014.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴀᴛᴛᴇɴᴅɪɴɢ ʏᴏᴜʀ ᴏᴡɴ ꜰᴜɴᴇʀᴀʟ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴀꜱɪꜱᴛɪʀ ᴀ ᴛᴜ ᴘʀᴏᴘɪᴏ ꜰᴜɴᴇʀᴀʟ

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MÁS DE UNA SEMANA SIN SABER NADA DE PERCY, y yo ya estaba al borde del colapso.

¿Tienen idea de lo doloroso que es no saber nada de él, y que la única visión que seas capaz de evocar y soñar, sea de un funeral?

Me daba cuenta que estaba demasiado preocupada por el futuro, porque lo vendría si no lograba saber más, no solo de Percy, sino que si él moría, eso significaba que Nico sería el niño de la profecía.

Tenía tanto miedo de que mi incapacidad para cambiar el futuro o mis decisiones presentes arruinaran todo o lo empeoraran.

De repente, cualquier intento por descubrir el futuro de Percy acababa en el mismo funeral que ya había visto antes. Cada día que pasaba me encerraba más y más en las visiones, al punto que en un momento me desmayé porque colapsaron mis sentidos.

Cuando me desperté estaba en la enfermería. Estaba sola, o eso pensé en un primer momento.

—Hola.

Mirá a mi lado encontrandome la mirada cansada de Michael.

—Hola —Mi voz sonó ronca.

—¿Cómo te sientes? —preguntó colocando un paño de agua en la frente.

—Atontada.

—Es normal, estuviste inconsciente dos días.

Solté un suspiro, y me traté de sentar en la cama.

—Que mal.

—Dari, debes parar —dijo frunciendo el ceño—. Te estás haciendo daño.

—No puedo —respondí—, necesito....

—¡Necesitas detenerte! —exclamó enojado—. Sé que estás preocupada por Percy, pero así no ayudas en nada.

Lo miré, sintiéndome agotada.

—Tuve una visión —admití—. Vi un funeral, varios de hecho, pero había uno que era de una sola persona, Annabeth y yo estábamos en el centro sosteniendo una mortaja.

Michael se adelantó, sentándose a mi lado y tomando mi mano.

—Crees que es sobre Percy.

—¿Cuáles son las posibilidades? —pregunté a punto de llorar—. Ha pasado más de una semana y no sabemos nada de él.

»Yo acepté su plan, pude haber intentado ver el futuro para ver si saldría bien; pero no lo hice —sollocé—. Elegí dejarlo ir, elegí pensar que todo saldría bien y que él podría con ello solo. ¡Yo lo abandoné!

—No lo hiciste —murmuró.

—¡Lo hice! —exclamé sintiéndome incapaz de seguir conteniendo las lágrimas—. ¡Lo abandoné igual que a Bianca!

Michael se tensó, y me sujetó de los hombros para que lo viera a los ojos.

—¡No abandonaste a Bianca, maldita sea! —espetó—. Tampoco a Percy, por todos los dioses, Darlene. Somos mestizos, sabemos que la muerte nos ronda desde el momento en que nacemos y cuando vamos de misión es un resultado esperable aunque nos duela.

»Bianca lo sabía cuando tomó su decisión, Percy también. No puedes seguir culpándote de las elecciones de los demás. No puedes seguir tomando el peso de la responsabilidad por la vida de todo el mundo.

Sus palabras apenas lograron mitigar la angustia, pero su presencia me dio el consuelo en medio de la tormenta que se desataba dentro de mí. Me abrazó con fuerza, sosteniéndome mientras lloraba

—S-Solo...solo necesito saber que me equivoco —murmuré llorando—. Que esa visión no es de Percy. Necesito saber que sigue vivo.

—Lo sé —susurró acariciando mi cabello con ternura—. Todos estamos preocupados por él, pero no puedes seguir así. Lo único que podemos hacer es confiar en que él volverá. Es Percy Jackson, es una hierba difícil de arrancar.

Aun cuando estaba llorando, no pude evitar reírme.

—No seas tonto.

—Ahí —dijo tomando mi rostro en sus manos y limpiando algunas lágrimas—. Mira que bonita te ves sonriendo. No pareces un mapache hinchado.

Le di un golpe apartándolo.

—Siempre arruinas el momento.

Nos miramos unos segundos, disfrutando de la cómoda presencia del otro.

—¿Puedo preguntar por qué has estado peleando tanto con Annabeth? —dijo de repente—. Nunca las había visto tan enojadas la una con la otra.

Solté un suspiro—. Un cúmulo de cosas desde hace meses, que explotó en el peor momento.

Me enguajé las lágrimas con la manga de la sudadera que tenía puesta.

—Generalmente te guardas todo hasta que no das más —dijo asintiendo—. ¿Tan malo fue el detonante?

Lo miré sintiendome culpable. Quería ser honesta con él, igual como todo era antes de que cambiara, pero sentía que ya no podía. No cuando ahora sabía la verdad de sus sentimientos. Lo último que quería era lastimarlo.

—Solo...estoy siendo estúpida —dije bajando la mirada—. Me desquité con Annabeth por algo que no debería.

—Eso es inusual en tí —murmuró. Me tomó del mentón haciéndome mirarlo—. ¿Por qué tengo la sensación de que no quieres decirmelo por miedo a lastimarme?

—¿Tan obvia soy? —pregunté culpable.

—No, solo que te conozco —dijo con una sonrisa triste. Solté un suspiro y sujeté su mano—. Anda, dime qué pasa.

—Annabeth besó a Percy —admití—, y no debería haberme enojado con ella. No me corresponde, sobre todo porque le dije que lo invitara a salir, pero...yo solo...

—¿Te sigue molestando?

—No —declaré rápidamente, pero luego negué confundida—. Sí...no sé. Todo esto es tan extraño. Ya ni sé cómo debería sentirme.

Él me miró unos segundos, pensando en mis palabras y dijo—. Quizá solo lo estás analizando demasiado. Está bien si te enoja, Darlene. Annabeth sabe que estuviste enamorada de Percy por años, a diferencia de ella que intentó esconderlo y negarlo, tú no lo hiciste. Y ahora de repente has decidido hacerte a un lado por ellos, para que sean felices porque viste que aunque ninguno de los dos lo ha dicho, se quieren.

»Y eso te hace la persona más maravillosa de todas. No cualquiera renuncia para hacer feliz a quien ama sabiendo que estará con alguien más.

—Tú lo estabas haciendo.

Soltó un gran suspiro.

—Y no es fácil, pero era lo correcto, y en el medio no podemos evitar sentirnos de tal manera. Eso no lo controlamos, y tu siempre controlas todo para evitar lastimar a otros, y no está bien.

»Si te enojas con Annabeth porque aun quieres a Percy está bien, si te sientes celosa está bien, si lo quieres está bien. Deberías poder permitirte sentir y ya.

—No me enoja que Annabeth lo amé —reconocí—. Y no es que me sienta celosa, no es eso. Es...complicado. Ya ni siquiera sé qué es.

Michael tomó un mechón de mi cabello, el pequeño mechón teñido de gris que compartía con él de la misión al oeste y lo colocó detrás de mi oreja.

—Eso está bien, no necesitas saber todo siempre —dijo—. Se resolverá solo, supongo.

Lo miré dudando unos segundos, y sonreí.

—¿Desde cuándo eres experto en el amor? —pregunté inclinando la cabeza.

Michael sonrió.

—Me enamoré de la hija del dios del amor —susurró inclinándose cerca de mí rostro—. No me quedan muchas opciones más que intentar entender lo que eso significa.

—Y es precisamente por tu culpa que no entiendo qué me pasa —admití imitándole.

Él me miró confundido—. ¿Por mi?

—Sabes que sí —susurré—. Lo haces a propósito.

—No sé de qué hablas.

Estábamos demasiado cerca, su calidez me hacía sentir como si estuviera hipnotizada, como si una fuerza enorme me empujara hacia él.

Un golpe resonó en la puerta de la enfermería, nos separamos de repente y me sorprendí de ver a Annabeth mirándonos con ira.

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Michael se marchó en cuanto notó que Annabeth no tenía ningún interés en irse, dándome una mirada de "tú puedes".

En el momento en que nos quedamos solas, ella se acercó a zancadas con una expresión furiosa.

—¡¿Es una jodida broma?! —me gritó—. ¡Te enojas porque beso a Percy y tú estás a los besos con Michael!

—No lo he besado —dije en voz baja, evitando mirarla a la cara porque sabía que tenía razón.

—¿Y eso cambia algo? —cuestionó—. Me has tratado como si fuera una pésima amiga por besar al chico del que supuestamente estás enamorada, ¡pero no tuviste reparos en coquetear con otro!

»Y cómo si fuera poco, ¡lo haces cuando Percy está desaparecido! —gritó—. ¡¿Dónde está ese supuesto amor que le tienes?!

—Yo...

—Debí suponer que sería así —siseó—. Eres de la línea de Afrodita, por supuesto que...

La sujeté del brazo con fuerza, deteniéndola—. No te atrevas a terminar eso —dije en igual tono y luego la aparté bruscamente.

Sabía lo que quería decir. Afrodita ama el amor, ama estar enamorada, ama con locura a los que le inspiran el sentimiento. Pero la realidad es que ella no sabe permanecer con una sola pareja.

Como diosa del amor, literalmente ama a todos. No contiene lo que siente a uno solo, no es que eso esté mal, pero ella es así y todos lo saben. Nadie espera que ella sea fiel.

Diferente es cuando tienes el ideal de lealtad como bandera, el cual es mi caso.

Annabeth estaba sugiriendo que era una hipócrita y que me parecía más a Afrodita de lo que me gustaba admitir.

—Dijiste que estabas bien con eso —siseó mirándome con frialdad—. Y ahora...

—Lo estoy —dije aguantando la mirada—. No soy quién para prohibirte algo solo porque yo lo conocí primero. Pero si fueras una buena amiga, al menos entenderías por qué estoy enojada.

—¡Te pregunté si aún lo querías, y me dijiste que lo invitara a salir! —gritó. Las lágrimas se le escaparon aunque intentó contenerlas.

—¡No se trata de Percy! —grité sintiendo mis propias lágrimas—. ¡Se trata de tí! ¡Se trata de que hace meses siento que no somos amigas!

Ella me miró confundida, enojada y dolida.

—¿Qué?

Me pasé la mano por la frente, tratando de regular mi respiración.

—No mentí, cuando dije que deberías invitarlo a salir y que no me enojaría por ello, era en serio, no te mentí —dije entre dientes—, no es por eso que estoy enojada. Es por tu actitud.

»Me pediste consejo sobre su cita, ¡a mi! —exclamé—. Sé que te dije que lo invitaras, ¿pero era necesario preguntarme a mí sobre lo que deberías hacer con el chico del que sabías que aún sentía algo? Podías haberle preguntado a cualquiera de las chicas de la diez, pero elegiste preguntarme a mí.

»Y ese día —agregué con la voz rota—. No me enojé porque lo besaste, entiendo que lo hayas hecho porque no sabíamos cómo serían las cosas luego de irnos, estoy enojada porque antes de hacerlo me miraste. Eras consciente de que estaba viéndolos, eras consciente de lo que yo sentía y elegiste hacerlo justo cuando yo estaba viendo.

»No es por Percy, es por tí —dije—. Es porque cuando haces esas cosas, siento que no eres mi amiga. Y te juro que he intentado guardarme todo, he intentado fingir que no veía esos gestos, pero si lo hago, y me duele como no tienes idea.

—Yo....

—Te juro, Annabeth —murmuré—. Te juro que si algo hubiera empezado entre ustedes después de eso, aunque me hubiera dolido, los hubiera felicitado. Jamás me habría enojado de la felicidad de los dos.

—Dari...

—Sé que no tengo derecho a reclamar nada. Percy solo es mi amigo, sé que él no me quiere de la misma forma, y la verdad es...que ya ni siquiera sé si lo sigo queriendo igual que hace un año —admití.

Ella me miró anonada, parecía de verdad sorprendida. Puntito para mí, no es fácil sorprender a una hija de Atenea.

—Pero...te he visto —dijo en voz baja—. He visto como aún lo miras.

—Lo quiero, Annabeth. Lo amo, es mi primer amor —murmuré—. No puedes esperar que deje de amarlo como si nada, siempre tendrá un lugar en mi corazón, y quizá siempre me preguntaré como seriamos si él me quisiera.

»Y sí, aún siento celos y dolor cuando lo veo con alguien más, pero te juro que si ustedes están destinados a estar juntos, yo seré la primera en desear que su relación sea bendecida.

»Lo único que quiero, es que dejes de actuar así —pedí—, que intentes cuidar mis sentimientos de la misma manera en que yo cuido los tuyos.

Me aparté un mechón de cabello que se había pegado a mi rostro húmedo por las lágrimas, tratando de recobrar la compostura. Mis sentimientos estaban enredados en una maraña de confusión y dolor, y estaba desesperada por desenredarlos.

Annabeth rompió el silencio con un suspiro cargado de tristeza. Sus ojos brillaban con una mezcla de arrepentimiento y deseo de solucionar las cosas. Por un instante, olvidé toda la ira y el dolor que había sentido hacia ella y solo vi a mi amiga, a la persona con la que había compartido tantos momentos.

—Tienes razón —admitió sentándose en una de las literas—. Lo siento, he sido una mala amiga. He sido egoísta y cruel.

—Yo también lo siento —dije sentándome a su lado—. No debí haberte gritado, ni haberte tratado como lo hice. Debí haberte dicho como me sentía en lugar de haberme guardado todo esto por meses. Exploté en el peor de los momentos.

—Somos un desastre —murmuró.

—Tenemos catorce años, Annabeth. Catorce, y somos semidiosas. Nuestra existencia es un desastre. Eres pura lógica y orgullo, y yo soy pura emoción y drama; no somos exactamente la mejor combinación cuando hay enojo de por medio.

Ella asintió.

—Lamento haberme asegurado que lo vieras —dijo—, pero no haberlo besado.

—Respeto eso —dije—, de todas formas yo lo besé el año pasado.

Annabeth me dio una mirada mortal, pero luego sonrió, y acabamos riéndonos.

—De verdad lo siento, Dari. Yo...ni siquiera sé por qué actuó así, Percy es...no sé, aún sigo confundida por lo que siento hacia él.

—Eres demasiado celosa, Annie —dije sentándome a su lado—. Incluso lo eres conmigo, siempre te enojas cuando te dijo que pasaré el rato con los de mi cabaña.

Ella bajó la vista apenada.

—Supongo que...me aterra que las personas que amo se vayan, que me dejen por algo o alguien más importante.

La miré sintiendo compasión por ella. Entendía cuál era el problema. Luke. Él había sido su todo, pero cuando tuvo que elegir, prefirió su venganza por encima de los recuerdos que había formado con ella.

—No me iré a ningún lado —susurré tomándole la mano.

Ella me sonrió con tristeza.

—Desearía que Percy estuviera aquí para decirnos lo mismo.

—Seguro que lo haría —agregué—, y aunque no sé cuándo, estoy segura que lo hará. Y entonces, le pondremos unas esposas, una atada a cada una de nosotras. No lo dejaremos ir nunca más.

Annabeth se rió, y me dio un empujón en el brazo.

—No seas tonta.

Nos reímos con sinceridad, dejando que todo el peso de días discutiendo se marchara. Necesitábamos hablar de esto, aunque fue doloroso en un principio. Aún así, había un deje de tristeza porque a pesar de solucionar nuestra pelea, no todo estaba bien.

—¿De verdad crees que Percy volverá? —preguntó con la voz rota.

—No lo sé —admití—, pero espero que así sea.

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Dos días más tarde, Quirón nos pidió a Annabeth y a mí que debíamos hacer un sudario para Percy. El tiempo límite de espera había terminado, y no teníamos noticias de él. Debían declararlo muerto.

Hicimos un escándalo, nos negabamos a aceptarlo, pero la verdad, era que hasta nosotras teníamos dudas.

Un día después, todo el campamento se reunió en el anfiteatro por la tarde.

Me paré junto a Annabeth, ambas sosteniendo un sudario verde con el símbolo de Poseidón en honor a Percy, mientras Quirón hablaba. Tenía el corazón roto, todo era tal cual lo había visto en una de mis visiones.

—... aceptar que ha muerto —expuso Quirón—. Después de un silencio tan largo, no es probable que nuestras plegarias sean atendidas. Le he pedido a sus mejores amigas que hagan los honores finales.

Annabeth me miró, con los ojos llenos de lágrimas y asintió. Levantamos el sudario y lo arrojamos al fuego.

Ella miró a la audiencia. Yo no podía hablar, tenía la voz rota de tanto llorar, estaba cansada y mi cuerpo ya no podía más de tanto sobre-exigirlo.

—Era seguramente el amigo más valeroso que hemos tenido. Él...¡está allí!

Levanté bruscamente la cabeza al punto que sentí un ligero crac en el cuello, pero no me importó. No cuando lo vi de pie en la entrada del anfiteatro.

Todas las cabezas se volvieron. La gente sofocó un grito.

—¡Percy! —exclamó Beckendorf con una gran sonrisa.

Los campistas se apresuraron a rodearlo y empezaron a darle palmadas en la espalda.

Annabeth y yo corrimos hacia él, en el camino alcancé a escuchar varias maldiciones procedentes de los chicos de la cabaña de Ares.

No me importaba nada más porque Percy estaba vivo.

Quirón se acercó a medio galope y todos le abrieron paso.

—Bueno —dijo con un suspiro de alivio—. Creo que nunca me había alegrado tanto al ver regresar a un campista. Pero tienes que contarme...

—Quítate, Quirón —grité abriéndome pasó hacia él, con Annabeth a mi lado.

—¿Dónde has estado? —dijo ella.

Ambas lo abrazamos fuertemente hasta que él se quejó de que le estábamos rompiendo las costillas. Los demás enmudecieron.

Luego nos apartamos, pero ninguna de las dos estaba dispuesta a dejarlo ir, tal como le dije que haríamos cuando volviéramos a verlo.

—Yo... ¡pensábamos que habías muerto, sesos de alga! —exclamó.

—Lo siento. Me perdí.

—¿Qué te perdiste? —dije incrédula —. ¿Dos semanas? ¿Dónde demonios...?

—Chicas —nos interrumpió Quirón—. Quizá deberíamos discutir esto en privado, ¿no creen? Los demás, regresen a sus ocupaciones.

Sin darnos tiempo a protestar siquiera, nos agarró a Annabeth, Percy y a mí con la misma facilidad que si fuéramos tres gatitos, nos colocó sobre su lomo y nos llevó al galope hacia la Casa Grande.

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Percy es el único imbécil que podría presentarse a su propio funeral y decirnos que no vino antes porque simplemente se perdió.

Nos contó sobre el monte Saint Helens y cómo había salido disparado del volcán. Nos dijo que se había quedado confinado en una isla. Más tarde Hefesto lo había encontrado y le había indicado cómo partir. Y que una balsa mágica lo había llevado hasta el campamento.

Obviamente, estaba ocultando información.

En todo el rato que habló, nunca se atrevió a mirarnos a la cara ni a Annabeh ni a mí, al mismo tiempo que se pasaba las manos por el pantalón, como si estuviera limpiándose el sudor.

Podía sentir la vergüenza, la culpa y la incomodidad saliendo de él. Y si la cantidad masiva de celos que salía de Annabeth era un indicador, ella también se había dado cuenta que nos estaba ocultando algo.

Tenía ropa que antes no tenía, y se veía muy bien cuidado. Dudaba que hubiera estado solo.

—Has estado desaparecido dos semanas. —dijo Annabeth con voz más firme, pero aún se la veía conmocionada—. Cuando oímos de la explosión pensé...

—Ya —interrumpió él —. Lo siento. Pero ya he averiguado cómo cruzar el laberinto. Hablé con Hefesto.

—¿Te dio él la clave?

—Bueno, vino a decirme que yo ya sabía cómo hacerlo. Y es cierto. Ahora lo entiendo.

Nos contó su idea.

Lo miré confundida, y Annabeth tenía la boca abierta.

—¡Eso es una locura, Percy!

—¿Quién es Rachael Elizabeth Dare?

Annabeth me miró, como si recordara algo importante y se giró hacia él, con las manos en la cadera y enarcando una ceja.

—Eso, cuéntale a Darlene quién es.

Percy me miró como si fuera un ciervo frente a un auto, estaba peor que hace un rato.

—Es...una mortal.

—Aja, ¿y? —pregunté sin entender nada.

—Una mortal que sabe que es un semidios y de la que no nos contó, y que ahora quiere incluir en la búsqueda —espetó Annabeth.

Yo miré a ambos—. ¿Y por que le contaste que eres un semidiós?

—Ella ve a través de la Niebla.

Me encogió de hombros.

—Entonces no veo nada malo en incluirla.

Ella me dio una mirada como si la hubiera traicionado.

—¿Estás loca?

Quirón se arrellanó en su silla de ruedas y se acarició la barba.

—Hay un precedente, no obstante. Teseo contó con la ayuda de Ariadna.

—Pero esta búsqueda es mía —protestó Annabeth—. Tengo que dirigirla yo.

Quirón parecía incómodo.

—Querida, la búsqueda es tuya, pero necesitas ayuda.

Pensé en la visión que tuve la noche que me salieron mis alas, era el taller de Dédalo y habían cuatro personas conmigo, dos de ellas debían ser Annabeth y Percy, una de ellas era una chica pelirroja.

—¿Y se supone que eso va a representar una ayuda? —dijo Annabeth—. ¡Por favor! Es un error. Es cobarde. Es...

—Cuesta tener que admitir que necesitamos la ayuda de un mortal —dijo Percy—. Pero es cierto.

—Rachel...es pelirroja ¿verdad?

Los tres me miraron.

—Sí —respondió Percy—. ¿la viste con nosotros?

Asentí. Annabeth me lanzó una mirada fulminante.

—¡Son las personas más odiosas que he conocido! —dijo, y salió de la habitación hecha una furia.

Me quedé mirando la puerta.

—¡Ya ves de qué me ha servido ser el amigo más valeroso que ha tenido! —espetó Percy enojado.

—Ya se calmará —aseguró Quirón—. Está celosa, chico.

—Eso es absurdo. Ella no... no es como si...

Quirón rió entre dientes.

—Eso no importa. Annabeth tiene un sentido bastante territorial de la amistad, por si no lo habías notado. Estaba muy preocupada por ti. Y ahora que has vuelto, creo que sospecha dónde te quedaste aislado.

Lo miré entrecerrados los ojos.

—See...¿Dónde dijiste exactamente que estuviste?

—He...

—Ha vuelto y eso es lo que importa —dijo Quirón sonriendo con nerviosismo—. Por la mañana haré que Argos los lleve a los tres a Manhattan. Podrías parar un momento para ver a tu madre, Percy. Está muy... trastornada lógicamente.

Percy pareció muy culpable ante la mención de su madre, así que decidí no presionar más.

—Iré a preparar mi bolso —dije frunciendo el ceño.

Además, tenía la sospecha de que Annabeth ya sabía, y ella sí me contaría la verdad.

Annabeth escudándose en Darlene para reclamarle a Percy por Rachel y Dari casi que dándole igual que conociera a una mortal🤣

Después de mucho tiempo....¡MEME TIME!

Percy llegando a su propio funeral:

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