008.ᴀʙᴏᴜᴛ ʜᴇᴀʟɪɴɢ ꜰʟᴇᴇᴄᴇꜱ ᴀɴᴅ ɴᴇꜰᴀʀɪᴏᴜꜱ ᴅɪʀᴇᴄᴛᴏʀꜱ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴠᴇʟʟᴏᴄɪɴᴏꜱ ꜱᴀɴᴀᴅᴏʀᴇꜱ ʏ ᴅɪʀᴇᴄᴛᴏʀᴇꜱ ɴᴇꜰÁꜱᴛᴏꜱ
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SEGÚN TÁNTALO, los pájaros del Estínfalo estaban en el bosque ocupados en sus propios asuntos y no nos habrían atacado si Annabeth, Tyson y Percy no los hubieran molestado con su manera de conducir los carros.
Aquello era tan rematadamente injusto, Percy le dijo que se fuera a perseguir donuts a otra parte, cosa que no ayudó a mejorar las cosas.
Yo también quise quejarme, y estaba a dos pasos de dispararle a Tántalo, pero Lee y Michael no me dejaron. Los condenó a los tres a fregar platos y cacharros toda la tarde en el sótano con las arpías de la limpieza.
Las arpías lavaban con lava para obtener aquel brillo súper limpio y acabar con el 99,9% de los gérmenes. Así que Annabeth y Percy tenían que ponerse delantal y guantes de asbesto, y soportar durante horas aquel trabajo peligroso y sofocante, especialmente porque había toneladas de platos extra.
Tántalo había encargado a la hora del almuerzo un banquete especial para celebrar la victoria de Clarisse: una comida muy completa que incluía pájaros del Estínfalo fritos a la paisana.
Mientras ellos cumplían con su castigo, me senté bajo un árbol con mis amigos de la cabaña siete.
Lee intentaba enseñarle a tocar una lira a Kayla, y Will se había tumbado sobre mis piernas quedándose dormido mientras le acariciaba el cabello.
—Lo vas a convertir en un mimado -dijo Michael.
—Déjame, está chiquito —repliqué.
Lee murmuró algo que no alcancé a escuchar, pero se ganó un golpe de su hermano.
—Dari, ¿mañana podemos entrenar juntas? —preguntó Kayla con los ojos brillantes.
—Yo puedo entrenar contigo, Kay —dijo Michael tomando un mechón pelirrojo de su hermana y dándole un pequeño tirón.
La niña soltó un chillido furioso y lo apartó de un manotazo. Había aprendido que odiaba mucho que le tocaran el cabello.
—¡Le pregunté a Darlene!
Nos reímos de la cara ofendida de Michael, Lee se inclinó cerca de mí y me dijo en voz baja:
—Creo que eres más su hermana que nosotros.
Y era verdad. Kayla se había apegado demasiado a mí en los días que llevaba en el campamento. Al parecer, haberla salvado de un ataque de toros mecánicos escupefuegos justo el mismo día en que llegó al campamento, me había convertido en su heroína.
Aunque en mi opinión yo no había hecho gran cosa.
—Claro que podemos, Kay —le dije sonriendo.
Ella sonrió como si le hubiera prometido bajarle una estrella del firmamento, y volvió su atención a la lira que estaba sosteniendo. Lee me dio una sonrisa y gesticuló para que solo yo entendiera: "Gracias".
Miré todo el campamento y mi vista se clavó en el nuevo director de actividades.
—Apenas llevo cuatro días aquí y ya no soporto a ese tipo —dije mirando a lo lejos como Tántalo conversaba con unas ninfas—. ¿Cómo aguantaron un mes?
—Fingiendo que no existe —respondieron a la vez.
Estaba por hacer un comentario sobre lo difícil que se hace ignorarlo, cuando vi a Percy a lo lejos haciendo unas señas para que me acercara.
—Yo...recordé que tengo que hacer algo —dije tomando la cabeza de Will y colocándola suavemente en el piso.
Sus hermanos me miraron con curiosidad, y salí corriendo antes de que pudieran preguntarme qué era eso tan urgente.
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—¿El Vellocino de Oro?
Percy acababa de contarme su sueño, había hablado de eso con Annabeth durante el castigo y ahora quería ponerme al tanto.
—Ajá, ¿conoces la historia?
—Sí, Europa y Cadmo, dos hijos de Zeus, iban a ser sacrificados y le rogaron a su padre ayuda. Zeus les envió el carnero alado con lana de oro para que los trasladara de Grecia a Cólquide.
—Y Europa se cayó en el camino -agregó con pesar.
—Pobre Europa.
—Eso pensé, Annabeth dice que a nadie le importa esa parte de la historia.
—Seguro que Europa tendría algo que decir a eso —dije conteniendo la risa. No debería reírme porque si es horrible por la pobre Europa, pero eso ocurrió hace más de dos mil años—. Bueno, entonces al llegar a Cólquide, Cadmo ofrendó a los dioses la lana del carnero, la colgó en un árbol y dio prosperidad a esas tierras. No pasaban males, se dice que revitaliza la tierra donde esté. Cura la enfermedad, fortalece la naturaleza, limpia la polución atmosférica
—A veces olvido lo mucho que sabes de mitología.
—Años de convivir con un profesor de historia antigua que tiene una nieta semidiosa griega —dije sonriendo.
—La cosa es, que sí ese vellocino existe podría curar el árbol de Thalia y reforzaría las fronteras del campamento.
—¡Eso sería genial, Percy! —exclamé sorprendida—. ¿Y crees que Grover lo encontró?
Él asintió.
—Podemos rescatar a Grover, y también salvar el campamento al mismo tiempo —dijo, aunque sus palabras sonaban firmes, su mirada era dudosa—. Aunque podría ser una trampa, pero no tenemos muchas opciones.
—Entonces, ¿a dónde vamos?
—¿Vas a venir con nosotros?
Asentí—. El año pasado me prometiste que iríamos juntos en tu siguiente misión —le recordé—. Voy a dónde vayas.
Percy sonrió.
«Ay Percy no sonrías que me matas».
—Gracias por ser tan buena amiga, Dari —dijo—. Annabeth dice que al Mar de los Monstruos.
—¿Qué mar es ese?
No recordaba ningún mar con ese nombre de mis clases con el abuelo, pero probablemente se tratara de esas cosas que se saben solo si perteneces al mundo de los dioses.
—Es el mar que cruzan todos los héroes en sus aventuras. Annabeth me dijo que estaba en el Mediterráneo, pero, como todo lo demás, ha cambiado de posición a medida que el centro de poder occidental se desplazaba.
«Como que ultimamente Annabeth está en todas nuestras conversaciones».
—Entiendo, como el monte Olimpo, que ahora está encima del Empire State pero, ¿a dónde se movió el mar?
—En el Triángulo de las Bermudas.
Mi abuelo va a alucinar cuando le cuente esto.
—Ok, el Triángulo de las Bermudas —repetí pensando en que iba a necesitar una buena dotación de flechas—. Una pequeña isla perdida en el mar infestado de los monstruos más peligrosos que han habitado los océanos, ¿cuándo nos vamos?
—Necesitamos la autorización de Tántalo, vamos a decírselo esta noche al calor de la hoguera, delante de todo el mundo. El campamento entero lo oirá, lo presionarán entre todos y no será capaz de negarse.
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En la fogata de aquella noche, la cabaña de Apolo dirigía los cantos a coro. Trataban de levantar el ánimo general, pero no era fácil tras el ataque de aquellos pajarracos.
Estábamos sentados en el semicírculo de gradas de piedra, cantando sin gran entusiasmo y contemplando cómo ardía la hoguera mientras los chicos de Apolo nos acompañaban con sus guitarras y liras.
Sonreí enternecida al ver al pequeño Will sentado al lado de sus hermanos mayores. Lee me dijo, con gran orgullo, que la especialidad del niño era la medicina.
Cantamos todas las canciones clásicas de campamento. La hoguera estaba encantada y, cuanto más fuerte cantábamos, más alto se elevaban sus llamas; cambiaba de color, y también la intensidad de su calor, según nuestro estado de ánimo. En una buena noche la había visto alcanzar una altura de seis metros, con un color púrpura deslumbrante, y desprender un calor tan tremendo que toda la primera fila de malvaviscos se había incendiado.
Aquella noche, en cambio, las llamas sólo alcanzaban un metro, apenas calentaban y tenían un color polvoriento.
Dionisio se retiró temprano. Tras aguantar unas cuantas canciones, farfulló que hasta las partidas de pinacle con Quirón eran más divertidas, le lanzó una mirada desagradable a Tántalo y se encaminó a la Casa Grande.
Cuando hubo sonado la última canción, Tántalo exclamó—: ¡Bueno, bueno! ¡Ha sido precioso!
Echó mano de un malvavisco asado ensartado en un palo y se dispuso a hincarle el diente en plan informal, pero antes de que pudiese tocarlo, el malvavisco salió volando. Tántalo intentó atraparlo a la desesperada, pero el malvavisco se quitó la vida arrojándose a las llamas.
Él se volvió hacia nosotros con una fría sonrisa.
—Y ahora, veamos los horarios de mañana.
—Señor —interrumpió Percy.
Le entró una especie de tic en el ojo.
—¿Nuestro pinche de cocina tiene algo que decir?
Algunos chicos de Ares reprimieron una risita, pero Percy los ignoró y se puso de pie, nos miró a Annabeth y a mí, ambas lo imitamos.
—Tenemos una idea para salvar el campamento —dijo ella.
Silencio sepulcral. Había conseguido despertar el interés de todo el mundo, y las llamas de la hoguera adquirieron un tono amarillo brillante.
—Sí, claro —dijo Tántalo en tono insulso—. Bueno, si tiene algo que ver con carros.
—El Vellocino de Oro —dije—. Sabemos dónde está.
Las llamas se volvieron anaranjadas. Antes de que Tántalo pudiera responder, Percy contó de un tirón su sueño sobre Grover y la isla de Polifemo. Annabeth intervino para recordar los efectos que producía el Vellocino de Oro.
—El Vellocino puede salvar el campamento —concluyó—. Estoy completamente segura.
—Tonterías —dijo Tántalo—. No necesitamos ninguna salvación.
—¿Es una broma? —espeté, este tipo me alteraba los nervios.
Todo el mundo lo miró fijamente hasta que empezó a sentirse incómodo.
—Además —añadió ignorándome—, ¿el Mar de los Monstruos? No parece una pista muy exacta que digamos; no sabrían ni por dónde empezar a buscar.
—Sí, sí, lo sé —dijo Percy.
Annabeth se inclinó para preguntarle algo en voz baja. Él asintió confiado.
—30, 31, 75, 12.
—Muy bien. Gracias por compartir con nosotros esas cifras inútiles —dijo Tántalo con tono aburrido.
—Son coordenadas de navegación. Latitud y longitud. Lo estudié, eh... en sociales.
—30 grados, 31 minutos norte; 75 grados, 12 minutos oeste —dijo Annabeth sorprendida—. ¡Tiene razón! Las Hermanas Grises nos dieron las coordenadas. Debe de caer en algún punto del Atlántico frente a las costas de Florida; el Mar de los Monstruos. ¡Hemos de emprender una operación de búsqueda!
—Un momento —dijo Tántalo.
Pero todos los campistas se pusieron a corear:
—¡Una búsqueda! ¡Una búsqueda!
Las llamas se alzaron aún más.
—No hace falta —insistió Tántalo.
—¡Una búsqueda! ¡Una búsqueda!
—¡Está bien! —gritó Tántalo, los ojos llameantes de furia—. ¿Quieren que autorice una operación de búsqueda, mocosos?
—¡Sí!
—Muy bien. —Asintió—. Daré mi autorización para que un héroe emprenda esa peligrosa travesía, recupere el Vellocino de Oro y lo traiga al campamento, o para que muera en el intento. Permitiré que nuestro héroe consulte al Oráculo —anunció Tántalo—. Y que elija dos compañeros de viaje. Creo que la elección del héroe es obvia.
Miró a Percy y a Annabeth fijamente.
El corazón se me alborotó de la emoción. Sería mi primera misión de héroes. No iba a permitir que Tántalo me asustara. Iba a seguir a Percy a dónde fuera que él fuera y esta vez nadie me detendría.
—Ese héroe tiene que ser alguien que se haya ganado el respeto de todos, que haya demostrado sus recursos en las carreras de carros y su valentía en la defensa del campamento. ¡Tú dirigirás la búsqueda... Clarisse!
El fuego chisporroteó con un millar de colores diferentes. La cabaña de Ares empezó a patear el suelo y estalló en vítores:
—¡Clarisse! ¡Clarisse!
Ella se puso en pie, atónita. Tragó saliva y su pecho se hinchó de orgullo.
—¡Acepto la misión!
—¡Un momento! —gritó Percy—. Grover es mi amigo; fui yo quien lo soñé. El sueño me llegó a mí.
—¡Siéntate! —aulló un campista de Ares—. ¡Tú ya tuviste tu oportunidad el verano pasado!
—¡Sí! ¡Lo que quiere es ser otra vez el centro de atención! -dijo otro.
Clarisse le lanzó una mirada fulminante.
—¡Acepto la misión! —repitió—. ¡Yo, Clarisse, hija de Ares, salvaré el Campamento Mestizo!
Los de Ares la vitorearon aún con más fuerza. Annabeth y yo protestamos, y los demás campistas de Atenea y Apolo se sumaron a su protesta. Todo el mundo empezó a tomar partido, a gritar y discutir y a tirarse malvaviscos; temí que aquello fuera a convertirse en una batalla de malvaviscos asados con todas las de la ley.
—¡Silencio, mocosos! —gritó Tántalo. Su tono me dejó pasmada incluso a mí—. ¡Siéntense! -ordenó—. Y les contaré una historia de fantasmas.
No sabía qué se proponía, pero todos volvimos a sentarnos a regañadientes.
—Erase una vez un rey mortal muy querido por los dioses. Ese rey incluso tenía derecho a participar en los festines del monte Olimpo. Pero un día trató de llevarse un poco de néctar y ambrosía a la Tierra para averiguar la receta, sólo una bolsita, a decir verdad, y entonces los dioses lo castigaron. ¡Le cerraron la puerta de sus salones para siempre! Su propia gente se mofaba de él, incluso sus hijos le reprendían su acción. Sí, campistas, tenía unos hijos horribles. ¡Mocosos como ustedes!
Señaló con un dedo encorvado a unos cuantos de la audiencia, Percy, Annabeth y a mí entre ellos, por supuesto.
—¿Saben lo que les hizo a aquellos niños ingratos? —preguntó en voz baja—. ¿Saben cómo se vengó de los dioses por ese castigo tan cruel? Invitó a los Olímpicos a un festín en su palacio, para demostrarles que no les guardaba rencor. Nadie notó la ausencia de sus hijos, y cuando sirvió la cena a los dioses, mis queridos campistas, ¿adivinan lo que había en el guiso?
Nadie se atrevió a responder. La hoguera adquirió un resplandor azul oscuro y arrojó un brillo maligno al rostro torcido de Tántalo.
Yo sabía la respuesta. Era una abominación, un acto nefasto que lo había condenado hasta hoy en día.
—Ah, los dioses lo castigaron en la vida de ultratumba —gruñó—. Vaya si lo hicieron; pero él también gozó de su momento, ¿no es verdad? Sus niños no volvieron a replicarle más ni tampoco a cuestionar su autoridad. ¿Y saben qué? Corren rumores de que el espíritu de aquel rey mora en este mismo campamento, a la espera de una oportunidad para vengarse de los niños ingratos y rebeldes. Así pues... ¿alguna otra queja antes de dejar que Clarisse emprenda su búsqueda?
Silencio.
Tántalo le hizo un gesto con la cabeza—. El Oráculo, querida. Vamos.
Clarisse se removió inquieta, como si ni siquiera ella deseara la gloria si había de ser el precio de convertirse en su mascota.
—Señor.
—¡Ven! —gruñó él. Ella esbozó una torpe reverencia y se apresuró hacia la Casa Grande—. ¿Y tú, Percy Jackson? —preguntó—. ¿Ningún comentario de nuestro lavaplatos?—. Percy no dijo nada—. Muy bien.
»Y dejen que les recuerde a todos: nadie sale de este campamento sin mi permiso. Quien lo intente... bueno, si sobrevive al intento, será expulsado para siempre, pero ni siquiera hará falta llegar a ese punto. Las arpías montarán guardia de ahora en adelante para reforzar el toque de queda. ¡Y siempre están hambrientas! Buenas noches, estimados campistas, duerman bien.
Hizo un gesto con la mano y la hoguera se extinguió. Los campistas desfilaron en la oscuridad hacia sus cabañas.
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