009.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴡᴀᴛᴇʀ ᴛʀɪᴘꜱ ᴏɴ ᴘᴏɴɪᴇꜱ-ꜰɪꜱʜ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴠɪᴀᴊᴇꜱ ᴀᴄᴜÁᴛɪᴄᴏꜱ ᴇɴ ᴘᴏɴɪꜱ ᴘᴇᴢ

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ESTABA FURIOSA. Esta era nuestra misión.

Percy era quién había tenido las visiones de Grover, era a él a quién las Grayas le habían dado las coordenadas, era Annabeth quién había tenido la idea de usar Vellocino para salvar al campamento.

Y yo...bueno, yo iría a dónde sea que ellos fueran, porque había prometido por el río Estigio que haría lo que fuera para proteger a Percy, y porque ambos eran muy importantes para mí, no volvería a permitir que me prohibieran ir de misión con ellos.

Éramos un equipo, y así nos quedaríamos.

Todos estaban dormidos, ya era bastante tarde, pero no podía dormir. Sentía algo extraño en el ambiente. Miré el pequeño espejo que Eros me había dado, de vez en cuando, unos ojos rojos resplandecían en el reflejo. Papá siempre me cuidaba.

Levanté la vista, y observé el campamento a través de la ventana, había luna llena y el ruido del oleaje era arrullador. Percibía la cálida fragancia de los campos de fresas y oía las risas de las ninfas, que perseguían a los búhos por el bosque.

Una figura se desplazaba en la noche, cuidando que nadie la descubriera.

Entorné los ojos, salir a hurtadillas después del toque de queda iba contra las normas también. Si te atrapaban, o bien te meterías en un lío, o serías devorado por las arpías, debía haber una razón de mucho peso para que Annabeth saliera en la noche.

Tomé mi abrigo y salí de la cabaña tras ella.

Annabeth se dirigía hacia la zona más cercana al lago, la cabaña de Poseidón estaba a oscuras, pero no dudó en golpear de todas maneras.

—Annabeth —murmuré sorprendiéndola.

Ella se giró hacia mí.

—Dari, ¿qué...?

—Te vi por la ventana, supuse que algo había pasado para que te arriesgaras a romper el toque de queda.

Annabeth asintió—. Necesito saber qué hará Percy. Ambas lo conocemos, Dari, él no se quedará tranquilo con las órdenes de Tántalo.

—Lo sé, y tiene razones para sentirse así, él...

La puerta se abrió en ese momento y fue Tyson quién nos recibió. Se notaba que había estado dormido, estaba algo desorientado y restregándose el ojo.

—¿Dari, Annabeth?

Annabeth se estremeció y se apartó.

—¿Podrías despertar a Percy? -pidió.

Tyson miró dentro de la cabaña, y luego nos miró confundido.

—No está.

—¿Cómo que no está? —cuestioné.

Pero antes de que Tyson pudiera responder, un grito resonó en la noche tranquila.

—¡Ayuda!

Nos miramos sorprendidos, era la voz de Percy y venía del bosque.

—¡Nos atacan! —volvió a gritar a lo lejos.

Annabeth no necesitó más, salió corriendo mientras sacaba su espada.

—Mierda, vamos —dije empujando a Tyson para que la siguiéramos.

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Lo encontramos en el borde del mar, observando las olas.

—¿Qué ocurre? —preguntó Annabeth—. ¡Te oímos pidiendo socorro!

—¡Y yo! —dijo Tyson—. Gritabas: ¡Nos atacan cosas malas!

Percy nos dio una mirada extraña, como si no pudiera terminar de comprender lo que sea que hubiera pasado.

—Yo no los he llamado. Estoy bien.

—Pero entonces, ¿quién...? —Me fijé en los cuatro petates amarillos y luego en el termo y el bote de vitaminas que tenía en la mano—. ¿Y eso?

—Escuchen —dijo Percy—. No tenemos tiempo.

Nos contó su conversación con Hermes. Para cuando terminó, ya empezaba a oírse un chillido a lo lejos: era la patrulla de arpías, que habían olfateado nuestro rastro.

—Percy —dijo Annabeth—, tenemos que emprender esta misión.

—Nos expulsaran. Créeme, soy todo un experto en lo de ser expulsado.

—¿Y qué? —Solté cruzándome de brazos—. Si fracasamos tampoco habrá campamento al que regresar.

—Sí, pero le prometieron a Quirón....

—Le prometimos que te mantendríamos fuera de peligro. ¡Y sólo podemos hacerlo yendo contigo! Tyson puede quedarse y explicarles.

—Yo quiero ir.

—No. —La voz de Annabeth parecía rozar el pánico—. Quiero decir. . . Vamos, Percy, tú sabes que no puede ser.

—¿Y por qué no? —dije irritada, me preguntaba por qué estaba tan resentida con los cíclopes, obviamente había una razón, pero no tenía por qué tratar a Tyson así cuando él nunca le había hecho nada—. No podemos dejarlo aquí, Tántalo se desquitará con él por nuestra marcha.

Los dos miramos a Percy, esperando que él tomara la última palabra a favor de una o la otra.

Percy me miró, tal vez recordando la conversación que habíamos tenido antes de la carrera, miró a su hermano y supe que él también se había dado cuenta que Tyson podría sernos de ayuda.

—Percy —dijo Annabeth, tratando de mantener la calma—. ¡Vamos a la isla de Polifemo! Y Polifemo es un "ese", "i", "ce"... Digo, un "ce", "i", "ce"..."

Pateó el suelo con frustración; por muy inteligente que fuera, también era disléxica y tenía accesos agudos. No podríamos haber pasado allí la noche mientras trataba de deletrear la palabra "cíclope".

—Bueno, ya sabes a qué me refiero.

—Tyson puede venir si quiere -sentenció al final.

Tyson aplaudió.

—¡Quiero!

Annabeth nos echó una mirada furibunda, pero supongo que sabía que ninguno cambiaría de opinión.

—Está bien —dije—. ¿Cómo vamos a subir a ese barco?

—Hermes dijo que mi padre me ayudaría.

—¿Y bien, sesos de alga? ¿Qué esperas?

Se metió al agua y comenzó a balbucear—: Hum, ¿papá? ¿Cómo va todo?

Casi me ahogo de risa.

—¡Percy! —cuchicheó Annabeth—. ¡Esto es urgente!

—Necesitamos tu ayuda —dijo levantando un poco la voz—. Tenemos que subir a ese barco antes de que nos devoren y tal, así que...

Al principio no pasó nada. Las olas siguieron estrellándose contra la orilla como siempre. Las arpías sonaban como si ya estuvieran detrás de las dunas. Entonces, a unos cien metros mar adentro, surgieron cuatro líneas blancas en la superficie. Se movían muy deprisa hacia la orilla, como las tres uñas de una garra rasgando el océano.

Al acercarse más, el oleaje se abrió y la cabeza de cuatro caballos blancos surgió entre la espuma.

Tyson contuvo el aliento.

—¡Ponis pez!

Eran hermosos, aquellas criaturas solo tenían de caballo la parte de delante; por detrás, su cuerpo era plateado como el de un pez, con escamas relucientes y una aleta posterior con los colores del arco iris.

—¡Hipocampos! —dijo Annabeth—. Son preciosos.

El que estaba más cerca relinchó agradecido y rozó a Annabeth con el hocico.

—Ya los admiraremos luego —dijo Percy—. ¡Vamos!

—¡Ahí están! —chilló una voz a nuestra espalda—. ¡Niños malos fuera de las cabañas! ¡La hora del aperitivo para las arpías afortunadas!

Había cinco de ellas revoloteando en la cima de las dunas: pequeñas brujas rollizas con la cara demacrada, garras afiladas y unas alas ligeras y demasiado pequeñas para su cuerpo. Parecían camareras de cafetería en miniatura cruzadas con pingüinos; no eran muy rápidas, gracias a los dioses, pero sí muy crueles si llegaban a atraparte.

—¡Tyson! —grité—. ¡Agarra un petate! —Él seguía mirando boquiabierto a los hipocampos—. ¡Tyson!

—¿Eh?

—¡Vamos!

Entre los tres conseguimos que se moviera. Tomamos las bolsas y montamos en los hipocampos.

—¡Arre! —exclamó Percy. El hipocampo dio media vuelta y se zambulló entre las olas. nosotros.

Las arpías nos lanzaban maldiciones y aullaban reclamando su aperitivo, pero los hipocampos se deslizaban por el agua a la velocidad de una moto acuática y enseguida las dejamos atrás. Muy pronto la orilla del Campamento Mestizo no fue más que una mancha oscura.

Me preguntaba si volvería a verlo de nuevo. Pero en aquel momento tenía otros problemas en que pensar. Mar adentro, empezaba a vislumbrarse el crucero, nuestro pasaporte hacia Florida y el Mar de los Monstruos.

Montar un hipocampo no es tarea fácil, corríamos con el viento de cara, sorteando las olas que nos daban de lleno, tragué agua varias veces y estuve apunto de caerme otras tantas.

A medida que nos acercábamos al crucero, me fui dando cuenta de lo enorme que era.

Sentí como si estuviese mirando un rascacielos en Manhattan desde abajo; el casco, de un blanco impecable, tenía al menos diez pisos de altura y estaba rematado con una docena de cubiertas a distintos niveles, cada una de ellas con sus miradores y sus ojos de buey profusamente iluminados.

El nombre del barco estaba pintado junto a la proa con unas letras negras iluminadas por un foco. Me llevó unos cuantos segundos descifrarlo: Princesa Andrómeda.

—¿Cómo vamos a subir a bordo? —gritó Annabeth para hacerse oír entre el fragor de las olas.

Pero los hipocampos parecían saber lo que queríamos; se deslizaron hacia el lado de estribor del barco, cruzando sin dificultad su enorme estela, y se detuvieron junto a una escala de mano suspendida de la borda.

—Ustedes primero -nos dijo a Annabeth y a mí.

Ella se echó al hombro el petate y se agarró al último peldaño. Cuando se hubo encaramado, su hipocampo soltó un relincho de despedida y se sumergió en el agua. Annabeth empezó a ascender. Yo aguardé a que subiera varios peldaños y la seguí.

La escala conducía a una cubierta de servicio llena de botes salvavidas de color amarillos.

Unos segundos después Percy y Tyson estaban a bordo con nosotras. Había una doble puerta cerrada con llave que Annabeth logró abrir con su cuchillo y una buena dosis de maldiciones en griego antiguo.

Pensaba que tendríamos que movernos a escondidas, ya que éramos polizones, pero después de recorrer unos cuantos pasillos y de asomarnos por un mirador al enorme paseo principal flanqueado de tiendas cerradas, empecé a comprender que no había razón para esconderse de nadie.

—Es un barco fantasma —murmuró Percy.

—No —dijo Tyson, jugueteando con la correa de su petate—. Mal olor.

Annabeth frunció el ceño.

—Yo no huelo nada.

—Yo tampoco —comenté encogiéndome de hombros.

—Los cíclopes son como los sátiros —dijo Percy—. Huelen a los monstruos. ¿No es así, Tyson?

Él asintió, nervioso. Ahora que estábamos fuera del Campamento Mestizo, la niebla volvía a hacer que viera su cara distorsionada. Si no me concentraba mucho, me parecía que tenía dos ojos y no uno.

—Está bien —dijo Annabeth—. ¿Qué hueles exactamente?

—Algo malo —respondió Tyson.

—Fantástico —refunfuñó ella—. Eso lo aclara todo.

—¡Oye! —sisé enojada—. Dejalo en paz, estará confundido.

Annabeth me dio una mirada furiosa, pero no dijo nada más.

Salimos al exterior en la cubierta de la piscina. Había filas de tumbonas vacías y un bar cerrado con una cortinilla metálica. El agua de la piscina tenía un resplandor misterioso y chapoteaba con un rítmico vaivén por el movimiento del barco.

—Necesitamos un escondite —dijo Percy—. Algún sitio seguro donde dormir.

—Sí, dormir —repitió Annabeth, también agotada. Yo solo me limite a bostezar.

Exploramos unos cuantos corredores más, hasta que dimos con una suite vacía en el nivel nueve.

La puerta estaba abierta, cosa que me pareció rara. En la mesa había una cesta de golosinas de chocolate y en la mesilla de noche una botella de sidra refrescándose en un cubo de hielo. Sobre la almohada, un caramelo de menta y una nota manuscrita: "¡Disfrute del crucero!"

Abrimos nuestros petates por primera vez y descubrimos que Hermes realmente había pensado en todo: mudas de ropa, artículos de tocador, víveres, una bolsita de plástico con dinero y también una bolsa de cuero llena de dracmas de oro. Incluso se había acordado de poner el paquete de hule de Tyson, con sus herramientas y piezas metálicas, mi carcaj y la gorra de invisibilidad de Annabeth, lo cual contribuyó a que los tres nos sintiéramos mucho mejor.

—Nosotras iremos a la habitación de al lado —dijo Annabeth—. No beban ni coman nada, chicos.

—¿Piensas que este lugar está encantado?

Ella frunció el ceño.

—No lo sé. Hay algo que no encaja... Ten con cuidado.

Ambas hicimos el viaje a nuestro camarote en silencio, y al entrar Annabeth trabó la puerta con llave.

Dejé mi carcaj a un costado y me acosté, Annabeth se sentó en la cama frente a mí, mirándome seriamente.

—¿Qué?

—Sé que piensas que soy cruel con Tyson —dijo—. Tengo mis razones, los cíclopes no son de fiar.

—Me lo imaginé —respondí—, sé que los cíclopes no son de fiar, conozco todos los mitos y en ninguno son buenos—. Ella asintió—. Pero sigue sin ser motivo para actuar así con él. Estás actuando basada en el prejuicio, y eso nunca acaba bien. Conocí a Tyson casi un año entero antes de saber que era un cíclope, y nunca hizo nada para hacerme sentir miedo.

—Aún es un niño, quizá todavía no...

—Exacto, es un niño —recalqué—, y los niños siempre pueden ser educados. Ya sabes, naturaleza vs crianza. Quizá los cíclopes sólo necesitan un poco de amor y comprensión para no convertirse en crueles monstruos come humanos.

—¿Amor y comprensión? —preguntó ella sonriendo.

All you need is love —tarareé, y Annabeth me arrojó una almohada.

—Pss eres peor que las tarjetas de San Valentín de las estaciones de gasolina.

Fue agradable poder tener un momento así, en todo el tiempo que nos conocíamos, nunca habíamos tenido una misión juntas, y era la primera vez que teníamos algo cercano a una pijamada.

Eso sin contar que estábamos escondidas en un barco enemigo y que si nos descubrían, probablemente nos matarían.

Al final, nos venció el cansancio y nos quedamos dormidas.

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