015.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴍᴇᴅᴅʟɪɴɢ ɢᴏᴅᴅᴇꜱꜱᴇꜱ ᴡʜᴏ ᴛᴀᴋᴇ ᴀᴡᴀʏ ᴛʜᴇ ʟᴀꜱᴛ ʜᴏᴘᴇ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴅɪᴏꜱᴀꜱ ᴇɴᴛʀᴏᴍᴇᴛɪᴅᴀꜱ Qᴜᴇ Qᴜɪᴛᴀɴ ʟᴀ Úʟᴛɪᴍᴀ ᴇꜱᴘᴇʀᴀɴᴢᴀ
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DECIDIMOS ACAMPAR ALLÍ y recorrer la chatarrería por la mañana. Nadie quería zambullirse en plena oscuridad entre los escombros.
Zoë y Bianca sacaron ocho sacos de dormir y otros tantos colchones de espuma de sus mochilas. No sé cómo lo harían, porque eran mochilas muy pequeñas; imagino que habían sido encantadas para albergar esa cantidad de material.
La noche estaba helada. Con los chicos reunimos los tablones de la casa en ruinas y Thalia les lanzó una descarga eléctrica para prenderles fuego y formar una hoguera. Enseguida nos sentimos tan cómodamente instalados como es posible estarlo en una ciudad fantasma en medio de la nada.
—Han salido las estrellas —observó Zoë.
Tenía razón. Había millones de estrellas, y ninguna ciudad cuyo resplandor volviera anaranjado el cielo.
—Increíble —dijo Bianca—. Nunca había visto la Vía Láctea.
—Esto no es nada —repuso Zoë—. En los viejos tiempos había muchas más. Han desaparecido constelaciones enteras por la contaminación lumínica del hombre.
—Lo dices como si no fueras humana —comentó Percy.
Ella arqueó una ceja.
—Soy una cazadora. Me desazona lo que ocurre con los rincones salvajes de la tierra. ¿Podeis decirse lo mismo de vos?
—De «ti» —la corregí en tono seco—. No de «vos».
Zoë alzó las manos, exasperada.
—No soporto este idioma. ¡Cambia demasiado a menudo!
Grover soltó un suspiro, todavía contemplando las estrellas, como si siguiera pensando en la contaminación lumínica.
—Si Pan estuviera aquí, pondría las cosas en su sitio.
Zoë asintió con tristeza.
—Quizá haya sido el café —añadió Grover—. Me estaba tomando una taza y ha llegado ese viento. Tal vez si tomara más café...
Nadie le dio la razón, pero tampoco lo negaron. Parecía como si ninguno quisiera decirle que era algo loca su teoría, aunque era verdad que todo había cobrado vida en Cloudcroft cuando sopló el viento.
—¿Crees que haya sido Pan? —pregunté tratando de darle ánimo.
—Ya sabemos que a ti te gustaría que así fuera, pero... —siguió hablando Michael y le di otra patada para que cerrara el pico. Grover no necesitaba que le pincharan el globo.
—Nos ha enviado ayuda —insistió él, aunque su voz sonaba dudosa—. No sé cómo ni por qué. Pero era su presencia. Cuando esta búsqueda termine, volveré a Nuevo México y tomaré un montón de café. Es la mejor pista que hemos encontrado en dos mil años. He estado tan cerca...
Nadie respondió nada a eso.
—Lo que a mí me gustaría saber —dijo Thalia mirando a Bianca—, es cómo has destruido a uno de esos zombis. Quedan muchos todavía. Tenemos que saber cómo combatirlos.
Bianca meneó la cabeza.
—No lo sé. Simplemente le clavé el cuchillo y enseguida quedó envuelto en llamas.
—A lo mejor tu cuchillo tiene algo especial —comentó Lee.
—Es igual que el mío —dijo Zoë—. Bronce celestial. Pero mis cuchilladas no los afectaban de esa manera.
—Quizá haya que apuñalarlos en un punto especial —dijo Percy.
A Bianca parecía incomodarla haberse convertido en el centro de la conversación.
—No importa, ya hallaremos la respuesta —dije tratando de ayudarla.
Ella me dio una mirada agradecida, y no pude evitar recordar lo que me había confesado esa mañana, sentí el sonrojo por todo mi rostro y agradecí la oscuridad de la noche que evitaba que los demás lo notaran.
—Entretanto, hemos de planear el próximo paso —dijo Zoë—. Una vez cruzada esa chatarrería, tenemos que seguir hacia el oeste. Si encontráramos una carretera transitada, podríamos llegar en autostop a la ciudad más próxima. Las Vegas, creo.
Percy estaba por decir algo, pero Bianca lo interrumpió.
—¡No! —gritó—. ¡Allí no!
Parecía presa del pánico, como si acabara de bajar la pendiente más brutal de una montaña rusa.
Zoë frunció el entrecejo.
—¿Por qué?
Bianca tomó aliento, temblorosa.
—Cr... creo que pasamos una temporada allí. Nico y yo. Mientras viajábamos. Y luego... ya no recuerdo...
A mí se me ocurrió una idea siniestra. Me acordé de lo que me había contado Bianca cuando estábamos en Westover: que ella y Nico habían pasado cierto tiempo en un hotel.
Recordé que, hace dos años, Percy, Annabeth y Grover me habían contado sobre su misión y el tiempo que pasaron en un hotel lujoso perdido en el tiempo.
Miré a Grover y a Percy, notando que ellos compartían una mirada que decía todo.
Estaban pensando en lo mismo que yo.
—Bianca —dijo Percy—, ese hotel donde estuvieron... ¿no se llamaría Hotel Casino Loto?
Ella abrió unos ojos como platos.
—¿Cómo lo has sabido?
—Oh mierda —murmuré ahora comprendiendo todo.
—A ver, un momento —intervino Thalia. Los demás se sentaron mirándola con atención, comprendiendo que lo que estábamos tratando de decir era algo muy serio—. ¿Qué es el Casino Loto?
—Hace un par de años —explicó Percy—, Grover, Annabeth y yo nos quedamos atrapados allí. Ese hotel está diseñado para que nunca desees marcharte. Estuvimos alrededor de una hora, pero cuando salimos habían pasado cinco días. El tiempo va más rápido fuera que dentro del hotel.
—Pero... no puede ser —terció Bianca.
—Tú me contaste que llegó alguien y los sacó de allí —recordé.
—Sí.
—¿Qué aspecto tenía? ¿Qué dijo?
—No... no lo recuerdo... No quiero seguir hablando de esto. Por favor.
Zoë se echó hacia delante, con el entrecejo fruncido.
—Dijiste que Washington estaba muy cambiado cuando fuiste el verano pasado. Que no recordabas que hubiera metro allí.
—¿Dijo eso? —preguntó Michael.
—Fue cuando nos separamos —explicó Grover—. Dijo que todo era nuevo hace un año.
—Sí, pero...
—Bianca —dijo Zoë—, ¿podrías decirme cuál es el nombre del presidente de Estados Unidos?
—No seas tonta —resopló ella, y pronunció el nombre correcto.
—¿Y el presidente anterior? —insistió Lee.
Ella reflexionó un momento.
—Roosevelt.
Todos tragamos saliva, ansiosos y preocupados.
—¿Theodore o Franklin? —preguntó Michael.
—Franklin.
—Bianca —dijo Zoë—, el último presidente no fue Franklin Delano Roosevelt. Su presidencia terminó hace casi setenta años, en mil novecientos cuarenta y cinco. Y la de Theodore, en mil novecientos nueve.
—Imposible —se revolvió Bianca—. Yo... no soy tan vieja. —Se miró las manos como para comprobar que no las tenía arrugadas.
Thalia la miró con tristeza. Ella sabía muy bien lo que era quedar sustraída al paso del tiempo transitoriamente.
Me pregunté cuánto tiempo habrían estado atrapados en ese lugar. Considerando que Zoë y Grover acababan de decir que el metro le parecía nuevos Bianca hace un año debían ser alrededor de unos cuarenta o cincuenta años.
—Bianca —Ella me miró a los ojos—. ¿Por qué lo hiciste?
—No servía de nada, Darlene —confesó con los ojos llenos de lágrimas—. Era un imposible. Unirme a las cazadoras era mi mejor elección, además, quería saber qué se siente poder vivir mi vida sin la presión de ser la hermana mayor y...
—Bianca, ambas sabemos que eso no es así. No lo hiciste por Nico, estás usándolo de excusa —dije—. ¿Cuál es la verdadera razón?
—Ya te lo dije, era imposible —volvió a repetir—. No era correcto.
Si Bianca y Nico en realidad habían nacido a principios del siglo pasado, era quizá la razón por la que ella pensaba que sus sentimientos por mí eran incorrectos, y al parecer, una de las razones por las que había sentido que unirse a la cacería era la única forma de dejar de sentirlos.
—No pasa nada, Bianca —dije poniéndome de pie y acercándome para sentarme a su lado. La abracé y ella me estrechó con fuerza, enterrando su rostro en mi hombro—. Lo importante es que tú y Nico se salvaron. Consiguieron librarse de ese lugar.
—¿Pero cómo? —preguntó Percy—. Nosotros pasamos allí sólo una hora y escapamos por los pelos. ¿Cómo podrías escaparte después de tanto tiempo?
Bianca parecía a punto de llorar y me abrazaba cada vez con más fuerza.
—Llegó un hombre y nos dijo que era hora de marcharse. Y...
—Pero ¿quién era? —insistió Michael—. ¿Y por qué fue a buscarlos?
Antes de que pudiera responder, un fogonazo repentino nos deslumbró desde la vieja carretera. Eran los faros de un coche surgido de la nada. Casi tuve la esperanza de que fuese Apolo, dispuesto a echarnos otra vez una mano, pero el motor era demasiado silencioso para ser el carro del sol y, además, era de noche.
Recogimos los sacos de dormir y nos apresuramos a apartarnos mientras una limusina de un blanco inmaculado se detenía ante nosotros.
La puerta trasera se abrió y una espada salió despedida directo a la garganta de Percy.
Tanto cazadores como los chicos de Apolo tensaron sus arcos justo cuando el dueño de la espada descendió de la limusina, Percy retrocedió despacio. Yo era, probablemente, la única que intentaba mantener la calma, conocía demasiado bien esa presencia divina.
—Ahora no eres tan rápido, ¿verdad, delincuente? —dijo sonriendo con crueldad.
—Ares —refunfuñó.
—Hola, abuelo —saludé con tono burlesco. Él me dio una sonrisa algo perturbadora.
—Veo que esta vez no eres una damisela en apuros.
—Esta damisela sabe arrojar cosas con fuerza.
El dios de la guerra echó un vistazo a mis amigos.
—Descansen —dijo. Chasqueó los dedos y sus armas cayeron al suelo—. Esto es un encuentro amistoso. —Hincó un poco más la punta de la espada en la garganta de Percy—. Me encantaría llevarme tu cabeza de trofeo, desde luego, pero hay alguien que quiere verte. Y yo nunca decapito a mis enemigos ante una dama.
—¿Qué dama? —preguntó Thalia.
Ares la miró.
—Vaya, vaya. Sabía que habías vuelto. —Bajó la espada y le dio un empujón bruto a mi amigo—. Thalia, hija de Zeus —murmuró—. No andas en buena compañía.
—¿Qué pretendes, Ares? —replicó ella—. ¿Quién está en el coche?
Él sonrió. Le encantaban sus momentos dramáticos.
—Bueno, dudo que ella quiera verlos a todos. Sobre todo, a ésas. —Señaló con la barbilla a Zoë y Bianca—. ¿Por qué no van a comer unos tacos mientras esperan? Percy y Darlene sólo tardarán unos minutos.
—No vamos a dejarlos solos con vos, señor Ares —contestó Zoë.
—Ni hablar —espetó Michael, a su lado Lee asintió mirando al dios con desconfianza.
—Además —acertó a decir Grover—, la taquería está cerrada.
Ares chasqueó los dedos de nuevo. Las luces del bar cobraron vida súbitamente. Saltaron los tablones que cubrían la puerta y el cartel de «Cerrado» se dio la vuelta: ahora ponía «Abierto».
—¿Decías algo, niño cabra?
—Háganle caso —dijo Percy—. Nosotros nos arreglamos.
—Ya han oído al chico —dijo—. Es un tipo fuerte y lo tiene todo controlado. —Me apuntó con la espada—. Y esta me cae bien, no le haré nada.
Se fueron de mala gana en dirección a la taquería. Ares miró a Percy con odio; luego abrió la puerta de la limusina como si fuera un chofer.
—Sube, delincuente —ordenó—. Y cuida tus modales. Ella no es tan indulgente como yo con las groserías.
Percy subió a la limusina y Ares cerró la puerta, apoyándose contra el vehículo.
—Es ella ¿verdad? —Él sonrió, y asintió—. ¿Viene a darnos alguna profecía romántica o algo así?
—Yo no me meto en sus asuntos —dijo encogiéndose de hombros—, ese es terreno de ella y tu viejo.
—Eso es un sí —murmuré. Papá se negaba a responder mis preguntas sobre mi futuro romántico.
Miré el vehículo, y una tonta esperanza de escuchar lo que deseaba creció en mí; aunque las posibilidades eran nulas considerando lo que pasó en el tren.
—Si me preguntas, creo que podrías tener mejor gusto que ese gusano —comentó Ares.
—Que bueno que no te pregunté.
Él soltó una carcajada.
—Se nota que eres hija de tu padre, eres igual de cabrona.
—De alguien debimos heredarlo ¿no?
Ares solo se encogió de hombros.
Yo solté un resoplido, las conversaciones con Ares siempre eran tan cortas a no ser que fueras una pieza útil para sus planes.
—Oí que Apolo te ha estado visitando de nuevo.
—No me ha hecho nada.
—Oh creeme que lo sé, tu padre es irritante cuando se trata de tu protección.
Quería preguntarle por qué mencionaba aquello, pero no me había dado cuenta de que al parecer ya había pasado el tiempo porque de repente Ares abrió la puerta del vehículo y sacó a Percy de golpe, casi tirándolo al suelo.
—Sube —me ordenó, y luego se giró hacia Percy—. Tienes suerte, gusano. Puedes dar gracias.
La voz de Ares diciéndole esas palabras fueron lo último que escuché antes de que la puerta se cerrara tras de mí.
Más o menos sabía que esperar, papá me había contado sobre cómo era ella.
No estaba realmente preparada.
Era preciosa, desprendía una esencia particular, como si las sensaciones que despiertan en uno ver las cosas más bellas del mundo se concentraran en este vehículo.
Llevaba un bonito vestido rojo y el cabello como tirabuzones, tenía rasgos tiernos y una sonrisa afectuosa, un aire que me recordaba vagamente a mi mamá.
«Supongo que es lógico, mi mamá es la mujer más hermosa de mi vida» pensé.
Sin embargo eso era todo, porque el color de los ojos y el pelo eran difíciles de determinar, parecían cambiar constamente, el cabello de un tono negro a uno rubio, y sus ojos de verdes a dorados.
La apariencia de la diosa podía hacer sentir a cualquiera grandes inseguridades, y probablemente así sería de no ser porque sus ojos me recordaban demasiado a Percy y a...
—¡Hola, cariño! —exclamó abriendo los brazos como si esperara un gran abrazo, yo solo me senté en el asiento frente a ella y sonreí algo nerviosa.
—Señora Afrodita.
—Oh, dejemos los formalismos —soltó haciendo un suave gesto con las manos, tenían una manicura perfecta—, dime abuela Dita.
»Espero —dijo colocando las manos sobre sus rodillas de una forma delicada—, que tú si sepas por qué estoy aquí—. Asentí casi con pesar—. ¡Oh maravilloso, digna hija de mi pequeñito!
«Pequeñito» pensé conteniendo una carcajada, era claro que papá era el favorito de la diosa.
—Dejame decirte, Dari; que cuando ví tu destino quedé encantada, es tan romántico. —dijo emocionada.
Se me aceleró el corazón, ¿acaso era posible? ¿Podría tener el destino qué tanto quería?.
—Oh no, cariño —dijo como si supiera en qué estaba pensando—; él no es tu futuro. Lamento decirte que Percy tiene su destino ligado a otra alma, al igual que tú.
Sabía que a Percy estaba comenzando a gustarle Annabeth, pero una chica puede soñar y seguir teniendo esperanzas de que algún día, mágicamente, el chico que le gusta se dará cuenta que son almas gemelas y se le declarará.
Bajé la vista para que Afrodita no viera mis lágrimas, era humillante que la misma diosa del amor me tuviera que decir que no tenía ninguna oportunidad para que finalmente lo entendiera.
Todos habían tratado de decirmelo. Michael incluso me lo gritó la noche anterior, y solo ahora era que comprendía que todas mis esperanzas eran en vano, y eso me rompió.
Supongo que mi cara debía tener una expresión destrozada, porque ella me miró con compasión.
—Sé que duele, pero el amor no es tan divertido sin un poco de dolor. Resulta exquisitamente doloroso cuando no sabes con seguridad a quién amas ni quién te ama a tí —siguió parloteando—. ¡Ah, criaturas! Es tan bonito que voy a echarme a llorar.
«¿Divertido? Divertido por qué no te pasa a tí, loca insensible».
Sí, estaba enojada con ella.
Afrodita pensaba que era divertido sufrir por amor. El amor no debería provocar dolor, entendía que uno puede estar dispuesto a sufrir por amor a alguien, pero eso no significa que deba ser así.
La señora Psique pasó por tanto para probar su amor a mi padre, y él anhelando a pesar de su traición, tuvo que soportar verla sufrir sin poder ayudarla, para que los dioses se compadecieron de ambos y los dejaran pasar su eternidad juntos.
¿Y para qué? Todo para que papá se enamorara profundamente de una mortal como para atreverse a traicionar a su amada esposa, y ella no podía quejarse porque "es la esencia natural de los dioses".
Pasé años viendo a mi mamá llorar porque mi papá amaba a Psique y Eros, aún catorce años después, lamentaba hacerle daño a ambas.
Los tres sufrieron por amor. ¿Cómo era posible que pudiera encontrar divertido tanto dolor?
Me mordí el labio tratando de contener las ganas de gritarle. Ella seguía siendo una diosa de temer.
En su lugar, me concentré en lo que de verdad era importante.
—Exactamente, ¿por qué está aquí? —murmuré apretando las manos en puños sobre las rodillas.
—Particularmente esto de la búsqueda de Artemisa me resulta ridículo —soltó rodando los ojos—, ¡deberían dejarla donde está!
—Pero...
—Oh no, no; no voy a volver a explicar eso, ya lo hablé con Percy. Lo que me interesa es lo que va a resultar para ti el ayudarla.
—¿Y eso sería?
—¿Podrías repetir para mí tu parte en la profecía?
—"El corazón flechado la afrenta al gemelo enmendará".
Afrodita sonrió.
—¿Qué crees que significa?
—Yo...tengo que rescatar a Artemisa...y con eso saldaré la afrenta que mi padre le hizo a Apolo.
—¡Muy bien! —exclamó aplaudiendo—. Apolo estará tan encantado de que vuestro destino por fin esté en marcha.
—¿Mi destino? —repetí confundida—. ¿Por salvar a Artemisa?
—No por salvar a Artemisa, por todos los dioses; buscar un monstruo, salvar a una diosa aburrida, que fastidio. No, de ninguna manera. —espetó rodando los ojos—. Tu destino tiene que ver con hacerle un favor a Apolo.
—¿Salvando a su hermana?
—¡No te concentres en esa parte! —dijo irritada—. ¡Concéntrate más en la parte donde Apolo te prometió que si la salvas, estará en deuda por siempre contigo y te concederá un don!
Afrodita se acercó a mí, como si fuera a contarme un secreto, murmuró divertida:
—Y cuando acabes tu misión y vuelvas triunfante a restregarle en la cara a Apolo tu victoria —dijo divertida—, pídele que te revele esa bonita profecía que tanto lo tiene enojado.
»¡Es tan romántico! No había tenido tanto entretenimiento en siglos, ustedes semidioses me están dando un mundo de posibilidades.
—¿Hay otra profecía? —pregunté sin entenderla.
—¡Claro que la hay! —exclamó—. Una que tiene unos...tres mil años y que te involucra, a tí y a tu amor destinado.
—No sé que me da más miedo, si que mi vida amorosa está predestinada por una profecía tan vieja o que usted esté tan interesada en eso —comenté.
Ella soltó una risita.
—Entiendo que te puedas sentir...extraña con todo lo que te digo. Pero todo lo que sea una buena historia de amor con mucho drama y pasión es de mi interés; y no había tenido una historia así desde París y Helena.
—Sí, su amor fue tan épico que provocaron una guerra de diez años y millones de muertes.
—Detalles —dijo moviendo la mano para quitarle importancia—. Lo tuyo no lastimará a nadie...bueno, quizá a tu alma gemela si eliges la decisión que espero que tomes, pero esos son efectos colaterales.
Fruncí el ceño. Afrodita hacía difícil que no me sintiera molesta con ella. No me gustaba nada que me tuviera como juguete de su casita de ensueños.
—¿Mi alma gemela?
—Tienes que entender, Darlene —dijo con seriedad—. que el amor tiene un inmenso poder sobrecogedor, capaz de salvar hasta a las almas más llenas de odio, pero también es una fuerza capaz de destruirte.
»Y tú, particularmente, tienes un destino en cada mano y dependerá de tu elección final a quién le arrancarás el corazón: tu alma gemela o el amor de tu existencia.
¡Noticia!
Acabo de terminar de escribir los capítulos que corresponden a La Maldición del Titán, me quedó todo de 24 capítulos más un extra, y tengo muchas sorpresas esperandoles al final de este Arco.
Con respecto a lo que acaba de decir Afrodita. Sí, a pesar de que Apolo tiene una profecía que respalda su "derecho" a ser el amorcito eterno, Darlene aún tiene que tomar la desición de si quiere estar con él o si quiere seguir su curso natural de vida con su verdadera alma gemela.
Yo digo: Apolo metele nitro y dejate de joder que te vas a quedar para vestir santos.
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