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ꜱᴏʙʀᴇ ᴠɪᴀᴊᴀʀ ᴇɴ ᴘᴜᴍʙᴀ, ꜱᴏʟᴏ ɴᴏꜱ ꜰᴀʟᴛᴀ ᴛɪᴍÓɴ
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GROVER CONSIGUIÓ A PUMBA COMO MEDIO DE TRANSPORTE, ahora solo nos faltaban Timón y Simba, y ya teníamos el trío Hakuna Matata.
Habíamos llegado ya al extremo del pueblo cuando aparecieron los dos primeros guerreros-esqueleto. Surgieron de los árboles que había a ambos lados del camino. En lugar del traje gris de camuflaje, ahora llevaban el uniforme azul de la policía estatal de Nuevo México, pero seguían teniendo piel gris transparente y ojos amarillos.
Desenfundaron sus pistolas. Reconozco que yo había pensado más de una vez que sería genial aprender a manejar una pistola, pero cambié de opinión en cuanto los guerreros-esqueleto me apuntaron con las suyas.
Thalia le dio unos golpecitos a su pulsera. La Égida se desplegó en espiral en su brazo, pero los guerreros no se arredraron. Sus relucientes ojos amarillos me taladraban.
Percy sacó a Contracorriente, aunque no sabía muy bien de qué iba a servir contra un par de pistolas.
El resto éramos arqueros muy bien preparados y apuntamos hacia ellos. Aunque la pobre Bianca tenía ciertos problemas porque Grover se había desmayado y apoyaba todo su peso en ella.
—Retrocedan—dijo Thalia.
Empezamos a hacerlo, pero entonces oí un crujido de ramas. Dos guerreros-esqueleto más aparecieron detrás. Estábamos rodeados.
Fue cuando apareció de la nada un gran jabalí y barrió a los tres esqueletos del camino con sus colmillos.
Era un jabalí salvaje de unos diez metros de altura, con un hocico rosado y lleno de mocos y colmillos del tamaño de una canoa. Tenía el lomo erizado y unos ojos enfurecidos.
Tenía una fuerza tan enorme que los mandó por encima de los árboles y rodaron ladera abajo hasta hacerse pedazos, dejando un reguero de huesos retorcidos.
Luego el cerdo se volvió hacia nosotros.
Thalia alzó su lanza, pero Grover dio un grito.
—¡No lo mates!
El jabalí gruñó y arañó el suelo, dispuesto a embestir.
—Es el Jabalí de Erimanto —dijo Zoë, tratando de conservar la calma—. No creo que podamos matarlo.
—Es un regalo —dijo Grover—. Una bendición del Salvaje.
—Llevas repitiendo lo mismo desde hace media hora —mencioné—. Me gustaría más una manera de deshacernos de él.
La bestia volvió a chillar y nos embistió con sus colmillos. Zoë y Bianca se echaron de cabeza a un lado. Michael me sujetó y me empujó detrás de él, mientras que con Lee apuntaban a la bestia.
Percy tuvo que empujar a Grover para que no saliera disparado en el Expreso Colmillo de Jabalí.
—¡Sí, una gran bendición! —dijo—. ¡Dispérsense!
Corrimos en todas direcciones y por un instante el jabalí pareció confundido.
—¡Quiere matarnos! —dijo Thalia.
—Por supuesto —respondió Grover—. ¡Es salvaje!
—¿Y dónde está la bendición? —preguntó Bianca.
Parecía una buena pregunta, pero al parecer Pumba se sintió ofendido, pues cargó contra ella. Por suerte, era más rápida de lo que yo creía: rodó para eludir las pezuñas y reapareció detrás de la bestia, que atacó con sus colmillos y pulverizó el cartel de «BIENVENIDOS A CLOUDCROFT».
Esta criatura había sido el cuarto trabajo de Hércules y en realidad no lo había matado, solo lo había capturado y llevado con vida ante Euristeo, rey de Micenas.
Pumba había causado estragos en todo Erimanto, un monte de la Arcadia y la Élide antes de que Hércules lograra someterlo.
Pero tenía que haber una manera de matarlo porque si mi memoria no me fallaba, existía la creencia de que los dientes de este jabalí se conservaban en el santuario de Apolo de Cumas.
Esperaba que no fuera una de esas criaturas que solo un dios puede matar, porque entonces iba a tener una seria charla con sunboy sobre sus maneras de ayudar.
—¡No os quedéis quietos! —chilló Zoë.
Ella y Bianca corrieron en direcciones opuestas. Grover bailaba alrededor del jabalí tocando sus flautas, mientras el animal soltaba bufidos y trataba de ensartarlo.
Michael por alguna razón que desconozco, pensó que era incapaz de correr por mí misma. Así que me arrojó sobre su hombro y echó a correr, pese a mis protestas, siendo seguidos de Lee que estaba armado.
Pero Thalia y Percy se llevaron la palma en cuestión de mala suerte. Cuando la bestia se volvió hacia ellos, Thalia cometió el error de alzar la Égida para cubrirse. La visión de la cabeza de la Medusa le arrancó un pavoroso chillido al jabalí. Quizá se parecía demasiado a alguno de sus parientes. El caso es que los embistió enloquecido.
Lograron mantener las distancias porque corrían cuesta arriba esquivando árboles, mientras que el monstruo iba en línea recta y tenía que derribarlos, hasta que los perdimos por la arboleda.
—Ya no nos sigue —dijo Lee sin bajar el arco.
Y el tonto de Michael me soltó de golpe, tirandome al suelo.
—Jodido hijo de puta —espeté poniéndome de pie y mirándolo enojada—. La próxima ten más cuidado, soy una carga preciosa y muy valiosa.
—Una carga pesada, más bien —masculló. Le di una patada.
—Alto ustedes dos —soltó Lee poniéndose entre ambos.
—Tenemos que ir por ellos —dijo Zoë acercándose a nosotros, seguida por Bianca y Grover—. Hay que ayudarles.
Todos asentimos y corrimos en la dirección que Percy y Thalia habían ido.
Llegamos a un túnel que desembocaba en un viejo puente de caballetes que cruzaba un desfiladero. Cuando llegamos al otro lado, a nuestros pies, la ladera descendía abruptamente formando un barranco de unos veinte metros de profundidad.
—¡Eeeeeoooo! —gritó Gover.
—¡Aquí abajo! —se escuchó desde abajo la voz de Percy.
Unos minutos después nos unimos a ellos. Nos quedamos todos mirando al jabalí, que seguía forcejeando en la nieve.
—Una bendición del Salvaje —dijo Grover, aunque ahora parecía inquieto.
—Estoy de acuerdo —dijo Zoë—. Hemos de utilizarlo.
—Un momento —dijo Thalia, irritada—. Explícame por qué estás tan seguro de que este cerdo es una bendición.
—A mí también me gustaría saber eso —soltó Michael.
Grover miraba distraído hacia otro lado.
—Es nuestro vehículo hacia el oeste. ¿Tienes idea de lo rápido que puede desplazarse este bicho?
—¡Qué divertido! —dijo Percy—. Cowboys, pero montados en un puerco.
Le di un puñetazo en el brazo.
—No le digas puerco, desubicado, es un cerdo decente.
—Ya, perdón.
Bianca, Thalia y Lee soltaron una risita, Michael rodó los ojos y Zoë frunció el ceño, quizá no entendiendo mi broma.
—Tenemos que domesticarlo —dijo Grover mirando fijamente al jabalí—. Me gustaría disponer de más tiempo para echar un vistazo por aquí. Pero ya se ha ido.
—¿Quién? —preguntó Lee, pero Grover no pareció haberlo escuchado.
Se acercó al jabalí y saltó sobre su lomo. El animal ya empezaba a abrirse paso entre la nieve. Una vez que se liberase, no habría modo de pararlo. Grover sacó sus flautas. Se puso a tocar una tonadilla muy rápida y lanzó una manzana hacia delante. La manzana flotó en el aire y empezó a girar justo por encima del hocico del jabalí, que se puso como loco tratando de alcanzarla.
—Dirección asistida —murmuró Thalia—. Fantástico. —Avanzó entre la nieve y se situó de un salto detrás de Grover.
Aún quedaba sitio de sobras para nosotros.
Zoë y Bianca caminaron hacia el jabalí.
—Una cosa —le pregunté a Zoë—. ¿Tú entiendes a qué se refiere Grover con lo de esa bendición salvaje?
—Desde luego. ¿No lo has notado en el viento? Era muy fuerte... Creía que no volvería a sentir esa presencia.
—¿Qué presencia?
Ella me miró como si fuese tarada.
Ya me estaba acostumbrando a que Zoë me mirara así.
—El señor de la vida salvaje, por supuesto. Por un instante, cuando ha aparecido el jabalí, he sentido la presencia de Pan.
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Cabalgamos sobre el jabalí hasta que se puso el sol. Mi trasero ya no podía más. Imagínate andar todo el día montado en un cepillo de acero sobre un camino pedregoso. Así de cómodo más o menos era viajar sobre aquella bestia.
No tengo ni idea de cuántos kilómetros recorrimos, pero sí sé que las montañas se desvanecieron en el horizonte y cedieron paso a una interminable extensión de tierra llana y seca. La hierba y los matorrales se iban haciendo más y más escasos y, finalmente, nos encontramos moviéndonos a través del desierto.
Yo iba sentada entre Percy y Michael. El primero me había estirado la mano con una sonrisa triste, quise suponer que al igual que a mí, no le sentaba bien que no habláramos.
Pero antes de que pudiera tomarla para subirme, una mano me sujeto de la cintura y me subió bruscamente. Quedé sentada delante de Michael, que mantuvo su mano en mi cintura, asegurandose que no fuera a caerme.
Percy lo miró por encima del hombro y ambos se dieron una mirada fría.
Yo no sabía dónde meterme, todo era tan incómodo entre los tres.
Al caer la noche, el jabalí se detuvo junto a un arroyo con un bufido y se puso a beber aquella agua turbia. Luego arrancó un cactus y empezó a masticarlo. Con púas y todo.
—Ya no irá más lejos —dijo Grover—. Tenemos que marcharnos mientras come.
No hizo falta que insistiera. Nos deslizamos por detrás mientras él seguía devorando su cactus y nos alejamos renqueando con los traseros doloridos.
Después de tragarse tres cactus y de beber más agua embarrada, el jabalí soltó un chillido y un eructo, dio media vuelta y echó a galopar hacia el este.
—Prefiere las montañas —dije.
—No me extraña —respondió Thalia—. Mira.
Ante nosotros se extendía una antigua carretera de dos carriles cubierta de arena. Al otro lado había un grupo de construcciones demasiado pequeño para ser un pueblo: una casa protegida con tablones de madera, un bar de tacos mexicanos con aspecto de llevar cerrado desde antes de que naciera Zoë y una oficina de correos de estuco blanco con un cartel medio torcido sobre la entrada que rezaba: «Gila Claw, Arizona.»
Más allá había una serie de colinas... aunque de repente me di cuenta de que no eran colinas. El terreno era demasiado llano para eso. No: eran montones enormes de coches viejos, electrodomésticos y chatarra diversa. Una chatarrería que parecía extenderse interminablemente en el horizonte.
—Wow —me asombré.
—Algo me dice que no vamos a encontrar un servicio de alquiler de coches aquí —dijo Lee. Le echó una mirada a Grover—. ¿Supongo que no tendrás otro jabalí escondido en la manga?
Grover husmeaba el aire, nervioso. Sacó sus bellotas y las arrojó a la arena; luego tocó sus flautas. Las bellotas se recolocaron formando un dibujo que no tenía sentido para mí, pero que Grover observaba con gesto preocupado.
—Esos somos nosotros —dijo—. Esas cinco bellotas de ahí.
—¿Cuál soy yo? —preguntó Percy.
—La pequeña y deformada —respondieron Zoë y Michael al mismo tiempo.
—Cierren el pico.
—El problema es ese grupo de allí —dijo Grover, señalando a la izquierda.
—¿Un monstruo? —preguntó Thalia.
Grover parecía muy inquieto.
—No huelo nada, lo cual no tiene sentido. Pero las bellotas no mienten.Nuestro próximo desafío...
Señaló delante nuestro, a la escasa luz del crepúsculo, las colinas de metal parecían pertenecer a otro planeta.
No quedaba de otra, teníamos que entrar en la chatarrería.
Se viene, se viene....LA CHARLA CON LA ABUELA DITA EN EL SIGUIENTE!!!
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