008.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴛʜᴇ ᴘᴀɪɴ ᴏꜰ ᴀ ᴡᴀɪᴛɪɴɢ ᴍᴏᴛʜᴇʀ
╔╦══• •✠•❀ - ❀•✠ • •══╦╗
ꜱᴏʙʀᴇ ᴇʟ ᴅᴏʟᴏʀ ᴅᴇ ᴜɴᴀ ᴍᴀᴅʀᴇ Qᴜᴇ ᴇꜱᴘᴇʀᴀ
╚╩══• •✠•❀ - ❀•✠ • •══╩╝
DEFINITIVAMENTE, LOS VIAJES SOMBRA SON EL PEOR MEDIO DE TRANSPORTE QUE EXISTE.
En otras palabras, una experiencia horrible. No veía absolutamente nada. Sólo notaba la camiseta de Percy a la que me aferraba con todas mis fuerzas.
Y, de golpe, las sombras se disolvieron para mostrar otro escenario. Estábamos sobre un risco de los bosques de Connecticut. O al menos parecía Connecticut: o sea, montones de árboles, grandes casas y muros bajos de piedra.
A mis pies se veía por un lado una autopista que cruzaba un barranco y, por el otro, el patio trasero de una finca enorme, aunque parecía más un terreno salvaje que un prado. La casa, blanca y de estilo colonial, era de dos pisos. Aunque tuviera la autopista al otro lado de la colina, daba la sensación de estar plantada en medio de la nada. Se veía luz en la ventana de la cocina. Bajo un manzano, había un columpio viejo y oxidado.
Me recordaba un poco a mi casa en Londres, y también a la de Milán. Luego habíamos vivido en apartamentos, pero aquellas eran iguales a estas.
Si realmente aquella era la casa de Luke, me pregunté por qué habría querido marcharse de allí.
La Señorita O'Leary se tambaleó. Nico ya nos había advertido que un viaje por las sombras la dejaría agotada, así que me deslicé por su lomo y bajé. Ella soltó un bostezo descomunal, con todos los colmillos al aire, giró en redondo y se desmoronó con todo su peso, haciendo temblar el suelo.
Nico apareció justo a mi lado, como si las sombras se hubieran adensado hasta darle forma. Dio un traspié, pero lo agarré a tiempo.
—Estoy bien —acertó a decir, restregándose los ojos.
La Señorita O'Leary empezó a roncar. De no haber sido por el ruido del tráfico que subía por la autopista, seguro que habría despertado a todo el vecindario.
—¿Cómo lo has hecho? —preguntó Percy.
—Es sólo cuestión de práctica. Unos cuantos porrazos contra un muro, unos cuantos viajes improvisados a China...
—¿Qué hiciste qué?
—Estoy bien, Dari —dijo sin mirarme—. No puedo rechazar mis poderes, tenía que aprender a usarlos. La primera vez que viajé por las sombras estuve inconsciente una semana. Ahora sólo me deja un poco adormilado, aunque no puedo hacerlo más de una o dos veces por noche. La Señorita O'Leary no se moverá de aquí en un buen rato.
Negué con la cabeza. Aunque me preocupaba, no podía recriminarle cómo usaba irresponsablemente sus poderes cuando yo no tenía ningún reparo en llevarme al colapso con las visiones y me había arrojado de cabeza en un acantilado para aprender a volar.
—Así que tenemos tiempo de sobra —dijo Percy. Observé con atención la casa colonial blanca—. Bueno, ¿y ahora qué?
—Ahora llamamos al timbre.
La madre de Luke no se parecía en nada a lo que hubiera esperado.
Eso lo supe incluso antes de llegar a la puerta principal. En el sendero lateral había una hilera de esos animalitos de peluche que venden en las tiendas de regalos. Leones, cerditos, dragones e hidras en miniatura, e incluso un minotauro diminuto en pañales. A juzgar por su penoso estado, aquellos muñecos llevaban allí fuera mucho tiempo: al menos desde el deshielo de la última primavera. Entre los cuellos de una hidra había empezado a brotar un arbusto.
El porche estaba plagado de móviles de campanillas, y sus pedacitos relucientes de vidrio y metal tintineaban al viento. Las cintas de latón producían un murmullo como de gotas de agua y me recordaron que tenía que usar el baño.
No entendía cómo podía soportar la señora Castellan todo aquel ruido.
La puerta estaba pintada de color turquesa. Arriba aparecía el apellido en inglés "Castellan", y debajo figuraba en griego: Dioikhthz jrouriou.
Nico nos miró.
—¿Listos?
En cuanto llamó, la puerta se abrió de par en par.
—¡Luke! —exclamó alegremente la mujer.
Tenía el aspecto de una persona aficionada a meter los dedos en los enchufes. Su pelo blanco parecía salir disparado en todas direcciones. Llevaba un vestido rosa repleto de trozos chamuscados y manchas de ceniza. Al sonreír, el cutis se le ponía tirante, y la luz de alto voltaje que brillaba en sus ojos me hizo preguntarme si sería ciega.
—¡Ay, mi querido muchacho! —dijo, abrazando a Nico. Yo estaba tratando de comprender por qué lo confundía con Luke, no se parecían en nada, cuando lo soltó, sonrió a Percy, y abrazándolo, exclamó—: ¡Luke!
Pero si pensaba que debía estar ciega por confundir a los chicos con el loco de su hijo, fue peor cuando me miró y se arrojó sobre mí en un abrazo tan fuerte que no podía respirar.
—¡Oh, Luke! —Olía a galletas carbonizadas—. ¡Vamos, entra! —insistió—. ¡Tengo preparado tu almuerzo!
Nos hizo pasar a la sala de estar, que era todavía más extraña que la entrada.
Había espejos y velas por todas partes, hasta en el último rincón. No podías mirar a ningún lado sin verte reflejado. Sobre la repisa de la chimenea, un Hermes de bronce se desplazaba con el minutero de un reloj. Intenté imaginarme al dios de los mensajeros enamorándose de aquella mujer, pero la idea resultaba demasiado estrafalaria.
Entonces me fijé en la foto enmarcada que había al lado del reloj. Me quedé de piedra. Era exactamente igual que el boceto de Rachel: Luke en torno a los nueve años, con el pelo rubio y una amplia sonrisa en la que faltaban dos dientes. No tenía todavía la cicatriz en la cara y eso lo hacía parecer otra persona: un chico más feliz y despreocupado.
¿Cómo era posible que Rachel conociera aquella fotografía?
—¡Por aquí, cariño! —La señora Castellan me llevó hacia la parte trasera—. ¡Ya les había dicho yo que volverías! ¡Lo sabía!
Nos sentó junto a la mesa de la cocina. Amontonados en la encimera, había centenares, no exagero: centenares, de envases de plástico con sándwiches de mantequilla de cacahuete y mermelada. Los de más abajo estaban verdes y enmohecidos, como si llevaran allí una eternidad. El olor casi me hace vomitar.
Encima del horno había una serie de bandejas, cada una con una docena de galletas chamuscadas. Del fregadero asomaba una montaña de envases vacíos de jugo de frutas. Y, apoyada en el grifo, una Medusa de peluche parecía vigilar aquel inmenso desbarajuste.
La señora Castellan se había puesto a tararear mientras sacaba mermelada y mantequilla de cacahuete y empezaba a preparar un nuevo sándwich. Venía un olorcillo a quemado del horno. Intuí que había más galletas cociéndose. En la ventana, encima del fregadero, se veían pegadas docenas de fotos pequeñitas, sin duda recortadas de anuncios de revistas y periódicos: imágenes de Hermes sacadas del logo de una empresa de envío de flores y de otra de limpieza a domicilio, y también imágenes de caduceos recortadas de anuncios médicos, la vara rodeada de dos culebras, símbolo del dios y también de la medicina.
Se me cayó el alma a los pies. Quería salir corriendo, pero la señora Castellan no paraba de sonreírnos mientras preparaba el sándwich, como para asegurarse de que no nos dábamos a la fuga.
Nico tosió discretamente.
—Eh... ¿señora Castellan? —dijo.
—¿Hum?
—Hemos de hacerle unas preguntas sobre su hijo.
—¡Ah, sí! Ellos me dijeron que nunca volvería. Pero yo sabía que no era cierto. —Me dio unas palmaditas cariñosas en la mejilla, dejándola manchada de mantequilla.
—¿Cuándo lo vio por última vez? —preguntó Nico.
Su mirada pareció desenfocarse.
—Era muy joven cuando se fue —dijo con tristeza—. Estaba en tercer curso. ¡Demasiado pronto para fugarse! Me dijo que volvería a almorzar. Y yo esperé. Le gustan los sándwiches de mantequilla de cacahuete, las galletas y el jugo de frutas. —Miró de repente a Percy y sonrió—. Bueno, Luke, ¡y aquí estás! Hay que ver lo guapo que te has vuelto. Tienes los ojos de tu padre. —Se volvió hacia las imágenes de Hermes en la ventana—. Un buen hombre, ya lo creo. Viene a verme, ¿sabes?
Era muy extraño que un dios regresara a visitar a sus amantes. Hermes debía amarla si era así, aunque viendo a mi alrededor, no podía comprender cómo era ese amor que deja que viva en ese estado.
El reloj seguía resonando con su tictac en la sala. Me limpié la mantequilla de la cara y Percy miró suplicante a Nico, en plan: "¿Podemos largarnos ya?".
—Señora —dijo él—, ¿qué... hum... qué le pasó en los ojos?
Miraba de un modo raro, como si estuviera tratando de enfocarlo a través de un calidoscopio.
—Pero, Luke, si tú ya lo sabes... Fue justo antes de que nacieras. Yo siempre había sido especial: veía a través de... esa cosa, como se llame.
—¿La Niebla? —apunté.
—Sí, cariño —asintió—. Y ellos me ofrecieron un trabajo muy importante. ¡Fíjate si era especial!
Le eché un vistazo a Nico, que estaba tan perplejo como yo.
—¿Qué clase de trabajo? —pregunté. Algo en eso me sonaba como una alarma roja y ruidosa en el fondo de mi mente—. ¿Y qué sucedió?
La señora Castellan frunció el entrecejo y el cuchillo se detuvo sobre la rebanada de pan.
—Santo cielo, la cosa no salió bien. Tu padre ya me advirtió que no lo intentara. Me dijo que era demasiado peligroso. Pero yo tenía que hacerlo. ¡Era mi destino! Ni siquiera ahora puedo sacarme las imágenes de la cabeza. Hacen que lo vea todo borroso. ¿Quieren unas galletas?
Sacó una bandeja del horno y plantó sobre la mesa una docena de grumos de chocolate carbonizados.
—Luke fue muy bueno —musitó la señora Castellan—. Se marchó para protegerme, ¿sabes? Me dijo que si él se marchaba, los monstruos ya no me amenazarían. Pero le dije que los monstruos no son ninguna amenaza. Se pasan el día ahí fuera, en el sendero, y nunca entran. —Tomó la pequeña Medusa de peluche que estaba junto al grifo—. ¿Verdad, señora Medusa? No, ¡qué van a ser una amenaza! —Me dedicó una sonrisa radiante—. ¡Estoy tan contenta de que hayas vuelto a casa! ¡Sabía que no te avergonzabas de mí!
Me removí en mi asiento. Me imaginé en la piel de Luke, sentado ante aquella mesa, con ocho o nueve años, y empezando a darme cuenta de que mi madre no estaba en sus cabales.
Ella seguía esperando a su hijo después de tanto tiempo sin saber que probablemente nunca volvería.
Y me vino la imagen de mi madre. El verano pasado, preparando pasteles de chocolate con fresas y hamburguesas caseras, esperando con paciencia mi regreso luego de irme sin avisar ni despedirme, y recibiendo una llamada de Quirón, diciéndole que había muerto.
Por suerte, eso no había pasado gracias a Apolo.
¿Pero si Hades no hubiera accedido y me hubiera quedado en el Inframundo?
Ella habría recibido esa llamada y la habría roto por completo. Yo era su mundo, y la podría haber lastimado como nadie más lo hizo.
Negué con la cabeza, tratando de apartar esos pensamientos y concentrarme en el presente.
—Señora Castellan —dijo Percy.
—Mamá —lo corrigió.
—Sí, eso. ¿Ha visto a Luke desde que se marchó de casa?
—¡Pues claro!
No podía saber si eran imaginaciones suyas. Al fin y al cabo, cada vez que se presentara el cartero ella debía de creer que era Luke.
Pero Nico se echó hacia delante, interesado.
—¿Cuándo? —preguntó—. ¿Cuándo la visitó por última vez?
—Bueno, fue... Ay, cielos... —Una sombra cruzó su rostro—. La última vez se lo veía muy cambiado. Una cicatriz. Una cicatriz terrible y una voz tan dolida...Vino con una chica, pelirroja, muy bonita, la verdad. Me dijo que era su novia. ¡Imaginense! Mi bebé tiene una novia —dijo, con la mirada perdida—. Ella lo hace feliz, pero me temo que Luke no la hace feliz. Parecía triste.
Entonces Alessandra había venido con él. Y otra vez, me había guardado información.
—Sus ojos —dije—. ¿Eran de oro?
—¿De oro? —Parpadeó—. No, qué tontería. Luke tiene los ojos azules. ¡Unos preciosos ojos azules!
Así que Luke había estado allí, y había sido antes del último verano: antes de convertirse en Cronos.
—Señora Castellan. —Nico le puso una mano en el brazo—. Esto es muy importante. ¿Luke le pidió algo?
Ella arrugó la frente, tratando de recordar.
—Mi... mi bendición. ¿No les parece bonito? —Nos miró indecisa—. Se iba a un río, y me dijo que necesitaba mi bendición. Yo se la di, por supuesto.
Nico miró a Percy con aire triunfal.
—Gracias, señora —dijo—. Eso es todo lo que...
Ella sofocó un grito y, bruscamente, se dobló sobre sí misma. La bandeja de las galletas se estampó en el suelo. Los tres nos pusimos de pie de un salto.
—¡Señora Castellan!
—¡Ah! —La mujer se incorporó.
Clavó sus uñas en mi brazo, y me miró directamente a los ojos. Entré en pánico, tratando de alejarme de ella. Sus ojos tenían un intenso resplandor verde y escuché en mi mente la misma voz que había escuchado antes en el campamento.
Darlene...
Me vi subiendo las escaleras al desván.
La momia sentada en el banquillo.
Un espeso humo verde envolviendonos a ambas.
Vi a Dafne. Cassandra. Jacinto.
Vi a Gorgo.
Y vi a Michael y a Apolo.
Me vi gritando.
La señora Castellan me soltó, y casi me golpeé con la mesa de no ser porque los chicos me sujetaron. Me toqué el rostro, estaba llorando.
—Mi niño —dijo con una voz ronca y mucho más grave—. ¡Debo protegerlo! ¡Hermes, socorro! ¡Mi niño, no! ¡Ese destino no!
Agarró a Nico de los hombros y empezó a sacudirlo como si quisiera hacérselo comprender.
—¡Ese destino no! —repitió.
Nico emitió un grito ahogado y la apartó. Agarró con firmeza la empuñadura de su espada.
—Vámonos de aquí... —dijo.
De repente, la mujer empezó a derrumbarse. Percy se echó hacia delante, la sujetó antes de que se diera con el canto de la mesa y a duras penas consiguió sentarla en una silla.
—¿Señora Castellan?
Murmuró algo incomprensible y sacudió la cabeza.
—Cielos... Se me han caído las galletas. Tonta de mí.
Pestañeó y sus ojos recobraron su aspecto normal, o al menos, el que tenían antes. El brillo verde había desaparecido.
—¿Se encuentra bien?
—Claro, querido. Perfectamente. ¿Por qué lo preguntas?
Le eché una mirada a los chicos, que me dijeron con los labios: "Larguémonos".
—Señora Castellan, nos estaba explicando una cosa —dijo Percy—. Sobre su hijo.
—¿De veras? —murmuró, distraída—. Sí, sus ojos azules. Hablábamos de sus ojos azules. ¡Un chico tan guapo!
—Tenemos que irnos —dijo Nico con tono acuciante—. Le diremos a Luke... hum... le daremos recuerdos de su parte.
—Pero ¡no pueden marcharse! —Se puso de pie, tambaleante, y retrocedí.
Me sentía idiota por asustarme de una frágil anciana, pero después de esa visión, seguir frente a ella era lo último que quería hacer.
—Hermes vendrá pronto —nos aseguró—. ¡Querrá ver a su hijo!
—Quizá la próxima vez —dijo Percy—. Gracias por... —Bajó la vista hacia las galletas carbonizadas, que habían quedado esparcidas por el suelo—. Gracias por todo.
Ella trató de retenernos, nos ofreció jugo de frutas, pero yo quería salir cuanto antes de allí. En el porche agarró a Percy repentinamente de la muñeca.
—Al menos ten cuidado, Luke —suplicó—. Prométeme que te mantendrás a salvo.
—Sí... mamá —dijo Percy.
Eso le arrancó una sonrisa. Lo soltó y, mientras cerraba la puerta, la oí hablar con las velas de la sala.
—¿Lo han oído? Estará a salvo. ¡Ya se los había dicho!
En cuanto cerró del todo, echamos a correr.
Los animalitos de peluche parecían sonreímos cuando cruzamos el sendero.
En el siguiente se viene movida con el Oráculo🤯
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top