010.ᴀʙᴏᴜᴛ ʜᴏᴡ ɪ'ᴍ ɴᴏᴡ ᴀɴ ɪᴛᴇᴍ ꜰᴏʀ ꜱᴀʟᴇ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴄᴏᴍᴏ ᴀʜᴏʀᴀ ꜱᴏʏ ᴜɴ ᴏʙᴊᴇᴛᴏ ᴇɴ ᴠᴇɴᴛᴀ
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GERIÓN TENÍA UN ESPECIE DE PEQUEÑO TREN, como esos que circulan por los zoológicos.
Estaba pintado de blanco y negro, imitando la piel de una vaca. El vagón del conductor tenía unos largos cuernos adosados a la capota y la bocina sonaba como un cencerro.
Nico se sentó en la parte de atrás conmigo, mirando con seriedad al resto del grupo, seguramente para no perdernos de vista. Me dejó sostenerlo en brazos, y se apresuró a acomodarse contra mi, hundiéndose en mi abrazo.
Euritión se acomodó a nuestro lado, con su garrote claveteado, y se colocó el sombrero de cowboy sobre los ojos como dispuesto a echar una siesta. Ortos saltó al asiento de delante, junto a Gerión, y empezó a ladrar alegremente.
Los demás ocuparon los dos vagones de en medio.
—¡Esto es un rancho enorme! —alardeó Gerión cuando el tren arrancó con una sacudida—. Caballos y ganado sobre todo, pero también toda clase de variedades exóticas.
Llegamos a la cima de una colina y Annabeth sofocó un grito.
—¡Hippalektryones! ¡Pensaba que se habían extinguido!
Al pie de la colina, había un cercado con una docena de ejemplares del animal más raro que he visto en mi vida: una criatura con la mitad delantera de caballo y la mitad trasera de un gallo. Las patas posteriores eran unas enormes garras amarillas. Tenían un penacho de plumas en la cola y las alas rojas.
Mientras los contemplaba, dos de ellos se enzarzaron en una pelea por un montón de semillas. Se alzaron sobre las patas traseras y empezaron a relinchar y a golpearse con las alas hasta que el de menor tamaño se alejó con un extraño galope, dando saltitos a cada paso.
—¡Ponis gallo! —dijo Tyson, alucinado—. ¿Ponen huevos?
—¡Una vez al año! —respondió Gerión, que nos sonreía por el retrovisor—. ¡Muy solicitados para hacer tortillas!
—¡Eso es horrible! —exclamó Annabeth—. ¡Debe de ser una especie en peligro de extinción!
Gerión hizo un ademán despectivo.
—El oro es el oro, querida. Y seguro que cambiaría de opinión si hubiese probado esas tortillas.
—No es justo —murmuró Grover, pero Gerión prosiguió sus explicaciones como si nada.
—Allá abajo —señaló— tenemos los caballos que arrojan fuego por las narices; quizá los hayan visto por el camino. Han sido criados para la guerra, desde luego.
—¿Qué guerra? —le pregunté.
Gerión sonrió con astucia.
—Ah, la primera que se presente... Y allí, a lo lejos, nuestras preciadas vacas rojas, naturalmente.
En efecto, se divisaban centenares de cabezas de ganado de color cereza que paseaban por la ladera de la colina.
—¡Cuántas! —se asombró Grover.
—Sí, bueno. Apolo anda demasiado complicado para cuidarlas —explicó Gerión—, así que nos ha contratado a nosotros, que las criamos en cantidad. Hay mucha demanda.
—¿Para qué? —pregunté.
Gerión arqueó una ceja.
—¡Por la carne, desde luego! Los ejércitos tienen que alimentarse.
—¿Sacrifican las sagradas vacas del sol para hacer hamburguesas? —se escandalizó Grover—. ¡Eso va contra las leyes antiguas!
—No se exalte, señor sátiro. Son simples animales.
—¡Simples animales!
—Claro. Y si a Apolo le importara, seguro que nos lo diría.
—¡Si no dice nada, es porque no lo sabe! —espeté medio parándome en el trencito, yo mejor que nadie sabía lo mucho que amaba a sus vaquitas—. Sepa que se va a enterar de esto.
Nico se echó hacia delante, tomándome del brazo para volver a sentarme.
—Todo esto me trae sin cuidado, Gerión. Teníamos cosas de qué hablar. Y no era de esto precisamente.
—Cada cosa a su tiempo, señor Di Angelo. Miren allí: algunos de mis ejemplares exóticos.
El prado siguiente estaba rodeado de alambre de espino e infestado de escorpiones gigantes.
—Rancho Triple G —dijo Percy—. Su marca figuraba en esas cajas del campamento. Quintus consiguió aquí sus escorpiones.
—Quintus... —repitió Gerión, pensativo—. ¿Pelo corto y gris, musculoso, profesor de espada?
—Eso.
—Nunca he oído hablar de él —declaró.
—Este tipo está tomándonos de tontos —mascullé.
—¡Y ahí están mis preciados establos! Tienen que verlos sin falta.
A mí no me apetecía mucho, la verdad, porque en cuanto estuvimos a trescientos metros empecé a olerlos. Cerca de la orilla de un río verde, divisé un corral del tamaño de un estadio de fútbol. Los establos se alineaban a un lado.
Habría un centenar de animales moviéndose entre la bosta y, cuando digo «bosta», quiero decir caca de caballo. Era la cosa más repulsiva que había visto en toda mi vida, como si hubiera pasado una ventisca de estiércol y, de la noche a la mañana, hubiera dejado una capa de un metro de porquería. Los caballos estaban asquerosos de tanto vadear por allí y los establos se veían igual de repulsivos. Apestaba de un modo increíble: peor que los barcos de basura del East River.
Incluso a Nico le entraron arcadas.
—¿Qué es eso?
—¡Mis establos! —respondió Gerión—. Bueno, en realidad, son de Augías, pero nosotros nos encargamos de ellos a cambio de una pequeña suma mensual. ¿A que son preciosos?
—¡Son asquerosos! —dijo Annabeth.
—Montones de caca —comentó Tyson.
—¿Cómo puede tener a los animales de esa manera? —clamó Grover.
—Me están sacando de quicio entre todos —dijo Gerión—. Son caballos comedores de carne, ¿no lo ven? A ellos les gusta estar en esas condiciones.
—¿A quién carajos le gustaría estar en esas condiciones? —cuestioné horrorizada.
—Es demasiado tacaño para hacer que los laven —musitó Euritión desde debajo de su sombrero.
—¡Silencio! —le espetó Gerión—. De acuerdo, quizá los establos dejen que desear. Quizá también a mí me den náuseas cuando el viento sopla hacia donde no debe soplar. Bueno, ¿y qué? Mis clientes siguen pagándome bien.
—¿Qué clientes?
—Ah, se sorprendería, amigo mío, si supiera cuánta gente está dispuesta a pagar por un caballo carnívoro. Son perfectos para triturar desechos. Fantásticos para aterrorizar a tus enemigos. ¡Ideales para fiestas de cumpleaños! Los alquilamos continuamente.
—¡Es usted un monstruo! —decidió Annabeth.
Gerión detuvo el tren y volvió a mirarla.
—¿Cómo lo ha descubierto? ¿Por los tres cuerpos?
Rodé los ojos, este tipo no solo era un monstruo, era un verdadero hijo de puta.
—Tiene que dejar libres a todos estos animales —dijo Grover—. ¡No hay derecho!
—Y esos clientes de los que no para de hablar... —añadió Annabeth—. Usted trabaja para Cronos, ¿verdad? Está suministrando a su ejército caballos, comida y todo lo que necesitan.
Gerión se encogió de hombros, cosa que resultaba rarísima porque tenía tres pares de hombros. Daba la sensación de que estuviera haciendo la ola él solo.
—Trabajo para cualquiera que pueda pagarme, jovencita. Soy un hombre de negocios. Y vendo todo lo que tengo.
Bajó del tren y dio unos pasos hacia los establos como si estuviera disfrutando del aire más puro. Habría resultado una bonita vista, con el río, los árboles, las colinas etcétera, de no ser por aquel lodazal de caca de caballo.
Nico descendió de la parte trasera y se acercó a Gerión con ademán furioso.
El pastor Euritión no estaba tan adormilado como parecía. Alzó su garrote y salió tras él. Apretando con fuerza la mandíbula, caminé detrás de él, lista para desenvainar la espada si era necesario.
—Estoy aquí por negocios, Gerión —dijo Nico—. Y aún no me ha respondido.
—Hummm... —Gerión examinó un cactus. Alargó el brazo izquierdo y se rascó el pecho central—. Le ofreceré un buen trato, ya verá.
—Mi fantasma me dijo que podría resultarnos de ayuda, que quizá nos guiaría hasta el alma que andamos buscando.
—Hablando de eso, tú y yo vamos a tener una charla seria, jovencito —espeté mirándolo con el ceño fruncido—. ¿De dónde sacaste a ese fantasma? Es una pésima compañía y no me gusta nada su tono de voz.
Nico me miró medio avergonzado.
—Un momento —dijo Percy—. Creía que el alma que buscabas era la mía.
—¿La tuya? —dijo con una expresión incrédula—. ¿Para qué iba a necesitarte a ti? ¡El alma de Bianca vale mil veces más que la tuya! Y bien, Gerión, ¿va a ayudarme, sí o no?
—Eh, supongo que sí —dijo el ranchero—. Por cierto, su amigo el fantasma ¿dónde está?
Nico parecía incómodo.
—No puede cobrar forma visible a plena luz. Le cuesta mucho. Pero anda por aquí.
Gerión sonrió.
—Estoy seguro. Minos suele desaparecer cuando las cosas se complican...
—¿Minos? ¿Te refieres a ese rey malvado?
—¡No es asunto tuyo, Percy!
—¡Pero sí es mi asunto! —espeté aún más enojada—. ¿Es ése el fantasma que ha estado aconsejandote? Nico Di Angelo, estás en serios problemas.
Él retrocedió algo nervioso, pero luego se giró hacia Gerión.
—¿Qué insinúa con eso de "cuando las cosas se complican"?
El hombre del triple cuerpo suspiró.
—Bueno, verás, Nico... ¿puedo tutearte?
—No.
—Verás, Nico. Luke Castellan ofrece una gran cantidad de dinero por los mestizos. Sobre todo, por los mestizos poderosos. Y estoy seguro de que cuando descubra tu pequeño secreto y sepa quién eres realmente, pagará muy, pero que muy bien.
Nico sacó la espada, pero Euritión se la arrancó con un golpe de su garrote.
Percy atinó a levantarse, listo para desenvainar a Contracorriente, pero Ortos se le echó encima y empezó a gruñir con sus dos cabezas a unos centímetros de su rostro.
Consideré sacar a Resplandor, pero Gerión volvió a hablar mirándonos con petulancia.
—Yo, en su lugar, me quedaría quieto en el vehículo. De lo contrario, Ortos le destrozará la garganta al señor Jackson. Bueno, Euritión, ten la amabilidad de encargarte de Nico.
El pastor escupió en la hierba.
—¿Tengo que hacerlo?
—¡Sí, idiota!
Euritión parecía aburrido, pero rodeó con uno de sus enormes brazos a Nico y lo alzó por los aires, al estilo de un campeón de lucha libre.
—¿Y qué hacemos con la mocosa? —cuestionó señalándome.
—Ahora vemos eso —dijo sonriendo.
—Como le pongas una mano encima —murmuró Percy enojado—, voy a mandarte al Tartaro cortado en pedazos.
Gerión se encogió de hombros.
—Verás, la señorita Backer tiene un precio muy especial —dijo acercándose—, el tesoro de un dios siempre es muy preciado. Se paga muy bien por sus juguetes, y en este momento, tiene un precio bastante jugoso.
»Pero tranquilos, ella estará muy bien cuidada hasta entonces. No me sirve si está en mal estado.
—Genial, ahora soy un objeto de venta —mascullé irritada.
Percy soltó una maldición en griego antiguo, y hasta Nico estaba furioso.
—Y recoge también la espada —ordenó Gerión con cara de asco—. No hay nada que me repugne más que el hierro estigio.
Euritión la recogió, cuidándose de no tocar la hoja.
Entrecerré los ojos, pensando que quizá si fue bueno que no haya sacado a Resplandor.
—Bueno —dijo Gerión jovialmente—, ya hemos terminado la visita. Volvamos a casa, almorcemos y luego enviaremos un mensaje Iris a nuestros amigos del ejército del titán.
—¡Malvado! —gritó Annabeth.
Gerión le sonrió.
—No se preocupe, querida. En cuanto haya entregado al señor Di Angelo, usted y sus amigos podrán partir. Yo no me entrometo en las búsquedas.
»Además, me han pagado generosamente para garantizar su paso, aunque mucho me temo que eso no incluye al señor Di Angelo ni a la señorita Backer.
—¿Quién le ha pagado? —preguntó Annabeth—. ¿Qué quiere decir?
—No se preocupe por eso, querida. ¿Vamos?
—¡Espere! —dijo Percy, y Ortos soltó un terrible gruñido—. Usted ha dicho que es un hombre de negocios. Muy bien. Hagamos un trato.
Gerión entornó los párpados.
—¿Qué clase de trato, señor Jackson? ¿Acaso dispone de oro?
—Tengo algo mejor. Hagamos un trueque.
—Pero usted no tiene nada que ofrecer.
—Hágale limpiar los establos —sugirió Euritión con aire inocente.
—¡Eso es! —exclamó—. Si no lo consigo, nos retendrá a todos y podrá vendernos a Luke por una buena cantidad de oro.
—Suponiendo que los caballos no lo hayan devorado primero, señor Jackson —adujo Gerión.
—Aun así, tendría a mis amigos —respondí—. Ahora bien, si lo consigo, deberá soltarnos a todos, incluido a Nico y a Dari.
—¡No! —gritó Nico—. A mí no me hagas favores, Percy. ¡No necesito tu ayuda!
—¡Nico, ya basta! —espeté.
Gerión rió entre dientes.
—Esos establos, Jackson, no se han limpiado en más de un millar de años... Aunque también es verdad que dispondría de más espacio para alquilar si me lbrara de toda esa bosta...
—¿Qué tiene que perder?
El ranchero vaciló.
—De acuerdo. Acepto su propuesta, señor Jackson, pero ha de concluir antes de que se ponga el sol. Si fracasa, venderé a sus amigos y me haré rico.
—Trato hecho.
Él asintió.
—Me llevo a sus amigos al rancho. Esperaremos allí.
Euritión le echó una mirada divertida. Tal vez era de simpatía. Dio un silbido y el perro lo dejó por fin para subirse de un salto sobre el regazo de Annabeth, que soltó un grito. Yo sabía que ni Tyson ni Grover intentarían nada mientras nos tuvieran a nosotras de rehenes.
Percy bajó del tren y me miró.
—Espero que sepas lo que haces —dije en voz baja.
—Y yo.
Gerión se puso al volante. Euritión nos arrastró a Nico y a mí al asiento trasero.
—Al ponerse el sol —recordó Gerión—. Ni un minuto más.
Se rió otra vez, tocó el cencerro de su bocina y nos alejamos por el sendero.
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—Ahora, Euritión lleva a la señorita al sótano —ordenó—. Y encadenada. No quiero sorpresas.
Intenté protestar, mis amigos también. Estaba furiosa mientras era llevada por Euritión hacia el sótano, el cual se abría ante mí como una boca oscura y amenazante. Mi frustración y enojo eran palpables, pero también se entrelazaban con la preocupación y el miedo.
Cada paso que dábamos resonaba en las paredes húmedas, creando un eco desolador que aumentaba mi. Bajamos por una escalera que daba a una penumbra.
Allí, la habitación estaba sumida en una oscuridad casi total, solo interrumpida por la débil luz que filtraba a través de una pequeña ventana en lo alto. La luz apenas alcanzaba a iluminar las figuras borrosas de cadenas oxidadas que colgaban de las paredes y se extendían por el suelo de piedra desigual.
Estaba impregnado de un olor a humedad y abandono. Había una cama vieja y rota de metal, donde unas cadenas estaban colgando. Euritión las cerró en mis muñecas.
—Hasta ahora, eres el peor de mis tíos.
Él rodó los ojos.
—No caigo en cursilerías.
—Y por eso estás solo.
—Cómo sea.
Salió rápidamente, dejándome sola en la oscuridad.
El tiempo pasaba lentamente, susurrando su agonía en mi oído. Cada segundo se convertía en una eternidad, y la falta de noticias de Percy o cualquier indicio de su éxito aumentaba mi ansiedad.
Mis ojos se ajustaron a la oscuridad mientras mis pensamientos se volvían más oscuros. Al principio, mi enojo había sido una llama ardiente dentro de mí, alimentada por la sensación de impotencia y la injusticia de mi situación. Pero a medida que el tiempo avanzaba, esa llama se transformaba en una preocupación creciente y un miedo incontrolable.
Las cadenas que me sujetaban las muñecas y tobillos se mordían en la piel, dejando marcas de su presencia opresiva. Eran cadenas que no solo representaban mi cautiverio físico, sino también la incertidumbre que atormentaba mi mente. A medida que pasaba el tiempo, cada grillete se volvía más pesado, más asfixiante, y mi paciencia se desvanecía.
Mis ojos, húmedos de frustración contenida, exploraron la habitación una vez más. El silencio se rompía sólo por el sonido ocasional de las respiraciones entrecortadas de los prisioneros cercanos, prisioneros de un destino incierto.
Lo malo de estar en una situación así, es que pierdes por completo la noción del tiempo. No tenía ni idea de cuánto había pasado cuando Euritión volvió a bajar para llevarme con mis amigos. O al menos eso esperaba que fuera y no que era la hora de venderme.
Olí la barbacoa bastante antes de llegar. El patio estaba listo para celebrar una fiesta. Globos y serpentinas adornaban la verja. Pero fue una sorpresa enorme encontrar que Gerión ya no estaba por ningún lado, y mis amigos ahora eran libres.
—No entiendo nada —dije mientras me abrazaban.
—¡Percy lo logró! —exclamó Annabeth.
Me contaron brevemente su enfrentamiento contra Gerión, gracias a Artemisa, y para mi incredulidad, Apolo.
—¡Puta madre, me perdí toda la diversión! —grité dando una patada al suelo—. Siempre me ponen cadenas, ¿va a ser una costumbre en cada misión o qué?
Después de mi arranque de berrinche, le dije a Percy que le brindara tributo a los gemelos, así que avivó las brasas de la barbacoa y arrojó comida a las llamas.
—¡Bravo, Percy! —felicitó Tyson.
—¿Ahora podemos atar al pastor? —preguntó Nico.
—¡Sí! —dijo Grover—. ¡Ese perro por poco me mata!
Miré a Euritión, que seguía sentado tan tranquilo junto a la mesa de picnic. Ortos tenía sus dos cabezas apoyadas en las rodillas del pastor.
—¿Cuánto tiempo tardará Gerión en volver a formarse? —le preguntó Percy.
Euritión se encogió de hombros.
—¿Cientos de años, tal vez? Él no es de esos reformistas ultrarrápidos, gracias a los dioses. Me has hecho un favor.
—Antes has dicho que ya habías muerto por él otras veces —recordé—. ¿Cómo es eso?
—Llevo miles de años trabajando para ese mal bicho. Empecé como un mestizo normal, pero escogí la inmortalidad cuando mi padre me la ofreció. El peor error de mi vida. Ahora estoy atrapado en este rancho. No puedo irme ni dimitir. He de cuidar las vacas y enfrentarme a los enemigos de Gerión. Es como si estuviéramos ligados el uno al otro.
—Quizá puedas cambiar las cosas —sugerí.
Euritión me miró entornando los ojos.
—¿Cómo?
—Trata bien a los animales. Cuídalos. Deja de venderlos para ganarte la vida. Y no hagas más tratos con los titanes.
Euritión reflexionó.
—Estaría bien.
—Consigue que los animales se pongan de tu parte y ellos te ayudarán —comentó Percy—. Y cuando vuelva Gerión, quizá sea él quien tenga que ponerse a trabajar para ti.
Euritión sonrió de oreja a oreja.
—Eso tampoco me molestaría.
—¿No tratarás de impedir que nos vayamos?
—No.
—Awww —dije inclinándome cerca suyo—. No resultaste ser tan mal tío.
—No tientes mi paciencia, enana.
—Tu jefe ha dicho que alguien había pagado para garantizar nuestro paso sin problemas —dijo Annabeth mirándolo aún con suspicacia—. Dime quién.
El pastor se encogió de hombros.
—Quizá lo haya dicho para engañaros.
—¿Y los titanes? —le pregunté—. ¿Ya les ha enviado un mensaje Iris sobre Nico?
—No. Gerión pensaba hacerlo después de la barbacoa. Ellos no saben nada sobre el chico.
Nico estaba aferrado a mi brazo y miraba a Percy con odio. Seguía pensando que había algo raro con sus sentimientos, no era solo furia.
No sabía qué hacer con él. Por más que yo quisiera que no se separara de mi lado, dudaba mucho de que quisiera venir con nosotros. Pero, por otro lado, no podía dejar que siguiera vagando por su cuenta sin rumbo fijo.
—Tal vez podrías quedarte en el rancho hasta que terminemos nuestra búsqueda —propuso Percy—. Aquí estarías a salvo.
—¿A salvo? —gritó Nico—. ¿A ti qué puede importarte? ¡Dejaste que mataran a mi hermana!
—Nico —le dijo Annabeth—, no fue culpa de Percy. Y Gerión no mentía cuando dijo que Cronos desearía capturarte. Si supiera quién eres, haría cualquier cosa para que te pusieras de su lado.
—Yo no estoy del lado de nadie. ¡Y no tengo miedo!
Aún así, seguía aferrado a mi brazo, y podía sentir el ligero temblor en sus manos.
—Deberías —le dijo Annabeth—. Tu hermana no querría...
—¡Si te importara mi hermana, me ayudarías a recuperarla!
—¿Un alma por otra alma? —apunté.
—¡Sí!
—Pero si has dicho que no querías mi alma... —dijo Percy.
—¡No estoy hablando contigo! —Pestañeó para contener las lágrimas—. ¡Y seré yo quien la haga volver!
—Nico —dije apartándome un poco. Tomé su rostro en mis manos y lo hice mirarme a los ojos—. Sabes que Bianca no querría eso.
Me rompió ver las lágrimas que se le formaron en los bordes de los ojos, pero pestañeo tan rápido que era como si no hubieran estado ahí.
—Tengo que intentarlo —suplicó.
—Preguntémosle a Bianca —dijo Percy de repente.
El cielo pareció oscurecerse de golpe.
—Ya lo he intentado —dijo Nico con tristeza—. No responde.
—Pruébalo otra vez. Tengo el presentimiento de que contestará si estoy yo presente.
—¿Por qué habría de hacerlo?
—Porque no ha parado de enviarme mensajes Iris —declaró—. Ha intentado advertirme sobre lo que te proponías para que pudiera protegerte.
Nico meneó la cabeza.
—Eso es imposible.
—Sólo hay un modo de averiguarlo. Has dicho que no tenías miedo. —Se giró hacia Euritión y dijo—. Necesitamos un hoyo, como una tumba. Y comida y bebida.
—Percy —advirtió Annabeth—, no creo que sea buena...
—Tal vez sí —dije interrumpiéndola—. Tal vez necesita este cierre.
Ella me miró incrédula, al final levantó los brazos como si estuviera cansada de lidiar con nosotros.
—De acuerdo —dijo Nico—. Lo intentaré.
Euritión se rascó la barba.
—Podríamos usar un agujero que hemos cavado ahí atrás para el depósito de la fosa séptica. Niño cíclope, trae la nevera portátil de la cocina. Espero que a los muertos les guste la cerveza de raíz.
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