007.ᴀʙᴏᴜᴛ ʜᴏᴡ ᴛᴡᴏ ɪᴅɪᴏᴛꜱ ᴀʟᴍᴏꜱᴛ ᴋɪʟʟᴇᴅ ᴇᴀᴄʜ ᴏᴛʜᴇʀ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴄᴏᴍᴏ ᴅᴏꜱ ɪᴅɪᴏᴛᴀꜱ ᴄᴀꜱɪ ꜱᴇ ᴍᴀᴛᴀɴ

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DURANTE LA CENA LA EMOCIÓN estaba suspendida en el aire.

Las antorchas y los braseros mantenían caldeado el pabellón, situado a la intemperie. Por normas del campamento, Percy y Thalia tenían que sentarse solos en las mesas de Poseidón y Zeus.

Las cabañas de Apolo, Hefesto, Ares y Hermes contaban con unos cuantos campistas. Nico se había sentado con los hermanos Stoll, que intentaban convencer a Nico de que el póquer era más divertido que la Mitomagia, y recé por que no tuviese ningún dinero que perder.

Yo estaba en la mesa de la cabaña diez, apenas éramos cinco campistas. Por suerte, Drew no estaba este año. Esa chica había llegado a principios de julio al campamento y había, no solo resultado ser otra de las hijas de Afrodita, sino que además tenía el embrujo-habla y había intentado aprovecharse de ello para imponer una especie de dictadura en el campamento.

Lastima que no funcionaba conmigo gracias al don de Peitos y ahora ella me odiaba.

Silena, la capitana y mi maravillosa tía favorita, no le digan a Clarisse que dije eso, me enseñaba su nueva armadura para la batalla. 

Era de un tono bastante parecido al oro rosa.

—Quiero una —murmuré mirando cómo relucía luego de haber sido pulida.

Ella se río y me dijo que me regalaría una para navidad.

La mesa de Artemisa parecían pasárselo de maravilla. Las cazadoras bebían y comían y no paraban de reírse como una familia feliz. Zoë ocupaba la cabecera, con aires de mamá clueca. Ella no se reía tanto como las demás, pero sonreía de vez en cuando. Su diadema plateada de lugarteniente relucía entre sus trenzas oscuras.

Bianca daba la impresión de divertirse muchísimo. Se había empeñado en aprender a echar un pulso con una de las cazadoras. La otra la derrotaba una y otra vez, pero a ella no parecía importarle.

Nuestra conversación había sido algo incómoda, ella no se había percatado de lo colgado que estaba dejando a su hermano, pero al menos entendió lo que intentaba decirle. Me aseguró que el día siguiente lo pasaría solo con él.

Cuando terminamos de comer, Quirón anunció el inicio del juego.

Iba a ser un partido muy reducido: sólo trece cazadoras, incluyendo a Bianca di Angelo, y diecisiéis campistas.

Zoë parecía muy contrariada. No paraba de mirar a Quirón con rencor, como si no pudiera creer que la hubiera obligado a quedarse y participar en aquel juego.

A las demás cazadoras tampoco se las veía muy contentas. Ya no se reían ni bromeaban como la noche anterior. Ahora se apiñaban en el pabellón y susurraban entre ellas mientras se ajustaban las armaduras. Daba la impresión de que algunas habían estado llorando. Supongo que Zoë les habría contado su pesadilla.

Los de Apolo no participarían, Lee me había dicho que jugar con las cazadoras nunca terminaba bien, y que la enfermería iba a necesitar a todos los de la cabaña siete preparados para recibir a los heridos.

Así que solo teníamos en nuestro equipo a Beckendorf y a otros dos chicos de Hefesto, a dos de la cabaña de Ares, a los hermanos Stoll y a Nico de la cabaña de Hermes, y a los cinco de Afrodita. Normalmente, mi cabaña no suele interesarse en jugar, se suelen quedar al margen; pero en cuanto se enteraron de que íbamos a enfrentarnos con las cazadoras, se apuntaron con unas ganas enormes.

—Ya les enseñaré yo si «el amor no vale la pena» —refunfuñaba Silena mientras se colocaba su armadura—. ¡Las voy a pulverizar!

Resulta que al parecer las cazadoras no habían aprendido nada sobre mantener la boca cerrada sobre mi familia.

Ahora se habían burlado de Afrodita.

—Voy a destrozarlas —espeté tomando mis flechas especiales de oro y plomo.

Me acerqué a Thalia y Percy que parecían estar discutiendo la estrategia. Sin Athenea y siendo las cabañas de los dioses más poderosos, se habían puesto de acuerdo para ser co-líderes.

A mí me parecía que eso iba a terminar en desastre.

—Yo me encargo del ataque —propuso ella—. Tú ocúpate de la defensa.

—Eh...¿No te parece que con tu escudo estarías mejor defendiendo?

Thalia ya tenía la Égida en el brazo, y hasta nuestros propios compañeros mantenían las distancias y procuraban no encogerse de miedo ante la cabeza de la Medusa.

—Bueno, justamente estaba pensando que el escudo servirá para reforzar el ataque —respondió ella—. Además, tú tienes más práctica en la defensa.

—Bien, es cierto.

—Genial.

Sí, eso iba a terminar mal.

Thalia se puso a ayudar a las chicas de Afrodita, pues algunas tenían problemas para ponerse la armadura sin estropearse las uñas. Nico se nos acercó esbozando una ancha sonrisa.

—¡Esto es genial! —El casco de bronce, con un penacho de plumas azules en lo alto, casi le tapaba los ojos, y su peto debía de ser unas seis tallas más grande; así que me puse a acomodarsela para que no me molestara y pudiera ver.

Nico alzó su espada con esfuerzo.

—¿Podemos matar a los del otro equipo?

—Eh... no.

—Pero las cazadoras son inmortales, ¿verdad?

—Sólo si no caen en combate. Además...

—Sería genial que resucitáramos en cuanto nos mataran y pudiéramos seguir peleando...

«Este niño va a terminar siendo todo un sádico».

—Nico, esto es en serio. Son espadas reales. Y pueden hacer mucho daño.

Me miró, un poco defraudado.

Percy le dio unas palmaditas en la espalda.

—Ya verás, será fantástico. Tú limítate a seguir al equipo. Y mantente alejado de Zoë. Nos lo pasaremos bomba.

Los cascos de Quirón resonaron en el suelo del pabellón.

—¡Héroes! —llamó—. Ya conocen las reglas. El arroyo es la línea divisoria. El equipo azul, del Campamento Mestizo, ocupará el bosque del oeste. El equipo rojo, de las cazadoras de Artemisa, el bosque del este. Yo ejerceré de árbitro. Nada de mutilaciones, por favor. Están permitidos todos los artilugios mágicos. ¡A sus puestos!

—Estupendo —me susurró Nico—. ¿Qué tipo de artilugios mágicos? ¿Yo tengo alguno?

Estaba a punto de confesarle que no, cuando Thalia gritó:

—¡Equipo azul! ¡Siganme!

Todos estallaron en vítores y la siguieron.

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Situamos nuestra bandera en lo alto del Puño de Zeus: un grupo de rocas en mitad de los bosques del oeste que, visto desde cierto ángulo, parece un gigantesco puño surgido de las entrañas de la tierra.

Era un buen lugar para situar la bandera. La roca más alta tenía seis metros y era bastante difícil de escalar, de manera que la bandera quedaba bien visible, tal como establecía el reglamento, sin que importara demasiado que los centinelas no pudieran permanecer a menos de diez metros de ella.

Percy puso a Nico de guardia con Beckendorf y los hermanos Stoll, pensando que así quedaría a salvo y al margen del caos.

—Vamos a enviar un señuelo hacia la izquierda —dijo Thalia a todo el equipo—. Suena, tú lo encabezarás.

—¡Entendido!

—Llévate a Laurel y Jason. Son buenos corredores. Describe un arco bien amplio en torno a las cazadoras. Atrae a todas las que puedas. Yo daré un rodeo por la derecha con el grupo de asalto y las pillaré por sorpresa.

Todos asintieron. Parecía un buen plan, y Thalia lo había explicado con tanta confianza que era fácil creer que funcionaría.

—¿Algo que añadir, Percy?

—Eh, sí. Ojo avizor en la defensa. Tenemos cuatro centinelas y tres exploradores. No es mucho para un bosque tan grande. Yo iré cambiando de posición. Griten si necesitan ayuda.

—¡Y no abandonen sus puestos puestos!

—Salvo que vean una ocasión de oro.

Thalia frunció el entrecejo.

Sí, no iba a terminar nada bien.

—No abandonen sus puestos, ¿bien?

—Exacto. Salvo...

—¡Percy! —Le puso la mano en el brazo y se agitó habiendo recibido una buena descarga eléctrica. Toda una hija del señor rayo todopoderoso—. Perdón. Bueno, ¿todo el mundo lo ha entendido?

Todos asentimos. Nos fuimos dispersando en pequeños grupos. Sonó la caracola y empezó el juego.

El grupo de Silena desapareció por la izquierda. El de Thalia le dio unos segundos de ventaja y se lanzó hacia la derecha.

Como la mejor arquera disponible en el juego, me pusieron en el grupo de exploradores de Percy.

Me había escondido detrás de un árbol a unos cuantos metros del Puño de Zeus, tenía que cambiar de posición en unos minutos, así que me acomodé observando todo a mi alrededor.

Divisé un instante a Silena y sus dos exploradores. Cruzaron corriendo un claro, seguidos por cinco cazadoras, y se internaron en el bosque con el fin de alejarlas lo máximo posible de Thalia. El plan parecía funcionar. Luego vi a otro pelotón de cazadoras que se dirigían hacia el este con sus arcos en ristre. Debían de haber localizado a Thalia.

Vi a unos metros de mí a los dos de Ares que estaban en mi equipo, asentí a las señas que me hicieron y nos desplazamos rápidamente al otro lado del claro.

Aún estaba todo en silencio, no había cazadoras a la vista.

Entonces ví a Percy corriendo a toda velocidad hacia el oeste.

—¿Qué está haciendo? —murmuré asombrada. Le hice una rápida seña a mis dos compañeros para que no atacaran confundiéndolo con alguna de las chicas de Artemisa.

Apenas pasaron unos cinco minutos cuando a lo lejos vi la silueta de Percy corriendo de nuevo hacia nosotros, llevaba la bandera de seda plateada de las cazadoras.

—La tiene —murmuré emocionada a mis acompañantes, pero en eso los gritos de socorro de una cazadora retumbaron en el silencioso bosque.

Y de golpe, Percy cayó de bruces sobre la nieve.

—Es una trampa —Me puse de pie y corrí, siendo seguida por los dos chicos de Ares.

—¡Percy! —chilló Thalia desde la izquierda—. ¿Qué demonios estás haciendo?

Ninguno pudo llegar a tiempo a ayudarlo, porque justo entonces estalló una flecha a los pies de Thalia y una nube de humo amarillo se enroscó alrededor de su equipo. Todos empezamos a toser y sufrir arcadas.Quería vomitar y el dolor de cabeza era insoportable.

Era una peste espantosa a sufulfuro.

—¡No es justo! —jadeó Thalia—. ¡Las flechas pestilentes son antideportivas!

No sabía qué diablos estaba pasando. Oí gritos desde nuestro lado, más allá del arroyo.

—¡No! —gritó Percy en algún lugar, así que me obligué a avanzar en la dirección que escuchaba los gritos.

Estaba mareada y tenía la vista algo borrosa.

Lo ví sólo a medio metro del agua cuando Zoë cruzó de un salto al lado que le correspondía y se me echó encima por si acaso. Las cazadoras estallaron en vítores mientras todos acudían al arroyo. Quirón surgió de la espesura con aire ceñudo.

Llevaba sobre su lomo a los hermanos Stoll, que parecían haber recibido varios golpes muy fuertes en la cabeza. Connor Stoll tenía dos flechas en el casco que sobresalían como un par de antenas.

—¡Las cazadoras ganan! —anunció Quirón sin ninguna alegría. Y añadió entre dientes—: Por quincuagésima sexta vez seguida.

—¡Perseus Jackson! —chilló Thalia, acercándose.

Olía a huevos podridos —seguramente yo olía igual— y estaba tan furiosa que saltaban chispas de su armadura. Todo el mundo se encogía y retrocedía ante la visión de la Égida.

—En nombre de todos los dioses, ¿en qué estabas pensando? —bramó.

Supongo que llegó el momento en que la aparente camaradería co-capitanes llegó a su fin.

—¡He capturado la bandera, Thalia! —gritó Percy agitando la bandera en su cara—. He visto una ocasión y la he aprovechado.

—¡Yo había llegado a su base! —gritó a todo pulmón—. Pero su bandera había desaparecido. Si no te hubieses metido, habríamos ganado.

—¡Tenías a demasiadas cazadoras encima!

—Ah, ¿así que es culpa mía?

—Yo no he dicho eso.

—¡Ahhhh! —Le dio un empujón y recibió una descarga tan intensa que lo lanzó tres metros más allá, directo al centro del arroyo.

—¡Percy! —grité muerta de preocupación. Corrí a su lado, varios campistas ahogaron un grito y un par de cazadoras soltaron risitas burlonas.

«Ohhh esas cazadoras se están ganando que les corte la cabeza».

—¡Perdona! —se disculpó Thalia, palideciendo—. No pretendía...

Pero lo que sea que estaba por decir, quedó en nada cuando de repente surgió una ola del arroyo y fue a estrellarse en la cara de Thalia, que quedó empapada de pies a cabeza.

—Ya —refunfuñó mientras se ponía en pie—, yo tampoco quería...

Thalia jadeaba de rabia.

—¡Ya basta! —terció Quirón.

Pero ella blandió su lanza.

—¿Quieres un poco, sesos de alga?

Hice una mueca, porque sabía que el que Annabeth lo llamase a veces así estaba bien, o al menos ya se había acostumbrado me había dicho, pero oírlo decir a Thalia no creo que le sentara nada bien.

—¡Veamos qué tienes, cara de pino! —espetó empujándome detrás de él.

Alzó la espada, pero antes de que pudiera hacer algo, Thalia dio un grito y al instante cayó un rayo del cielo que chisporroteó en su lanza, como si fuese un pararrayos, y le golpeó directamente en el pecho.

Se desmoronó con estrépito, noté el olor a quemado que desprendía parte de su ropa y se me revolvió el estómago.

—¡Thalia! —rugió Quirón—. ¡Ya basta!

—¡Percy! —chillé. Esto se estaba saliendo de control, tomé una de mis flechas y apunté directamente a la hija de Zeus—. ¡Es suficiente, Thalia!

Pero la mano de Percy se sujetó de mi arco, casi haciéndome tropezar cuando lo usó para levantarse, e hizo que el arroyó entero se alzara. Cientos de litros de agua se arremolinaron para formar un enorme embudo helado.

—¡Ya basta tú también! —le grité dándole un golpe en el hombro, pero me ignoró.

—¡Percy! —suplicó Quirón.

Estaba a punto de arrojarlo encima a Thalia cuando vi algo en el bosque. Y supongo que él también lo vio, porque el agua cayó chorreando en el lecho del arroyo. Thalia se quedó tan pasmada que se volvió para ver qué estábamos mirando.

Una turbia niebla verdosa se acercaba desde el otro lado del bosque, impedía ver de qué se trataba, pero cuando se acercó un poco más, todos los presentes —campistas y cazadoras por igual— ahogamos un grito.

—No es posible —murmuró Quirón. Nunca lo había visto tan impresionado—. Jamás había salido del desván.

La momia apergaminada que, según me habían contado, encarnaba al Oráculo, avanzó arrastrando los pies hasta situarse en el centro del grupo. La niebla culebreaba en torno a sus pies, confiriéndole a la nieve un repulsivo tono verdoso.

Nadie se atrevió a mover ni una ceja. Entonces su voz siseó en el interior de mi cabeza. Los demás podían oírla también, por lo visto, porque muchos se taparon los oídos.

—Soy el espíritu de Delfos —dijo la voz—. Portavoz de las profecías de Apolo Febo, que mató a la poderosa Pitón.

«Oh genial, el gran señor vidente llamando la atención incluso cuando ni está aquí».

El Oráculo me observó con sus ojos muertos. Luego se volvió hacia Zoë Belladona.

—Acércate, tú que buscas, y pregunta.

Zoë tragó saliva.

—¿Qué debo hacer para ayudar a mi diosa?

La boca del Oráculo se abrió y dejó escapar un hilo de niebla verde. Vi la vaga imagen de una montaña, y a una chica en su áspera cima. Era Artemisa, pero cargada de cadenas y sujeta a las rocas con grilletes. Permanecía de rodillas con las manos alzadas, como defendiéndose de un atacante, y parecía sufrir un gran dolor.

El Oráculo habló:

Ocho buscarán en el oeste a la diosa encadenada,
uno se perderá en la tierra sin lluvia,
el azote del Olimpo muestra la senda,
campistas y cazadoras prevalecen unidos,
a la maldición del titán dos resistirán,
el corazón flechado la afrenta al gemelo enmendará,
y uno, por mano paterna, perecerá.

En medio de un silencio sepulcral, la niebla verde se replegó, retorciéndose como una serpiente, y desapareció por la boca de la momia. El Oráculo se sentó en una roca y se quedó tan inmóvil como en el desván.

Actualización de 3 días seguidos porque esta parte era medio lenta y ya casi estoy terminando la maldición del titan.

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