013.ᴀʙᴏᴜᴛ ʜᴏᴡ ɪ ɢᴇᴛ ɪɴᴛᴏ ᴀ ᴅɪᴠɪɴᴇ ꜰɪɢʜᴛ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴄᴏᴍᴏ ᴍᴇ ᴍᴇᴛᴏ ᴇɴ ᴜɴᴀ ᴘᴇʟᴇᴀ ᴅɪᴠɪɴᴀ
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PERCY
POR FIN HABÍA ENCONTRADO algo en lo que era bueno de verdad.
El Vengador de la Reina Ana respondía a todas mis órdenes. Yo sabía qué cabos tensar, qué velas izar y en qué dirección navegar. Avanzábamos entre las olas a unos diez nudos, según calculé. Y lo bueno es que incluso comprendía qué velocidad era ésa.
Para un barco de vela, era bastante rápido.
Todo parecía perfecto, el viento a favor, las olas rompiendo contra la proa. Pero ahora que nos encontrábamos fuera de peligro, sólo conseguía pensar en lo mucho que echaba de menos a Tyson y a Darlene, y en la inquietante situación de Grover.
Navegamos toda la noche.
Annabeth intentó echarme una mano en el puesto de mando, pero navegar no era lo suyo. Tras unas cuantas horas de balanceo, su cara se puso verde y bajó a tumbarse en una hamaca.
Poco después de medianoche, Annabeth subió a cubierta.
Fue cuando me di cuenta que a pesar de que las chicas de Circe le habían puesto un vestido muy bonito, ella nunca se quitó el abrigo de Darlene.
—Lo sigues teniendo —murmuré viendo el abrigo sobre ella.
Annabeth asintió—. Quisieron quitármelo igual que el resto de mi ropa, dijeron que estaba feo y sucio, pero...no pude...exigí quedarmelo.
La entendía. Aquel abrigo era quizá lo último que teníamos de Darlene. Ambos habíamos hablado de ella cuando estuvimos en Virginia Beach, Dari era nuestra mejor amiga, no podíamos creer que simplemente se hubiera ido. Teníamos la esperanza de que Luke no la hubiera matado, esperábamos que la mantuviera cautiva.
Hacía algo de frío, y Annabeth metió las manos en el bolsillo del abrigo. Frunció el ceño y sacó un objeto redondo.
—¿Qué es eso? —pregunté acercándome a ella.
—Un espejo —respondió. Era pequeño, apenas del tamaño de su mano, de oro puro—. Debe ser de Dari.
—Se me hace raro que ella ande con un espejo en el bolsillo —comenté, que yo supiera, nunca la había visto usarlo.
—Sí, es raro.
Ambos lo miramos, y entonces, el reflejo de unos ojos rojos destelló a la luz de la luna. Fue un segundo, pero bastó para asustarnos. Annabeth lo soltó y él esperó cayó al suelo del barco.
—¿Qué fue eso? —espeté mirándolo.
—No lo sé.
Ella volvió a tomarlo, moviéndolo para que la luz de la luna volviera a relucir el reflejo, pero no pasó nada. Eran sólo nuestras imágenes.
—Yo que ustedes no andaría tocando lo que no les pertenece —dijo una voz a nuestras espaldas que nos sobresaltó.
Nos giramos hacia el recién llegado.
Era un hombre alto, tenía la típica armadura griega y unas enormes alas blancas. El arco y el carcaj que colgaban de su hombro no eran de juguete: eran armas de guerra.
Tenía el cabello negro, y sus rasgos eran duros, pero lo que sobresalía, eran los ojos rojos como la sangre que nos miraban enojados. Los mismos que habíamos visto en el espejo.
Desprendía una presencia divina que nos hizo retroceder, parecía el tipo de dios que se ofendía fácil y que nos destruiría sin dudar, aunque tenía la sensación de que él no nos eliminaría, sino que sería capaz de algo mucho peor que solo matarnos.
—¿Y bien? —dijo—. ¿Qué hacen con el espejo de mi hija?
¿Su hija? Abrí los ojos con asombro al comprender quién era este tipo.
—Usted...es el padre de Darlene —dije con la boca abierta—. Es Eros, el dios del amor.
Eros inclinó la cabeza a un costado, de repente, su enojo desapareció y sonrió con una ternura que jamás había visto en otro dios.
—El padre de Darlene —repitió suavemente—, siempre me resulta bonito como suena eso. —Annabeth me miró, asombrada por el cambio repentino que tuvo, sin embargo solo fue un segundo, porque el dios volvió a mirarnos con furia.
Annabeth se apresuró a responderle.
—Señor Eros, somos amigos de su hija.
—Ya lo sé —espetó rodando los ojos— sé quienes son, sobre todo tú. —Dijo señalándome—. Eres muy importante para mi Dari, siempre tiene algo que decir sobre ti, apareces en cada conversación.
Annabeth frunció el ceño y murmuró algo en griego que no alcance a escuchar.
Yo en cambio, sentí un dolor en el pecho, una angustia desgarradora. Darlene era mi mejor amiga, la chica que hubiera deseado tener como hermana, quien se había sacrificado sin dudar para darnos una oportunidad de triunfar en nuestra misión.
—Pero no pregunté quiénes eran, pregunté sobre el espejo. —dijo Eros—. Se lo regalé el año pasado para poder vigilarla.
—¿Usted...la vigila? —preguntó Annabeth. Es cierto que resulta un poco desconcertante, los dioses no suelen interesarse mucho en sus hijos.
—Por supuesto que lo hago, la vida de los semidioses es una constante puesta en peligro, rara vez llegan a la adultez y personalmente, me gustaría que mi hija lo haga. ¡Por eso le dije a Quirón que no la dejara ir a ninguna misión!
—Usted es la razón por la que no la dejaron venir conmigo el año pasado —dije recordando sobre cómo Quirón había dado excusas para no permitir que Darlene fuera con nosotros en la búsqueda del rayo.
—Sabía que ella te seguiría a donde sea que fueras. —Espetó irritado. Me miró como si fuera el culpable de todas sus desgracias y como si estuviera seriamente considerando destrozarme de todas las maneras más horribles que se pudiera imaginar—. El verano pasado logré que se quedara segura en el campamento, pero por supuesto que no dejaría que alguien la detuviera ahora —agregó rodando los ojos—. "Los héroes necesitan de las misiones, eso les da honor a ellos y respeto a nosotros" dijo mi padre. Pfff, ridículo. ¿De qué sirve el honor cuando tienes una muerte trágica y dolorosa? ¿De qué me sirve el respeto si no viene de mi propia mano?
»No, no quería que Darlene tuviera misiones, la quería viva y a salvo en el campamento.
Por un segundo, tuve la sensación de que si Eros tuviera a Dari frente a él ahora mismo, sería capaz de llevársela y castigarla en su habitación quien sabe cuanto tiempo, donde no pudiera ponerse en peligro. Y he de admitir, que a pesar de que ella pudiera enojarse conmigo, después de ver lo que hizo, yo apoyaría a su padre en esa decisión.
—Le di ese espejo porque así sería más fácil para mi vigilar que no se metiera en problemas, ahora que no puedo leer su mente, no puedo saber que locura cometerá antes de que lo haga.
—¿Ya no puede hacer qué? —cuestioné anonadado.
—No es que no pueda, ella no me deja, me lo prohibió. —se quejó como si estuviera tratando de justificarse—. Adolescentes y su necesidad de privacidad.
Era claro que no le gustaba nada no tener el control de la vida de su hija.
Eros centró su mirada en el espejo y luego en nosotros con enojo—. Entonces, ¿dónde está Darlene? Si ustedes tienen su espejo...
Annabeth se apresuró a contarle lo que pasó, y con cada palabra, estaba cada vez más preocupado por la evidente furia de Eros.
—Mi padre es hijo del amor y la guerra, dos conceptos que crearon un verdadero monstruo —me había dicho Darlene hace tiempo—. Lo que es capaz de hacer...bueno, la muerte es más compasiva que él.
Cuando Annabeth acabó, la tomé del brazo para apartarla de él. Eros parecía un volcán a punto de erupcionar, y no sabía si nos culpaba por lo que había hecho Dari.
Este dios desprendía un aura que en serio asustaba, quería poder mantenerme firme, pero la verdad que incluso mirarlo mucho tiempo a la cara me generaba una sensación extraña.
Recordé lo que Darlene me había contado de su padre, que no era fácil ni agradable mirar el rostro del amor.
Cerró los ojos y apretó su arco con fuerza, como si estuviera tratando de contenerse de arremeter contra nosotros.
Cuando los abrió, parecía triste y preocupado.
—Así que ese es su defecto fatídico —murmuró.
Annabeth dio un paso temerosa hacia él—. Disculpe, señor Eros —Él la miró—, pero ¿cuál es el defecto fatídico de Dari?
Eros guardó silencio unos segundos, perdido en sus pensamientos.
—El amor desmedido —dijo finalmente.
—¿Y eso es malo? —cuestioné incrédulo—. ¿Desde cuándo amar es algo malo?
—El amor debería ser felicidad, respeto y cariño, es un sentimiento nato, que requiere de dar y recibir en igual medida, no es fácil de atrapar y es aún más difícil de mantener. —Explicó con seriedad—. Pero el amor desmedido puede generar verdadero dolor a quien lo siente. Por amor se han cometido las más grandes atrocidades de la historia.
»La persona que ama de forma desmedida puede sufrir mucho porque es capaz de aceptar cualquier afecto desigual que reciba, es capaz de aceptar las cargas más pesadas, los sacrificios más horribles, el dolor más desgarrador solo por obtener la sonrisa de sus seres amados. Aún peor, sería capaz de perdonar hasta la peor de las traiciones si se trata de alguien que ama profundamente. —Siguió explicando, parecía que el dios se rompería en cualquier momento solo de pensar en lo que su hija sería capaz de hacer—. Después de todo, el verdadero amor no es envidioso ni vanidoso, no siente orgullo, no es egoísta o violento. No se enoja con facilidad porque es paciente y tierno, no sabe guardar rencor o deseos de venganza.
»Dari tiene un defecto fatídico que podría condenarla a una vida llena de dolor, y aún así, ella lo aceptaría voluntariamente por aquellos que ama. Se cegará y olvidará de amarse a sí misma primero.
—Por eso se sacrificó por nosotros —murmuró Annabeth.
Estaba pálida, yo no estaba mejor. Sentía que podría desmayarme en cualquier momento.
Las implicancias de lo que Eros nos acababa de decir eran aterradoras. Ahora por fin comprendía el peligro del que todos hablaban, sobre cómo el amor era una fuerza despiadada y cruel, que no medía el daño que podía dejar a su paso.
Por eso el dios frente a nosotros era tan temido.
Y lo peor, es que podía comprender aquellos sentimientos. Los respetaba, la lealtad era algo importante para mí, amar tanto a alguien al punto de estar dispuesto a todo por ello.
Darlene nos amaba. Por eso no había dudado un segundo en cortar las cuerdas del bote.
Nos amaba lo suficiente para dejarnos ir sin ella, amaba a Grover tanto como para priorizar su búsqueda por encima de su libertad, y amaba el campamento como para renunciar incluso a su vida con tal de preservar su existencia.
Sentí un nuevo nivel de respeto y amor por ella.
Pero ahora, también había un nuevo nivel de odio.
Por culpa de Luke habíamos perdido a Dari. No aceptaba que ella pudiera estar muerta, tenía que estar viva aunque fuera prisionera.
Quería a mi amiga de regreso, e iba a recuperarla.
Eros cerró los ojos, como perdido en sus pensamientos y al abrirlos, no estoy seguro de qué sentimiento predominaba. La incredulidad, el horror, la ira o incluso el orgullo.
Soltó un insulto en griego antiguo. Uno que seguramente si yo lo repitiera le daría un infarto a mi madre y me castigaría por cientos de años.
—Parece que he encontrado a mi hija —murmuró. Sus ojos rojos resplandecieron de odio.
Nos dio la espalda, listo para irse sin decirnos nada más.
—¡Espere! —grité. Él nos miró por encima del hombro—. ¿Entonces aún está viva? —pregunté esperanzado.
—¿Se escapó? —preguntó Annabeth en el mismo tono que yo.
Eros asintió.
—Por ahora sí. —Respondió—. No se preocupen, volverán a verla pronto.
Desapareció en una luz blanca que nos hizo cerrar los ojos.
Nos quedamos en silencio, incrédulos por lo que acababa de pasar. Annabeth respiró profundamente.
—Entonces, solo nos queda esperarla —comentó.
Yo solo asentí, permitiéndome sentir por un momento una sensación de paz al saber que aún estaba viva. No solía confiar mucho en los dioses para garantizar la seguridad de sus hijos, la mayoría de las veces ni siquiera les importa reconocer nuestra existencia y parentesco, pero la mirada en los ojos de Eros, el cariño y el dolor en su voz al hablar de Darlene, me hizo tener esperanza de que al menos él sí se preocupaba mucho, y que al parecer estaba dispuesto a romper varias reglas por su hija.
Dari volvería a nosotros. Confiaría en que su padre se aseguraría de eso.
Y cuando la volviera a ver, me aseguraría de darle una buena sacudida por haberse expuesto así, no dejaría nunca más que esa tonta se pusiera en peligro.
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DARLENE
De las tres veces que estuve frente a él, realmente no había podido verlo bien; una había estado oscuro y las otras dos estaba medio inconsciente.
Pero ahora podía verlo en todo su esplendor. Apolo era alto, al menos unas dos cabezas más que yo y tenía la apariencia joven de alguien de unos diecisiete años. Estaba vestido con una armadura griega dorada, tenía rizos rubios y ojos brillantes como oro fundido.
«No lo voy a negar, su cara parece tallada por los mismos ángeles».
—No sé si estás buscando molestarme a propósito o en serio eres tonta —murmuró entrando con las manos en la espalda—, ahora atacas a mis sirvientes y te atreves a vagar por mi santuario sin ningún tipo de respeto.
—Tú me trajiste a tu templo, técnicamente, tengo tu permiso de estar aquí.
—¡Te salvé la vida, mocosa ingrata!
—No te pedí que lo hicieras —espeté tratando de poner en mis palabras toda la molestia que su actitud había comenzado a generarme. Estaba harta de que me tratara así cuando nada de lo que le pasó era mi culpa—. Lo hiciste porque te dio la gana.
—Eres realmente una irrespetuosa, desagradecida y...
—¡Me amenazaste con matarme y durante un año me atormentaste con gripes y ronchas por el sol, no puedes esperar que te tenga el más mínimo aprecio o respeto! —Apreté con fuerza la flecha que tenía oculta, su expresión se endureció y podía ver como el enojo iba creciendo cada vez más en él.
Se acercó bruscamente en tres zancadas con toda la intención de despedazarme. Sus ojos destellaban odio contenido.
—¡Espera! —grité extendiendo mis manos hacia su pecho.
Apolo se detuvo justo a unos centímetros de mí. Miró con furia hacia mi mano, que sostenía contra su pecho una flecha de oro.
—¿Esa...es una de mis flechas? —cuestionó con tono indignado. Podía sentir a raudales la ira que sentía.
—Sí —respondí levantando la barbilla. Tenía que mostrarme valiente, aunque sintiera terror, no dejaría que nadie más intentara matarme sin pelear—. Le recé a mi padre para bendecirla con sus dones. Un solo paso más y haré que te enamores del ser más horrendo que haya cerca en el Olimpo.
Apolo entrecerró los ojos y me miró con odio.
—Miserable mortal, por supuesto que seguirías las enseñanzas de ese cabrón de Eros.
—Shhh —lo callé—. Será un cabrón, no lo niego; pero sigue siendo mi padre y nadie puede llamarlo así delante mío. —Él rodó los ojos y se apartó un poco—. Creo que podemos tener una conversación como individuos decentes —agregué.
El dios soltó un bufido, y colocó las manos detrás de la espalda.
Sinceramente, no tenía idea de que estaba haciendo. Apolo era en la Antigua Grecia uno de los dioses más temidos por sus actos de crueldad. Era un dios temperamental, que había matado incluso a sus amantes que lo habían ofendido.
—No tengo la culpa de tus problemas con mi papá —dije—, pero entiendo que las disputas en nuestra familia se heredan. Así que puedo dejar que me trates de matar de una manera dolorosa o puedo defenderme y caer al menos sabiendo que peleé hasta mi último aliento.
»E imagino que un dios de tu posición y con un gran poder disfrutaría más de una pelea que engrandezca aún más su valía.
Apolo ladeó la cabeza un poco, considerando mis palabras. Agradecí infinitamente el regalo de Peitos, estaba funcionando a la perfección.
—Digo, no creo que haya nada mejor que poder decir: "Dio una gran pelea, pero al final, gané épicamente".
—Mmm...puede ser que tengas razón.
—Además, los hijos de Ares dicen que su padre cree que no hay victoria en una pelea regalada, que es mejor cuando se disfruta del combate y ganas porque realmente eres el mejor.
—Bueno...—dijo colocando sus manos en las caderas—, supongo que sí sería divertido cazarte como a un roedor. —Se inclinó sobre mí, sus ojos resplandecían de oro y tenía la sensación de estar viendo un fuego tan grande que quemaría todo a su paso—. Después de todo, los gatos siempre despedazan al ratón.
—Y otras —espeté entre dientes—, cuando el ratón se cansa de que lo molesten, se rebela, le da un buen mordisco al gato y este termina huyendo.
—Ya lo veremos —dijo sonriendo de forma condescendiente—. Seré benevolente, adelante, elige el desafío.
He estado toda la semana enferma, tomando té de laurel y miel (receta familiar contra resfrios), creen que Apolo se enoje si acabo deshojando el arbolito de laurel que tengo en mi patio???😅😅😅
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