017.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴀᴘʜʀᴏᴅɪᴛᴇ ᴀʀᴇᴀ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴀꜰʀᴏᴅɪᴛᴀ ᴀʀᴇᴀ

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Unas horas antes...

LA GENTE TIENE UNA PÉSIMA CREENCIA SOBRE AFRODITA, PRINCIPALMENTE PORQUE NO SABEN DE AFRODITA AREA.

Afrodita, la belicosa, la llamaban en Esparta. Solía llevar una armadura similar a la de Ares, y se alejaba totalmente de la imagen de belleza, deseo y fertilidad que todo el mundo pensaba de ella. En la Ilíada la retrataron como una incomptenten a la que un mortal hirió en la muñeca guiado por Atenea. El siempre clásico "inteligencia antes que belleza".

Pero Afrodita es más que solo belleza. Y los espartanos lo descubrieron a la fuerza. Tiene sentido que Esparta fuera la única ciudad de toda la Grecia antigua que no vieran a las mujeres únicamente como vientres andantes, después de todo, una vez que el ejército espartano se alejaba de la ciudad atacando Mesenia, parte del ejército de Mesenia lanzó un contraataque contra Esparta que fue frustrado por las mujeres espartanas que se armaron y defendieron la ciudad.

El ejército espartano, al darse cuenta de que su ciudad estaba sitiada, regresó y asumió que las mujeres eran el ejército enemigo hasta que se despojaron de sus armaduras para revelar que eran sus propias mujeres y que ellas habían ganado.

Desde entonces se las respetaba. Eran más que mujeres hermosas y fértiles. Desde entonces Afrodita también era una guerrera feroz.

Y sus hijos también podían serlo cuando se lo proponían.

El túnel de Queens era más oscuro de lo que esperaba, apenas se podía ver algo gracias a las luminarias. Mis compañeras dejaron caer los enormes bolsos que habíamos traído y comenzaron a sacar las armas.

La cabaña de Afrodita sabe usar espadas si es necesario, pero nos hemos entrenado más en armas de largo alcance porque reduce las manchas de sangre y ropa rota.

De las bolsas sacamos ballestas, arcos y flechas, fusiles de asalto, escopetas y una ametralladora. Gracias a la idea del papá de Annabeth de fundir el bronce celestial ahora teníamos una buena cantidad de balas. Además, instalamos la resortera y preparamos el fuego griego para arrojar y los frascos de perfume Givenchy.

—Ya está todo listo —dijo Silena a mi lado.

Asentí. Guardé mi espejo, había intentado nuevamente comunicarme con Alessandra. Y nada. ¿Dónde diablos estaba?

El resto de mi cabaña se pararon frente a nosotras, esperando.

—Durante años, la cabaña de Afrodita ha sido el chiste del campamento, nos han tratado de muñequitas sin talento más que ser bonitas —grité mirándolos a todos—. ¡Pero hoy, eso se acabó! Les mostraremos a todos de qué está hecha la sangre de Afrodita, hoy nosotros dejaremos en alto a nuestra diosa. Demostraremos que el amor y la belleza también puede ser feroz, un incendio que arrasa todo y que no cualquiera sobrevive a su verdadero poder.

Mis compañeros me miraron con ansias de demostrar lo que valían. Silena asintió, orgullosa, con una ballesta en la mano. Nunca la había visto más belicosa que en ese momento, y no era la única.

—¡Hoy defenderemos Manhattan con nuestras vidas!

Un rugido de aprobación resonó en el túnel, y por un momento, sentí que éramos imparables.

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—¡No se detengan!

Hasta ahora habíamos evitado que cualquier monstruo pasara el límite del túnel, apenas aparecían por la entrada era recibido por una ola de proyectiles y bombas.

El rugido de monstruos venía cada vez más fuerte, se sentía como si el túnel de Queens fuera un tambor gigante, resonando con cada paso pesado de las criaturas que se acercaban. El eco de sus garras y dientes haciéndose pedazos contra el asfalto me puso la piel de gallina, por suerte, la adrenalina me mantenía alerta.

—¡Carguen! —grité, y la cabaña no perdió tiempo.

Los monstruos se apilaban, cayendo uno tras otro, pero por cada uno que caía, aparecían dos más. Era como si tuvieran la maldita fotocopiadora mágica de los padrinos mágicos.

Vi a Silena recargar su ballesta con rapidez, sin perder la concentración. Había en sus ojos una sed de sangre y venganza que no había visto nunca ella, y me dolía que Charlie hubiera tenido que morir para que ella viera lo traicionero que era Luke en verdad.

—¡Perros del infierno! —gritó Dylan.

E inmediatamente, los aullidos nos dijeron que eran varios.

—¡Carga de perfume! —bramé. Drew, Valentina y Michell cargaron la resortera y esperaron—. ¡Ahora!

El perfume salió disparado de la resortera en frascos que se rompieron al chocar contra los perros del infierno. Al instante, el aire se llenó de una mezcla de aroma dulce y ácido, y los gruñidos de las bestias se transformaron en chillidos, retorciéndose por el ardor en sus narices.

Sentía el retumbar en el suelo bajo mis pies, una vibración que solo podía significar una cosa: más monstruos. No quedaba mucho tiempo.

—¡Fuego griego! —grité, mi garganta ardiendo con la intensidad de la batalla.

Las bombas salieron disparadas, iluminando todo con su resplandor verde. Una explosión sacudió el túnel y las llamas verdes se extendieron, envolviendo a los perros del infierno y las dracaenae que acababan de llegar en una ola ardiente que olía a azufre y perfume.

Y por un momento, sentí que la victoria estaba a nuestro alcance. Pero justo cuando pensé que todo iba según el plan, una dracanae nos devolvió la jugada, arrojándonos una a nosotros.

—¡Cuidado! —grité, pero ya era demasiado tarde.

La bola se estrelló contra el suelo, provocando una explosión que me lanzó hacia atrás. Sentí el ardor en mi brazo justo cuando una brasa encendida cayó sobre mi armadura.

—¡No, no, no! —murmuré, sintiendo el calor intensificarse.

Con un movimiento rápido, me quité la parte superior de la armadura, la cual hizo un ruido sordo al caer. El sudor me corría por la frente, y el aire se sentía pesado y cargado de humo. Me pasé la mano por el brazo, donde la piel ardía.

—¡Darlene! —Silena me miró con preocupación, pero no podía permitirme flaquear.

—Estoy bien, solo un pequeño contratiempo —dije, tratando de sonar más valiente de lo que me sentía. La verdad es que el dolor me hizo querer llorar, pero no podía quebrarme ahora.

Los monstruos avanzaban, su rugido resonaba como un eco de pesadilla. Tomé aire y volví a levantar la vista, enfocándome en la línea de defensa.

—¡Formen filas! ¡Sigan disparando!

Mis compañeras empezaron a recargar sus armas, y el ruido de las ballestas y fusiles resonaba en el aire. No estábamos más que frenando con una bandita una grieta en una represa a punto de reventar.

No tenía sentido, ¿cómo podíamos detenerlos? Sentía que el túnel se achicaba, que los monstruos se acercaban demasiado rápido.

—¡Darlene! —gritó alguien detrás de mí, sacándome del trance.

No alcancé a girarme a tiempo cuando una empusa saltó sobre mí. Traía una lanza con ella, no pude reaccionar con la suficiente rapidez que me hubiera gustado, y me rasgó justo en la espalda, sacándome un grito desgarrador. Aún así, desenvaíne a Resplandor y, con un movimiento torpe pero desesperado, corté el aire. Sentí la vibración del golpe cuando la hoja tocó su carne, y luego la criatura estalló en polvo dorado.

La espalda me ardía como la mierda y sentía la camiseta manchada de sangre. Mi pecho subía y bajaba con fuerza, el aire caliente del túnel quemándome los pulmones. Me quedé quieta por un momento, el pulso latiéndome en las orejas. Apreté con fuerza la empuñadura de mi espada.

El aire olía a pólvora, perfume quemado y algo ácido que hacía que mis ojos picaran un poco, pero no teníamos tiempo para quejarnos. El eco de los monstruos resonaba más fuerte, como si el túnel entero se estuviera derrumbando por la cantidad de enemigos que venían hacia nosotros.

—¡Darlene, no vamos a aguantar mucho más! —me dijo Dylan, con la cara salpicada de polvo, esquivando un proyectil que salió disparado de entre las sombras.

Tenía razón. Habíamos aguantado bien hasta ahora, pero el número de monstruos no paraba de crecer, y aunque estábamos armadas hasta los dientes, ya estábamos empezando a cansarnos. No podíamos seguir lanzando perfumes y fuego griego para siempre.

Miré hacia la entrada del túnel, donde la oscuridad parecía moverse como una bestia propia, rugiendo y avanzando hacia nosotras.

«Si no hay entrada, no pueden entrar» pensé.

Eso es.

Tensé mi arco y tomé una de las flechas que me había regalado Apolo. Una sónica. Apunté a la pared superior, justo cuando sentía más monstruos venir y disparé.

La flecha golpeó la piedra, explotando en un sonido de guitarra que sacudió todo alrededor, casi tirándome al suelo.

Una nube de polvo y escombros se alzó, bloqueando totalmente la entrada. Las vibraciones del golpe seguían retumbando bajo mis pies, lo que me decía que todo el túnel estaba colapsando.

—¡Bien hecho! —gritó Silena, su voz llena de determinación y agotamiento.

El resto de la cabaña estaban dispersos, sus rostros reflejando el cansancio, pero también algo más... una chispa de orgullo. Se notaba en sus rostros.

—¿Cuánto crees que aguantará eso? —preguntó Valentina, con la respiración entrecortada, mirando la pared improvisada.

No tuve que pensarlo mucho.

—Lo suficiente, espero. Mejor retirémonos.

Sabía que teníamos que movernos rápido. Empezamos a guardar las cosas rápidamente. Necesitábamos encontrar un lugar para reagruparnos con el resto del campamento.

Entonces el mundo a mi alrededor se tambaleó. El polvo en el aire, el eco de los monstruos y el rugido distante de las explosiones se volvían más y más distantes, como si todo estuviera alejándose de mí.

No... no ahora. Respiré hondo, pero el aire no entraba. Era como si hubiera olvidado cómo respirar. Mi corazón latía tan fuerte que sentía que iba a salirse de mi pecho, golpeando contra mis costillas como si quisiera escapar.

Las imágenes frente a mis ojos eran la visión más horrible que pudiera haber visto jamás. Ahora tenía el panorama completo.

Y me rompió.

El aire en mis pulmones no estaba. Me quedé jadeando, intentando encontrar algo a lo que aferrarme, pero no había nada. Mis piernas empezaron a temblar, como si de repente ya no recordaran cómo mantenerse firmes.

Podía escuchar las voces de mis compañeras a lo lejos. Silena me llamó por mi nombre, pero el sonido de su voz se mezclaba con los latidos de mi corazón, que retumbaban tan fuerte en mis oídos que era lo único que podía escuchar.

El mundo se estrechaba a mi alrededor, como si alguien hubiera apretado el botón de pausa en todo, menos en mi corazón. Palpitaba tan rápido y fuerte que apenas podía pensar.

Sentí una mano en mi brazo, firme pero cálida. Giré la cabeza, y ahí estaba Silena, su mirada preocupada perforándome. Sus labios se movían, pero no podía escucharla. Solo veía sus ojos, intensos, concentrados en mí, como si su sola fuerza pudiera sacarme de este agujero en el que me estaba hundiendo.

—¡Darlene! —Silena me tomó del rostro, y sus manos heladas fueron como un recordatorio de dónde estaba.

—La hoja, la piedra corta y en un abismo de caos, la muerte se ensaña con su escurridiza fugitiva —susurré.

—¿Qué?

—La hoja, la piedra corta y en un abismo de caos, la muerte se ensaña con su escurridiza fugitiva —repetí.

Su rostro se cortonsionó en una mueca de enojo mezclada con frustración.

—¡¿De qué estás hablando?!

—¡Tengo que ir al puente de Williamsburg! —grité tratando de apartarla.

—¡Eso está a 4 kilómetros de aquí y estás herida! —Silena mientras intentaba detenerme, su mano aferrándose a mí.

Pero no podía escucharla. Todo dentro de mí se estaba derrumbando al igual que las piedras del túnel.

—¡No tengo tiempo! —Mi voz salió quebrada. Sabía que ella tenía razón, pero no me importaba. No podía dejar que pasara.

Me zafé de su agarre y eché a correr.

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Tal como había visto varias veces, ahora lo estaba viviendo y era igual que estar en medio de una pesadilla.

Manhattan estaba en caos. El cielo, teñido de un color que oscilaba entre el negro y el rojo, parecía oprimir la ciudad, como si algo monstruoso estuviera a punto de devorarla entera.

Corría por las calles completamente vacías excepto por los edificios destrozados y los autos volcados, un retumbar profundo que apenas se percibía al fondo de mis pensamientos, como el eco de una tormenta muy lejana.

Las piernas y el pecho me ardían por el esfuerzo que hacía. Había intentando volar, pero la herida que me había hecho la empusa estaba sangrando y me dolía siquiera intentarlo.

Si podía llegar al puente, quizás podría encontrar una manera de cambiar los hechos. No me importaba lo que viniera después, pero no podía dejar que Michael muriera.

El aire estaba cargado de un humo espeso que ardía en mis pulmones, y me daba la impresión que cada calle que dejaba atrás, una más se volvía más larga de lo que realmente era.

Tras lo que para mí se sintieron horas, por fin pude verlo.

A lo lejos, el puente de Williamsburg, desde dónde al parecer había una batalla intensa. Mi mente no dejaba de repetir:

«Ya casi, ya casi, ya casi...»

Las lágrimas me empañaron la vista. No podía...no podía permitir que pasara. El cuerpo no me daba más, sentía que en cualquier momento me iba a desmayar, pero...

Ya había perdido demasiado, y no estaba dispuesta a perderlo a él.

El sudor me resbaló por la frente mientras los gritos y el crujir de los combates se mezclaban con los sonidos de explosiones a mi alrededor. Una parte de mí quería detenerme, descansar, pero eso no era una opción.

«¡Sigue!» me ordené.

Vislumbré la entrada al puente.

Percy clavó a Contracorriente en el suelo. La hoja mágica se hundió hasta la empuñadura, como si el asfalto fuese de mantequilla, y de la rendija empezó a brotar agua salada a chorro, como de un géiser. Al sacar la hoja, la fisura se ensanchó rápidamente.

El puente se estremeció y empezó a desmoronarse.

No me importó, corrí entre los campistas y pasé por al lado de Percy.

—¡No!

Ignoré sus palabras y me lancé de cabeza hacia la abertura que se había formado en el puente.

Y TERMINAMOS POR HOY

Nos leemos la semana que viene

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