019.ᴀʙᴏᴜᴛ ʙᴜʟʟ-ꜱᴇʀᴘᴇɴᴛꜱ ᴏꜰ ᴛʜᴇ ᴅɪᴠɪɴᴇ ᴀᴘᴏᴄᴀʟʏᴘꜱᴇ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴇʟ ᴛᴏʀᴏ-ꜱᴇʀᴘɪᴇɴᴛᴇꜱ ᴅᴇʟ ᴀᴘᴏᴄᴀʟɪᴘꜱɪꜱ ᴅɪᴠɪɴᴏ

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ZOË LLEVÓ A PERCY a una tienda de beneficencia y lo vistió con una andrajosa camisa de franela y unos tejanos tres tallas más grandes, además de unas zapatillas rojas y un enorme gorro multicolor.

—¡Ya lo creo! —dijo Grover, a punto de estallar en carcajadas—. Ahora pasas completamente desapercibido.

Zoë asintió satisfecha.

—Un típico vagabundo.

—Ese estilo te sienta bien, Jackson —bromeó Michael.

—Muchas gracias —refunfuñó—. ¿Para qué tengo que vestirme así?

—Ya te lo he dicho. Para no desentonar.

Nos condujo de nuevo al muelle. Tras un buen rato buscando, Zoë se detuvo en seco. Señaló un embarcadero donde un grupo de vagabundos se apretujaban cubiertos de mantas, aguardando a que abrieran el comedor de beneficencia.

—Tiene que estar allá abajo —dijo Zoë—. Nunca se aleja demasiado del agua. Le gusta tomar el sol durante el día.

—¿Cómo sabré quién es?

—Tú acércate a hurtadillas. Actúa como un vagabundo. Lo reconocerás. Huele de un modo... distinto.

—Estupendo. ¿Y cuando lo encuentre?

—Agárralo. Y no lo sueltes. Él hará todo lo posible para librarse de ti. Haga lo que haga, no lo dejes escapar. Oblígalo a que te hable de ese monstruo.

—Nosotros te cubrimos las espaldas —dijo Thalia mientras le quitaba algo en la espalda de la camisa: un trozo de pelusa. Me pregunté en qué momento se habían comenzado a llevar bien y me lo perdí—. Eh... bueno, pensándolo bien, te las cubriremos a distancia.

Grover alzó los pulgares, deseándome suerte.

—Buena suerte —le dije dándole una sonrisa.

Se caló bien el gorro y caminó dando tumbos, como si estuviese a punto de desmayarse.

—Solo nos queda esperar un rato —dijo Thalia tumbandose en la arena.

Observamos desde lejos como Percy caminaba por entre los vagabundos buscando a Nereo.

Zoë se sentó a mi lado.

—No había podido decírtelo todavía —murmuró—, pero lo siento mucho.

La miré confundida—. ¿Por qué?

—Porque por mi culpa Bianca está muerta —respondió bajando la vista—. No debí insistir en que viniera, ella no se sentía lista.

Apreté los labios en una mueca tensa, por supuesto que pensaba que fue un error. Zoë era una cazadora experimentada y debió haberse dado cuenta que era una mala idea haberla traído para una misión tan importante sin ningún entrenamiento.

Pero ya sabía que Zoë era testaruda, y Bianca había confiado en mí para su seguridad aunque hubiera elegido a las cazadoras en lugar de al campamento. Y mientras siguiera cerca mío, pensaba cumplir aquello, pero fui un completo fracaso.

—Fuera Bianca u otra cazadora, alguien debía morir en ese desierto —dije—, también pudo ser cualquiera de nosotros.

—Eso no hace que sea mejor, Darlene.

—Si te sirve de consuelo, me culpo más a mí misma que a tí.

Ella me miró por el rabillo del ojo.

—Fui demasiado impaciente. Era una mestiza muy poderosa. Tenía un corazón bondadoso también. Pensé que podría llegar a ser lugarteniente de las cazadoras.

—Pero ese puesto lo ocupas tú.

Ella se encogió de hombros.

—No hay nada que dure siempre. Durante dos mil años he dirigido la Cacería. Pero mi sabiduría no ha aumentado. Ahora, Artemisa en persona corre peligro.

—Pero vamos a encontrarla y la liberaremos —sentencié.

—Suenas muy optimista —comentó.

—Hice promesas, no pienso romperlas —respondí frunciendo el ceño—, y no dejaré que la muerte de Bianca sea en vano. Haré lo que haga falta para ganar esta guerra.

Zoë me observó fijamente unos segundos.

—He de admitir que no eres como pensaba, Darlene Backer.

—¿A qué te refieres?

—Pensaba que serías como las hijas de Afrodita, solo que peor —dijo—. Ya sabes, obsesionada con el amor a un nivel más extremo, manipuladora, vanidosa, superficial, caprichosa, egocéntrica, insensible...

—Wow, gracias —ironicé—. Nunca me habían hecho tan bellos cumplidos.

Zoë tuvo la decencia de al menos parecer avergonzada.

—Pero ahora sé que no eres así, bueno un poco —bromeó—, pero eres una gran guerrera, Darlene, valiente, sincera y de confianza. Hubieras sido una excelente cazadora.

Sonreí con tristeza.

—No lo hubiera sido.

—Claro que sí, tienes todas las cualidades...

—Excepto que no hubiera podido renunciar al amor —interrumpí—. En eso sí que soy igual a las hijas de Afrodita, sino más.

—Porque estás enamorada de Percy —sentenció. Asentí, y ella hizo una mueca como si no se animara a decir algo—. ¿Si sabes que...?

—¿Que Percy está enamorado de Annabeth aunque no se haya dado cuenta aún? —Zoë asintió confundida. Comenzaba a cansarme que todo el mundo me lo recordara—. Lo sé.

—¿Entonces por qué...?

—Uno no elige de quién enamorarse, solo sucede —respondí encogiéndome de hombros.

—Pero sí eliges quedarte en el dolor.

—No voy a sacarlo de mi vida solo porque no siente lo mismo que yo —espeté—, cuando me volví su amiga lo hice realmente queriendo ser su amiga y si en el medio ocurría algo entre nosotros, pues bien por mí. Pero apartarlo porque no me quiere solo me convertiría en una idiota.

—No lo entiendo, ¿por qué eliges quedarte al lado de alguien que te hace daño, cuando tienes opciones? —Preguntó confundida—. ¡Tienes la opción de no exponerte nunca más a ese dolor y llevar una vida tranquila y libre al lado de Artemisa!

—El amor es una parte de mi ser, Zoë; soy consciente del dolor que es capaz de provocar, pero que una persona me haya lastimado, incluso si nunca fue su intención, no significa que todas lo harán.

»Nunca podría renunciar a la posibilidad de volverme a enamorar solo porque me rompieron el corazón una vez.

Zoë me puso una mano en el hombro y me dio una mirada de pena.

—¿Fue sobre eso que hablaste con Afrodita, verdad? —Asentí, aún esa conversación me hacía sentir como si me hubieran arrancado el corazón—. No te preguntaré lo que te dijo, imagino que es algo que no te gustó, pero espero que sepas que ni el amor más hermoso vale la suficiente pena si solo te provoca dolor, Darlene. 

»No tienes porque seguir lo dictado por las moiras ni mucho menos los caprichos de Afrodita, busca siempre tu propia felicidad y al diablo todo lo demás.

Aparté la mirada, no quería hablar de lo que me había dicho Afrodita.

—Tienes que entender, Darlene —dijo con seriedad—. que el amor tiene un inmenso poder sobrecogedor, capaz de salvar hasta a las almas más llenas de odio, pero también es una fuerza capaz de destruirte.

»Y tú, particularmente, tienes un destino en cada mano y dependerá de tu elección final a quién le arrancarás el corazón: tu alma gemela o el amor de tu existencia.

No importaba lo que dijera la diosa, yo no quería ser la causante del dolor de alguien más y mucho menos si era alguien que podría tener una parte de mi corazón.

—¡Lo atrapó! —gritó Thalia a unos pasos de nosotros.

Y era verdad. Percy se estaba revolcando por el embarcadero con un vagabundo que llevaba un pijama y un mullido albornoz.

Era bastante divertido de ver.

Mientras se tambaleaban hacia el borde del embarcadero, Percy gritó—: ¡No! ¡Al agua no!

Su plan funcionó. Gritando victorioso, Nereo saltó sin pensarlo y se hundieron en la bahía de San Francisco.

—Jackson es un cabrón inteligente —murmuró Michael con una sonrisa algo siniestra.

Los demás asentimos divertidos. Nereo había tomado la peor decisión sin saber el origen divino de su oponente.

Corrimos hacia el muelle, tratando de seguir el rastro de los dos. Nereo volvió a salir y vimos a Percy aferrado a una ballena asesina.

—Wow —decían asombrados los turistas.

Percy levantó la mano para saludarlos, como diciendo: «Sí, esto lo practicamos todos los días en San Francisco como gimnasia matinal.»

Volvieron a hundirse y nosotros corrimos hacia una zona apartada en un embarcadero de botes de pesca. Por encima de nosotros se extendía uno de esos muelles turísticos plagados de tiendas.

Nereo jadeaba, exhausto. Percy estaba de pie a su lado, haciéndose el que también estaba agotado tras tremendo combate. Todos sabíamos que estaba fingiendo.

En cuanto nos acercamos, casi vomito.

Me tapé la nariz y contuve las arcadas al oler el tufo marino que Nereo desprendía. Una mezcla de algas recalentadas, peces muertos, salmuera.

Los demás también hacían muecas asquedas.

—¡Lo tienes! —dijo Zoë.

—No hace falta que lo digas tan asombrada —replicó Percy.

Nereo soltó un gemido.

—Ah, magnífico. ¡Una audiencia completa para presenciar mi humillación! ¿El trato de siempre, supongo? O sea, me dejas ir si respondo a tu pregunta.

—Tengo más de una —dijo Percy.

—Sólo una pregunta por captura. ¡Son las reglas!

Él nos miró con duda.

Claramente aquello no le gustaba nada.

Percy me miró a los ojos y podía ver muy bien qué pasaba por su mente.

Quería encontrar a Artemisa, averiguar lo de la criatura esa que iba a provocar un apocalipsis; pero también quería encontrar a Annabeth y rescatarla.

Supongo que al final tomó la decisión correcta. Suspiró.

—Muy bien, Nereo. Dime dónde puedo encontrar a ese monstruo terrible que podría provocar el fin de los dioses. El que Artemisa estaba persiguiendo.

El viejo caballero del mar sonrió, enseñando sus dientes verdes y enmohecidos.

—Ah, muy fácil —dijo en tono malvado—. Está aquí mismo. —Y señaló el agua a nuestros pies.

—¿Dónde? —pregunté.

—¡Yo ya he cumplido el trato! —repuso, regodeándose. Y con un chasquido, se convirtió en un pez de colores y saltó al agua.

—¡Me has engañado! —gritó Percy.

Thalia abrió unos ojos como platos.

—¿Qué es eso? —cuestionó Thalia mirando con asombro el agua. Los demás miramos hacia allí y nos quedamos impactados.

En el agua había una vaca-serpiente nadando junto al embarcadero y mufando. Se acercó a Percy y le dio un golpecito con el hocico y me miró con sus tristes ojos castaños.

—Bessie —dijo—. Ahora no.

—¿Le pusiste Bessie? —pregunté horrorizada—. Percy para poner nombres eres un asco.

La criatura seguía mufando. Grover sofocó un grito.

—Dice que ni se llama Bessie ni es una hembra.

—¿Puedes entenderla, digo... entenderlo?

Grover asintió.

—Es una forma muy arcaica de lenguaje animal. Pero dice que es un taurofidio.

—¿Tau... qué?

—Significa toro-serpiente en griego —respondí asombrada.

—Pero ¿qué está haciendo aquí? —cuestionó Thalia.

—Dice que Percy es su protector —explicó Grover—. Y que está huyendo de los malos. Dice que están muy cerca.

Me pregunté cómo se las arreglaba para sacar todo aquello de un simple «muuuu».

—Espera —dijo Zoë mirándolo—. ¿Tú conoces a esta vaca?

Percy nos contó la historia de cómo lo conoció.

Thalia sacudió la cabeza, incrédula.

—¿Y habías olvidado contárnoslo?

—Bueno... sí.

—¡Seré idiota! —dijo Zoë de pronto—. ¡Yo conozco esta historia!

—¿Qué historia? —preguntó Lee.

—La guerra de los titanes. Mi padre me la contó hace miles de años. Esta es la bestia que estamos buscando.

Solté un jadeo. Ahora que Zoë lo decía, también me conocía esa historia.

—¿Bessie? —dijo Percy mirando al taurofidio—. Pero si es... una ternura. ¿Cómo podría querer destruir el mundo?

—En eso estribaba nuestro error —prosiguió Zoë—. Habíamos previsto un monstruo enorme y mortífero, pero el taurofidio no acabará con los dioses de ese modo. Él debe ser sacrificado.

—Creo que esa palabra con «s» no le gusta —dijo Grover.

Percy le dio a Bessie unas palmaditas en la cabeza para calmarlo.

—¿Cómo se atrevería alguien a hacerle daño? —preguntó—. Es inofensivo.

—Ya, pero matar a un inocente encierra un poder. Un terrible poder —dijo Zoë asintiendo.

—Hace eones, cuando nació esta criatura, las Moiras hicieron una profecía —dije—. Aquel que matara al taurofidio y sacrificara sus entrañas, dijeron, tendría el poder de destruir a los dioses.

Zoë asintió a mis palabras.

—Eh... creo que tampoco deberíamos hablar de «entrañas» —nos advirtió Grover.

Thalia contempló asombrada al toro-serpiente.

—El poder de destruir a los dioses... ¿cómo? Es decir, ¿qué pasaría?

—Nadie lo sabe —respondió Zoë—. La primera vez, durante la guerra de los titanes, un gigante que se había aliado con ellos mató al taurofidio, pero tu padre, Zeus, envió un águila para que les arrebatara sus entrañas antes de que pudieran arrojarlas al fuego. Lo logró por muy poco.

—Y ahora, tres mil años después, el taurofidio ha vuelto a nacer —agregué mirando a la criatura con pena.

Thalia se acuclilló y alargó una mano. Bessie acudió a su lado. Cuando ella le puso la mano en la cabeza, se estremeció.

Me inquietaba la expresión de Thalia. Casi parecía...hambrienta.

—Tenemos que protegerlo —dijo Percy—. Si Luke le pone las manos encima...

—Luke no dudará —musitó ella—. El poder de derrocar al Olimpo. Es una maravilla.

—Sí, querida. Así es —dijo una voz masculina con acento francés—. Y ese poder lo vas a desencadenar tú.

El taurofidio soltó una especie de lamento y se sumergió.

Alcé la vista. Estábamos tan absortos que habíamos dejado que nos tendieran una emboscada.

A nuestra espalda, con sus ojos bicolores reluciendo de maldad, estaba el doctor Espino. La mantícora en persona.

Y ahora...más MEMES!


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