018.ᴀʙᴏᴜᴛ ʜᴏᴡ ꜱᴏᴍᴇ ꜰʟʏɪɴɢ ꜱᴛᴀᴛᴜᴇꜱ ꜱᴀᴠᴇ ᴜꜱ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴄᴏᴍᴏ ɴᴏꜱ ꜱᴀʟᴠᴀɴ ᴜɴᴀꜱ ᴇꜱᴛᴀᴛᴜᴀꜱ ᴠᴏʟᴀᴅᴏʀᴀꜱ
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ME QUITÉ LA SANGRE DE LA CARA y traté de respirar pese al dolor que tenía en las costillas.
Sabía que sería una pelea difícil. Nunca me había enfrentado a una hija de Nike, pero era claro que la hija de la diosa de la victoria era una contrincante de temer. Podía entender por qué Cronos la había reclutado.
Observé frente a mi la ventana rota que daba directo a la represa y dejé caer la escopeta que había logrado quitarle a uno de los monstruos.
Consejo para ustedes: si van a meterse en una pelea de espadas uno contra tres, al menos asegúrense que todos tengan espadas o de preferencia nada, porque como lleguen a sacarles una escopeta como me pasó a mí, bueno...
No fue bonito. Y la verdad ni yo entiendo del todo qué pasó.
Estaba tan cegada por querer deshacerme de ellos para proteger a los demás, por querer matar a Alessandra que no logro recordar mucho de lo que hice. Fue como si una ira asesina me hubiera dominado, la rabia y el deseo de venganza por todo lo que ellos habían hecho corrían por mis venas como lava hirviendo.
Por un segundo, olvidé por completo todo en lo que creía.
No estaba orgullosa de haberme dejado llevar así. Era precisamente lo que quería evitar, pero saber que ella pretendía matar a mis amigos despertó un odio que no pensé ser capaz de sentir jamás.
Y ahora que la pelea terminó, solo soy consciente de pequeños fragmentos que destellan en mi mente:
Alessandra se defendió muy bien. Casi me apuñala una veintena de veces y tuve que darle una patada que la tiró por las escaleras para poder deshacerme de ella.
Los dos monstruos bueno...uno lo empujé contra un generador eléctrico y ahora era brocheta rostizada. Y pues al último que me sacó una escopeta y casi me voló los sesos, ahora está nadando en el fondo de la presa con un agujero en el estómago porque le regresé el disparo cuando me pude apoderar de su arma.
Y no es que yo saliera del todo bien parada. Seguro que tenía varias costillas rotas, moretones y hasta una cortada en la pierna derecha que me estaba sangrando bastante.
«Reacciona, Darlene» dijo la voz que había escuchado antes. «Necesitas ayuda urgente».
Me corté un poco de tela de mi chaqueta y me hice un torniquete para detener la sangre.
Necesitaba volver con los demás urgente. Lee, siendo el médico del grupo, cargaba con ambrosía.
Rogué que los demás estuvieran bien. Tal vez los habían capturado mientras yo estaba combatiendo con Alessandra. O tal vez no, y seguían comiendo en aquel condenado bar, ajenos a lo que sucedía.
No me había olvidado de los guerreros-esqueleto. Y no tenía tiempo que perder.
Corrí hacia la salida y luego, una vez en el exterior, hacia el bar donde había quedado que me vería con los demás. Los encontré saliendo a tropicón del lugar en medio de un montón de chillidos y comida voladora.
—¿Y ahora qué? —preguntaba Grover.
—¡Chicos! —grité acercándome a ellos.
—¡¿Dónde mierda estabas?! —me gritó Michael, luego me miró preocupado por mi apariencia—. ¿Y qué diablos te pasó?
—Los guerrero-esqueletos no eran los únicos que vinieron, me encontré a Alessandra y dos monstruos más.
—¿Quién es Alessandra? —preguntó Zoë.
—La mano derecha de Luke —dijo Percy.
—La novia de Luke —respondí al mismo tiempo.
Todos me miraron entre confundidos.
—¿Luke tiene novia? —cuestionó Thalia.
—Novia, mano derecha, da igual —solté—, la cuestión es que esa loca se trajo monstruos con escopetas.
—¿Y dónde están? —preguntó Lee sacando una flecha de su carcaj.
—Ah...uno en el fondo de la presa, el otro está electrocutado y Alessandra seguro que está comiendo néctar y ambrosía porque tiene un brazo roto y probablemente una contusión cerebral por la caída que se pegó.
De nuevo, me miraron como si les hubiera contado que de golpe me salieron alas y me puse a volar cantando villancicos.
—Ok... —dijo Thalia recuperando la compostura y señalando algo a lo lejos—. Tenemos que salir de aquí, ahora.
Los guerreros apostados en la carretera se acercaban por ambos lados. Corrimos hacia la plaza de las estatuas de bronce y nos dimos cuenta demasiado tarde de que nos tenían acorralados contra la roca.
Los esqueletos avanzaban formando una media luna. Sus compañeros venían desde el bar. Uno de ellos todavía se estaba colocando la calavera sobre los hombros. Otro venía cubierto de ketchup y mostaza. Y había dos más con burritos incrustados entre las costillas. Muy contentos no parecían. Sacaron sus porras y avanzaron.
—Siete contra once —masculló Zoë—. Y ellos no mueren.
—Ha sido fantástico compartir esta aventura con ustedes —dijo Grover con voz temblorosa.
—Wow. Tienen los dedos relucientes —dijo Percy de golpe tras mirar los pies de la estatua que estaba detrás nuestro.
—¡Percy! —lo reprendió Thalia—. Déjate de tonterías.
Contemplé a los dos gigantes de bronce, cada uno con dos alas grandiosas y tan afiladas como un abrecartas. La exposición a la intemperie los había vuelto de color marrón, salvo los dedos de los pies, que relucían como monedas recién acuñadas gracias a la costumbre de la gente de frotarlos para que les dieran suerte.
—Thalia —dijo Percy—. Rézale a tu padre.
Ella le lanzó una mirada furiosa.
—Nunca responde.
—¡Hazlo, maldita sea! —grité adolorida, el pecho me dolía como mil demonios—. Pídele ayuda y que sea lo que Don Rayitos quiera.
—Creo que estas estatuas pueden darnos suerte —agregó Percy.
Seis esqueletos nos encañonaron. Los otros cinco se acercaban con sus porras. Quince metros. Diez.
—¡Hazlo! —gritamos todos al mismo tiempo.
—¡No! —insistió Thalia—. No me va a responder.
—Esta vez es distinto —insistió Percy.
—¿Quién lo dice?
—Atenea, creo —respondió.
Ella lo miró como si me hubiese vuelto loco.
—Prueba —suplicó Grover.
—Ganamos más probando que dejando que nos maten esas cosas —dijo Lee.
Thalia cerró los ojos y empezó a mover los labios en una plegaria silenciosa.
Yo recé a Eros, y no le digan a nadie, pero también a Apolo.
Primero, porque estaba segurísima que era su voz la que había escuchado ya dos veces en mi cabeza. Y segundo, precisamente, porque él estaba demasiado interesado en que tuviéramos éxito para salvar a su hermana y dos de sus hijos estaban aquí en peligro; así que, que sirviera para algo más que solo darme ánimo.
Recé, pero nada sucedió.
Los esqueletos estrecharon el cerco. Blandí mi espada para defenderme. Thalia alzó su escudo. Zoë apartó a Grover de un empujón y apuntó, al igual que Lee y Michael, con su arco a la cabeza de un esqueleto.
En ese momento, una sombra se cernió sobre nosotros. Creí que sería la sombra de la muerte, pero era un ala enorme. Los esqueletos levantaron la vista demasiado tarde. Hubo un destello de bronce y los cinco que se aproximaban con sus porras fueron barridos de un solo golpe.
Los otros abrieron fuego. Sentí que alguien me abrazó, como si me estuviera cubriendo con su cuerpo.
Entonces, los ángeles de bronce se adelantaron y desplegaron sus alas. Las balas resonaron en la superficie como la lluvia enfurecida en un tejado de chapa.
Luego los dos ángeles se lanzaron sobre los esqueletos, que salieron despedidos hasta el otro lado de la carretera.
—¡Hombre, qué agradable resulta caminar! —dijo el primer ángel. Su voz sonaba metálica y oxidada, como si no hubiese echado un trago desde que lo habían esculpido.
—¿Has visto cómo tengo los pies? —dijo el otro—. Sagrado Zeus, ¿en qué estarían pensando todos esos turistas?
Aquellos dos ángeles me dejaron pasmada, pero todavía me preocupaban los esqueletos. Unos cuantos habían logrado reunir sus piezas y ya se incorporaban de nuevo, buscando a tientas sus armas con dedos esqueléticos.
—¡Peligro! —exclamé.
—¡Saquennos de aquí! —chilló Thalia.
Los dos ángeles bajaron la vista hacia ella.
—¿La mocosa de Zeus?
—¡Sí!
—¿Cómo se piden las cosas, señorita hija de Zeus? —dijo uno de ellos.
—¡Por favor! —gritamos los siete desesperados.
Los ángeles se miraron y se encogieron de hombros.
—Podríamos aprovechar para estirar los músculos.
Y antes de que pudiéramos darnos cuenta, uno de ellos nos había agarrado a Thalia y a Percy, y cada uno agarró a Zoë y Grover; el otro sujetó a Lee y Michael, y solo entonces me di cuenta que este último era quién me había cubierto con su cuerpo cuando los guerrero-esqueletos nos dispararon.
Nos elevamos ya sobre la presa y el río mientras entre las montañas reverberaba un eco de disparos. Los guerreros se fueron encogiendo allá abajo hasta convertirse en manchas minúsculas.
—Avísenme cuando esto haya terminado —gritó Thalia, apretando los párpados.
La estatua nos sujetaba con fuerza; no podíamos caer, pero aun así ella se aferraba a su brazo de bronce como si le fuera la vida en ello.
Miré hacia abajo. A nuestros pies desfilaba a toda velocidad una cadena de montañas nevadas. Estiré una pierna y le di una patada a la nieve de un pico.
—¡Estamos en las Sierras! —gritó Zoë—. Yo he cazado por aquí. A esta velocidad, llegaremos a San Francisco en unas horas.
—¡Ah, qué ciudad! —suspiró nuestro ángel—. Oye, Chuck, ¿por qué no vamos a ver a esos tipos del Monumento a la Mecánica, ese grupo escultórico de bronce que hay en el centro de la ciudad? ¡Ésos sí que saben divertirse!
—¡Ya lo creo, amigo! —respondió el otro—. ¡Decidido!
La verdad no estaba prestando atención a lo que decían, porque me dolía demasiado el pecho y me costaba respirar. Veía algo borroso todo y estaba comenzando a sudar demasiado.
—¿Darlene?
La voz de Michael se sentía como estar bajo el agua.
No sé en qué momento me desmayé, y que suerte que él me estuviera sujetando porque sino iba a terminar como huevo estrellado.
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Otra vez estaba en el cuerpo de Casandra.
Estaba sentada en el balcón de sus aposentos, mirando hacia las calles de una enorme ciudad amurallada.
«Es Troya» pensé admirando lo bello que era todo.
En lo alto de una meseta se alzaba la imponente ciudadela, centro administrativo y religioso de los antiguos troyanos, protegida por una gran muralla de piedra hecha por los mismos Poseidón y Apolo convertidos en humanos, como castigo de Zeus por intentar destronarlo.
Hacía la zona sur se extendía la ciudad baja, resguardada por un largo foso que rodeaba a toda la ciudad. La muralla poseía cinco puertas monumentales, bien defendidas por torres de vigilancia.
Las calles en la zona baja estaban pavimentadas y tenían canales de drenaje, los techos de las casas eran planos. La ciudadela, en cambio, era un gran complejo con construcciones altas, con una serie de edificios y estancias dispuestas en torno al edificio principal: el palacio real.
Rodeada por otra enorme muralla, era el centro de la vida noble de Troya. Eran edificios grandes y suntuosos, pero de decoración austera.
Observé fascinada todo a mi alrededor.
Desde lo alto del enorme balcón del palacio incluso podía ver a lo lejos las costas del mar Egeo.
Entonces, la visión cambió.
Era de noche, pero no se podían ver las estrellas. El cielo era rojo y cubierto de humo.
La ciudad entera se incendiaba, los gritos desgarradores de la gente que corría aterrada, presa de la masacre que los griegos estaban cometiendo. Sentía mi cuerpo temblar por el miedo, la angustia.
Y tan repentina como llegó, volví a ver la ciudad intacta.
—¿Qué...? —murmuré. Los ojos se me llenaron de lágrimas—. ¡¿Qué...es este futuro?! —grité poniéndome de pie, pero mis piernas no parecían tener la fuerza para sostenerme. Caí de rodillas, temblando y llorando desesperadamente.
Me faltaba el aire, no podía respirar.
Intenté ponerme de pie nuevamente apoyándome de un sillón que había en la terraza. Estiré las manos buscando ayuda, pero era cada vez más difícil...más.
La visión volvió a esa noche.
Las puertas del palacio siendo derribadas, los gritos de sus habitantes, la sangre manchando sus paredes y Thanatos recorriendo sus corredores llevándose consigo las almas inocentes que la guerra seguía cobrando.
Hombres entrando en mis aposentos, sujetándome con violencia. Me tomaban del cabello y me sacaban a rastras del palacio, ignorando mis súplicas y gritos. Arrojándome sin piedad al suelo, rodeadas por otras pocas mujeres. Todas doncellas jovenes y hermosas igual que yo.
Los cuerpos de mi familia, mutilados.
Me desplomé contra el mármol, temblando y convulsionando, sin poder tener el control de mi cuerpo.
Era un día soleado.
Era una noche en llamas.
Las voces de una ciudad empezando su día.
Los gritos de una ciudad yendo a su destrucción.
Las imágenes seguían cambiando una a una como si destellos de luz brillaran frente a mis ojos. Estaba mareada, confundida, aterrada.
Sollocé angustiada, suplicando por ayuda mientras me ahogaba en mi propio llanto.
—¡Princesa! —gritaron a lo lejos pero eran voces que no lograba identificar, era como estar sumergida bajo el agua.
Abrí los ojos, sobresaltada por el grito desgarrador que resonó en el aire.
Tardé dos segundos en darme cuenta que era yo quién gritaba, presa del pánico.
Alguien me sacudía con desesperación, y los recuerdos de esos hombres tomándome con violencia me inundaron.
Grité hasta sentir que mi garganta cedía, traté de empujar lejos de mí a aquella persona, pataleé y golpeé. Me dolía todo el cuerpo y solo quería poder acurrucarme y llorar por la sangre que había visto ser derramada.
—¡Darlene, para! —me dijo angustiado—. ¡Para, para, soy yo, soy Percy!
«Percy»
Dejé de pelear, pero mi cuerpo seguía temblando. Tenía el rostro bañado en lágrimas, mocos, sudor y saliva. El cabello se me pegaba a la piel y me dolía demasiado el pecho, aunque ya no estaba el dolor desgarrador de hace unas horas.
Miré a Percy que me sujetaba con fuerza, sus ojos estaban ligeramente rojos y me daba una mirada llena de preocupación y miedo.
—¿Qué...? —murmuré sin entender nada.
Observé a mi alrededor, desorientada. No sabía dónde estábamos exactamente, era un parque, me habían colocado sobre una banca de cemento y podía oír el ruido de las olas cerca. El cielo aún estaba ligeramente oscuro, comenzando a clarear con la aurora.
—¡Gracias a los dioses! —exclamó abrazándome y besándome la frente—. ¡Me has dado tremendo susto!
Se apartó un poco de mí para que pudiera sentarme.
—¿Dónde...?
—¡Quítate del medio, Jackson! —espetó Michael empujando a Percy y tirándolo al suelo, mientras me sujetaba de los hombros—. ¡A ver si a la próxima me avisas con tiempo que estás muriendo, Backer; y no cuando te desmayas de golpe mientras sobrevolamos una sierra nevada a más de tres mil metros de altura!
—¡No seas bruto! —lo reprendió Lee dándole un golpe en la cabeza a su hermano. Luego me miró con preocupación—. ¿Estás bien? ¿Te duele algo?
—Un poco el pecho —respondí con la voz ronca.
—Parece que te has quedado afónica —murmuró frunciendo el ceño.
En ese momento, Percy le devolvió el empujón a Michael tirándolo de la banca y sentándose él ahí.
—Creo que tuviste un ataque de pánico —dijo—, ¿estábas teniendo una pesadilla o algo así?
Las imágenes de mi sueño me invadieron. Si eso era lo que Casandra había visto podía entender por qué estaba tan desesperada por hacer que los troyanos la escucharan.
Si ellos hubieran creído en sus palabras, entonces quizá el resultado de aquella guerra hubiera sido tan diferente.
Pero había sido una lucha en vano, porque Apolo le había quitado algo más valioso que el don de la profecía que le había regalado: el don de la persuasión.
Sin la capacidad de convencer a otros, el poder ver visiones del futuro era nulo. Nadie te creería.
Y eso fue lo que le pasó a Casandra. La tomaron por loca aún cuando todas las pruebas estaban a la vista.
Pero si ella hubiera podido convencer a todos, las vidas que habría salvado...
—¿Darlene?
Miré a los chicos, aún sintiéndome algo desorientada. Los tres me miraban con precaución.
—¿Qué...?
—Realmente apreciaría que me digas si te duele algo —dijo Lee entrandome una cantimplora con néctar—. Tenías una costilla rota y la herida en la pierna estaba bastante fea, habías perdido bastante sangre.
—Estoy bien, fue en la pelea con Alessandra —Le di un trago y el sabor a fresas me invadió la boca—. ¿Y los demás?
—Está amaneciendo y fueron a ver si conseguían algo de comer —respondió Percy.
—Ten —dijo Michael rompiendo un pedazo de su chaqueta y extendiéndomela—. Límpiate la cara, estás hecha un desastre.
Obedecí sin quejarme.
Cuando Thalia, Grover y Zoë volvieron, me pusieron al tanto de dónde nos habían dejado las estatuas.
Habíamos llegado a la costa Oeste.
Artemisa tenía que estar allí, en algún sitio. También Annabeth esperaba. Pero no sabía cómo íbamos a encontrarlas y al día siguiente era el solsticio de invierno.
Tampoco tenía la menor idea sobre el monstruo que Artemisa había estado persiguiendo. Se suponía que él saldría a nuestro encuentro durante la búsqueda, que él nos «mostraría la senda», según el Oráculo.
Pero no había sido así. Y ahora estábamos allí atascados, en el muelle de los transbordadores, con escaso dinero, sin amigos y sin suerte.
Tras un breve cambio de opiniones, llegamos a la conclusión de que había que averiguar quién era aquel monstruo misterioso.
—¿Y cómo vamos a averiguarlo? —pregunté.
—Nereo —respondió Grover.
Lo miré.
—¿Cómo?
—¿No es lo que te dijo Apolo, Percy? —preguntó Grover—. ¿Que encontraras a Nereo?
Lo miré confundida. ¿Cuándo había hablado con Apolo?
Él asintió.
—El viejo caballero del mar —dijo—. Por lo visto, tengo que encontrarlo y obligarlo a que nos diga lo que sabe. Pero ¿cómo lo encuentro?
Zoë hizo una mueca.
—¿El viejo Nereo?
—¿Lo conoces? —preguntó Thalia.
—Mi madre era una diosa del mar. Sí, lo conozco. Por desgracia, nunca es demasiado difícil de encontrar. Simplemente, has de seguir el olor.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Lee.
—Vamos —dijo ella sin ningún entusiasmo—. Se los mostraré.
Sé que probablemente esperaban una pelea épica, pero el tema es que Dari no tiene muchos recuerdos de lo que realmente hizo, actuó completamente cegada por la ira y es como si tuviera ese momento en blanco salvo por algunos flashback de a ratos. Esto es principalmente porque actuó en contra de lo que ella cree. Actuó con verdadera intención de matar motivada por el enojo, la culpa, el dolor y el deseo de venganza.
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