012.ᴀʙᴏᴜᴛ ʜᴏᴡ ᴛʜᴇ ᴍᴏꜱᴛ ᴅᴇꜱᴘɪᴄᴀʙʟᴇ ʙᴇɪɴɢ ꜱᴀᴠᴇꜱ ᴍᴇ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴄᴏᴍᴏ ᴍᴇ ꜱᴀʟᴠᴀ ᴇʟ ꜱᴇʀ ᴍÁꜱ ᴅᴇꜱᴘʀᴇᴄɪᴀʙʟᴇ
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PERCY
SOBRA DECIR que Clarisse se puso furiosa cuando se enteró de que Dari estaba capturada en manos de Luke.
Ella nunca lo diría, pero quería a Darlene. Después de todo, era algo así como su sobrina, y solía entrenarla personalmente. Más de una vez Clarisse la miraba con orgullo cuando Dari le rompía la nariz a alguien.
—Ella es fuerte, no caerá sin pelar —murmuró. Parecía como si quisiera convencerse a sí misma.
Yo esperaba que tuviera razón, pero Luke ya había intentado matarla el año anterior porque ella no le servía de nada.
Me odié por no haber previsto lo que estaba haciendo hasta que fue muy tarde. Debí haberla metido al bote y cortar las sogas yo mismo, entonces ella estaría ahora con nosotros.
Clarisse nos dio un recorrido rápido por el barco, y luego nos llevó al camarote del capitán para cenar, pero la verdad es que ninguno tenía hambre.
—Están metidos en un gran lío —dijo—. Tántalo los expulsó para toda la eternidad, y el señor D añadió que si se les ocurre asomarse otra vez por el campamento, los convertirá en ardillas y luego los atropellará con su deportivo.
Nos explicó de dónde había sacado el barco, al parecer, cuando el ba 7
ndo perdedor de una guerra le debe tributo por toda la eternidad a Ares como maldición por haber sido vencidos.
—Clarisse —dijo Annabeth—. Luke quizá vaya también tras el vellocino. Lo hemos visto; conoce las coordenadas y se dirige al sur. Tiene un crucero lleno de monstruos.
—¡Perfecto! Sacaremos a Darlene de ahí, y luego lo volaré por los aires, lo sacaré del mar a cañonazos.
—No lo entiendes —insistió ella—. Tenemos que unir nuestras fuerzas. Deja que te ayudemos.
—¡No! —Clarisse dio un puñetazo a la mesa—. ¡Esta misión es mía, listilla! Por fin logro ser yo la heroína, y ustedes dos no van a privarme de una oportunidad así.
—¿Y tus compañeros de cabaña? —pregunté—. Te dieron permiso para llevar a dos amigos contigo, ¿no?
—Pero... les dejé quedarse para proteger el campamento.
—¿O sea que ni siquiera la gente de tu propia cabaña ha querido ayudarte?
—¡Cierra el pico, sabionda! ¡No los necesito! ¡Y a ti tampoco!
—Clarisse —dije—. Tántalo te está utilizando. A él no le importa el campamento. Le encantaría verlo destruido. ¡Te han tendido una trampa para que fracases!
—¡No es verdad! Y me importa un pimiento el Oráculo —Se interrumpió bruscamente.
—¿Qué? —pregunté—. ¿Qué dijo el Oráculo?
—Nada. Lo único que has de saber es que voy a llevar a cabo la búsqueda sin tu ayuda. Por otro lado, tampoco puedo dejarlos marchar...
—Entonces ¿somos tus prisioneros? —preguntó Annabeth.
—Mis invitados. Por el momento. —Clarisse apoyó los pies en el mantel de lino blanco y abrió otra botella de SevenUp—. Capitán, llévalos abajo. Dales unas hamacas en los camarotes. Y si no se portan como es debido, muéstreles cómo tratamos a los espías enemigos.
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DARLENE
Ok. Definitivamente perdí el sentido del tiempo.
Ya no tenía idea de cuanto había pasado, Chris no bromeaba cuando dijo que Luke estaba furioso conmigo, llevaba horas en soledad y sin recibir ni comida ni agua.
Lo que era peor, es que me habían dejado atada cerca de la claraboya así que todo el sol entraba de lleno, y por alguna razón, habían encendido la calefacción de la habitación, en pleno verano.
Me retorcí en mi lugar, desesperada por un poco de agua y porque llevaba horas sin haberme puesto de nuevo filtro solar, y los rayos que entraban por la claraboya comenzaban a irritarme la piel.
Quería llorar y gritar. Quería estampar mi puño en la cara de Luke, aunque probablemente no podría volver a tomarlo con guardia baja, y quería con muchas ganas una hamburguesa con papas fritas y una coca-cola de las grandes.
No estaba segura, pero entre momentos perdía la conciencia y volvía a recuperarla. Una de esas veces, volví a soñar con Dafne.
En realidad, soñé que era ella.
Estaba internada en el bosque, el dolor en mi pecho era desgarrador, como una herida sangrante justo en mi corazón.
—¡Dafne!
Podía sentir mis latidos en los oídos, era ensordecedor. Corrí, las piernas me ardían de tanto correr, pero si me detenía...
No quería pensar en lo que sería capaz de hacerme.
—¡Dafne, amor mío!
Hice una mueca, asqueada de solo pensar en que lograra atraparme.
¡¿Es que acaso no entendía que no lo quería cerca?!
Me escondí detrás de un árbol, respiré agitadamente, me dolía demasiado el pecho.
No entendía qué pasó, todo estaba bien, había estado disfrutando de la mañana con un tranquilo baño cuando vi a lo lejos a ese tonto aparecer. Sonreía hacia mí, lo admito, tiene una sonrisa preciosa, pero no me interesaba lo que pudiera decirme.
Y de repente el dolor me nubló, una ira que nunca había sentido y los ojos azules de Apolo brillaban enloquecidos de amor me hizo correr.
Sabía de muchas ninfas que solían recibir este tipo de atenciones y que luego tenían que correr despavoridas porque rara vez los dioses desisten de sus caprichos amorosos, y yo no quería esto. No quería ser una más de las amantes de los dioses, siempre me había mantenido lejos de ellos, pero ahora...
—¡Cariño, no huyas!
—¡Déjame en paz! —grité furiosa.
Apolo apareció entre los árboles, sus ojos seguían nublados por un amor que me aterraba.
—¡Alejate!
—¿Por qué me rechazas? —preguntó. Su expresión se volvió llena de dolor, casi como si fuera a llorar—. Dafne, amor mío, solo quiero hacerte mi esposa.
—¡No quiero!
Apolo se acercó a zancadas, dispuesto a abrazarme.
Me agaché justo a tiempo y corrí lo más lejos que pude, tratando de poner distancia entre ambos nuevamente.
—¡Dafne, por favor! —gritó corriendo detrás de mí—. ¡No huyas!
—¡Déjame sola! —sollocé.
Lo odiaba, no quería saber nada de él. Apolo era uno de los peores, siempre coqueto, siempre mujeriego, era el último dios con el que se me ocurriría casarme.
—¡Dafne!
—No...—murmuré agitada. La respiración se me escapaba, me dolía el cuerpo de tanto correr, pero estaba tan cerca.
—¡Dafne, casate conmigo! —gritó cada vez más cerca—. ¡Prometo hacerte feliz, te daré todo, pondré el mundo a tus pies!
—¡No! —Lloré. Frente a mí divisé un acantilado, era mi fin, no importa cuando huyera, Apolo nunca se detendría. Aunque ahora escapara, él volvería. Me arrojé al suelo, implorando por una manera de alejarlo de mí para siempre—. ¡Madre tierra, Señora Gaia, gran protectora de todos los espíritus de la naturaleza, escuchame! —recé entre llantos.
—¡No, Dafne!
—¡Sálvame de convertirme en la esposa de este dios!
Y la titánide oyó mi súplica. Justo cuando los brazos del dios del sol me estrecharon contra sí, mi cuerpo se convirtió en un árbol. Mis brazos ahora eran ramas, y mi cabello eran hojas.
Mi alma se despegó por completo, dirigiéndose a su siguiente destino en el inframundo.
El sol comenzaba a ponerse cuando me desperté, tenía la vista borrosa y sentía que volvería a quedar inconsciente en cualquier momento. Tenía hambre y me dolía todo, incluso noté que tenía varias quemaduras por los rayos.
Una sombra apareció frente a mí, no había sentido el ruido de la puerta. Entrecerré los ojos tratando de ver quién era, pero estaba tan cegada por el sol que solo podía ver una silueta alta de un hombre.
—¿Acaso quieres irritarme? —cuestionó agachándose a mi lado. No sabía si reír o llorar al darme cuenta de quién era—. Te di una sola orden, que cuidaras tu vida porque es mi derecho tomarla, pero sigues poniéndote en peligro y me está comenzando a molestar tener que salvarte.
Y puede que estuviera un poco lela por la falta de comida y la deshidratación.
-Es que me da curiosidad cuántas veces me salvas antes de matarme tú mismo -dije con sarcasmo.
Sentí su mano posarse sobre la cadena que me sujetaba al radiador y me desplomé como bolsa de papa.
—Mírate, tan pequeña y débil —murmuró colocando mi cabello detrás de la oreja—. Ni siquiera puedes sostenerte por tí misma.
Acá es cuando me hubiera gustado tener la fuerza suficiente para morderlo.
—La misión...
—Te dejaste atrapar y tus amigos siguieron sin tí, ya no eres útil en esa misión.
—¿V-Vas...a matarme entonces? —pregunté agotada.
—No te preocupes, quiero que estés muy consciente y de buena salud cuando acabe contigo —dijo sujetándome, y sin ninguna dificultad, me alzó en brazos.
Me di cuenta, que nuevamente se había presentado en su armadura griega. No sé si pensaba que así se veía más imponente o qué, pero era muy dura y caliente al tacto.
—Cierra los ojos —ordenó—, sería aburrido si acabas muriendo por mi forma real.
La verdad es que podría haberle jodido el deseo y haber acabado con todo en aquel momento, pero pues, no tenía ganas de morirme todavía.
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Comenzaba a ponerme de mal humor que los últimos días había estado más inconsciente que despierta, sobre todo porque soñé mucho con Dafne.
Seguía repitiendo una y otra y otra vez aquel recuerdo de su transformación. Por eso me tomó por sorpresa cuando esta vez, frente a mí, había una mujer que me miraba fijamente. Esto no era un sueño común. Era otra visita divina.
La mujer tenía un largo cabello negro y unos ojos tiernos, tranquilos que inspiraban confianza.
—Humm...hola —dije levantando la mano en un saludo.
«Esto es incomodo» pensé sin saber qué más decir. «La última vez que alguien me visitó en sueños no fue bonito».
—Tienes los ojos de tu padre —comentó curiosa.
Ok, una de las conocidas de Eros.
—Yo...lamento si soy grosera, pero ¿quién es usted?
La mujer hizo una mueca, algo entre irritada y decepcionada.
—Por supuesto, quién conoce a Peitos. Nadie —se quejó—. Peitos solo es un concepto, una faceta más de Afrodita, no importa. "No seas vanidosa, igual sabemos que hablan de tí aunque no tengan idea" dijeron. Siempre es lo mismo, todo el crédito se lo llevan los Olímpicos.
Peitos siguió soltando quejas por un rato, y yo la escuché algo avergonzada por haberla hecho sentir así.
—Supongo que tú no tienes la culpa de la arrogancia de los Olímpicos.
Le di una sonrisa pequeña, no sabía qué decirle.
—¿Qué relación tiene con Eros?
—Soy una de sus hermanas, solía ser una de las erotes —dijo melancólica—, el amor es un dominio tan complejo y grande, tu padre necesitaba un poco de ayuda; después de todo, la atracción por sí sola no puede crecer sin ayuda de los demás afectos.
»Pero no vine aquí en calidad de visita, sino más bien para evitar un desastre.
—¿Desastre?
—Apolo te secuestró —dijo con tono obvio.
—Sabía que tarde o temprano iba a hacerlo —Me encogí de hombros.
Peitos sonrió.
—No sé si eres valiente, estúpida o suicida.
—No pienso dejarme matar sin pelear —respondí—, si va a pulverizarme que lo haga por que lo hice enojar por mí misma.
—Bueno, puedo entender por qué Eros ha estado actuando tan paranoico —murmuró—, claramente te has propuesto ser la primera persona en causarle un infarto a un dios. Es por eso que estoy aquí, te daré una pequeña ayudita para que salgas de esto con vida.
La verdad, me tomó por sorpresa.
—¿Por qué?
Ya sé, muchos dirán: "Darlene, cierra la boca y agradece la ayuda", pero si algo aprendí de mis clases en el Campamento, es que los dioses rara vez, por no decir nunca, hacen regalos que te podrían salvar la vida. Siempre tienen un motivo detrás.
—Primero, no apruebo la violencia —dijo con el entrecejo fruncido—, es innecesaria, una buena conversación puede evitar tantos conflictos. Siempre he sentido rechazo por las figuras superiores que reprimen o someten a los más débiles.
No dije nada, pero me contuve una réplica por llamarme débil. Aunque quizá ella lo veía así porque sigue siendo una diosa.
—-Y segundo, por Eros —La miré fijamente, sin entender de qué hablabA—. Tu padre está aprendiendo a lidiar por las malas lo que implica tener una semidiosa —dijo haciendo una mueca—. Lo que resulta más duro cuando eres un dios es que a menudo tienes que actuar de modo indirecto, en especial en todo lo relacionado con tus propios hijos y sus misiones.
»Aunque él desee ayudarte en cada paso que des, al menos en el camino de tus aventuras, solo podrá actuar de formas ocultas. Deberás aprender a reconocer su mano cuando te sientas sola.
—Entiendo.
La verdad es que aunque él dijera que no había problemas, sabía que Eros podía estar pasando por encima de las leyes divinas. Una cosa era que pasemos tiempo juntos en momentos libres de vez en cuando, y otra muy distinta, era que interviniera en mis misiones.
Los caminos de los héroes son para obtener la grandeza y el honor, si mi padre divino solucionara todos mis problemas entonces no tendría mucho sentido llamarlo "mi grandeza y mi honor".
—Supongo que papá está siendo un verdadero dolor de cabeza ¿no? —Mi padre había resultado ser alguien bastante intenso, como el mismísimo amor, le costaba mucho desprenderse de todo lo que le atraía.
—Puede ser...bastante difícil de lidiar cuando no se sale con la suya, y ninguno de nosotros quiere tener que soportarlo si algo te pasa.
—¿Nosotros?
—Eros está acostumbrado a hacer a placer, el amor no es fácil de controlar, es caprichoso y no entiende los conceptos de leyes y raciocinio. Se guía por los sentimientos e instintos —siguió hablando ignorándome—, es entendible, después de todo fue criado por animales salvajes —dijo encogiéndose de hombros, casi divertida por la idea de su hermano en esa situación.
»Así que, te daré un obsequio, algo que te ayudará a defenderte —dijo extendiendo hacia mí su mano. Una luz incandescente brilló y el calor inundó mi pecho—. Úsalo sabiamente, el don de la persuasión no sirve de nada sin inteligencia.
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Me desperté en una enorme habitación dorada, sobre una cama gigante con sábanas tan suaves que casi parecía agua que se escurre entre mis dedos.
Me sentía mucho mejor de lo que había estado en bastante tiempo, estaba más descansada y ya no tenía hambre.
No tenía idea de cuánto tiempo había pasado, pero estaba agradecida del regalo de Peitos.
Me levanté de la cama y me di cuenta que mi ropa había sido reemplazada por una especie de camisa blanca y pantalones negros
La habitación estaba decorada de forma exquisita, todo de oro. Caminé hacia un balcón que estaba escondido detrás de unas cortinas blancas casi transparentes que se mecían suavemente con una brisa fresca.
Quedé impactada con la vista.
Estaba en el interior de un palacio bastante grande, y todo a su alrededor eran más palacios inmensos, todos decorados de formas distintas y magníficas. Era una ciudad en las nubes que brillaba en la oscura noche, con flores preciosas y adornos de oro, cascadas que caían y fluían por las calles adoquinadas.
Había espíritus de la naturaleza por todas partes, y seres que parecían humanos pero que brillaban con auras que hacía doloroso el tratar de verlos. Todos vestidos con túnicas blancas antiguas.
Percy me había contado sobre este lugar, me lo había descrito a detalles dentro de lo poco que había visto cuando estuvo aquí hace un año.
—Estoy en el Olimpo —murmuré asombrada.
Sentí la puerta de la habitación abriéndose y me apresuré a volver dentro. Tomé un jarrón que había visto sobre una mesa, era muy bonito y pesado, lo sostuve sobre mi cabeza lista para arrojarlo a quién sea que estuviera entrando.
No era estúpida. Este debía ser el palacio de Apolo.
Pero si él era lo suficientemente arrogante de pensar que lo dejaría matarme sin que yo me defendiera, iba a llevarse una sorpresa.
Estaba harta de los tipos que pensaban que podían intentar matarme porque "soy un ser demasiado débil y frágil".
Era descendiente del dios de la guerra. No iba a caer sin llevarme a mi agresor conmigo. Si he de morir, será con el honor de haber peleado hasta el último segundo y no suplicando por mi vida.
Una chica encontró cargando una bandeja, era una ninfa, sin duda.
—¡Oh, estás despierta! —exclamó. Tenía una mirada asustada, y su cuerpo se veía tenso. Dio una mirada al pasillo detrás y luego hacia mí varias veces-. Yo...
—Este es el templo de Apolo ¿verdad? —pregunté entrecerrando los ojos.
Ella asintió casi imperceptiblemente. Tragó saliva, asustada y supe que era mi momento.
La siguiente vez que ella miró hacia el pasillo, arrojé el jarrón directo hacia el marco de la puerta. La ninfa gritó y se encogió en el suelo, cubriéndose la cabeza con las manos. Corrí, saltando sobre ella y salí hacia un enorme corredor.
Me desplacé por el lugar, intentando abrir las puertas que encontraba a mi paso sin buenos resultados. Finalmente, encontré una que estaba abierta de par en par.
Dentro, era una zona de culto. Una ligera música, como de arpa, sonaba por toda la estancia y el aire olía a flores.
«Jacintos».
Por todas partes había jarrones llenos de jacintos.
En el centro, un gran altar de oro macizo, con adornos también de oro que brillaban encandilando todo. Había un gran brasero de fuego donde una llama ardía intensamente. Sobre el altar, al fondo colgados en la pared, pendían un arco con una flecha y una lira, todo...de oro.
«A Apolo le gusta un poco mucho el oro, me parece» pensé acercándome al altar.
Me mordí el labio, pensando si lo que estaba por hacer era una buena idea.
Al final decidí, que nada de lo que hiciera aquí sería una buena idea. Probablemente estar viva y de pie en su templo era una ofensa que merecía la muerte, así que no importaba si lo que estaba pensando hacer lo ofendía más o no.
Me acerqué a la pared del fondo, y tomé la flecha. El arco sería difícil de esconder, y no quería probar tampoco mi suerte más de lo que ya lo estaba por hacer.
Caminé hacia el brasero, sosteniendo la flecha casi con reverencia y la puse sobre mi cabeza, arrodillándome en una pierna.
—Padre, disculpa por tan grande ofensa al pedirte esto, pero es mi única posibilidad de momento. —Murmuró con los ojos cerrados—. Bendice esta flecha con tus dones, permíteme salir victoriosa con tu mano guiando mi camino. No tengo nada para entregarte como ofrenda en este instante, así que si salgo viva de aquí, te ofrezco mi victoria contra el dios que tanto detestas —finalicé conteniendo una sonrisa.
Eros iba a tener un infarto cuando se diera cuenta de dónde estaba, pero me concedería lo que le estaba pidiendo.
Aunque si lograba sobrevivir tal cómo lo estaba planeando, también iba a ganarme un buen sermón de su parte sobre ponerme en peligro. Quién sabe, quizá hasta me castigue por mil años en mi habitación.
Un escalofrío me recorrió la columna, como una advertencia de peligro inminente. Me puse de pie y escondí la flecha detrás de mí, justo cuando el dios del sol apareció en la sala.
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