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ꜱᴏʙʀᴇ ʟᴀ ᴍᴏʀᴛᴀʟ Qᴜᴇ ᴛᴀɴᴛᴏ ɴᴇᴄᴇꜱɪᴛᴀʙᴀᴍᴏꜱ
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A LA MAÑANA SIGUIENTE, SUBÍ A PIE A LA COLINA MESTIZA y me encontré en la carretera con Argos, Percy y Annabeth.
Esa noche dormí horrible, ya no era ninguna sorpresa, pero esta vez tenía nombre, apellido e iba a jalarle las orejas cuando lo viera.
Subimos a la furgoneta. Los tres permanecimos en silencio. Argos nunca hablaba, tal vez porque tenía ojos por todo el cuerpo, incluida, según decían, la punta de la lengua, y no quería hacer alarde de ello.
—¿Pesadillas? —me preguntó Annabeth.
Meneé la cabeza.
—Un mensaje Iris de Euritión.
—¡Euritión! ¿Le ha pasado algo a Nico? —cuestionó Percy.
—Abandonó el rancho anoche y entró en el laberinto.
—¿Qué? ¿Euritión no intentó detenerlo?
—Nico se había ido antes de que despertara. Ortos siguió su rastro hasta la rejilla de retención. Euritión me ha dicho que en las últimas noches había oído a Nico hablando solo. Aunque ahora cree que hablaba con el fantasma de Minos...supongo que tendré que comprar tintura rosa.
—Corre un gran peligro —murmuró Percy.
—Ya lo creo. Minos es uno de los jueces de los muertos, pero su crueldad es increíble. No sé lo que querrá de Nico, pero...
—No me refería a eso. Tuve un sueño esta noche... —Nos contó todo lo que le había oído decir a Luke, incluida su alusión a Quintus, y también que sus hombres habían encontrado a un mestizo que andaba solo por el laberinto.
Annabeth apretó los dientes.
—Es una noticia terrible.
—¿Qué vamos a hacer?
Ella arqueó una ceja irónicamente.
—Menos mal que tú tienes un plan para guiarnos, ¿no?
Annabeth me había dicho sobre sus sospechas de que Percy había estado atrapado en la isla de Calipso.
Entendía ahora su enojo y celos, Calipso era una ninfa que vivía en la isla de Ogigia, donde, según los mitos, Odiseo estuvo varado por siete años. Calipso le prometió a Odiseo la inmortalidad si se quedaba con ella, pero Odiseo prefirió regresar a casa.
Eso sí, no olvidemos que estuvo siete años ahí jugando a los novios con la ninfa mientras su esposa e hijo morían de preocupación y dolor pensando que había muerto y soportando a los miserables que querían casarse con Penélope.
Calipso tenía una maldición, se enamoraba constantemente de los héroes que caían en su isla y trataba de hacerlos quedarse con ella, y Percy quizá estuvo en esa situación para haber tardado dos semanas en volver.
A mí también me enervaba la idea, pero me trataba de convencer de que no tenía ningún derecho a reclamarle. Uno, porque Percy estaba soltero en ese momento, podía hacer lo que quisiera con quien quisiera, y segundo, porque él no me amaba.
Pero Annabeth no se tomó bien mi aporte, y me gritó que yo tenía tanto derecho a reclamarle como ella, porque Percy sabía lo que yo sentía.
Decidí que era inutil discutir, Annabeh había decidido que quería unirse al fuego cruzado arrastrándome con ella contra cualquier "casquivana loca" que se acercara a Percy.
Esto iba a ser tan incómodo.
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Era sábado y había mucho tráfico para entrar en la ciudad. Llegamos al apartamento de la señora Jackson hacia mediodía, nada más abrir la puerta, se abalanzó sobre Percy dándole un efusivo abrazo.
Luego me abrazo con cariño y me beso la frente, antes de hacernos entrar.
Temí que si me pasaba por mi casa mamá no me dejaría ir, así que decidí dejarle una nota por debajo de la puerta.
—Ya les decía yo que estabas bien —dijo la señora Jackson, aunque parecía como si se hubiera quitado de encima todo el peso del cielo.
Me miró, acariciando mi cabello-. Me alegro que también estés bien, Dari. Tu familia y yo nos preocupamos mucho cuando Quirón nos contó que estuviste inconsciente un par de días.
Percy bajó la cabeza apenado, pero Annabeth miró la mano de la señora Jackson con anhelo.
Nos hizo sentar a la mesa de la cocina e insistió en servirnos sus galletas azules de chocolate mientras la poníamos al día sobre nuestra búsqueda. Como siempre, procuramos suavizar las partes más terroríficas, o sea, casi todas.
Cuando llegamos a la parte de Gerión y los establos, ella hizo ademán de estrangular a su hijo.
—No hay forma de que limpie su habitación y, en cambio... ¡está dispuesto a limpiar las toneladas de estiércol de los establos de un monstruo!
Annabeth y yo nos echamos a reír.
—En resumen —dijo Sally, cuando Percy terminó de contarle la historia—, has destrozado la isla de Alcatraz, has hecho saltar por los aires el monte Saint Helens y provocado el desplazamiento de medio millón de personas, pero por lo menos estás sano y salvo.
Así es ella: siempre sabe ver el lado positivo de las cosas.
—Sí —admitió Percy—. Eso lo resume todo más o menos.
—Ojalá estuviera Paul aquí —dijo, en parte hablando consigo misma—. Quería charlar un poco contigo.
—Ah, sí. El colegio.
Habían pasado tantas cosas desde entonces que ya casi se me había olvidado la sesión de orientación de la escuela Goode y su encuentro con las empusas.
—¿Qué le contaste? —preguntó Percy.
La mujer meneó la cabeza.
—¿Qué podía decirle? Él es consciente de que hay algo diferente en ti, Percy. Es un hombre inteligente. Y está convencido de que no eres mala persona. Pero no entiende lo que ocurre y la escuela lo está presionando. Al fin y al cabo, Paul logró que te admitieran. Tiene que convencerlos de que el incendio no fue culpa tuya. Pero, como huiste, va a resultar difícil.
Annabeth y yo lo observábamos compadecidas, nosotras sabíamos lo que era para un mestizo desenvolverse en el mundo de los mortales.
Sin más, yo aún no conseguía un nuevo colegio después de mi expulsión por activar la alarma contra incendios sin explicación lógica para ellos más que "ser una chica problemática".
—Hablaré con él —prometió—. En cuanto hayamos terminado la búsqueda. Incluso le contaré la verdad, si quieres.
Sally le puso la mano en el hombro.
—¿En serio?
—Bueno, sí. Aunque pensará que estamos locos.
-Ya lo piensa.
—Entonces no tenemos nada que perder.
—Gracias, Percy. Le diré que vendrás a casa... —Arrugó la frente—. Pero ¿cuándo? ¿Qué tiene que suceder ahora?
Annabeth partió una galleta en dos.
—Percy tiene una especie de plan.
Se lo contó de mala gana y ella asintió lentamente.
—Suena peligroso. Pero quizá funcione.
—Usted tiene esa misma capacidad, ¿verdad? —le pregunté—. ¿Puede ver a través de la Niebla?
Sally suspiró.
—Ya no tanto. Cuando era más joven me resultaba fácil. Pero sí, siempre he sido capaz de ver más de lo que me hubiera convenido. Es una de las cosas que le llamó la atención a Poseidón cuando nos conocimos. Vayan con cuidado. Prométeme que se cuidarán.
—Lo intentaremos, señora Jackson —dijo Annabeth—. Aunque mantener a salvo a su hijo es una tarea abrumadora. —Cruzó los brazos y miró airada por la ventana de la cocina, mientras yo desmenuzaba mi servilleta de papel, procurando mantenerme calladita.
Sally frunció el ceño.
—¿Qué les pasa? ¿Se han peleado? —Ninguno respondió—. Ya veo. Bueno, recuerden que Grover y Tyson cuentan con ustedes. Con los tres.
—Lo sé —respondimos al unísono, cosa que aún me resultó más embarazosa.
La mujer sonrió.
—Será mejor que uses el teléfono del vestíbulo, Percy. Buena suerte.
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Habíamos quedado en Times Square. Rachel Elizabeth Dare nos aguardaba delante del hotel Marriot Marquis.
Ya la había visto en mis visiones, pero verla en persona me dejó boquiabierta.
Estaba completamente pintada de color dorado. Quiero decir, su cara, su pelo, su ropa: todo. Parecía que la hubiese tocado el rey Midas.
Se hallaba de pie como una estatua con otros cinco chicos, todos pintados con colores metálicos, cobre, bronce, plata, y todos congelados en distintas posturas, mientras los turistas pasaban por delante a toda prisa o se detenían a contemplarlos. Algunos lanzaban unas monedas a una lona extendida sobre la acera.
El cartel, a los pies de Rachel, ponía: «ARTE URBANO PARA NIÑOS. SE AGRADECEN LOS DONATIVOS.»
A Apolo le hubiera encantado ver esto, o quizá se hubiera puesto a alardear de qué él lo haría mejor.
Los tres permanecimos unos cinco minutos observando a Rachel sin que ella diera muestras de haber reparado en nosotros. No se movió ni pestañeó.
Yo ni siquiera tenía TDAH, pero dudaba que fuera capaz de quedarme tanto tiempo inmóvil.
Seguramente me daría comezón en la nariz a los diez segundos de ponerme en posición.
-Quizá si le damos un empujón... -sugirió Annabeth.
Me pareció un poco malicioso por su parte, pero Rachel no respondió.
Al cabo de unos minutos, un chico pintado de plata se acercó desde la parada de taxis del hotel, donde se había tomado un pequeño descanso. Se situó junto a Rachel y adoptó postura de orador, como si estuviera pronunciando un discurso.
Ella se descongeló y salió de la lona.
—Hola, Percy —saludó con una sonrisa—. ¡Llegas en el momento justo! Vamos a tomar un café.
Fruncí el ceño, ella nos ignoró completamente. A ver, no esperaba que nos conociera, pero al menos un hola podía decirnos.
Caminamos hasta un local llamado El Alce de Java, en la calle Cuarenta y tres Este. Rachel pidió un expreso extreme, el tipo de brebaje que le gustaría a Grover; Annabeth y Percy jugos de frutas, y yo un café con leche, crema batida y caramelo.
¿Qué? Necesito mantenerme despierta.
Fuimos a sentarnos a una mesa situada justo debajo del alce disecado. A pesar de su disfraz dorado, nadie miró a Rachel dos veces.
—Bueno —dijo—, ¿ella es Annabell, verdad?
—Annabeth —la corrigió la interesada—. ¿Siempre vas así?
—Normalmente no. Estamos recaudando dinero para nuestro grupo. Trabajamos como voluntarios en proyectos de arte para niños, porque están suprimiendo el arte en los colegios, ¿lo sabías? Lo hacemos una vez al mes y llegamos a sacarnos quinientos dólares en un buen fin de semana.
Me incliné adelante interesada—. Genial, ¿y por casualidad no necesitan a alguien que se encargue de la estética e imagen que quieren retratar?
Annabeth soltó un resoplido.
—Deja tu instinto de tiburón capitalista para otro momento, Dari.
Rachel me miró como si estuviera analizándome—. Te daré mi número y podríamos debatirlo un poco.
»Aunque supongo que no han venido a hablar de esto. ¿Ustedes también son mestizas?
—¡Chist! —dijo Annabeth, mirando alrededor—. ¿Por qué no lo proclamas a los cuatro vientos?
—Bien. —Rachel se puso de pie y dijo en voz alta—. ¡Oigan todos! ¡Estos tres no son humanos! ¡Son semidioses griegos!
Nadie se molestó en volverse siquiera. Rachel se encogió de hombros y se sentó otra vez.
—No les interesa.
—No tiene gracia —protestó Annabeth—. Esto no es un juego, niña mortal.
—Paren las dos —intervine—. Un poco de calma.
—Yo estoy calmada —aseguró Rachel mirando a Percy—. Cada vez que lo tengo cerca nos ataca un monstruo. ¿Por qué iba a ponerme nerviosa?
—Mira —dijo él—, siento lo de la sala de música. Espero que no te expulsaran ni nada parecido.
—Naa. Me formularon un montón de preguntas sobre ti. Yo me hice la tonta.
—¿Te costó mucho? —preguntó Annabeth.
—¡Basta ya! —dijo Percy—. Rachel, tenemos un problema. Y necesitamos tu ayuda.
Ella miró a Annabeth con los ojos entornados.
—¿Tú necesitas mi ayuda?
Mi amiga revolvió el jugo con su pajita.
—Pse —dijo a regañadientes—. Es posible.
Con Percy le hablamos a Rachel del laberinto, le explicamos que necesitábamos encontrar a Dédalo y le conté lo que había sucedido cuando nos habíamos internado por los pasadizos.
—O sea, que quiere que los guíe —concluyó—. Por un lugar en el que nunca he estado.
—Tú puedes ver a través de la Niebla —expliqué—. Igual que Ariadna. Apostaría a que eres capaz de distinguir el camino correcto. A ti el laberinto no podrá confundirte tan fácilmente.
—¿Y si te equivocas?
—Entonces nos perderemos. De un modo u otro, será peligroso. Muy peligroso.
—¿Podría morir?
—Sí.
—Creía que habías dicho que a los monstruos no les interesan los mortales —dijo mirando a Percy con una ceja arqueada—. Esa espada tuya...
—Exacto —dijo asintiendo—. El bronce celestial no hiere a los mortales. Y la mayoría de los monstruos no te harán ni caso. Pero eso a Luke le tiene sin cuidado. Él es capaz de utilizar a los mortales, a los semidioses, a los monstruos. A quien sea. Y matará a cualquiera que se interponga en su camino.
—Un tipo simpático —comentó Rachel.
—Se halla bajo la influencia de un titán —dijo Annabeth, a la defensiva—. Ha sido engañado.
—Sí, cuando me apuñaló estaba muy influenciado —espeté. Ella me dio una mirada de muerte.
Rachel nos miró a los tres varias veces.
—Bien —accedió—. Me apunto.
Parpadeé, perpleja. No me había imaginado que fuese a resultar tan fácil.
—¿Estás segura?
—Bueno, el verano se presentaba bastante aburrido. Ésta es la mejor oferta que he recibido. ¿Qué tengo que buscar?
—Tenemos que encontrar una entrada al laberinto —dijo Annabeth—. Hay una en el Campamento Mestizo, pero allí no puedes entrar. Está prohibido el acceso a los mortales.
Pronunció la palabra «mortales» como si fuera una especie de enfermedad horrible, pero Rachel se limitó a asentir.
—Bien. ¿Qué pinta tiene una entrada al laberinto?
—Podría ser cualquier cosa —respondí—. Una parte de un muro. Una puerta. Una alcantarilla.
—Pero debe tener la marca de Dédalo —agregó Annabeth—. Una delta griega con un resplandor azulado.
—¿Así? —Rachel dibujó una delta en la mesa.
—Exacto —asintió Annabeth—. ¿Sabes griego?
—No. —Rachel se sacó del bolsillo un cepillo de plástico azul y empezó a quitarse el dorado del pelo—. Dejen que me cambie. Aunque será mejor que vengan al Marriot conmigo.
—¿Por qué? —preguntó Annabeth.
—Porque hay una entrada como ésa en el sótano del hotel, donde guardamos los disfraces. Tiene la marca de Dédalo.
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La puerta estaba medio escondida detrás de una cesta de la lavandería del hotel llena de toallas sucias. No tenía nada de particular, pero Rachel nos señaló dónde debíamos mirar y distinguí el símbolo azul, apenas visible en la superficie de metal.
—Lleva mucho tiempo en desuso —dije observando la marca.
—Traté de abrirla una vez —dijo Rachel—. Por simple curiosidad. Está atrancada por el óxido.
—No. —Annabeth se adelantó—. Sólo le hace falta el toque de un mestizo.
En efecto, en cuanto puso la mano encima, la marca adquirió un fulgor azul y la puerta metálica se abrió con un chirrido a una oscura escalera que descendía hacia las profundidades.
—¡Wow! —Rachel parecía tranquila, aunque yo no sabía si fingía.
Se había puesto una raída camiseta del Museo de Arte Moderno y unos decorados con rotulador. Del bolsillo le sobresalía el cepillo de plástico azul. Llevaba el pelo rojo recogido en la nuca, todavía con algunas motas doradas. En la cara también le brillaban algunos restos de pintura.
Por un segundo, tuve la sensación de que ella se veía como el tipo de chica que al lado artístico de Apolo le podría resultar interesante.
Luego meneé la cabeza tratando de apartar ese pensamiento. Era ridículo.
—Bueno...¿pasan ustedes delante?
—Tú eres la guía —replicó Annabeth con burlona educación—. Adelante.
La miré negando la cabeza. Entendía que estaba celosa, pero estaba siendo tonta.
—Iré yo primero.
Las escaleras descendían a un gran túnel de ladrillo. Estaba tan oscuro que no se veía nada a medio metro, pero nosotros tres nos habíamos aprovisionado con varias linternas y, en cuanto las encendimos, Rachel soltó un aullido.
Un esqueleto nos dedicaba una gran sonrisa. No era humano. Tenía una estatura descomunal, de al menos tres metros. Lo habían sujetado con cadenas por las muñecas y los tobillos de manera que trazaba una «X» gigantesca sobre el túnel. Pero lo que me provocó un escalofrío fue el oscuro agujero que se abría en el centro de la calavera: la cuenca de un solo ojo.
—Un cíclope —señaló Annabeth—. Es muy antiguo. Nadie... que conozcamos.
"No es Tyson", quería decir, aunque eso no me tranquilizó. Tenía la impresión de que lo habían puesto allí en señal de advertencia. No me apetecía tropezarme con lo que fuera capaz de matar a un cíclope adulto.
Rachel tragó saliva.
—¿Tienen un amigo cíclope?
—Tyson —contestó Percy—. Mi hermanastro.
—¿Cómo?
—Espero que lo encontremos por aquí abajo —comenté—. Y también a Grover. Un sátiro.
—Ah —dijo con una vocecita intimidada—. Bueno, entonces será mejor que avancemos.
Pasó por debajo del brazo izquierdo del esqueleto y continuó caminando, seguida de cerca por Percy.
Annabeth y yo nos miramos un momento; me encogí de hombros y luego seguimos a Rachel rumbo a las profundidades del laberinto.
Después de recorrer unos ciento cincuenta metros llegamos a una encrucijada.
El túnel de ladrillo seguía recto. Hacia la derecha, se abría un pasadizo con paredes de mármol antiguo; hacia la izquierda, un túnel de tierra cuajada de raíces.
Percy señaló a la izquierda.
—Se parece al camino que tomaron Tyson y Grover.
—¿De verdad? —pregunté sin encontrarle parecido.
«No, pues, a mi me dejan sola aquí abajo y no vuelvo más».
Annabeth frunció el ceño.
—Sí, pero a juzgar por la arquitectura de esas viejas losas de la derecha, es probable que por ahí se llegue a una parte más antigua del laberinto. Tal vez al taller de Dédalo.
—Debemos seguir recto —decidió Rachel.
Los tres la miramos.
—Es la opción menos probable —objetó Annabeth. Rodé los ojos, ella en serio estaba yendo muy lejos otra vez.
—¿No se dan cuenta? —preguntó Rachel—. Miren el suelo.
Yo no veía nada, salvo ladrillos gastados y barro.
—Hay un brillo ahí —insistió ella—. Muy leve. Pero el camino correcto es ése. Las raíces del túnel de la izquierda empiezan a moverse como antenas más adelante, cosa que no me gusta nada. En el pasadizo de la derecha hay una trampa de seis metros de profundidad y agujeros en las paredes, quizá con pinchos. No creo que debamos arriesgarnos.
No captaba nada de lo que describía, pero asentí.
—Bien. Recto —dijo Percy.
—¿Te crees lo que dice? —preguntó Annabeth.
—Sí. ¿Tú no?
Parecía a punto de discutir, pero indicó a Rachel que siguiera adelante.
—Annabeth —susurré llamando su atención—. Rachel tiene una visión que nosotros como mestizos no tenemos. Es nuestra única herramienta. Ya hablamos de esto, deja el orgullo de lado, lo que importa es la misión.
Ella me miró indignada, pero al final asintió a regañadientes, aunque por un segundo tuve la sensación de que empeoré todo defendiendo a la pelirroja.
Avanzamos por el túnel de ladrillo. Tenía muchas vueltas y revueltas, pero ya no presentaba más desvíos. Daba la sensación de que descendíamos y nos íbamos sumiendo cada vez a mayor profundidad.
—¿No hay trampas? —pregunté, inquieta.
—Nada —respondió Rachel, arqueando las cejas-. ¿No debería resultar tan fácil?
—No lo sé —admitió Percy—. Hasta ahora no lo ha sido.
—Dime, Rachel —preguntó Annabeth—, ¿de dónde eres exactamente?
Contuve un gemido hastiado. Sonaba como: "¿De qué planeta has salido?" Pero Rachel no pareció ofenderse.
—De Brooklyn.
—¿No se preocuparán tus padres si llegas tarde a casa?
Ella resopló.
—No creo. Podría pasarme una semana fuera y no se darían ni cuenta.
—¿Por qué no? —Esta vez mi amiga no fue tan sarcástica. Los problemas con los padres los entendía muy bien.
Antes de que Rachel pudiera responder, se oyó un gran chirrido, como si hubieran abierto unas puertas gigantescas.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Annabeth.
—No lo sé —dijo Rachel—. Unas bisagras metálicas.
—Ya, gracias por la información. Quería decir: "¿Qué es eso?".
Entonces sonaron unos pasos que sacudían el pasadizo entero y se acercaban a nosotros.
—¿Corremos? —pregunté.
—Corremos —asintió Rachel.
Dimos media vuelta y salimos disparados por donde habíamos venido. No habíamos recorrido más de seis metros cuando nos tropezamos con dos dracaenae, mujeres serpiente con armadura griega, nos apuntaron al pecho con sus jabalinas.
—Vaya, vaya —dijo una vestida de animadora. Supuse que eran las que atacaron a Percy en su escuela.
Percy sacó a Contracorriente, yo a Resplandor y Annabeth agarró su cuchillo, pero, antes de que el bolígrafo o la horquilla adoptaran forma de espada, la empusa se abalanzó sobre Rachel, la agarró por el cuello con unas manos que ya eran garras y la sujetó muy firmemente.
—¿Conque han sacado de paseo a tu pequeña mascota mortal? —dijo—. ¡Son tan frágiles! ¡Tan fáciles de romper!
A nuestra espalda, los pasos retumbaron cada vez más cerca hasta que una silueta descomunal se perfiló entre las sombras: un gigante lestrigón de dos metros y medio con colmillos afilados y los ojos inyectados en sangre.
El gigante se relamió al vernos.
—¿Puedo comérmelos?
—No —replicó ella—. Tu amo los querrá vivos. Le proporcionarán diversión de la buena. —Nos dirigió una sonrisa sarcástica—. En marcha, mestizos. O sucumbiréis aquí mismo los cuatro, empezando por la mascota mortal.
El karma por arruinarle la cita a Dari, ahora a Percy se le juntó el ganado.
Meme Time...
El capítulo anterior fue...
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