014.ᴀʙᴏᴜᴛ ʜᴇʀᴏᴇꜱ ᴡʜᴏ ʀᴇᴄᴇɪᴠᴇ ʟᴀᴜʀᴇʟꜱ ᴀɴᴅ ɢᴏᴅꜱ ᴡʜᴏ ᴛʜʀᴇᴀᴛᴇɴ ᴅᴇᴀᴛʜ
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ꜱᴏʙʀᴇ ʜÉʀᴏᴇꜱ Qᴜᴇ ʀᴇᴄɪʙᴇɴ ʟᴀᴜʀᴇʟᴇꜱ ʏ ᴅɪᴏꜱᴇꜱ Qᴜᴇ ᴀᴍᴇɴᴀᴢᴀɴ ᴅᴇ ᴍᴜᴇʀᴛᴇ
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AL DÍA SIGUIENTE Annabeth y Grover volvieron. Estaban agotados, heridos y habían logrado recuperar el rayo.
Observé entre todos los campistas que se habían congregado alrededor de ellos, pero Percy no estaba por ninguna parte.
—Llevó el rayo al Olimpo —me dijo Grover en cuanto lo abracé.
—¡¿Qué?!
Pasé el resto del día preocupada, asustada de que Percy no volviera porque al final Zeus decidió que era una buena idea fulminarlo. Se me hizo imposible no sentir que me estaba muriendo de miedo hasta que finalmente lo vi atravesar la entrada.
Salté a abrazarlo antes que alguien más pudiera adelantárseme, y casi lo tiré al suelo de lo brusca que fui, pero no me importó. Había sentido mucho miedo pensando que no volvería a verlo.
Por lo que me contó Silena, eran los primeros héroes en regresar vivos al campamento después de la misión de Luke, así que todos estaban emocionados.
Según la tradición del campamento, les pusieron laureles en el gran festival organizado en su honor, y después hubo una procesión hasta la hoguera, donde debían quemar los sudarios que sus cabañas habían confeccionado en su ausencia.
La mortaja de Annabeth era muy bonita, seda gris con lechuzas de plata bordadas.
—Es una pena que no puedan enterrarte con ella —bromeó Percy al verla.
—Cierra el pico —le dijo Annabeth después de darle un puñetazo.
Lamentablemente, como único hijo de Poseidón, no había nadie más en la cabaña tres, y los de Ares se habían ofrecido voluntarios para hacer la de Percy. A una sábana vieja le habían pintado una cenefa con caras sonrientes con los ojos en cruz, y la palabra GUSANO bien grande en medio.
Mientras la cabaña de Apolo dirigía el coro y nos pasábamos sándwiches de galleta, malvaviscos y chocolate. Los únicos que no tenían ganas de fiesta eran Clarisse y sus hermanos, cuyas miradas envenenadas eran el claro indicio de que odiaban que Percy hubiera humillado a Ares.
Me senté con mis compañeras de la cabaña de Afrodita, lejos de donde Percy se había sentado, rodeado de nuestros antiguos compañeros de la cabaña de Hermes, los hermanos de Annabeth y los amigos sátiros de Grover.
No pude evitar notar, que Percy parecía muy apegado a Annabeth, mucho más de lo que había sido cuando se fueron.
Antes, Percy parecía tolerarla, le irritaba su constante actitud sabelotodo y le divertía hacerla enojar, ella lo miraba como si fuera una mosca molesta y lo trataba como si fuera un ignorante.
Ahora, ambos parecían tener una complicidad nueva, podía verlo en las miradas que se daban, en las risas que compartían.
No estaba segura de qué había cambiado en diez días, pero eran distintos. Quizá era —pensé más tarde en mi cama antes de dormir—, la camaradería que surge de una experiencia cercana a la muerte.
Lo que sea que les hubiera pasado en la misión, los había unido de una manera especial.
Y yo no pude evitar sentir, que me había quedado apartada de nuevo. Me ponía furiosa, porque me parecía grandioso que se llevaran bien, que fueran amigos, pero no me gustaba lo que eso implicaba para mí.
Porque yo quería tener esa camaradería con Percy, igual que cuando estábamos en Yancy y lo de la furia nos había unido; quería ser amiga de Annabeth porque amaba poder debatir sobre mitos griegos y que ella me enseñara a leer el idioma.
Pero ahora me sentía lejos de ambos, ellos compartían algo de lo que yo no era parte. Algo que no podía entender, porque nunca había tenido una misión heróica.
Y eso me frustraba conmigo misma.
Había pasado todo el tiempo aprendiendo a pelear con la espada, a cabalgar, lucha libre y canotaje, y seguía siendo un fracaso. Solo había mejorado en la pelea con puños y mi mejor destreza era el arco.
¿Cómo iba a lograr ir a una misión si era un desastre, más que una posible heroína?
Los miré, riendo por algún chiste que compartían de algo que había pasado en la misión, y quería poder reírme con ellos, entendiendo la broma oculta.
A su lado, Grover les enseñaba a sus amigos la recién expedida licencia de buscador que le había concedido el Consejo de los Sabios Ungulados. El consejo había definido la actuación de Grover en la misión como: «Valiente hasta la indigestión. Nada que hayamos visto hasta ahora le llega a la base de las pezuñas.»
—Sí, sí, bien, así que el mocoso no ha acabado matándose, y ahora se lo tendrá aún más creído. Bien, pues hurra —dijo Dionisio rodando los ojos—. Más anuncios: este sábado no habrá regatas de canoas...
Para cuándo la cena terminó, Percy se acercó a mí con su sonrisa rebelde que tanto me gustaba.
—Entonces Eros ¿eh?
Asentí, bastante feliz de que por fin tuviéramos unos minutos solos los dos.
—Eros.
—¿Cómo fue?
—Tenía entendido que Luke te contó —dije recordando como Luke me había dicho que se comunicó con Percy un día después de mi reconocimiento. Yo había querido gritar de furia por haberme perdido esa oportunidad de verlo, porque fue la última noticia que tuvimos de él hasta días más tarde.
—Pero quiero escucharlo de ti —respondió pasando su brazo por mis hombros y guiándome a las cabañas.
¿Oyen eso? Es mi corazón a punto de explotar.
—Me peleé con Michael y le di un puñetazo —conté con la voz nerviosa, agradecía que fuera oscuro, así no se me veía el sonrojo—, parece que mi padre se sintió tan orgulloso que decidió que era el momento perfecto para decirle a todos "¡Eh, esta es mi hija, la que le rompió la nariz al niño sol".
Percy soltó una carcajada.
—Me cae bien tu padre.
—Y hay más.
—¿Más?
—Me visitó.
Le conté sobre el día en que apareció aquí en el campamento, sobre nuestra charla y el regalo que me hizo.
—Wow, parece un padre genial —murmuró—, dentro de lo que son los padres olímpicos.
—¿Y tú? ¿Pudiste ver a tu papá?
Me contó sobre su viaje al Olimpo, sobre su charla con Poseidón y las palabras que lo hirieron tanto: "no deberías haber nacido".
—Sé que lo dijo en su deber de dios, por haber roto la promesa al río Estigio, pero...
No hizo falta que dijera más, era fácil de ver qué le molestaba.
Sentí mi corazón en un puño al ver el dolor en sus ojos, estiré la mano para tomar la de él, y Percy me dio una sonrisa triste y cansada.
Me arrepentí de haberle contado sobre Eros, no quería que se sintiera mal por la diferencia de tratos siendo que de todas maneras ambos eran dioses. Quería decirle que quizá su padre, al ser uno de los tres grandes, era más complicado; pero aun así, no lo hacía más fácil para su hijo.
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El 4 de julio, todo el campamento se reunió junto a la playa para asistir a unos fuegos artificiales organizados por la cabaña de Hefesto, y ellos no se conformarían con unas simples explosiones rojas, blancas y azules.
Habían anclado una barcaza lejos de la orilla y la habían cargado con cohetes tamaño misil.
Según Annabeth, los disparos eran tan seguidos que parecerían fotogramas de una animación. Al final aparecería una pareja de guerreros espartanos de treinta metros de altura que cobrarían vida encima del mar, lucharían y estallarían en mil colores.
Mientras Annabeth y yo extendíamos la manta de picnic, apareció Grover para despedirse.
—Me voy —dijo—. Sólo he venido para decir... Bueno, ya saben.
Aunque estaba preocupada, me alegré por él. Al fin y al cabo, no todos los días un sátiro era autorizado a partir en busca del gran dios Pan.
Los tres le dimos un fuerte abrazo, Annabeth le recordó no quitarse los pies falsos y yo le dije que tratara de ponerse en contacto de vez en cuando para que supiéramos cómo estaba.
—¿Dónde buscarás primero? —preguntó Percy.
—Es... ya sabes, un secreto. Ojalá pudieran venir conmigo, pero los humanos y Pan...
—Lo entendemos —le aseguró Annabeth—. ¿Llevas suficientes latas para el camino?
—Sí.
—¿Y te acuerdas de las melodías para la flauta?
—Jo, Annabeth —protestó—. Pareces tan controladora como mamá cabra.
—¡Chitón! —solté apuntándolo con el dedo—. Escuche a su mamá, jovencito. Ella está muy preocupada.
Los cuatro soltamos una carcajada, mi broma había ayudado a distender el ambiente triste de despedida. Él agarró su cayado y se colgó una mochila del hombro, tenía el aspecto de cualquier autoestopista de los que se ven por las carreteras: no quedaba nada del pequeño chico tímido y nervioso que conocimos en Yancey.
—Bueno —dijo—, deseenme suerte.
Nos abrazó una última vez, le dio a Percy una palmada en el hombro y se alejó entre las dunas.
Los fuegos artificiales surgieron entre explosiones en el cielo: Hércules matando al león de Nemea, Artemisa tras el jabalí, George Washington (que, por cierto, era hijo de Atenea) cruzando el río Delaware.
—¡Eh, Grover! —gritó Percy. Se volvió en la linde del bosque—. Dondequiera que vayas, espero que hagan buenas enchiladas.
Él sonrió y al punto desapareció entre los árboles.
El 10 de julio cumplí trece años, los de la cabaña de Afrodita me prepararon un pastel y me regalaron una preciosa chaqueta de cuero negra que habían decorado con cadenas y apliques de corazones rotos. La amé.
Lee y Michael me regalaron una nueva colección de flechas, y Percy y Annabeth un libro enorme de mitología griega.
El resto del mes, pasé los días pensando en nuevas estrategias para capturar la bandera, y aprendiendo a llevar mi nueva amistad con los chicos de la cabaña siete. Lee me había dicho que ahora que todo se había resuelto entre Michael y yo, el resto de sus hermanos parecían más dispuestos a conocerme.
Los tres pasamos varias horas juntos, aunque Michael seguía siendo un incordio a veces y seguíamos discutiendo por todo, y Lee era quién hacía de pacificador.
Pero la parte más linda de mis días, eran las pocas veces que Percy y yo pasábamos a solas; generalmente Annabeth se sumaba con nosotros, pero había veces en las que ella estaba muy ocupada y Percy y yo nos quedamos solos. Eran pocas, pero las apreciaba muchísimo.
Como una tarde en la que estábamos practicando canotaje.
—¿Qué te molesta? —pregunté. Lo había visto varias veces mirando hacia la Casa Grande.
—El Oráculo —respondió luego de pensar en silencio.
—¿Qué hay con eso?
—Intento convencerme que su profecía se cumplió.
Nos quedamos callados, y él seguía mirando hacia las cabañas, estaba incómodo y no parecía tan concentrado en la actividad que estábamos haciendo.
—¿Quieres que repasemos la profecía?
Él asintió pensativo.
—"Irás al oeste, donde te enfrentarás al dios que se ha rebelado."
—Bueno, fueron a Los Ángeles y enfrentaste a Ares, que fue el dios traidor, y no Hades.
—"Encontrarás lo robado y lo devolverás".
—Hecho. El rayo y el yelmo están con sus respectivos dueños.
Frunció el ceño y tuve la certeza que esa era la parte que le molestaba.
—"Serás traicionado por quien se dice tu amigo".
—Seguro que se trataba de Ares —dije poniendo la mano en su hombro—. Fingió ser tu amigo y ayudarte, pero al final solo estaba mintiendo.
Él asintió sin estar del todo convencido. —"Al final, no conseguirás salvar lo más importante". Fracasé en salvar a mi madre, no pude ayudarla y se salvó a sí misma.
—Pero sigues sintiendo que algo no encaja.
—Quizá son ideas mías —dijo al final.
La última noche del curso estival llegó demasiado rápido.
Los campistas cenamos juntos por última vez. Quemamos parte de nuestra cena para los dioses. Junto a la hoguera, los consejeros mayores concedían las cuentas de «fin de verano».
Yo obtuve mi propio collar de cuero, y cuando vi la cuenta de mi primer verano, me sentí muy feliz por Percy. Era completamente negra, con un tridente verde mar brillando en el centro.
—La elección fue unánime —anunció Luke—. Esta cuenta conmemora al primer hijo del dios del mar en este campamento, ¡y la misión que llevó a cabo hasta la parte más oscura del inframundo para evitar una guerra!
El campamento entero se puso en pie y lo ovacionó. La cabaña de Atenea empujó a Annabeth hacia delante para que compartiera el aplauso con él. Ambos sonrojados por ser el centro de atención.
Por la mañana, la mayoría se marcharía a pasar el año fuera. Había sido un verano interesante, me había divertido, había hecho muchos amigos nuevos y había conocido a mi papá.
Debí saber que no todo podía ser tan perfecto.
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Esa noche, tuve un sueño.
Estaba en un bosque y las estrellas brillaban de una forma que nunca antes había visto, tan bonito como solo podía ser en un lugar donde no hubiera contaminación.
El aire fresco olía a flores, debía ser primavera porque incluso en la oscuridad podía ver flores tan preciosas.
Tenía puesto una especie de vestido blanco, tardé unos segundos en darme cuenta que era un atuendo griego, de los que usaban en la antigüedad; sujeto por una cadena de oro y tenía el brazalete que papá me había dado, mi cabello estaba peinado en un moño bonito adornado con flores y una diadema de oro.
Estaba descalza así que podía sentir el pasto bajo mis pies. A lo lejos, el aullido de un lobo y uno que otro sonidos de animales. Era todo tan placentero que desee que fuera real.
Una luz apareció frente a mí, era más como una pelota brillante que flotaba y emitía un aura que solo podía ser divina. Entonces, la luz brilló más y más hasta que fue lo único que podía ver y tuve que cerrar los ojos porque era insoportable.
El aire se puso tan caliente que podía derretir todo a mi alrededor. Cuando la luz se apagó, el paisaje volvió a la oscuridad total de la noche, y delante de mí había un hombre. Me dio una mirada fría y llena de odio que me hizo retroceder asustada.
No era estúpida. Sabía quién era.
Era inconfundible aunque nunca lo hubiera visto, aunque ni siquiera ahora pudiera verlo bien en la noche.
—Darlene Backer —murmuró. Su voz era suave y ronca, me hizo estremecer, pero de miedo—. Por fin nos conocemos.
—U-Usted....
—Que decepción, ni siquiera eres capaz de mostrar el debido respeto a un dios —espetó con voz dura.
Tragué saliva, asustada por el desprecio que destilaba en cada palabra. Me incliné solo porque me aterraba que pudiera calcinarme.
—Lo lamento, no fue mi intención ofenderlo, señor Apolo—murmuré.
Tenía ganas de llorar, no sabía qué podía hacerme.
Sus pasos sobre el césped eran el único sonido en el bosque, se acercó a mí y tomó mi mentón con sus cálidos dedos. Suavemente, como una caricia, levantó mi mirada hacia él.
—¿Señor? —repitió con burla—. ¿Qué diría tu padre si te escuchara llamarme con tanto respeto?
Yo quería decirle que probablemente mi padre no permitiría que ni siquiera me estuviera poniendo una mano encima, pero eso quizá lo haría enojar.
—¿P-Puedo preguntar qué hace aquí? —expresé tartamudeando.
Él me miró a los ojos, estudiando mis rasgos en silencio.
—El tesoro del monstruo —susurró. Yo no entendía de qué estaba hablando, pero me quedé helada cuando deslizó su mano suavemente por mi cuello—. Tú, una simple mestiza que probablemente no llegará a los dieciocho años, eres el preciado tesoro del amor.
Se me escapó un jadeo cuando apretó, fue rápido y me llenó de pánico. El dios ante mí me estaba ahorcando, fuerte y sin piedad.
Llevé mis manos a la suyas, quería rogarle que me soltara, pero era imposible decirlo si ni siquiera podía respirar. Se me llenaron los ojos de lágrimas y podía sentir la presión en mi cabeza por la falta de oxígeno.
Los gemidos que se escapaban de mis labios buscando la más pequeña partícula de aire cortaba la calma de la noche. Se me doblaron las rodillas y pronto todo el peso de mi cuerpo era sostenido por las manos del dios.
—Muchos dijeron "es una niña, es inocente", pero Dafne también era inocente, ella tampoco tenía nada que ver en la ira de tu padre —espetó en voz baja, sus palabras sonaban duras y filosas como una daga—. Él no tuvo piedad por una inocente, ¿por qué debería tenerlo por ti?
—P-Por fa-vor...
—Nada le hará más daño que verte pagar el precio de sus propios actos.
Me soltó, y caí sobre el césped, tomando grandes bocanadas de aire, agitada y llorando de desesperación. Me llevé una mano al pecho para intentar calmar mi corazón.
—No pienso matarte esta noche —dijo. Levanté la cabeza, observándolo borroso por las lágrimas—. No podría, tu cuerpo está en el campamento y es territorio de protección para los mestizos, mientras estés aquí no puedo hacerte nada.
»He esperado más de dos mil años, puedo esperar un poco más. Solo asegúrate de no morir antes de tiempo, no me arruines mi venganza.
Y llegó la primera interacción de Dari y Apolo. Sí, el señor solo tiene en mente matarla en algún momento. No va a mejorar por lo pronto, pero irá poco a poco.
Me tomé la libertad creativa de lo de "el campamento es un lugar seguro para semidioses" se extiende a también seguro de los dioses mismos.
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