010.ᴀʙᴏᴜᴛ ʜᴏᴡ ɪ ɢᴇᴛ ɪɴᴛᴏ ᴀ ꜰɪꜱᴛ ꜰɪɢʜᴛ ᴀɴᴅ ᴡɪɴ ᴀ ɴᴇᴡ ᴛᴜᴛᴏʀ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴄᴏᴍᴏ ᴍᴇ ᴘᴇʟᴇᴏ ᴀ ᴘᴜÑᴇᴛᴀᴢᴏꜱ ʏ ɢᴀɴᴏ ᴜɴ ɴᴜᴇᴠᴏ ᴛᴜᴛᴏʀ
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¿ESTABA QUEDANDO COMO UNA CAPRICHOSA INMADURA? Sí, y no me importaba.
Estaba parada fuera de la cabaña tres con los brazos cruzados mientras esperaba a que Percy terminara de preparar su bolso. No tardó mucho en guardar todo en una mochila que Grover le había dado.
—Vamos, no hagas pucheros. —Dijo Percy divertido por mi expresión—. Te prometo que en la próxima misión, si o si iremos los dos. Para entonces yo ya tendré experiencia y podremos ir juntos.
Asentí algo más conforme, pero igual me sentía decepcionada de no poder ir.
En la tienda del campamento le prestaron cien dólares y veinte dracmas de oro. Estas monedas, del tamaño de galletas de aperitivo, representaban las imágenes de varios dioses griegos en una cara y el edificio del Empire State en la otra. Los antiguos dracmas que usaban los mortales eran de plata, nos dijo Quirón, pero los Olímpicos sólo utilizaban oro puro.
«Que sus manos olímpicas nunca tengan la tragedia de usar algo menos que el oro».
Quirón les dio una cantimplora de néctar a cada uno y una bolsa con cierre hermético llena de trocitos de ambrosía, para ser usada sólo en caso de emergencia, si estaban gravemente heridos.
Era comida de dioses, los sanaría prácticamente de cualquier herida, pero era letal para los mortales. Un consumo excesivo produciría fiebre. Una sobredosis nos consumiría, literalmente.
Annabeth trajo su gorra mágica de los Yankees, que al parecer había sido regalo de su madre cuando cumplió doce años. Llevaba un libro de arquitectura clásica escrito en griego antiguo, para leer cuando se aburriera, y un largo cuchillo de bronce, oculto en la manga de la camisa.
«No creo que tenga mucho tiempo para leer si todas las misiones son como nuestro viaje al campamento» pensé viendo el tamaño de ese libro.
Decidí que los acompañaría a la salida, y todo el camino en subida por la colina Mestiza hasta el alto pino que antaño fuera Thalia, la hija de Zeus, Annabeth me miró con irritación.
Oí pasos detrás de nosotros. Luke subía corriendo por la colina con unas zapatillas de baloncesto en la mano.
—¡Eh! —jadeó—. Me alegro de alcanzarlos.
Annabeth se sonrojó, como siempre que Luke estaba cerca.
«Creo...creo que tengo una idea» pensé conteniendo una sonrisa, era la idea perfecta para intentar mejorar mi relación con Annabeth.
—Sólo quería desearles buena suerte —dijo—, y pensé que... a lo mejor te sirven. —Le tendió las zapatillas a Percy—. ¡Maya!.
De los talones de los botines surgieron alas de pájaro blancas. Pervy dio un respingo y las dejó caer. Las zapatillas revolotearon por el suelo hasta que las alas se plegaron y desaparecieron.
—¡Alucinante! —musitó Grover.
—¡Como las sandalias de los mitos de Hermes! —exclamé emocionada, era la primera vez que veía un elemento directo de un dios.
Luke sonrió.
—A mí me fueron muy útiles en mi misión. Me las regaló papá. Evidentemente, estos días no las utilizo demasiado... —Entristeció la expresión.
Percy parecía que no sabía que decir, se sonrojó tanto como Annabeth.
—Eh...gracias..
—Oye, Percy...Hay muchas esperanzas puestas en ti. Así que... mata algunos monstruos por mí, ¿bien?
Se dieron la mano y Luke le dio una palmadita a Grover entre los cuernos y un abrazo de despedida a Annabeth, que parecía a punto de desmayarse.
—Estás hiperventilando —dijo Percy en cuanto Luke se fue.
—De eso nada —espetó ella.
—Pero ¿no le dejaste capturar la bandera a él en lugar de ir tú?
—Oh... Me pregunto por qué querré ir contigo, Percy.
—Bueno, aún puedes no ir —soltó Percy—, Dari puede venir en tú lugar.
Annabeth se puso aún más roja de enojo y descendió por el otro lado de la colina con largas zancadas, hacia donde una furgoneta blanca esperaba junto a la carretera.
—Sabes, tengo intenciones de ser su amiga, pero si haces esos comentarios solo va a odiarme aún más y no tengo idea de qué hice mal desde el principio —me quejé.
Él se rió—. Trataré de que no nos odie tanto. —Recogió las zapatillas voladoras y miró a Quirón—. No me aconsejas usarlas, ¿verdad?
Negó con la cabeza.
—Luke tenía buena intención, Percy. Pero flotar en el aire... no es lo más sensato que puedes hacer.
—Eh, Grover, ¿las quieres tú? —dijo después de dudar unos segundos.
A Grover se le encendió la mirada.
Le colocamos las zapatillas y pronto voló por los aires, mientras gritaba aterrado colina abajo.
—Debería haberte entrenado mejor, Percy —dijo Quirón tomándolo del brazo—. Si hubiera tenido más tiempo... Hércules, Jasón... todos recibieron más entrenamiento.
—No pasa nada.
—Pero ¿dónde tengo la cabeza? —exclamó Quirón—. No puedo dejar que te vayas sin esto.
—Madre mía —dijo—. Gracias.
Sacó algo del bolsillo del abrigo y se lo entregó. Era un bolígrafo desechable normal y corriente, de tinta negra y con tapa. Probablemente costaba treinta centavos.
—Es un regalo de tu padre. Lo he guardado durante años, sin saber que te estaba destinado. Pero ahora la profecía se ha manifestado claramente. Eres tú.
Le quitó la tapa, y el bolígrafo creció. Al instante siguiente sostenía una espada de bronce brillante y de doble filo, con empuñadura plana de cuero tachonado en oro.
—¡Es la espada del museo! —exclamé.
—Tiene una larga y trágica historia que no hace falta que repasemos —dijo Quirón—. Se llama Anaklusmos.
«Contracorriente» tradujo mi mente sin problemas.
Le dio una explicación breve de los componentes de la espada, y de cómo el bronce celestial funcionaba contra monstruos, pero no contra mortales. También le explicó brevemente sobre las características de la espada, y un poco sobre la niebla. Percy lo escuchaba atentamente, tratando de aprender todo como una esponja.
Cuando acabó, metió a Contracorriente otra vez en el bolsillo.
Percy pareció dudar un momento, y luego preguntó sobre la inmortalidad de los dioses, a lo que Quirón intentó responder todas sus preguntas con un deje de melancolía en su voz.
—Nadie sabe cuánto tiempo durará la Edad del Oeste, Percy. Los dioses son inmortales, sí. Pero también lo eran los titanes. Y siguen existiendo, encerrados en sus distintas prisiones, obligados a soportar dolor y castigos interminables, reducido su poder, pero aún vivitos y coleando. Que las Parcas impidan que los dioses sufran jamás una condena tal, o que nosotros regresemos a la oscuridad y el caos del pasado. Lo único que podemos hacer es seguir nuestro destino.
—Nuestro destino... suponiendo que sepamos cuál es.
—Relájate y mantén la cabeza despejada. Y recuerda: puede que estés a punto de evitar la mayor guerra en la historia de la humanidad.
—Sin presiones —le dije al ver la tensión en sus hombros. Me apresuré a darle un fuerte abrazo, que él correspondió—. Cuidate, por favor.
—Lo haré —murmuró contra mi cabello, se apartó y me sonrió—, y cuando vuelva, tendré muchas historias para contarte, podremos pasar el resto del verano entrenando y le haremos bromas a Clarisse.
—Te tomo la palabra —respondí riéndome.
Se alejó rápidamente bajando la colina, mientras Quirón y yo nos quedamos arriba, hasta que el auto se perdió en la distancia.
—Recemos a los dioses porque todo salga bien —murmuró Quirón.
—Seguro que sí, van a lograrlo —dije confiada.
Quirón me miró y luego al campamento—. Aún tienes una clase de espadas con Luke, será mejor que vayas a ponerte al día. Necesitas mejorar en tu entrenamiento.
Asentí haciendo una mueca, sabiendo que Luke no me tendría piedad porque Quirón tenía razón. Era un desastre con la espada y necesitaba mejorar con urgencia.
—¡Hey, Luke! —Grité en cuanto entre a la arena dónde me esperaba, dispuesta a empezar también mi plan para ser amiga de la hija de Atenea—. Annabeth me dijo que eres el mejor espadachín del campamento.
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Tres días más tarde, estaba segura de que Luke me estaba evitando.
Creo que quizá me había pasado un poco con mis métodos para intentar hacer que vea a Annabeth un poco más como a ella le gustaría, y él estaba siendo demasiado amable como para decirme que lo dejara en paz.
Cada vez que me veía acercarme, tenía algo importante que hacer y se marchaba; por eso ahora estaba entrenando con Lee y algunos de sus hermanos. Me sentía frustrada porque llevaba días fracasando en el arco, las flechas me fallaban al apuntar, y estaba a dos comentarios irritantes de darle un puñetazo a Michael.
De por sí estaba de mal humor; Luke me despellejó en el entrenamiento, me sentí como una completa inútil incapaz de sostener una espada, y luego intentó hacerme sentir mejor diciendo que quizá aún no he encontrado a la espada indicada para mí. La realidad es que soy un desastre.
Por las noches dormía muy mal, el piso de la cabaña once comienza a ser doloroso cuando ya llevas una semana durmiendo ahí, y estoy segura de que fueron los Stoll los que pusieron esa cucaracha en mi bolsa de dormir.
Comencé a sentir demasiadas emociones, me preocupaba mucho mi mamá y el abuelo, y además, toda la tarde de ayer y la noche, tuve una sensación horrible en el pecho, como miedo y angustia. También me preocupaba que haya pasado algo con Percy y no podía saber nada de cómo le estaba yendo en su viaje, porque una vez que abandonan el campamento en una misión, los mestizos están solos en el camino. Y tenía razones para estarlo.
Esa mañana, en el desayuno, había visto el periódico, fue la única señal de cómo le estaba yendo a esos tres desde que salieron del campamento, y no era nada bueno.
El Trenton Register—News mostraba una fotografía que hizo un turista al bajar del autobús Greyhound. Percy tenía la mirada ida, la espada que Quirón le dio era un borrón metálico en sus manos. Habría podido ser un bate de béisbol o un palo de lacrosse.
Casi me dio un infarto al leer que el autobús había explotado y que habían encontrado monstruos apenas salieron de aquí.
—No te preocupes —me dijo Lee con una mueca, yo estaba a punto de ponerme a llorar—. Los policías son mortales, y Annabeth es inteligente, no podrán encontrarlos.
Luego me llevó a entrenar, y así es cómo estamos ahora, con todos practicando y conmigo a punto de perder los estribos por culpa de Michael.
—A ver si aprendes a concentrarte un poco —dijo parado detrás de mí—, por eso sigues fallando, sigues distraída por todo.
—Michael, ya basta —murmuró Lee con tono cansado.
Pero yo también estaba cansada, cansada de sus estupideces y su arrogancia, así que le arrojé el arco a la cabeza. Él se alcanzó a cubrir de golpearse con la madera.
—¡Vete al infierno, tarado!
—No vamos al infierno, ridícula —dijo rodando los ojos—; es al inframundo.
—Chicos...
—¡¿Por qué siempre te portas tan horrible conmigo?!
A nuestro alrededor, los demás de la cabaña siete nos miraban incómodos, y pronto algunos otros campistas se acercaron al escuchar los gritos.
—¡No soy horrible contigo, dijiste que querías aprender y necesitas dejar de distraerte con todo!
—Chicos, por favor...
—¡No es así, solo me distraigo cuando te pones a decirme cosas para hacerme sentir mal! —grité, furiosa, sentía los ojos arder y se me llenaron de lágrimas. Odiaba cuando pasaba eso.
—Estás distraída porque Jackson está fuera, y si te vas a andar preocupando por cosas que no puedes controlar, vas a ser un peligro en cualquier misión; como el otro día en captura la bandera, casi arruinas todo por andar más atenta de Percy que del juego.
—Quirón dijo que para ser la primera vez soy muy buena, solo necesito tiempo para acostumbrarme —me defendí.
—Sí, buena..., un buen problema.
Es todo.
Grité furiosa y me arrojé sobre él, cayendo los dos al suelo en un manojo de golpes, patadas y jalones de cabello. Los demás gritaron, y trataron de separarnos, Michael me mordió y yo le di un puñetazo en la nariz.
Nunca me había peleado así con nadie, pero él ya me había hartado.
Sentí los brazos de alguien agarrándome por la cintura, y me levantaron, separándome de él. Me sacudí, dando patadas al aire y gritando insultos en griego antiguo que ni sabía que conocía.
—Cálmate, Dari —decía Lee, era él quien me había separado y se acababa de ganar un codazo mío.
—¡A ver si dejas de ser un imbécil! —grité furiosa. Me dio satisfacción ver la expresión iracunda de Michael tirando en el piso, despeinado, sucio y con la nariz sangrando.
—¡Eres una salvaje! —espetó siendo ayudado por uno de sus hermanos para ponerse de pie.
—¡Michael, deja de provocarla! —reprendió Lee sujetándome.
—Es suficiente. —Soltó Quirón con voz dura, se acercaba galopando antes de detenerse frente a nosotros.
—Pero ella...
—Él...
—Dije que es suficiente. Ambos estarán castigados, no puedo creer semejante pelea y...
Lo que sea que estaba por decir, quedó en la nada, tapado por los murmullos y jadeos de asombro.
Lee me soltó de golpe, y casi me caigo por lo brusco del movimiento. Todos me miraban con la boca abierta y los ojos bien grandes, como ese cliché de los fanfics tipo "ojos como platos".
Sí, leo fanfics; no finjan asombro, que ustedes seguro también lo hacen.
La cosa es que todos me miraban como si fuera un extraterrestre o algo así. Entonces noté que no me miraban a mí, sino a algo que estaba encima de mi cabeza.
Levanté la mirada y vi un holograma.
Como el que apareció cuando Poseidón reclamó a Percy como su hijo, pero este no era un tridente ni tenía un color verde; era un corazón atravesado por una flecha y brillaba con un resplandor rojo intenso.
—Ya está determinada —dijo Quirón. Todos empezaron a arrodillarse, tal como habían hecho hace unos días con Percy—. Salve, Darlene Backer; hija de Eros, dios del amor, el deseo y la atracción.
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