009.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴛʜᴇ ᴏʀᴀᴄʟᴇ'ꜱ ᴍᴇꜱꜱᴀɢᴇ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴇʟ ᴍᴇɴꜱᴀᴊᴇ ᴅᴇʟ ᴏʀᴀᴄᴜʟᴏ

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ARRIBA, EN LO ALTO DEL RISCO, LA SEÑORITA O'LEARY HABÍA ENCONTRADO UNA AMIGA.

A la luz de una hoguera que chisporroteaba entre un cerco de piedras, vi a una niña de unos ocho años, sentada con las piernas cruzadas, rascándole las orejas a la perra del infierno. La reconocí de inmediato.

Removió con un palo la hoguera, que resplandeció con un rojo más intenso que el fuego normal.

—Hola —dijo.

Percy se le quedó mirando con desconfianza. En cambio, Nico y yo le hicimos una reverencia.

—Hola de nuevo, señora.

Ella le devolvió la mirada a Percy con tal intensidad que al final, él decidió que lo mejor era inclinarse también.

—Siéntate, Percy Jackson —dijo—. ¿Te apetece cenar algo?

Igual que como había hecho conmigo, hizo aparecer un enorme banquete. También hizo aparecer una galleta para perros de metro y medio y se la dio a la Señorita O'Leary, que se apresuró a desmenuzarla alegremente.

Me senté entre Nico y Percy, y nos servimos. Eché al fuego una parte de mi comida, igual a como hacíamos en el campamento y los chicos me imitaron.

—Por los dioses.

—Ahora la reconozco —dijo Percy—. La primera vez que entré en el campamento usted estaba sentada junto al fuego, en medio de la zona comunitaria.

—No te paraste a hablar conmigo —recordó ella con tristeza—. Como la mayoría. Nico sí me habló. Fue el primero en muchos años. Todos andan con prisas, no tienen tiempo de visitar a la familia.

—Usted es Hestia. La diosa del hogar.

Ella asintió.

—Mi señora, —masculló Nico—, ¿por qué no está luchando contra Tifón con los demás olímpicos?

—No estoy hecha para luchar. —Sus ojos rojos destellaron. No sólo reflejaban las llamas de la hoguera, advertí entonces, sino que estaban verdaderamente en llamas. Aunque no como los ojos de Ares. Los suyos eran cálidos y acogedores—. Además, alguien tiene que mantener encendido el fuego del hogar mientras los dioses están fuera.

—¿Sabe cómo está Apolo? —pregunté preocupada.

Hestia no respondió inmediatamente.

—Bien.

Esa respuesta no me gustó.

—¿Así que usted está custodiando el monte Olimpo? —indagó Percy.

—"Custodiar" es mucho decir. Pero si alguna vez necesitas un lugar cálido donde reposar y una comida casera, tu visita será bien recibida. Y ahora, come.

Los chicos vaciaron sus platos antes de que yo apenas diera cuatro bocados Normalmente tenía un buen apetito, pero conocer a May Castellan me había quitado el hambre.

—Estaba buenísimo —dijo Percy—. Gracias, señora Hestia.

Volvió a asentir.

—¿Ha sido agradable la visita a May Castellan?

Me subió la bilis a la garganta.

—¿Qué le pasa exactamente? —pregunté sin ánimo.

—Nació con un don. La capacidad de ver a través de la Niebla.

—Como mi madre —dijo Percy. Y pensé: "Como Rachel"—. Pero ese resplandor que tenía en los ojos...

—Algunos sobrellevan mejor que otros el maleficio de la visión —respondió la diosa con tristeza—. Durante un tiempo May Castellan llegó a reunir muchas cualidades. Llamó la atención del mismísimo Hermes. Tuvieron un niño precioso. Durante un breve período, ella conoció la felicidad. Luego fue demasiado lejos.

Recordé lo que había dicho la señora Castellan:

—Me ofrecieron un trabajo muy importante... La cosa no salió bien.

¿Qué clase de trabajo podía dejarte en tal estado?

«Quizá el que te deja a veces en ese mismo estado».

—O sea, que era la mar de feliz —dijo Percy— y, de repente, se encontró muerta de miedo, aterrorizada por el destino de su hijo, como si supiera ya que Luke se convertiría en Cronos. ¿Qué sucedió para... que su vida se partiera en dos de esa manera?

El rostro de la diosa se ensombreció.

—Es una historia que no me gusta contar. Pero May Castellan vio demasiado. —Hestia me miró y yo aparté la vista—. Si quieres comprender a tu enemigo Luke, has de comprender a su familia.

Pensé en las patéticas imágenes de Hermes que había pegadas encima del fregadero. Me pregunté si la señora Castellan ya estaba tan loca cuando Luke era niño. El resplandor verde que había aparecido en sus ojos le habría dado pánico a un niño de nueve años. Y si Hermes nunca los visitaba, y si había dejado a Luke solo con su madre todos aquellos años...

—No es de extrañar que se escapara —comenté—. Bueno, no estuvo bien que abandonara a su madre, pero aun así... era sólo un niño.

—Hermes no tendría que haberlos abandonado —masculló Percy entre dientes.

Hestia rascó a la Señorita O'Leary detrás de las orejas. El animal se puso a menear la cola y derribó un árbol sin querer.

—Es fácil juzgar a los demás —advirtió la diosa—. Pero, dime, Percy ¿seguirás el camino de Luke? ¿Tratarás de conseguir los mismos poderes?

Nico dejó su plato.

—No nos queda más remedio, señora —dijo—. Sólo así tendrá Percy alguna oportunidad.

Fruncí el ceño. Mirando a Percy y a Nico, y luego a Hestia.

¿Qué me estaban ocultando? ¿Qué poderes pensaba conseguir?

—Hum. —Hestia abrió la mano y el fuego rugió repentinamente con unas llamaradas de casi cien metros. Sentí la oleada de calor como una bofetada en la cara. Fue sólo un instante. Enseguida el fuego se apaciguó y volvió a ser como antes.

—No todos los poderes son espectaculares. A veces el poder más difícil de dominar es la capacidad de ceder. ¿Me crees?

—Ajá.

La diosa sonrió.

—Son buenos héroes. Darlene tienes un corazón bondadoso, dulce y un espíritu indomable y guerrero. Y Percy, no eres demasiado orgulloso. Ambos están dispuestos a hacer lo necesario para proteger a los que aman. Eso me gusta. Pero todavía tienen mucho que aprender. Cuando Dioniso fue convertido en dios, cedí mi trono para que lo ocupase. Era la única manera de evitar una guerra civil entre los dioses.

—Así fue como se rompió el equilibrio en el Consejo —recordé—. De repente había siete chicos y cinco chicas.

Hestia se encogió de hombros.

—Era la mejor solución, aunque no fuera perfecta. Ahora cuido del fuego. Me desvanezco poco a poco en un segundo plano. Nadie escribirá poemas épicos sobre las hazañas de Hestia. La mayoría de los semidioses ni siquiera se detienen a hablar conmigo. Pero no importa. Yo mantengo la paz. Cedo cuando es necesario. ¿Tú eres capaz de hacerlo?

Quería decirle que sí. Pero a veces ni siquiera sabía de lo que era capaz hasta que llegara el momento. Era verdad que no me importaba la gloria mientras mi familia, amigos y mi novio estuvieran bien; pero recordé ese pequeño momento en el Santuario hace unos meses, cuando me vitorearon, cuando los dioses me nombraron Espada del Olimpo, cuando al llegar al campamento me aplaudieron.

Nunca me había pasado eso. Siempre había sido Percy y Annabeth, esa fue la primera vez que gané la gloria para mí sola. Y me gustó.

—No sé a qué se refiere —dijo Percy.

Ella lo estudió detenidamente.

—Quizá no todavía, pero pronto lo sabrás. ¿Vas a proseguir tu búsqueda?

—¿Por eso está aquí?, ¿para advertirme que no siga adelante?

¡Que alguien me diga cuál es el bendito plan!

Hestia negó con la cabeza.

—Estoy aquí porque cuando falla todo lo demás, cuando los dioses más poderosos se han ido a la guerra, yo soy lo único que queda. El hogar. El fuego del hogar. Yo soy la última de los olímpicos. Debes acordarte de mí cuando encares tu decisión final.

No me gustó nada cómo dijo "final". Le eché un vistazo a Nico y luego volví a contemplar los ojos cálidos y encendidos de la diosa.

—Debo continuar, señora —anunció Percy—. Tengo que detener a Luke... digo, a Cronos.

—Muy bien. No puedo ayudarte mucho más, aparte de lo que te he dicho. Pero, como me has dedicado un sacrificio, te devolveré a tu propio hogar.

—Mi señora, si es posible —dijo Nico sin mirarme—. ¿Puede regresar a mi hermana al campamento?

Hestia asintió.

—¡¿Espera, qué?! —Me puse de pie—. ¡¿Por qué no puedo acompañarlos?!

—Es mejor así, Dari.

—Nos veremos de nuevo, Percy. En el Olimpo. —Hestia dijo eso con un tono de mal agüero, como si el próximo encuentro no fuera muy alegre.

Luego agitó una mano y los chicos desaparecieron, dejándome sola con ella.

—¿A dónde han ido?

—A casa de Percy —respondió la diosa—. Necesita ver a su madre.

Bajé la vista, sin comprender qué pasaba.

—¿Por qué no me quieren decir lo que harán?

Hestia frunció los labios.

—Porque lo que hará tu amigo es peligroso, pero necesario, y ambos saben que no los dejarías hacerlo. —Quise replicar, pero ella me miró intensamente—. Además, tú tienes que hacer algo en el campamento.

—¿Es...por el Oráculo? —pregunté sintiendo la boca seca—. Lo que le pasó a May Castellan... ¿Tiene que ver con el Oráculo, verdad?

Hestia removió el fuego.

—Jugó con fuerzas más allá de su comprensión. Se negó a escuchar la guía de aquellos que saben más en el tema y pagó el precio de ello —respondió con pesar—. Lo que le pasa al Oráculo...sí, es una maldición. Pero no sabemos qué lo provocó o cómo deshacerlo.

Medité sus palabras.

—Me sentí...identificada en ella —murmuré por lo bajo—. Si Apolo no me hubiera guiado cuando empecé a tener mis visiones...¿yo sería igual?

Hestia asintió.

—Las visiones no son algo fácil, no todos tienen la fortaleza que mostraste, pero tampoco la guía que tú sí tuviste. May pensó que podía hacerlo y no quiso atender a razones. Apolo no te dejó esa opción, cuando vio lo mal que te estaban haciendo, limitó la intensidad con la que aparecían, no fue solo por la orden de Zeus o Morfeo siendo un espía para Cronos, él estaba de verdad preocupado de que las visiones te hicieran daño.

Respiré profundo y miré el cielo.

—El Oráculo me ha estado llamando —susurré.

—Sí.

—¿Por qué?

—Tienes una conexión con el espíritu de Delfos. Tus visiones nacen de ello. Si te llama es porque hay algo importante que necesitas saber.

Una profecía.

Era lo único que el Oráculo podía estar queriendo decirme. ¿Pero de qué? Mi vida ya estaba dictada por una, ¿ahora necesitaba otra?

—Te enviaré al campamento.

—Gracias por todo, mi señora.

Ella me dio una sonrisa triste, y lo siguiente fue caer de espaldas sobre mi cama de la cabaña diez.

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Me tomó al menos tres horas tener fuerzas para subir al desván. No quería hacerlo, pero sabía que no tenía opciones. El Oráculo no dejaría de molestarme hasta que la visitara.

Mis pies hicieron un leve crujido en el suelo de madera mientras me acercaba a la escalera. La Casa Grande estaba en completo silencio, nadie sabía lo que haría, ni siquiera Quirón.

Al llegar al último rellano, observé la escalera de mano. El aire era más pesado ahí arriba, no le entraba mucha ventilación, así que era igual que estar rato largo bajo el agua, empieza a hacer presión en la cabeza.

Respiré profundamente y subí, sabiendo que no había vuelta atrás.

Igual que cuando había subido con Percy, me provocó escalofríos. Olía a polvo, humedad y algo viejo. No era un lugar que los campistas frecuentaran, y por buenas razones.

Me acerqué a la momia. Sus ojos vacíos y la expresión inmóvil de su rostro me resultaban inquietantes. La piel arrugada y grisácea parecía estar pegada a sus huesos, y a pesar de saber que no podía moverse, su presencia me hacía sentir observada.

—Bien, ya estoy aquí —susurré, con una voz apenas audible—. ¿Qué quieres de mí?

Nada sucedió al principio. El desván seguía en silencio, la luz tenue apenas entraba por la pequeña ventana cubierta de polvo. Pero entonces, el aire cambió.

El Oráculo comenzó a emitir un brillo verde desde sus ojos vacíos, y un humo del mismo color empezó a arremolinarse alrededor de su cuerpo. Mi corazón se aceleró, sabiendo lo que venía. El espíritu de Delfos estaba despertando, y esta vez, era para mí.

El humo me envolvió en una nube densa, y mis pensamientos se disolvieron por un segundo. Una voz que no era mía, ni siquiera humana, resonó en mi cabeza.

Frente a mí, la imagen de una chica de cabello marrón tan largo y ondulado que caía como una cascada, entrelazado con diminutas flores blancas. Era una ilusión de niebla, pero verla frente a mí me puso alerta.

—Dafne.

Ella me miró fijamente.

No estaba segura en qué momento todo se había salido de control.

Un instante estaba viendo, horrorizada, los ojos de serpiente de la aparición mientras le escuchaba recitar los últimos versos de la profecía, y al siguiente estaba en el suelo, tratando de quitarme a esa momia de encima.

La Niebla verde se retorció sinuosamente convertida en un centenar de serpientes, intentando entrar en mi nariz como respirar agua, quema y te impide respirar.

Las palabras de la señora Hestia resonaron en mi cabeza.

—Tienes una conexión con el espíritu de Delfos. Tus visiones nacen de ello.

Me di cuenta de lo que intentaba hacer.

—¡No! —grité tratando de apartarla—. ¡Yo no soy la indicada! ¡No seré tu recipiente!

El humo giraba a mi alrededor, sofocándome, llenando el aire con esa energía opresiva y antigua. Las serpientes se retorcían, intentando penetrar mis pensamientos, invadir mi cuerpo. La cabeza me dolía, como si mi cráneo estuviera a punto de estallar. Sentí su frío bajo la piel, igual que el veneno de una mordedura lenta que iba paralizando mis sentidos.

—¡Basta! —gemí, luchando contra la presión invisible que se apretaba alrededor de la garganta.

El cuerpo me temblaba y mi respiración era superficial, mis fuerzas menguaban rápidamente. Podía sentir cómo el espíritu de Delfos intentaba entrar en mí, no solo para darme una visión, sino para convertir mi cuerpo en su nuevo recipiente. La momia, la que había sido su hogar por tanto tiempo, estaba al borde del colapso.

—¡Apártate de mí! —grité, empujando con todas mis fuerzas, tratando de expulsar el frío invasor de mi mente.

No me convertiría en el Oráculo. No era mi destino.

El humo vibró a mi alrededor, y por un instante, el mundo se detuvo. Sentí un tirón en el centro de mi pecho, como si algo dentro de mí se rompiera, y de repente, la presión cedió. La niebla retrocedió, las serpientes se disolvieron en el aire, y el Oráculo se replegó hacia la momia, que permanecía sentada en su silla, inerte como siempre.

Respiré con dificultad, tambaleándome, mientras me ponía de pie. El desván volvió a sumergirse en el silencio abrumador.

Di dos pasos, y me desmayé.

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