013.ᴀʙᴏᴜᴛ ꜱᴛᴏʀᴍʏ ꜰʀɪᴇɴᴅꜱʜɪᴘ ᴀɴᴅ ᴀ ᴠᴏʟᴄᴀɴɪᴄ ᴇʀᴜᴘᴛɪᴏɴ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴀᴍɪꜱᴛᴀᴅ ᴛᴏʀᴍᴇɴᴛᴏꜱᴀ ʏ ᴜɴᴀ ᴇʀᴜᴘᴄɪᴏɴ ᴠᴏʟᴄᴀɴɪᴄᴀ

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ANNABETH CASI ME DA UN SUSTO DE MUERTE.

Percy había estado llamándola y de repente, algo le tapó la boca y yo sentí el tacto de una mano apoyándose en mi hombro, y casi grito.

—¡Chist! —Nos obligó a agacharnos tras un caldero enorme de bronce—. ¿Quieren que nos maten?

Encontré a tientas su cabeza y le quité la gorra de los Yankees. Annabeth recobró ante mí su apariencia visible, ahora muy ceñuda y con la cara tiznada de ceniza.

—¿Se puede saber qué les pasa?

—¡Vamos a tener compañía! —Le hablamos a toda prisa de la clase de orientación para monstruos. Ella abrió mucho los ojos.

—Así que son telekhines —dijo—. Debería habérmelo imaginado. Y están haciendo... Bueno, míralo.

Atisbamos por encima del caldero. En el centro de la plataforma había cuatro demonios marinos, pero éstos eran completamente adultos y medían al menos dos metros y medio. Su pelaje negro relucía a la lumbre mientras se afanaban de aquí para allá y hacían saltar chispas martilleando por turnos un trozo muy largo de metal al rojo vivo.

—La hoja casi está terminada —comentó uno—. Sólo hace falta enfriarla otra vez con sangre para fundir los metales.

—Sí, señor —dijo otro—. Estará incluso más afilada que antes.

—¿Qué es eso?

Annabeth meneó la cabeza.

—No paran de hablar de fundir metales. Me pregunto...

—Sé lo que es.

Ambos me miraron, pero yo solo podía ver aquella hoja con horror.

—¿La viste en una visión? —Asentí.

—Antes se han referido a la mayor arma de los titanes —dijo Percy—. Y han dicho... que ellos fabricaron el tridente de mi padre.

—Los telekhines traicionaron a los dioses —explicó Annabeth—. Practicaban la magia negra. No sé qué hacían exactamente, pero Zeus los desterró al Tártaro.

—Con Cronos.

Asintió.

—Tenemos que salir...

Apenas lo había dicho cuando la puerta de la clase explotó y los jóvenes telekhines salieron atropelladamente por el hueco. Tropezaban unos con otros, tratando de averiguar por dónde debían seguir para lanzarse al ataque.

—Annabeth, ponte la gorra y saca a Dari de aquí.

—¿Cómo? —chilló Annabeth.

—¡No! ¡No vamos a dejarte aquí!

—Tengo un plan. Yo los distraeré. Ustedes pueden usar la araña metálica. Quizá vuelva a conducirlas hasta Hefesto. Tienen que contarle lo que ocurre.

Aunque odiaba su plan, tenía razón. Un nudo se me hizo en el pecho, tenía un mal presentimiento de esto.

—Pero ¡te matarán!

—Todo saldrá bien. Además, no tenemos opción.

Asentí, miré a mi alrededor para asegurarme que no hubiera monstruos cerca y luego de vuelta hacia ellos.

—Tenemos que irnos, Annie.

Ella me miró unos segundos y luego a Percy, y entonces hizo algo que no esperé. Lo besó.

Me quedé estupefacta, incapaz de apartar los ojos de la escena frente a mí. La sorpresa y el desconcierto se entrelazaron con un dolor latente, como si una parte de mí terminara de aceptar por completo la verdad que ya sabía desde hacía meses.

Aparté la mirada, sin saber cómo seguiría todo a partir de ahora.

—Ve con cuidado, sesos de alga. —Se puso la gorra y desapareció.

Sentí el tirón en mi mano, llevándome hacia el túnel nuevamente.

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El silencio entre dos chicas enamoradas de un mismo chico, que son amigas y que una lo besó enfrente de la otra, es el peor que puede existir.

La araña nos llevó de nuevo a la guarida de Hefesto, a quién pusimos al tanto de lo que habíamos descubierto, y aunque él estaba listo para decirnos lo de Dédalo, ambas decidimos que era mejor volver al Campamento y reagruparnos para decidir cómo proceder.

Así que él volvió a programar la araña para que nos guiara a la entrada del Puño de Zeus. Pero un tiempo después, la maldita cosa se nos perdió.

—¿Ahora qué?

—No lo sé —dijo ella mirándome con cuidado—. Dari...

—Vamos, tenemos que salir de aquí.

Me adelanté tratando de encontrar una salida, realmente no quería hablar con ella hasta que no supiera cómo me sentía.

Estaba enojada con ella, primero me había presionado para saber si aún estaba enamorada de Percy, luego cuando la aconsejé que lo invitara a salir insistió en que no sentía nada, después, aún sabiendo mis sentimientos me pide ayuda para su cita, y ahora esto.

No tenía ni idea de qué estaba tratando de probar. Me daba la sensación de que solo intentaba restregarme en la cara que ella tenía más posibilidades. No necesitaba que lo hiciera, ya lo sabía y había intentado aceptarlo.

Sobre todo porque yo misma estaba hecha un lío con lo que me pasaba con Michael, pero me molestaba la manera en que Annabeth parecía determinada a obligarme a dejar de querer a Percy.

—Dari...

—¿A dónde se fue?

—No lo sé.

—Esta búsqueda era tuya —espeté—, y no estás haciendo nada para sacarnos de aquí.

—¿Ah, ahora es mi culpa que nos hayamos perdido? ¡Te dije que no fuéramos por la derecha!

—¡Y yo te dije que no perdieras de vista la araña!

—¡No es mi culpa si estás distraída!

—¡¿Yo?! ¡Pero si eres tú la que insiste en hablar y hablar en lugar de prestar atención?!

—Ay por favor, estás enojada porque be...

Estaba harta, la tomé del brazo empujándola contra la pared. Annabeth me miró asombrada.

—Te lo pido, Chase —susurré sintiendo las lágrimas—, no termines esa oración. No quiero hacerte daño.

La solté bruscamente y me aparté, comenzando a caminar de nuevo para ver si podía encontrar una puta salida.

Continué caminando por el laberinto oscuro, dejando atrás a Annabeth. Mi mente estaba inundada de emociones turbulentas que se mezclaban sin cesar. El enojo me consumía por dentro, haciéndome sentir como si estuviera a punto de estallar en llamas.

El dolor se entrelazaba con mi enojo y frustración por estar perdidas, formando un nudo apretado en mi pecho.

La confusión se sumaba a la mezcla de emociones que me invadían. No sabía qué hacer, cómo reaccionar, qué palabras decir. Estaba perdida en un mar de sentimientos contradictorios, sin un mapa que me guiara hacia la claridad. Quería gritar, quería desahogar toda la frustración y el dolor acumulados, pero me contuve, tratando de mantener mi compostura.

Mientras avanzaba por los pasillos sin rumbo fijo, una bruma de incertidumbre me rodeaba.

Pero aún más, estaba enojada conmigo misma. Me enfadaba ponerme así cuando sabía que yo también había besado a Percy sabiendo que ella lo quería.

Me enfadaba porque no era mi derecho enojarme, y aún así no podía controlarlo, porque hace unas semanas atrás, casi dejo que Michael me besara, porque estaba perdida con lo que él estaba despertando, y aún así, me seguía molestando ver lo que ví.

Me detuve por un momento, apoyando mi espalda contra la fría pared de piedra. Cerré los ojos y respiré profundamente, tratando de encontrar algo de calma en medio de la tormenta emocional. Sabía que no podía continuar así, arrastrando mi enojo y dolor por el laberinto sin rumbo.

Sentí sus pasos acercándose lentamente, abrí los ojos con cansancio. No quería volver a discutir, solo quería salir de aquí.

—Mira eso —la escuché decir. Observé hacia donde estaba señalando y vi una boca de cueva que daba a un bosque—. Vamos.

La seguí en silencio y pronto estábamos de nuevo en el Campamento Mestizo.

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Decidimos primero buscar a Quirón y a Quintus para informarles de todo lo que había pasado.

Encontramos al centauro dando una clase de arquería, a medida que nos habríamos paso hacia él, los demás campistas dejaban sus actividades para mirarnos con preocupación, incluso el mismo Quirón pareció consternado cuando nos vio.

Y era lógico, de los cinco que salimos, ahora éramos solo dos volviendo, cubiertas de mugre y con mala cara.

—Chicas —dijo en cuanto lo tuvimos enfrente—, me alegra verlas con vida.

—A nosotras también nos alegra estar vivas —respondí.

Annabeth rodó los ojos.

—Gracias, Quirón.

—¿Encontraron el laberinto? —preguntó—. ¿Qué...qué pasó...?

—Nos separamos —dije—. Grover sintió el aroma del camino a Pan, y Tyson se fue con él para no dejarlo ir solo.

—Eso es magnífico —exclamó Quirón—. ¿Y Percy?

—Pregúntale a Annabeth.

—¿Puedes dejar de ser tan infantil?

—¿Podrías intentar ser una mejor amiga?

—Chicas.

—Lo siento —dijimos ambas ante el tono reprobatorio.

—También nos separamos, en el Monte Saint Helens.

Nos pidió que fuéramos a la Casa Grande para hablarlo mejor, y envió a algunos campistas a avisar a los líderes de cabañas de que había una reunión urgente del consejo de guerra.

Seguimos a Quirón mientras caminaba con su característico trote de caballo Annabeth y yo estábamos exhaustas después de nuestra ardua travesía por el laberinto, al menos sirvió para que las cosas se enfriaran un poquito.

Al entrar, nos encontramos con un ambiente tenso y frenético. Quirón nos condujo a la ya habitual sala de juegos. A mi parecer, parecíamos ridículos teniendo un Consejo de Guerra con una mesa de ping-pong, y no los "grandes héroes griegos hijos de los dioses" que se suponía que éramos.

Quirón nos sirvió una taza de té caliente, que sostuve con las manos temblorosas. El aroma reconfortante del té se mezclaba con el olor a madera y libros viejos de la sala. A mi lado, Annabeth se frotó los ojos cansados y aceptó la toalla mojada que Quirón le ofreció para limpiarse un poco.

A medida que nos acomodábamos y bebíamos el té caliente, los líderes de cabañas comenzaron a llegar uno tras otro.

Primero apareció Silena con el pelo moreno enmarañado y los ojos hinchados por el llanto, corrió a darme un fuerte abrazo en cuanto me vio. Podía sentir como desprendía preocupación como olas.

Luego llegaron los Stoll y Clarisse, que nos miró a ambas con algo parecido al respeto y la preocupación. Katie, Beckendorf y Polux llegaron juntos, cada uno llevaba en su rostro la ansiedad por las noticias que traíamos.

Estaba dándole un sorbo a mi té cuando sentimos una discusión llegando por el porche de la cabaña, la puerta se abrió con estrépito y Lee entró tratando de detener a Michael.

—No puedes venir —decía el mayor—. Puedes verla más tarde.

—Me importa una mierda, yo...

Ambos se detuvieron abruptamente al ser el centro de atención de todos.

—Lo siento, Quirón —mascullaron.

—No pasa nada, chicos.

La mirada de Michael se encontró con la mía, y por un instante, el aire pareció detenerse a nuestro alrededor. El recuerdo de la conversación que tuvimos antes de irme me sacudió bruscamente.

Quirón nos miró a Annabeth y a mí con seriedad, y luego dirigió su mirada hacia los líderes de cabañas que se habían reunido en la sala. Todos guardaron silencio, expectantes. El centauro tomó un sorbo de su propio té antes de hablar.

—Bueno, si ya estamos todos —dijo Quirón mirando a Michael con seriedad, él no debería estar en la reunión, pero ya se había sentado a mi lado y no parecía dispuesto a moverse—. Las chicas estaban por ponernos al tanto de la misión.

Les explicamos todo nuestro recorrido hasta aquel lugar, a quienes vimos y lo que aprendimos. Sobre todo, el tema de los telekhines y el arma que estaban preparando para Cronos.

—Recuerdo que mencionaste algo sobre eso, Darlene —dijo Quirón meditando.

—Sí, es la Guadaña de Cronos —respondí.

—¿Tuviste una visión sobre eso? —cuestionó Annabeth con tono duro—. ¿Y no lo mencionaste?

—No.

—No es algo que nos competa directamente, podrías haberme avisado —espetó.

—Pues fijate que Quirón sí sabía, con él alcanzaba porque no sabía en ese momento que nos encontraríamos con los telekhines cuando la tuve.

—¡Podría haber estado un poquito más preparada!

—¡Ni con toda la preparación que hiciste, estuviste lista!

—Disculpame, pero gracias a mí estamos vivas —dijo indignada—. Tú no has hecho nada en toda la misión. Fue gracias a mi inteligencia que sobrevivimos.

—Ajá, sí —solté riéndome en su cara—. Eres tan inteligente, Annabeth. Lastima que nada de eso sirve porque tu orgullo no te deja ver cuando te equivocas.

—Y según tú, ¿cuándo me equivoqué?

—¿Lo quieres en orden alfabético o cronológico? —dije colocando las manos en la cintura—. ¡Por tu maldito orgullo casi nos come una esfinge!

Annabeth se puso tan roja que parecía un tomate bien maduro.

—¡No era orgullo, me estaba insultando!

—Uy sí, porque el hecho de que la esfinge te pidiera que respondieras veinte preguntas al azar para las cuales sabías todas las respuestas, es un verdadero insulto —dije con sarcasmo—. Por una vez, podíamos atravesar a un monstruo sin amenaza de muerte, y lo convertiste en un peligro para todos porque no soportaste no poder mostrar que eres la perfecta niña sabelotodo.

»Si tanto quieres probarte o mostrar lo lista que eres, inscríbete en un maldito programa de conocimiento —siseé—, ¡pero no vuelvas a poner a nadie en peligro otra vez!

El aire se volvió espeso e incómodo mientras las palabras salían de mi boca con furia. Olvidé por completo que no estábamos solas en aquel lugar. Los demás presentes, incluyendo a Quirón, nos observaban en silencio, atónitos ante nuestra acalorada discusión. Annabeth me miraba con furia contenida, sus ojos grises centelleaban de ira.

Intenté recuperar la compostura. La tensión entre nosotras se palpaba en el aire, y los demás no podían entender qué había desencadenado semejante confrontación.

Justo en ese momento, Argos entró en la sala, su presencia era reconfortante, aunque en ese momento no sabía qué podía hacer para calmar la situación.

Argos observó la escena con una mirada serena y profunda, como si pudiera ver más allá de nuestras palabras y emociones. Su sola presencia parecía susurrar calma y sabiduría.

—¿Ocurre algo, Argos? —preguntó Quirón rompiendo el silencio que se había formado.

Él asintió y se acercó a encender la televisión que había al fondo de la sala.

La pantalla se iluminó y el sonido de un zumbido llenó la habitación, capturando mi atención de inmediato. La presentadora de noticias apareció en la pantalla, con una expresión seria y una gráfica del monte Saint Helens en el fondo.

«Esta es una transmisión de última hora. Les habla Michelle Herrera con una noticia alarmante. El monte Saint Helens, ubicado en el estado de Washington, ha entrado en erupción tras un poderoso terremoto que sacudió la región esta mañana».

El gráfico en la pantalla mostraba imágenes de la montaña cubierta de nubes de humo y ceniza, mientras que en la parte inferior aparecían algunos datos relevantes.

«El terremoto, con una magnitud de 5.8 en la escala de Richter, golpeó la zona cercana al monte Saint Helens en las primeras horas de esta mañana. Según los sismólogos, el movimiento telúrico ha sido el desencadenante de esta violenta erupción volcánica».

Las imágenes se alternaban entre el volcán en erupción y escenas de los destrozos causados por el terremoto en las áreas adyacentes. Escombros en las calles, edificios dañados y gente asustada eran testimonio de la fuerza devastadora del sismo.

«Las autoridades locales han declarado el estado de emergencia y están implementando medidas de evacuación en las áreas de mayor riesgo. Se ha emitido una alerta de nivel alto para todas las zonas cercanas al monte Saint Helens, y se insta a los residentes a abandonar sus hogares de inmediato y dirigirse a refugios seguros».

La periodista guardó silencio unos segundos, permitiendo que las impactantes imágenes y la información se asentaran en la mente de los espectadores. La tensión en la habitación era palpable.

«Equipos de respuesta de emergencia y expertos en vulcanología están trabajando incansablemente para evaluar la situación y proporcionar actualizaciones en tiempo real. Sin embargo, se advierte a la población que no se acerque a la zona del desastre, ya que las condiciones son extremadamente peligrosas».

La pantalla mostró imágenes de científicos y rescatistas en el área afectada, trabajando en medio de la espesa nube de humo y ceniza.

«Es esencial mantenerse informado a través de los canales oficiales y seguir las instrucciones de las autoridades locales. La erupción del monte Saint Helens y el terremoto asociado representan una amenaza inminente para la seguridad de los residentes y el área circundante».

El silencio más horrible se instaló en la sala, Annabeth y yo mirábamos la pantalla con horror. Ahí habíamos visto por última vez a Percy.

Quizá Dari esté un poquito pesada, pero ella misma lo reconoce y el tema es que ha estado guardandose durante mucho tiempo algunas cosas, y lo del beso la superó, aún cuando sabe que no le corresponde y que era algo que podía pasar, ya no soportó más.

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