Tráeme unas uvas peladas, rápido!
—¡Sí, señor! —El sátiro salió corriendo.
—¡Tenemos que desterrar al traidor! —insistió Sileno.
—Y yo digo que no —replicó Dioniso—. Ese es mi voto.
—Yo también voto que no —intervino Quirón.
Sileno apretó los dientes con aire testarudo.
—¿A favor de desterrarlo?
El mismo y los otros dos viejos sátiros alzaron la mano.
—Tres a dos —sentenció Sileno.
—Sí —dijo Dioniso—, pero, por desgracia para ti, el voto de un dios vale por dos. Y como he votado en contra, estamos empatados.
Sileno se puso de pie, indignado.
—¡Esto es un escándalo! ¡El consejo no puede permanecer en semejante callejón sin salida!
—¿Desde cuándo la chusma le hace frente y se iguala con un dios? —pregunté a Percy.
—Tú le tiraste un jarrón a un dios, Dari.
—Sí, bueno...era Apolo. Él no cuenta.
—Entonces, ¡disuelve el consejo! —replicó el señor D—. Me tiene sin cuidado.
Sileno le hizo una envarada reverencia y abandonó la arboleda con sus dos colegas. Unos veinte sátiros los siguieron. Los demás permanecieron en su sitio, murmurando con inquietud.
—No se preocupen —intervino Grover—. No necesitamos a un consejo que nos diga lo que debemos hacer. Eso podemos deducirlo por nuestra cuenta.
Repitió otra vez las palabras de Pan: que debían contribuir a salvar la vida salvaje aunque fuese poco a poco. Luego empezó a dividir a los sátiros en grupos: los que se ocuparían de los parques nacionales, los que debían salir en busca de los últimos rincones salvajes y los que habían de defender los parques de las grandes ciudades.
—Bueno —dijo Annabeth—. Me parece que Grover se nos está haciendo mayor.
El señor D se acercó a nosotros, mirándome como si estuviera estudiando qué clase de bicho era.
—Darla Barren.
—Darlene Bac...
—Sí, sí, como sea —espetó dándole un trago a su coca-cola—. Gracias por salvar a mi hijo.
—Awww, señor D, sabía que le agradaba...
—No me presiones, no suelo agradecer a los héroes. Todos ustedes me caen igual que una patada en el hígado.
»Pero sé lo que hiciste por mi hijo y realmente lo valoro. —Asentí sin saber qué decir. Dioniso lo acababa de explicar, no suele agradecer así que no tenía ni idea de que responder. Suspiró cansado, y luego agregó:
»Creo que eres más de lo que ese tonto merece, pero al menos tendrás todo lo que vales.
Fruncí el ceño mientras él se alejaba. A esta altura ya estaba dándome cuenta que el "amor de mi existencia" debía ser un inmortal porque era puro chismosos olímpicos los que me comentaban algo de él.
Me preguntaba por qué todo el mundo lo conocía menos yo. No era justo.
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—Hola —dije asomando por la puerta de la cabaña siete—. Todos están cenando, eres el único que falta.
Michael me miró unos instantes antes de volver su atención a lo que sostenía en sus manos. Estaba sentado en su litera, observando con tristeza un arco. El arco de Lee.
Respiré profundamente y me acerqué a él, sentándome a su lado, dejando que el silencio que se había instalado entre resultaba agonizante. Lee nos hacía tanta falta, y ahora que no estaba no sabíamos cómo seguir.
Michael levantó la vista hacia mí, sus ojos hinchados y rojos evidenciando su profundo dolor. Podía ver el rastro de lágrimas que había dejado en sus mejillas, una silenciosa expresión de duelo que se entrelazaba con la mirada perdida en el arco que descansaba en sus manos. Aquella arma, antes símbolo de valentía y destreza, ahora era un testigo mudo de la pérdida irreparable que habíamos sufrido.
Extendí mi mano y la posé con suavidad sobre el dorso de la suya, tratando de transmitir mi solidaridad y apoyo en aquel gesto silencioso.
—Esta semana le tocaba a nuestra cabaña hacer las inspecciones de limpieza —dijo en voz baja—. Quería que dejáramos todo en orden, incluso si la pelea se desataba, quería darnos la mayor puntuación en la inspección —agregó señalando la otra litera a un lado de la suya.
La cama de Lee. Estaba hecha, con su ropa todavía en el cajón debajo de la cama. Sus fotos y carteles todavía estaban en la pared sobre su almohada. Sus auriculares y el ipod en la mesita de noche, incluso el último libro que había estado leyendo seguía ahí.
Había un par de arrugas en la cama normalmente ordenada. Probablemente de donde Lee había puesto sus armas mientras se ponía la armadura antes de salir aquel día.
—Se preocupaba mucho —dije.
—Demasiado —agregó Michael sonriendo con tristeza—. Me dijo que le hubiera gustado obligar a toda la cabaña a quedarse en el fondo como médicos, pero la mayoría somos más diestros con el arco.
—Si hubiera podido probablemente los hubiera encerrado en la cabaña con candado —dije bromeando.
—No me hubiera sorprendido.
La habitación estaba impregnada de una pesada nostalgia, y el eco de las risas y charlas animadas provenientes del comedor solo servía para aumentar el contraste con el silencio y la tristeza que nos envolvía a Michael y a mí. El arco de Lee parecía irradiar un aura de melancolía y añoranza, y mi corazón se apretaba al recordar cuánto significaba para ambos.
Acaricié suavemente la mano de Michael, tratando de transmitirle mi apoyo y comprensión en aquel momento de desolación compartida.
—Era un gran hermano mayor —comenté.
Michael asintió, sus ojos llenos de lágrimas encontrándose con los míos.
—Lo extraño tanto —dijo con voz temblorosa—. No puedo evitar pensar en todas las cosas que podríamos haber compartido juntos, en todos los momentos que ya no podremos vivir.
—Lo sé —respondí con voz suave, apretando su mano con un poco más de fuerza—. Me cuesta pensar que ya no estará. No puedo...imaginarlo.
Soltó un suspiro profundo y se pasó la mano por el rostro, como intentando apartar todo el malestar.
—Odio pensar en eso, pero Lee no querría que nos hundiéramos en la tristeza, él siempre nos animaba a seguir adelante y a encontrar la alegría en las pequeñas cosas.
Asentí, dolía, pero era verdad.
—¿Qué harás ahora? —pregunté.
Michael se quedó en silencio por un momento, como si estuviera reflexionando sobre mi pregunta. Sus ojos encontraron de nuevo el arco de Lee, y una mezcla de determinación y pesar se reflejó en su mirada.
—No iré a casa —respondió—. Mis hermanos me necesitan aquí. Mi madre lo entenderá, de todas maneras parece que recibió una oferta de una galería en California.
—Eso es genial, me alegro por ella.
—¿Y tú, qué harás?
Me encogí de hombros.
—Creo que también me quedaré, al menos un par de meses. Aún no tengo una escuela a la que ir —dije apoyándome en su hombro—. Y me quiero asegurar de que no metas la pata en el consejo y termines peleando con Clarisse por quién toma la primera bolsa de nachos.
Una fugaz sonrisa iluminó el rostro de Michael, no me hacía falta decirlo, él lo entendía.
Me quedaba porque sabía que así como los niños lo necesitaban, él me necesitaba.
Ambos nos apoyaríamos para superar la pérdida de Lee. Aún había mucho tiempo para todo lo demás.
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Nos perdimos la cena, pero la verdad, tampoco tenía hambre.
Sabía por Kayla que después de la cena se había planeado un recital en el anfiteatro para levantar el ánimo. Me pareció un gesto muy bonito de parte de la cabaña hacer aquello por los demás, cuando ellos mismos aún se sentían destrozados por la pérdida.
Yo estaba cansadísima, quería irme a la cama así que salí de la cabaña siete directo a la mía cuando divisé dos sombras escabulléndose hacia el bosque. Viendo que nadie más lo notó, decidí seguirlos.
Me preocupaba que fueran espías, o peor, más mestizos desertando.
Pero no fue nada de eso, a medida que me acercaba, me di cuenta de un detalle. Me escondí detrás de un árbol, escuchando bien como chismosa.
Sí, chismosa y a mucha honra. Pero entenderán que esto era muy importante.
Una de esas personas desprendía amargura, confusión, miedo, ¿y eso era...?
—Estaba despidiéndome —explicó con voz ronca.
—Te hemos echado de menos durante la cena. Podrías haberte sentado conmigo.
—No.
—No puedes saltarte las comidas, Nico. Si no quieres quedarte en la cabaña de Hermes, quizá puedan hacer una excepción y alojarte en la Casa Grande. Allí hay muchas habitaciones.
—No voy a quedarme, Percy.
Fruncí el ceño, eran solo Nico y Percy, pero estaba segurísima que uno de ellos...
—Pero no puedes marcharte así como así. Es demasiado peligroso que un mestizo ande solo por ahí. Necesitas entrenarte.
—Yo me entreno con los muertos —replicó en tono tajante—. Este campamento no es para mí. Por algo no pusieron una cabaña de Hades. Él no es bienvenido aquí, como tampoco en el Olimpo. Yo no encajo en este lugar. Debo irme.
—Pero...
—No te preocupes por mí, a veces me quedo en casa de Dari.
—¿Ahí has estado todo estos meses?
Hice una mueca como de un grito sin voz, había olvidado poner al tanto a Percy sobre eso.
Nico dudó un momento.
—No te enojes con ella, le pedí que no le contara a nadie.
Percy guardó silencio unos minutos y al final preguntó—. ¿Cuándo te vas?
—Ahora. Tengo toneladas de cuestiones pendientes. Como, por ejemplo, quién era mi madre. O quién nos pagaba el colegio a Bianca y a mí. O quién era ese abogado que nos sacó del hotel Loto. No sé nada de mi pasado. Tengo que averiguarlo.
—Es lógico. Pero espero que no tengamos que ser enemigos.
—Lamento haberme portado como un mocoso. Debería haberte escuchado cuando pasó lo de Bianca.
Bien, ahora estaba segura que esas emociones confusas venían de Nico, pero...acaso era...
«Amor» pensé boquiabierta.
—Tengo que investigar un montón de cosas —dijo—. Algunas... Bueno, si me entero de algo útil, te lo haré saber.
Me asomé por el borde del árbol, observando cómo se daban la mano para despedirse.
—Mantente en contacto, Nico, o Dari perderá la cabeza por ti.
Dio media vuelta y se alejó lentamente por el bosque. Las sombras parecían doblarse hacia él a medida que avanzaba, como si quisieran llamar su atención.
Una cosa era segura, tenía que tener una larga conversación con Nico sobre sus sentimientos.
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PERCY
—Ahí va un joven muy turbado —dijo una voz a mi lado que casi me da un infarto.
Me volví y me encontré a Dioniso allí mismo, vestido aún con su traje negro.
—Señor D.
—¿Sabías que tenías una espía? —cuestionó señalando un árbol—. Ya sal de ahí, engendro.
Metí la mano en el bolsillo, listo para destapar a Contracorriente si era necesario, pero resultó solo ser Darlene.
Ella nos miró avergonzada.
—Hola, señor D —dijo saludando con la mano—. Lo siento, Percy. Pensé que eran enemigos y los seguí, y después...no quería interrumpir la charla. Se ve que la necesitaban.
—No hay problema, Dari.
La miré con una sonrisa tranquilizadora. A pesar de sus acciones impulsivas, no podía enfadarme con ella.
—Además es chismosa —agregó Dioniso—. No es de sorprender, Afrodita y Ares son iguales.
Darlene hizo un gesto indignado, pero no pude evitar soltar una risa.
—Eso no es...
—Acompáñenme —dijo Dioniso interrumpiéndola.
—¿A dónde? —pregunté, suspicaz.
—A la hoguera del campamento. Estaba empezando a sentirme bien, así que se me ha ocurrido hablar un rato con ustedes. Los dos siempre consiguen ponerme de mal humor.
—Ah, gracias.
Caminamos en silencio por el bosque. Advertí que en realidad Dioniso andaba por el aire: sus lustrosos zapatos negros se deslizaban a un par de centímetros del suelo. Supuse que no quería manchárselos.
—Hemos sufrido muchas traiciones —empezó—. Las cosas no pintan bien para el Olimpo. Pero ustedes y Annabeth han salvado el campamento. No estoy seguro de si debo darles las gracias.
—Ha sido un trabajo en equipo —respondí.
Él se encogió de hombros.
—A pesar de todo. Yo diría que ha sido un trabajo bastante competente el que han llevado a cabo. Y he pensado que debían saber... que no ha sido del todo en vano.
Llegamos al anfiteatro y Dioniso señaló la hoguera. Clarisse estaba pegada a un corpulento chico hispano que parecía contarle un chiste. Era Chris Rodríguez, el mestizo que había perdido la razón en el laberinto.
Me volví hacia Dioniso.
—¿Usted lo ha curado? —pregunté esperanzada.
—La locura es mi especialidad. Ha sido sencillo.
—Pero... ha hecho una buena acción —dijo Percy—. ¿Por qué?
Arqueó una ceja.
—¡Porque soy bueno! Irradio bondad, Perry Johansson. ¿No lo has notado?
—Eh...
—Tal vez me sentía apesadumbrado por la casi muerte de mi hijo. Tal vez pensé que ese tal Chris merecía una segunda oportunidad. En todo caso, parece haber servido para mejorar el humor de Clarisse.
—¿Y por qué nos lo cuenta?
El dios del vino suspiró.
—Que me aspen si lo sé. Pero recuerden, una buena acción puede ser a veces igual de poderosa que una espada. Como mortal, nunca fui un guerrero, un atleta o un poeta muy destacado. Me dedicaba sólo a hacer vino. Los de mi pueblo se reían de mí. Decían que nunca llegaría a nada. Mírenme ahora. A veces las cosas más insignificantes pueden volverse muy grandes.
Nos quedamos un rato allí, contemplando a Clarisse y a Chris cantando estúpidas canciones de campamento y tomándose de las manos en la oscuridad, donde creían que nadie los veía.
Quizá Dioniso tenía razón, no todo había sido en vano.
Queda un solo capítulo más y el extra para terminar, se acerca el final!!!!
MEME TIME
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